Read Todos juntos y muertos Online
Authors: Charlaine Harris
—¡Conseguiré que alguien me lleve más tarde!
A pesar de que me alegraba ver feliz a Amelia, debía de ser la noche de los recelos, porque no pude evitar preocuparme un poco por ella. Con todo, si alguien era capaz de cuidar de sí misma, era Amelia.
Entramos en la casa lentamente. No comprobé la mente de Quinn, pero la mía estaba entumecida debido al ruido y el clamor de todas las mentes que me habían rodeado, por no hablar de los picos emocionales. Había sido un día largo, y parte del mismo excelente. Mientras recordaba las mejores partes, me sorprendí sonriéndole a Bob. El gran gato se frotó contra mis tobillos, maullando inquisitivamente.
Oh, vaya.
Me sentí en la obligación de explicarle al gato la ausencia de Amelia. Me puse de cuclillas y le acaricié la cabeza. Con una inmensa sensación de estupidez, dije:
—Hola, Bob. Esta noche llegará muy tarde; aún está bailando en la fiesta. ¡Pero no te preocupes, volverá! —El gato me dio la espalda y salió de la habitación. No estaba segura de la proporción humana que se agazapaba en el pequeño cerebro felino de Bob, pero esperaba que se quedara dormido y se olvidara de nuestra extraña conversación.
Justo en ese momento, oí que Quinn me llamaba desde mi dormitorio, así que aparté los pensamientos sobre Bob. Después de todo, era nuestra última noche juntos en, quizá, semanas.
Mientras me lavaba los dientes y la cara, sentí un último destello de preocupación por Jason. Mi hermano había hecho su cama. Esperaba que pudiera dormir cómodamente en ella durante un tiempo. «Es mayorcito», me dije a mí misma una y otra vez, mientras me dirigía a mi habitación con mi camisón más bonito.
Quinn tiró de mí hacia él.
—No te preocupes, nena, no te preocupes…
Desterré a mi hermano y a Bob de mis pensamientos y del dormitorio. Alcé una mano para recorrer el cráneo de Quinn, seguí por la columna y me encantó sentir cómo se estremecía.
Andaba yo más dormida que despierta. Menos mal que conocía cada rincón del Merlotte's como la palma de mi mano, o me habría dado con cada mesa y cada silla. Bostecé ampliamente mientras tomaba nota a Selah Pumphrey. Normalmente, Selah me ponía de los nervios. Llevaba varias semanas saliendo con mi innombrable ex amante; bueno, ya eran meses. Por muy invisible que mi ex se hubiera hecho, nunca conseguiría tragarla a ella.
—¿No has descansado bien, Sookie? —preguntó, con voz afilada.
—Perdona —me disculpé—. Supongo que no. Anoche estuve en la boda de mi hermano. ¿Qué aliño querías para la ensalada?
—Ranchero. —Los grandes ojos negros de Selah me escrutaban como si estuviera a punto de pintarme un retrato. De veras quería saberlo todo sobre la boda de Jason, pero preguntarme sería como ceder terreno al enemigo. Será tonta.
Bien pensado, ¿qué hacía Selah allí? Nunca iba al bar sin Bill. Vivía en Clarice. No es que Clarice estuviese muy lejos; se podía llegar en un cuarto de hora o veinte minutos, a lo sumo. Pero ¿por qué estaría una promotora inmobiliaria de Clarice…? Oh. Debía de estar enseñando alguna casa por aquí. Sí, el cerebro me iba lento ese día.
—Vale, marchando —dije, y me volví para irme.
—Escucha —pidió Selah—. Quiero ser sincera.
Ay, Dios. En mi experiencia, eso quería decir «deja que sea abiertamente malvada».
Me di la vuelta, resuelta a parecer muy irritada, que era como me sentía realmente. No era el mejor día para joderme. Entre mis muchas preocupaciones, estaba el hecho de que Amelia no había vuelto a casa anoche, y cuando subí para buscar a Bob, descubrí que había vomitado en su cama…, lo cual no me habría importado demasiado, pero resultaba que había puesto la colcha de mi bisabuela. Me había tocado a mí limpiar el desastre y poner en remojo la colcha. Quinn se había marchado temprano, y sencillamente me sentía triste por ello. Y luego estaba lo del matrimonio de Jason, todo un potencial para el desastre.
Se me ocurrieron algunas cosas más que añadir a la lista, pero eran suficientes para saber que no estaba pasando por mi mejor momento.
—Estoy trabajando, Selah, no para tener charlas personales contigo.
Omitió mis palabras.
—Sé que vas a hacer un viaje con Bill —dijo—. Estás intentando quitármelo. ¿Cuánto tiempo llevas planeándolo?
Sé que la mandíbula se me había quedado colgando. Era lo que menos me esperaba de ella. El cansancio solía afectar a mi telepatía, al igual que a mi tiempo de reacción y el proceso de mis ideas. Además, subía mis escudos a tope cuando trabajaba, así que no vi venir a Selah. Un estallido de ira me recorrió de parte a parte, haciendo que levantara la mano para darle un bofetón, pero una dura y cálida mano me la agarró y la devolvió a su sitio. Era Sam, y ni siquiera le había visto llegar. Al parecer, me lo estaba perdiendo todo ese día.
—Señorita Pumphrey, me temo que hoy tendrá que almorzar en otra parte —señaló Sam, tranquilamente. Por supuesto, todo el mundo estaba mirando. Pude sentir como todas las mentes se ponían en alerta ante los potenciales futuros cotilleos mientras las miradas absorbían cada matiz de la escena. Pude sentir cómo se me sonrojaba la cara.
—Tengo derecho a comer aquí —dijo Selah, con voz alta y arrogante. Fue un gran error. En un abrir y cerrar de ojos, las simpatías de los parroquianos se decantaron de mi lado. Pude sentir cómo sus oleadas se me echaban encima. Abrí los ojos de par en par y adopté un aspecto triste, como el de esos crios de ojos anormalmente grandes de las horribles pinturas de gente sin hogar. Parecer patética no era para tanto. Sam puso un brazo sobre mí, como si fuese una niña herida y miró a Selah con una expresión de honda decepción por su comportamiento.
—Y yo tengo derecho a pedirte que te vayas —contestó—. No tolero que insultes a mi personal.
Selah nunca era grosera con Arlene, Holly o Danielle. Apenas sabía de su existencia, ya que era de ese tipo de personas que nunca miran a quienes les sirven. Nunca se había podido quitar de la cabeza que Bill había salido conmigo antes de conocerla a ella, entendiendo «salir» como un eufemismo para «follar frecuente y afanadamente con alguien».
El cuerpo de Selah se estremeció de rabia mientras se levantaba y arrojaba la servilleta al suelo. Lo hizo de forma tan abrupta que habría tirado la silla al suelo si Dawson, un licántropo tan fuerte como una roca que llevaba un negocio de reparación de motocicletas, no la hubiera cogido con una mano. Selah aferró su bolso para dirigirse a la puerta, evitando chocarse por los pelos con mi amiga Tara, que entraba en ese momento.
Dawson estaba de lo más entretenido con la escena.
—Y todo eso por un vampiro —observó—. Esas cosas de sangre fría tienen que tener algo para que dos mujeres bonitas se enfaden así.
—¿Y quién está enfadada? —dije, sonriente y bien erguida para demostrarle a Sam que no estaba para nada desconcertada. No creo que llegara a engañarle, ya que Sam me conoce muy bien, pero cogió la intención y volvió detrás de la barra. Los murmullos de la jugosa conversación a la que había dado lugar el enfrentamiento aumentaron desde los parroquianos que estaban comiendo. Me dirigí hacia la mesa donde había tomado asiento Tara. La acompañaba J.B. du Rone.
—Tienes buen aspecto, J.B. —comenté, alegre, sacando los menús de la caja de servilletas con el salero y el pimentero, y entregándoles uno a cada uno. Me temblaban las manos, pero no creo que se dieran cuenta.
J.B. me sonrió.
—Gracias, Sookie —dijo, con su agradable voz de barítono. Era muy guapo, pero andaba muy corto de inteligencia. Sin embargo, eso le otorgaba una encantadora sencillez. Tara y yo habíamos cuidado de él en la escuela, ya que, una vez que otros compañeros menos guapos observaron y enfilaron esa sencillez, J.B. lo pasó bastante mal… sobre todo en el instituto. Dado que Tara y yo también contábamos con serias manchas en nuestros expedientes de popularidad, tratamos de protegerlo tanto como pudimos. A cambio, J.B. me invitó a un par de bailes a los que me apetecía mucho asistir, y su familia le facilitó a Tara un lugar donde quedarse cuando la mía no pudo.
Tara se había acostado con él en algún punto de aquel doloroso camino. Yo no. Pero no parecía afectar a la relación de ninguno.
—J.B. tiene trabajo nuevo —comentó Tara, sonriente y con un aire de autosatisfacción. Así que ésa era la razón por la que habían venido. Nuestra relación había pasado por algunas tiranteces durante los últimos meses, pero sabía que querría compartir su orgullo después de haber hecho algo bueno por J.B.
Eran muy buenas noticias. Y me ayudó a no pensar en Selah Pumphrey y su momento rabioso.
—¿Dónde? —le pregunté a J.B., que contemplaba el menú como si fuese la primera vez que lo veía.
—En el gimnasio de Clarice —dijo. Levantó la mirada y sonrió—. Dos días a la semana me tengo que sentar en un mostrador con esto puesto. —Hizo un gesto con la mano para resaltar su polo, limpio y ajustado, marrón con rayas borgoña, y sus pantalones igual de ajustados—. Recibo a los miembros, hago saludables estiramientos, limpio el material y dispongo las toallas. Tres días a la semana me pongo el chándal y entreno con las señoras.
—Suena genial —afirmé, fascinada por la perfección del trabajo ante la limitación de las cualificaciones de J.B. Era adorable; impresionantes músculos, cara bonita, dientes blancos y rectos. Sin duda, era un anuncio para cualquier gimnasio. También era un tipo de buen corazón y muy limpio.
Tara se me quedó mirando, aguardando su merecido elogio.
—Buen trabajo —le dije, y chocamos los cinco.
—Bueno, Sookie, lo único que falta para que la vida sea perfecta es que me llames alguna noche —dijo J.B. Nadie era capaz de proyectar una lujuria tan sencilla y absoluta como él.
—Muchas gracias, J.B., pero ahora estoy saliendo con alguien —respondí, sin molestarme en bajar la voz. Tras la pequeña exhibición de Selah, sentía la necesidad de presumir un poco.
—Ohh, ¿ese Quinn? —preguntó Tara. Puede que le hubiese hablado de él un par de veces. Asentí, y volvimos a chocar los cinco—. ¿Está en la ciudad? —interrogó, bajando la voz.
—Se marchó esta mañana —respondí, con el mismo tono de discreción.
—Yo quiero la hamburguesa mexicana con queso —dijo J.B.
—Pues te traeré una —contesté, y cuando Tara pidió lo suyo, me dirigí hacia la cocina. No sólo me alegraba mucho por J.B., sino que parecía que Tara y yo habíamos solucionado nuestras diferencias. Necesitaba un toque positivo en mi día, y lo había recibido.
Cuando llegué a casa con un par de bolsas de la compra, Amelia había vuelto y mi cocina brillaba como si fuese una de exposición. Cuando se aburría o se sentía estresada, a Amelia le daba por limpiar, lo cual era una maravillosa costumbre en una compañera de piso, sobre todo cuando no estás acostumbrada a tener una. Me gusta la limpieza, y de vez en cuando me da por limpiar de arriba abajo, pero en comparación con Amelia no era más que una aficionada.
Miré las ventanas impolutas.
—Te sientes culpable, ¿eh? —dije.
Amelia dejó caer los hombros. Estaba sentada a la mesa de la cocina con una taza humeante de uno de sus extraños tés.
—Sí —respondió, abatidamente—. Vi que la colcha estaba en la lavadora. He limpiado la mancha y la he tendido en la cuerda de atrás.
Como me había dado cuenta de ello al entrar, me limité a asentir.
—La represalia de Bob —dije.
—Ya.
Abrí la boca para preguntarle con quién había pasado la noche, pero me di cuenta de que no era asunto mío. Además, a pesar de encontrarme muy cansada, Amelia emitía pensamientos como nadie, y en segundos supe que había estado con el primero de Calvin, Derrick, y el sexo no había sido nada del otro mundo. Y las sábanas de Derrick estaban muy sucias, lo cual había sacado de quicio a Amelia. Y, por si fuera poco, cuando se despertó, Derrick dejó claro que el pasar una noche juntos los convertía en pareja. A Amelia le costó lo suyo para que Derrick la acercara a casa en su coche. Estaba empecinado en que se quedara con él en Hotshot.
—Flipada, ¿eh? —comenté, metiendo la carne de hamburguesa en la nevera. Esa semana me tocaba cocinar a mí, e iba a hacer filetes de carne picada, patatas asadas y judías verdes.
Amelia asintió, elevando la taza para tomar un sorbo. Se trataba de un remedio casero para la resaca que había pergeñado, y se estremeció al experimentarlo en sí misma.
—Pues sí. Los tíos de Hotshot son un poco raros —afirmó—. Algunos. —Amelia sintonizaba mejor que nadie con mi telepatía. Dada su naturaleza sincera y abierta (a veces demasiado), supongo que nunca sintió la necesidad de ocultar ningún secreto.
—¿Qué vas a hacer? —le pregunté, sentándome frente a ella.
—Verás, no hacía mucho que salía con Bob —dijo, saltando al meollo de la conversación sin molestarse en preliminares. Sabía que la comprendía—. Sólo estuvimos juntos esa noche. Créeme, fue genial. Me caló hondo. Por eso empezamos a… eh, experimentar.
Asentí, tratando de parecer comprensiva. Por mí, los experimentos estaban bien; lamer donde nunca lo habías hecho antes, o probar esa postura que acaba provocándote un calambre en el muslo. Cosas así. Pero nada que implicase convertir a tu amante en un animal. Nunca conseguí aunar los ánimos suficientes para preguntarle a Amelia cuál había sido el objetivo, y era una cosa que su cerebro no proyectaba.
—Supongo que te gustan los gatos —dije, siguiendo mi proceso mental hasta la conclusión más lógica—. Quiero decir, que Bob es un gato. Uno pequeño. Y, luego, de entre todos los tíos disponibles que hubieran alucinado por pasar una noche contigo, escogiste a Derrick.
—¿Oh? —saltó Amelia, poniéndose tiesa. Trató de sonar casual—. ¿Más de uno?
Amelia tenía la tendencia a pensar muy bien de sí misma como bruja, pero no tanto como mujer.
—Uno o dos —dije, esforzándome por no reírme. Bob entró en la cocina y se rozó con mis piernas, ronroneando sonoramente. No pudo haber sido más explícito, pues rodeó a Amelia como si se tratara de un montón de excrementos de perro.
Amelia lanzó un profundo suspiro.
—Escucha, Bob, tienes que perdonarme —le suplicó al gato—. Lo siento. Simplemente me dejé llevar. Una boda, unas cuantas cervezas, bailar en la calle, un tipo exótico… Lo siento. De verdad. Lo siento horrores. ¿Qué tal si te prometo celibato hasta que encontremos una forma de devolverte a tu forma?
Aquello suponía un gran sacrificio por parte de Amelia, como sabría cualquiera que se hubiese pasado un par de semanas (y más) leyéndole la mente. Era una chica muy saludable y una mujer muy directa. También era muy variopinta en cuanto a sus gustos.