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Authors: Arthur Hailey

Tags: #Intriga

Traficantes de dinero (20 page)

BOOK: Traficantes de dinero
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—La mayoría de ustedes me conocen bien como hombre y como banquero —empezó Alex. Se había puesto de pie casualmente ante la mesa de conferencias, inclinándose por momentos para ver a los directores de la derecha y de la izquierda, al igual que a los que tenía enfrente. Dejó que su tono fuera el de una conversación.

»Ustedes también saben, o deberían saber, que, como banquero, soy recio y duro si alguno prefiere esta palabra. La prueba de esto existe en las finanzas que he dirigido por el FMA, todas beneficiosas, en las que no hay involucrada ninguna pérdida. Obviamente en los negocios bancarios, como en los otros, cuando se trata de beneficios, se trata de fuerza. Esto se aplica también a la persona de los banqueros.

»Pero estoy contento de que Roscoe haya presentado el tema, porque me da oportunidad para proclamar mis creencias con respecto a los beneficios.
Ditto
por la libertad, la democracia, el amor y la maternidad.»

Algunos tuvieron unas risitas. Alex respondió con una fácil sonrisa. Echó hacia atrás la silla para poder dar unos pasos si necesitaba moverse.

—Otra cosa acerca de los beneficios aquí, en el FMA, es que deben ser drásticamente mejorados. Pero de esto hablaremos después. Por el momento me limitaré a las creencias.

»Una creencia mía es que la civilización de esta década está cambiando con más sentido y más rápidamente que en ningún otro momento desde la Revolución Industrial. Lo que estamos viendo y compartiendo es una revolución social de conciencia y de comportamiento.

»A algunos esta revolución no les gusta; personalmente me gusta. Pero, guste o no, ahí está, existe, no dará media vuelta y no se irá.

»Porque la fuerza impulsora detrás de lo que está ocurriendo es la determinación de la mayoría de la gente de mejorar las condiciones de vida, detener las expoliaciones en nuestro medio y preservar lo que queda de recursos de todas clases. Para esto se requieren nuevos standards en la industria y en los negocios, de modo que el juego se llama ahora "responsabilidad social corporativa". Lo que es más, se
están
alcanzando elevados standards de responsabilidades, sin pérdida significativa de beneficios.»

Alex se movió inquieto en el espacio limitado detrás de la mesa de conferencias. Se preguntó si debía afrontar directamente otra de las provocaciones de Heyward, y decidió que sí.

—En el asunto de la responsabilidad y el estar involucrado, Roscoe presentó el ejemplo de su iglesia. Nos ha dicho que aquellos que, como él dice, «han tomado nuevamente el control» han optado y están favoreciendo una política aislacionista. Bueno, en mi opinión, Roscoe y sus compañeros de iglesia están marchando decididamente hacia atrás.

Heyward intervino en seguida. Protestó:

—Ésa es una mala interpretación y desagradablemente personal.

Alex dijo con calma:

—Creo que no es ninguna de las dos cosas.

Harold Austin golpeó agudamente con los nudillos.

—Señor consejero: protesto; Alex ha descendido a asuntos personales.

—Roscoe ha sacado a colación su iglesia —argumentó Alex—. Yo estoy simplemente comentando.

—Quizá sea mejor que no lo haga —la voz de Philip Johannsen, presidente de la MidContinent Rubber, interrumpió cortante, desagradable, desde el otro lado de la mesa—. De otro modo podríamos juzgarles a ambos por la gente que frecuentan, lo que pondría en posición muy ventajosa a Roscoe y a su iglesia.

Alex se puso colorado.

—¿Puedo saber exactamente qué quiere usted decir?

Johannsen se encogió de hombros.

—Según he oído, su más íntima amiga, en ausencia de su mujer, es una activista de izquierda. Tal vez por eso le agrade a usted tanto el compromiso.

Jerome Patterton golpeó con el martillo, esta vez con fuerza.

—Basta, señores. La presidencia ordena que no se hagan más referencias de este tipo, en ningún sentido.

Johannsen sonreía. Pese a las reglas había establecido su punto de vista.

Alex Vandervoort, hirviendo de rabia, pensó hacer una declaración firme de que su vida privada era asunto suyo, después rechazó la idea. Podía ser necesario en otro momento.

No ahora. Comprendió que había cometido un error al refutar la analogía de la iglesia de Heyward.

—Quiero volver —dijo— a mi pregunta original: ¿en qué manera, como banqueros, podemos permitirnos ignorar este cambio de escenario? Hacerlo es como permanecer en medio de una tempestad, fingiendo que no existe el viento.

»En el terreno financiero y pragmático no podemos optar. Como lo saben por experiencia personal los que están alrededor de esta mesa, el éxito en los negocios no se consigue nunca ignorando los cambios, sino anticipándose y adaptándose a ellos. Como custodios del dinero, sensibles al clima de cambio de la inversión, nos conviene escuchar, prestar atención y adaptarnos.»

Sintió que, fuera del tropiezo que había tenido unos momentos antes, su apertura, con su énfasis práctico, llamaba la atención.

Casi todos los miembros externos de la Dirección habían tenido experiencias con la legislación que afectaba el control de la contaminación, la protección del consumidor, la sinceridad en la propaganda, el empleo de menores o la igualdad de derechos para la mujer. Con frecuencia estas leyes habían sido promulgadas bajo furiosa oposición de las compañías encabezadas por los directores de banco. Pero, una vez aprobada la ley, las mismas compañías aprendían a vivir de acuerdo a las nuevas reglas, y orgullosamente proclamaban su contribución al bienestar público. Algunos, como Leonard Kingswood, habían llegado a la conclusión de que la responsabilidad corporativa era buena para los negocios y la apoyaban con fuerza.

—Hay catorce mil bancos en los Estados Unidos —recordó Alex a los directores del FMA— con enorme poder fiscal para otorgar préstamos. Naturalmente, cuando los préstamos son para la industria y los negocios, ese poder debe implicar también responsabilidad de nuestra parte. Seguramente entre los criterios para otorgar préstamos deben figurar las reglas de conducta pública de los que solicitan los préstamos. Si una fábrica va a ser financiada no puede estar contaminando. Cuando un nuevo producto va a ser lanzado, tiene que ser un producto seguro. ¿Hasta qué punto puede confiarse en la publicidad de una compañía? Entre una compañía A y otra B, a una de las cuales debemos prestar fondos, ¿cuál tiene mejor informe de no discriminación?

Se inclinó hacia adelante, y miró alrededor de la mesa ovalada, mirando a los ojos de cada uno de los directores, por turno.

—Es verdad que no siempre se hacen estas preguntas, o se actúa sobre ellas, en la actualidad. Pero los bancos principales empiezan a hacérselas como motivo para hacer buenos negocios… ejemplo que el FMA hará bien en imitar. Porque, de la misma manera que la dirección en cualquier empresa puede producir fuertes dividendos, la dirección de un banco también puede recompensar.

»Igualmente importante: es mejor hacer ahora esto libremente que tener que hacerlo forzados por alguna ley posterior.»

Alex hizo una pausa, dio un paso alejándose de la mesa, se dio la vuelta de pronto y preguntó:

—¿En qué otras áreas debe este banco aceptar la responsabilidad corporativa?

»Creo, como Ben Rosselli, que debemos participar en el mejoramiento de la vida en esta ciudad y en este estado. Un medio inmediato es financiar las viviendas a bajo costo, compromiso que ya esta Dirección ha aceptado en los comienzos del Forum East. Tal como están los tiempos, considero que nuestra contribución debería ser mayor.

Lanzó una mirada hacia Roscoe Heyward.

—Naturalmente estoy de acuerdo en que las hipotecas de viviendas no son notablemente beneficiosas. Pero hay maneras de alcanzar excelentes beneficios también en esa inversión.

»Uno de los medios —explicó a los atentos directores— es una expansión decidida y en gran escala del departamento de ahorros del banco.

»Tradicionalmente los fondos para las hipotecas de viviendas se canalizan por los depósitos de ahorros, porque las hipotecas son inversiones a largo plazo, y los ahorros son también estables y a largo tiempo. El beneficio que ganaríamos con el aumento de volumen… sería mucho mayor que nuestro volumen actual de ahorros. De este modo alcanzaríamos tres objetivos: el beneficio, la estabilidad fiscal y una mayor contribución social.

»Hace unos años, los grandes bancos comerciales, como nosotros, desdeñaban los negocios del consumidor, incluidos los pequeños ahorros, como cosas de poca importancia. Después, mientras nosotros dormíamos, las asociaciones de ahorro y préstamo aprovecharon astutamente la oportunidad que habíamos ignorado y se nos adelantaron, de manera que ahora son un competidor importante. Pero todavía, en los ahorros personales, hay oportunidades gigantescas. Es posible que, dentro de una década, los negocios del consumidor hayan excedido los depósitos comerciales de todas partes y que se conviertan en la fuerza monetaria más importante entre las existentes.

Los ahorros —afirmó Alex— eran sólo una de las diversas áreas donde los intereses del FMA podrían progresar de manera sorprendente.

Sin dejar de moverse inquieto mientras hablaba, se refirió a otros departamentos bancarios, describiendo los cambios que proponía. La mayoría de estos cambios figuraban en un informe preparado por Alex Vandervoort, a petición de Ben Rosselli, algunas semanas antes de que el presidente del banco anunciara su próxima muerte. Bajo el peso de los acontecimientos el informe, dentro de lo que Alex sabía, había quedado sin ser leído.

Una recomendación era abrir nuevas sucursales en zonas suburbanas, en todo el estado. Otra eran drásticos cambios en la organización del FMA. Alex proponía contratar a una firma especialista para que aconsejara sobre los cambios necesarios y orientara a la Dirección.

—Nuestra eficacia es menor de lo que debería ser. La máquina está chirriando.

Cerca del fin volvió al tema original:

—Nuestra relación bancaria con la industria debe seguir siendo íntima. Los préstamos industriales y los negocios financieros seguirán siendo pilares de nuestra actividad. Pero no deben ser los únicos pilares. Ni tampoco deben ser abrumadoramente los más grandes. Y no debemos estar preocupados con los grandes negocios hasta el punto de que la importancia de las cuentas pequeñas, incluidas las de los individuos, sufra disminución en nuestras mentes.

»El fundador de este banco lo creó para servir a personas de medios modestos a los cuales les habían sido negadas otras facilidades bancarias. Inevitablemente el propósito del banco y las operaciones se han ampliado en un siglo, pero ni el fundador ni su nieto perdieron nunca de vista sus orígenes, o ignoraron el precepto de que la pequeñez multiplicada puede representar la mayor fuerza de todas.

»Un crecimiento masivo e inmediato en los pequeños ahorros, que pido al banco lo establezca como objetivo, hará honor a esos orígenes, afirmará nuestra fuerza fiscal y… dado el clima de los tiempos, contribuirá al beneficio público, que es también el nuestro.»

Como habían hecho con Heyward, algunos miembros del Directorio aplaudieron cuando Alex se sentó. Algunos aplausos fueron de simple cortesía, comprendió Alex; pero tal vez la mitad de los directores había mostrado más entusiasmo. Comprendió que la elección entre él y Heyward todavía podía tomar para cualquier lado.

—Gracias, Alex —Jerome Patterton miró alrededor de la mesa—. ¿Alguna pregunta, señores?

Las preguntas ocuparon otra media hora, tras lo cual Roscoe Heyward y Alex Vandervoort dejaron juntos la sala. Cada uno volvió a su despacho a esperar la decisión del consejo.

Los directores discutieron el resto de la mañana, pero no lograron ponerse de acuerdo. Después se retiraron a un comedor privado para almorzar, y la discusión continuó durante la comida. El resultado de la reunión no se había decidido todavía cuando un camarero del comedor se acercó silenciosamente a Jerome Patterton, trayendo una bandejita de plata. En la bandeja había un único papel doblado.

El viceconsejero aceptó el papel, lo desdobló y lo leyó. Tras una pausa se puso de pie y esperó a que se acallara la conversación alrededor de la mesa.

—Señores —la voz de Patterton temblaba— lamento tener que informarles que nuestro querido presidente, Ben Rosselli, ha muerto hace diez minutos.

Poco después, por consentimiento mutuo y sin más discusiones, la sala de reuniones fue abandonada.

Capítulo
16

La muerte de Ben Rosselli se publicó internacionalmente en primera plana y algunos periodistas, incipientes, en busca del lugar común más cercano, la calificaron de «fin de una era».

Que lo fuera o no, la desaparición de Rosselli significaba que el último banco importante norteamericano identificado con un solo hombre, había pasado a la tendencia de mediados del siglo XX, que tendía a formar un comité y a tener un control de gerencia contratado. En cuanto a quién iba a encabezar esa dirección contratada, la decisión fue postergada hasta después del entierro de Rosselli, cuando la Dirección del banco iba a reunirse de nuevo.

El entierro tuvo lugar un miércoles, en la segunda semana de diciembre.

Tanto el entierro como el velatorio que lo precedió estuvieron adornados con todos los ritos y el brillo de la Iglesia Católica, adecuada al caballero papal y gran benefactor que fuera Ben Rosselli.

El velatorio de dos días se realizó en la Catedral de San Mateo, muy adecuada ya que Mateo —que había sido un cobrador de impuestos levítico— es considerado como el santo patrón de los bancarios.

Unas dos mil personas, incluido un representante del presidente, el gobernador del estado, embajadores, dirigentes cívicos, empleados bancarios y muchas almas más humildes, desfilaron ante el catafalco y el ataúd abierto.

La mañana del entierro —para no descuidar nada— un arzobispo, un obispo y un monseñor celebraron una misa solemne. Un coro entonó
Dies Irae
y salmodió respuestas a las plegarias con tranquilizador volumen. Dentro de la catedral que estaba repleta, se había reservado una sección cerca del altar para los parientes y amigos de Rosselli. Inmediatamente detrás estaban los directores y los principales funcionarios del First Mercantile American.

Roscoe Heyward, vestido sombríamente de negro, estaba en la primera fila de los deudos, acompañado por su mujer, Beatrice, una dama imperiosa, recia, y su hijo, Elmer. Heyward, que pertenecía a la Iglesia Episcopal, había estudiado de antemano el ceremonial católico, e hizo unas genuflexiones elegantes, antes de sentarse y antes de partir… el hacerlo la última vez fue una especie de meticulosidad que muchos católicos ignoraron.

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