Todos juntos y muertos (4 page)

Read Todos juntos y muertos Online

Authors: Charlaine Harris

BOOK: Todos juntos y muertos
11.63Mb size Format: txt, pdf, ePub

Conocía a todas las participantes en la despedida, por supuesto. Bon Temps no es un lugar precisamente grande, y mi familia lleva casi dos siglos viviendo aquí. Pero una cosa es saber a quién tienes delante y otra estar cómoda, así que me alegré de recibir la tarea de tomar nota de los regalos. Marcia Albanese era más aguda de lo que jamás habría pensado.

Sin duda estaba aprendiendo un montón. Aunque me esforzaba por no escuchar con mi mente, y mi pequeño trabajo me ayudaba en ello, empezaba a sufrir cierta saturación mental.

Para Halleigh era como tocar el cielo. Le estaban haciendo regalos, era el centro de atención y se iba a casar con un tipo genial. No estaba segura de que conociese muy bien a su novio, pero estaba deseosa de creer que Andy gozaba de aspectos maravillosos de los que yo nunca había sabido u oído hablar. Tenía más imaginación que el típico hombre de clase media de Bon Temps; eso lo sabía. Y también tenía miedos y ánhelos que enterraba profundamente; eso también lo sabía.

La madre de Halleigh había venido desde Mandeville para participar en la despedida, como no podía ser menos, y estaba invirtiendo sus mejores sonrisas para apoyarla. Pensé que yo era la única que se había dado cuenta de que la madre de Halleigh detestaba las multitudes, incluso las diminutas como ésa. Cada instante que pasaba sentada en el salón de Marcia resultaba una cruz para Linette Robinson. En ese preciso momento, mientras se reía ante otra de las agudezas de Elmer Claire, deseaba con todas sus fuerzas estar en casa con un buen libro y un vaso de té helado.

Empecé a susurrarle que todo acabaría en (eché una mirada a mi reloj) una hora, hora y cuarto a lo sumo, pero recordé que eso la machacaría más de lo que ya estaba. Anoté los «Paños de Selah Pumphrey» y permanecí sentada en equilibrio a la espera del siguiente regalo. Selah Pumphrey pretendía que yo reaccionara de forma exagerada cuando apareció en la puerta, ya que ella era quien estaba saliendo con el vampiro del que yo había abjurado. Selah se pasaba la vida imaginando que saltaría sobre ella y le zurraría en la cabeza. Tenía una opinión muy pobre de mí, y eso que no me conocía en absoluto. Sencillamente no asimilaba que el vampiro en cuestión estaba fuera de mis intereses. Di por sentado que la habían invitado porque era la agente inmobiliaria de Halleigh y Andy cuando se compraron su casita.

«Tara Thornton; conjunto íntimo», anoté y le sonreí a mi amiga Tara, que había escogido el regalo para Halleigh de las existencias de su tienda de ropa. Claro que Elmer Claire tuvo mucho que decir acerca del conjunto, y todas pasamos un buen rato (al menos de cara para fuera). Algunas de las presentes no se sentían cómodas con el dilatado sentido del humor de Elmer Claire, llegando a pensar unas cuantas que su marido tenía mucho que aguantar, mientras que otras deseaban sencillamente que cerrase el pico. Ese grupo lo comprendíamos Linette Robinson, Halleigh y yo.

El director de la escuela donde enseñaba Halleigh había regalado a la pareja unos salvamanteles individuales muy bonitos, y el adjunto a la dirección se había encargado de aportar unas servilletas a juego. Apunté los regalos y añadí más papel de regalo a la bolsa de basura que tenía al lado.

—Gracias, Sookie —dijo Halleigh en voz baja, mientras Elmer Claire contaba otra historia sobre algo que había pasado en su boda y que tenía que ver con el pollo y el padrino—. De veras aprecio tu ayuda.

—No es para tanto —respondí, sorprendida.

—Andy me dijo que te pidió que escondieras el anillo de compromiso cuando se me declaró —añadió, sonriente—. Y no es la primera vez que me echas una mano. —Así que Andy le había contado todo lo demás acerca de mí.

—No es nada —dije, algo azorada.

Lanzó una mirada de reojo hacia Selah Pumphrey, que estaba sentada a dos sillas plegables.

—¿Sigues saliendo con ese hombre tan guapo al que vi en tu casa? —preguntó, elevando el tono un par de grados—. Ese tío de pelo negro tan estupendo.

Halleigh vio a Claude cuando me llevó a mi alojamiento temporal en la ciudad. Claude era el hermano de Claudine, mi hada madrina. Sí, la verdad. Claude estaba como un tren, y podía ser todo un encanto (con las mujeres) durante sesenta segundos seguidos. Hizo el esfuerzo cuando conoció a Halleigh, y no pude sino estar agradecida, al notar que los oídos de Selah habían captado la conversación como los de una zorra.

—Lo vi hace cosa de tres semanas —contesté, pensativa—. Pero ahora no estamos juntos. —Lo cierto es que nunca lo hemos estado, porque la idea que tenía Claude de una cita ideal implicaba tener barba y estar dotado de un modo que yo nunca podría. Pero no era necesario que lo supiera todo el mundo, ¿no?—. Estoy con otra persona —añadí con modestia.

—¿Ah, sí? —saltó Halleigh, con inocente interés. Esa chica cada vez me caía mejor (tenía cuatro años menos que yo).

—Sí —agregué—. Un asesor de Memphis.

—Pues vas a tener que traerlo a la boda —dijo Halleigh—. ¿No sería maravilloso, Portia?

Ésa era un caso aparte. Portia Bellefleur, hermana de Andy y la otra novia de la potencial boda doble de los Bellefleur, me pidió en su momento que asistiera al evento para servir las bebidas, junto con mi jefe, Sam Merlotte. Ahora estaba en un aprieto, porque ella nunca me habría invitado más que en calidad de camarera (evidentemente, no me habían invitado a ninguna despedida en su honor). Miré a Portia con aire inocente y lleno de felicidad.

—Claro —expresó Portia con suavidad. De algo le había servido hacer la carrera de Derecho—. Nos encantaría que trajeras a tu novio.

Me alegré al imaginar a Quinn convirtiéndose en tigre durante la recepción. Dediqué a Portia una sonrisa de lo más luminosa.

—Veré si puede acompañarme —asentí.

—Eh, chicas —dijo Elmer Claire—, me ha dicho un pajarito que anotara lo que decía Halleigh mientras abría los regalos porque, ya sabéis, ¡es lo que se dice durante la noche de bodas! —añadió, agitando un bloc de notas.

Todas guardaron silencio, sumidas en una feliz expectación. O quizá era pavor.

—Esto es lo primero que exclamó Halleigh: «¡Oh, qué envoltorio más bonito!». —Hubo un coro de risitas sociales—. Luego dijo, veamos: «Eso me vale, ¡apenas puedo esperar!». —Más risitas—. Y después: «¡Oh, necesitaba uno de ésos!». —Estallido de hilaridad.

Después de aquello, llegó la hora de la tarta, el ponche, los cacahuetes y la bola de queso. Todas volvimos a nuestros asientos, llevando con cuidado platos y vasos, cuando Maxine, la amiga de mi abuela, inició un nuevo tema de conversación.

—¿Qué tal tu nueva amiga, Sookie? —preguntó Maxine Fortenberry. Estaba justo al otro lado de la habitación, pero no tenía ningún problema en hablar en voz alta. En el otoño de su cincuentena, Maxine era corpulenta y saludable. Había sido como una segunda madre para mi hermano Jason, cuyo mejor amigo era Hoyt—. La chica de Nueva Orleans.

—Amelia está muy bien. —Miré nerviosamente, demasiado consciente de que era el nuevo centro de atención.

—¿Es verdad que perdió su casa en las inundaciones?

—El inquilino informó que había sufrido algunos daños, así que Amelia está esperando noticias del seguro. Luego decidirá qué hacer.

—Menos mal que estaba aquí contigo cuando pasó el huracán —dijo Maxine.

Supuse que la pobre Amelia habría escuchado eso mismo un millar de veces desde agosto. Creo que estaba cansada de tratar de sentirse afortunada.

—Oh, sí —asentí alegremente—, tuvo suerte.

La llegada de Amelia Broadway a Bon Temps había sido objeto de no pocos cotilleos. Es lo normal.

—Entonces, ¿Amelia se quedará contigo por el momento? —preguntó Halleigh, servicialmente.

—Pasará un tiempo conmigo, sí —dije, sonriente.

—Es muy amable por tu parte —lo aprobó Marcia Albanese.

—Oh, Marcia, ya sabes que tengo todo el piso de arriba, que no lo uso para nada. De hecho, lo ha arreglado ella; hizo que le instalaran un aparato de aire acondicionado, así que estamos mucho mejor. No me viene nada mal.

—Aun así, a mucha gente no le gustaría tener inquilinos durante tanto tiempo. Supongo que debería acoger a una de esas pobres almas que hay en el Days Inn, pero es que no soy capaz de meter extraños en mi casa.

—A mí me gusta la compañía —dije, lo cual era en gran parte cierto.

—¿Ha vuelto a ver cómo está su casa?

—Ah, sólo una vez. —Amelia tuvo que entrar y salir de Nueva Orleans muy deprisa para que ninguna de sus amigas brujas pudiera rastrearla. Amelia no pasaba por su mejor momento con la comunidad de brujas del Big Easy.

—Lo que está claro es que adora a ese gato suyo —dijo Elmer Claire—. Había llevado a su minino al veterinario el otro día, cuando iba yo con Powderpuff—se refería a su gato persa blanco, y que tenía más años que Matusalén—. Le pregunté por qué no lo castraba y ella le tapó las orejas al gato como si pudiera comprenderme. Me pidió que no hablara de esas cosas delante de Bob, como si fuese una persona.

—Bob le gusta mucho —dije, al borde de la risa ante la idea de que un veterinario castrara a Bob.

—¿Cómo conociste a esa Amelia? —preguntó Maxine.

—¿Os acordáis de mi prima Hadley?

Todas asintieron, salvo Halleigh y su madre.

—Pues bien, Hadley vivía en Nueva Orleans, y le alquiló el piso de arriba a Amelia —expliqué—. Cuando Hadley murió —todas volvieron a asentir con grave solemnidad—, fui a la ciudad a encargarme de sus cosas. Allí la conocí. Nos hicimos amigas y decidió visitar Bon Temps durante un tiempo.

Todas las señoras presentes me miraron con gran expectación, como si ardieran en deseos de escuchar lo que fuera a venir a continuación. Porque tenía que haber más explicaciones, ¿verdad?

Y tanto que había más que contar, pero no pensaba que fueran a estar listas para escuchar que Amelia, tras una noche de gran pasión, había convertido a Bob en gato durante un experimento sexual. Nunca le pedí que me describiera las circunstancias, ya que no me apetecía en absoluto tener una idea visual de lo que pasó. Pero allí estaban todas, aguardando una porción explicativa más. La que fuese.

—Amelia rompió con su novio por las malas —proseguí, manteniendo el tono bajo y confidencial.

Las expresiones de todas ellas se volvieron brillantes y simpatizantes.

—Era un misionero mormón —les dije. Bueno, Bob sí que tenía aspecto de uno, con sus pantalones negros y su camisa blanca de mangas cortas. Incluso había llegado a la casa de Amelia en bicicleta. Era un brujo, como Amelia—. Pero llamó a su puerta y los dos se enamoraron a primera vista. —Lo cierto es que lo primero que hicieron fue acostarse, pero ya se sabe…, es lo mismo a efectos del relato.

—¿Lo sabían sus padres?

—¿Lo descubrió su Iglesia?

—¿No es verdad que pueden tener más de una mujer?

Las preguntas se agolparon a demasiada velocidad como para lidiar con ellas, así que esperé a que las asistentes recuperaran su compostura más pasiva. No estaba acostumbrada a inventarme historias, y me estaba quedando sin base de verdad para seguir adelante con el relato.

—La verdad es que no sé mucho sobre la Iglesia mormona —respondí a la última pregunta, y era la pura verdad—, aunque creo que los mormones modernos pueden tener más de una mujer. Pero lo que les pasó a ellos es que sus familiares lo descubrieron y entraron en cólera porque no creían que Amelia fuese lo suficientemente buena para su chico, así que lo agarraron y se lo llevaron a casa. Por esa razón ella quiso abandonar Nueva Orleans y cambiar de aires, olvidarse del pasado y todo eso, ya sabéis.

Todas asintieron, profundamente fascinadas por el drama de Amelia. Sentí una punzada de culpabilidad. Durante un par de minutos, todas emitieron sus opiniones acerca de la triste historia. Maxine Fortenberry lo resumió todo.

—Pobrecilla—dijo—. El chico debió de hacerles frente.

Le pasé a Halleigh otro regalo para que lo abriera.

—Halleigh, sabes que eso no te va a pasar —dije, desviando la conversación a un tema más adecuado—. Andy está loco por ti, cualquiera puede verlo.

Halleigh se sonrojó, y su madre añadió:

—Todas queremos a Andy. —Y la despedida volvió a su cauce. La conversación pasó de la boda a los almuerzos que cada iglesia cocinaría por turnos para los evacuados. A la noche siguiente les tocaba a los católicos, y Maxine parecía aliviada cuando dijo que el número de comensales se había reducido en veinticinco.

Más tarde, mientras conducía hacia casa, me sentí un poco reventada por la falta de costumbre social. También me enfrenté a la perspectiva de contarle a Amelia su nueva historia inventada. Pero cuando vi la ranchera aparcada en mi jardín, todos esos pensamientos se evaporaron de mi cabeza.

Quinn estaba allí; Quinn, el hombre tigre, que se ganaba la vida organizando y produciendo eventos sociales para el mundo sobrenatural; Quinn, mi chico. Aparqué en la parte de atrás y prácticamente salté fuera del coche después de lanzar una ansiosa mirada al retrovisor para asegurarme de que mi maquillaje estaba bien.

Quinn salió a la carrera por la puerta de atrás mientras yo subía los peldaños, y me lancé sobre él de un salto. Me cogió y empezó a dar vueltas. Cuando me posó en el suelo, sus labios estaban pegados a los míos, sus manos enmarcando mi cara.

—Estás preciosa —dijo, separándose para tomar aire. Un instante después, suspiró—. Hueles de maravilla. —Y reanudó el beso.

Finalmente, pudimos concluirlo.

—¡Hace una eternidad que no te veo! —exclamé—. ¡Cómo me alegro de que estés aquí! —Hacía semanas que no veía a Quinn, y sólo había estado con él fugazmente cuando pasó por Shreveport de camino a Florida con una carga de accesorios para la fiesta de mayoría de edad de la hija del líder de la manada.

—Te he echado de menos, nena —dijo, mostrando sus resplandecientes dientes blancos. Su cráneo rapado brillaba bajo la luz del sol, que picaba especialmente en esas últimas horas de la tarde—. He podido charlar un poco con tu compañera mientras estabas en la despedida. ¿Cómo ha ido?

—Pues lo típico. Muchos regalos y mucho cotilleo. Es la segunda despedida a la que asisto para la misma chica, y además les he regalado una fuente por la boda, así que están contentas.

—¿Se puede celebrar más de una despedida por la misma persona?

—En una ciudad tan pequeña como ésta, sí. Y eso que hubo otra cena despedida en Mandeville durante el verano. Así que creo que Andy y Halleigh van bien servidos.

Other books

Pretty Polly by M.C. Beaton
Kafka on the Shore by Haruki Murakami
A Mask for the Toff by John Creasey
No Way Out by Samantha Hayes
Material Girl by Louise Kean
Sapphire: A Paranormal Romance by Alaspa, Bryan W.
On The Origin Of Species by Charles Darwin
The Harrows of Spring by James Howard Kunstler
Diary of a Chav by Grace Dent