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BOOK: Título
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Los demás habían vuelto en parejas y, en su mayor parte, habían intentado evitarle. Lujayne Forge y Andoorni Hui habían sido las primeras en regresar. Cuando Corran vio aproximarse sus naves, su sonrisa se volvió aún más ancha. Sabía que había superado con creces cualquier puntuación que hubieran podido obtener. «Son buenos pilotos, pero realmente he estado volando al máximo de mis capacidades. Hoy nadie podía tocarme».

Andoorni había permanecido en silencio, posiblemente sumida en la melancolía o la reflexión…, pero ¿quién podía saberlo con una rodiana? Lujayne había estado a punto de pedirle disculpas.

—He obtenido una puntuación de tres mil trescientos, Corran. Andoorni ha obtenido tres mil setecientos cincuenta puntos.

—¿Qué?

Lujayne titubeó, recogiendo un mechón de cabellos castaños detrás de su oreja izquierda.

—Sencillamente era nuestro día de volar bien. Nos inspiraste, de veras…

—Fuiste una auténtica inspiración, Horn.

Las orejas de la rodiana rotaron hacia él, y luego volvieron a su posición original cuando Andoorni se alejó.

Lujayne le sonrió afablemente.

—¿Quieres ir a Horas Bajas y comer algo?

El tono de su voz sugería de una manera muy obvia que Corran quizá quisiera aceptar su oferta para ahorrarse el tener que soportar lo que estaba a punto de caer sobre él.

Pero a pesar de la advertencia no pronunciada en voz alta. Corran había meneado la cabeza.

—Gracias. Puede que te vea en la cafetería más tarde.

Corran siguió esperando a que el resto del escuadrón volviera del entrenamiento. Pesh Vri'syk y Ooryl regresaron juntos. El bothano de rojizo pelaje dio grandes muestras de deleite al poder notificar una puntuación de 4.200. El gandiano no abrió la boca en todo el rato, y cuando por fin habló se limitó a decir:

—Qrygg se anotó cuatro mil cincuenta puntos.

Esa respuesta le indicó a Corran que estaba ocurriendo algo muy extraño. Al volver a referirse a sí mismo utilizando su apellido Ooryl había demostrado que se avergonzaba de su puntuación, pero Corran sabía que en realidad hubiese debido estar radiante. El hecho de que resultara evidente que Ooryl no quería hablar con Corran, y que sólo aceptara hacerlo después de que Corran insistiera, significaba que el motivo de la vergüenza de Ooryl, fuera el que fuese, tenía algo que ver con el corelliano.

Los otros pilotos no dijeron gran cosa y se limitaron a comunicar sus puntuaciones. Todos habían obtenido mejores resultados que Corran, y la mayoría le habían superado en más de 1.000 puntos. A Corran eso le parecía totalmente imposible. Sabía que había recorrido aquel trayecto de entrenamiento todo lo bien que podía llegar a hacerlo. «En ejercicios subsiguientes quizá consiguiera obtener esa clase de puntuaciones, pero nunca la primera vez. Eso no es posible. A menos que…».

Corran echó a correr hacia la toma de energía a la que se había conectado Silbador.

—Al principio de nuestra trayectoria estableciste una conexión de comunicaciones con alguien, Silbador. ¿Con quién estuviste en contacto?

El proyector holográfico del androide empezó a brillar. Una imagen en miniatura de Wedge Antilles flotó entre ellos.

—Le enviaste los datos de mis sensores, ¿verdad?

Una seca serie de silbidos de reproche siguió a una nota afirmativa.

—Ya sé que no te prohibí que lo hicieras.

Un estridente graznido hizo que Corran torciera el gesto.

—Sí, aprobé tu acción. Pero nunca vuelvas a difundir esa clase de datos sin contar con mi permiso, Silbador.

El pequeño androide emitió un suave trino electrónico, y después pasó a emplear el mismo canturreo que había utilizado para advenir a Corran cuando Loor entró en el despacho del complejo de la Fuerza de Seguridad. El piloto se volvió y vio cómo el Cazador de Cabezas de adiestramiento atravesaba la burbuja de confinamiento magnético, seguido de cerca por el Jefe Rebelde. Ignorando decididamente los quejumbrosos balidos de Silbador, Corran contempló el descenso de la nave.

—Ya va siendo hora de obtener respuesta a algunas preguntas…

Corran sintió un tirón en la pernera de su traje de vuelo cuando la extensión de pinza de Silbador se cerró sobre la tela. El corelliano se apartó, tirando de la tela con la fuerza suficiente para desgarrarla.

—Ya me traicionaste en una ocasión aquí mismo, Silbador, así que no agraves todavía más el problema.

Las melancólicas notas musicales del androide fueron formando una especie de marcha fúnebre mientras Corran iba hacia el ala-X de Wedge. El joven corelliano se inclinó para pasar por debajo del morro y luego se puso firmes cuando Wedge empezó a bajar por la escalerilla. Con un nudo de ira que le oprimía la garganta, Corran saludó al comandante y mantuvo su mano temblorosa pegada a la frente hasta que Wedge le devolvió el saludo.

—¿Quiere hablar conmigo acerca de algo, señor Horn?

—Sí, señor.

Wedge se quitó los guantes.

—¿Y bien?

—¿Me da su permiso para hablar con franqueza, señor?

—Desahóguese, señor Horn.

Las manos de Corran se convinieron en puños.

—Transmitió mis datos de puntería a todos los demás, ¿verdad? Volé todo lo mejor que podía hacerlo e hice ese trayecto todo lo bien que se puede llegar a hacer cuando es la primera vez que lo recorres. Usted les pasó esos datos a los demás, y eso significa que los demás llevaron a cabo su recorrido basándose en las cosas que yo había hecho. Les proporcionó mi puntuación para que les sirviera como base, y ellos la utilizaron como tal.

Los ojos castaños de Wedge sostuvieron la mirada de Corran sin la más mínima vacilación.

—¿Y…?

—Que no es justo, señor. Soy uno de los mejores pilotos de este escuadrón, pero parece como si fuese el peor. Los otros parecen mejores, pero no lo son. Me han robado.

—Comprendo. ¿Ha terminado?

—No.

—Bien, pues debería…, o puede que esté acabado para siempre ¿Me entiende?

El gélido tono de la voz de Wedge llenó de agujas de hielo las entrañas de Corran.

—Sí, señor.

Wedge señaló el exterior de la base con una inclinación de la cabeza.

—Tiene que examinar el por qué está aquí, señor Horn. Forma parte de un equipo, y debe actuar como parte de él. Si necesito que ataque una trinchera de esa forma y que envíe sus datos a un escuadrón de ala-Y que se esté aproximando, entonces le obligaré a hacerlo. Lo bueno que sea usted no significa nada si el resto de pilotos del escuadrón muere. Quizá sea el mejor piloto del escuadrón, pero el escuadrón sólo es tan bueno como el peor de sus pilotos.

»Hoy los demás han aprendido a utilizar los datos de un vuelo de reconocimiento de tal forma que les ayudaran a atravesar un territorio mortífero. Usted ha aprendido que el mero hecho de que sea un buen piloto no le hace más importante que cualquier otro integrante de este escuadrón. Me complace que mi gente haya aprendido esas lecciones. Si usted no las ha aprendido, estoy seguro de que hay otros escuadrones a los que les encantaría poder utilizar las sobras del Escuadrón Rebelde.

Corran sintió que las mejillas le empezaban a arder, y notó un repentino vuelco en el estómago. «Tiene razón. Ha visto lo mismo que vio Lujayne, y ha encontrado una forma de hacerme entender hasta qué punto puede llegar a ser un problema muy serio. Me he estado comportando como un idiota…».

—Sí, señor —dijo, tragando saliva.

—¿Sí qué, señor Horn?

—Me alegro de aprender lo que he aprendido, señor. Quiero seguir con el escuadrón.

Wedge asintió lentamente.

—Excelente, porque no quiero perderle. Tiene todo lo que se necesita para llegar a ser un gran piloto, pero todavía le falta un poco para alcanzar esa meta. Posee las capacidades que necesita, pero formar parte de este escuadrón requiere algo más que saber volar bien.

El adiestramiento que recibirá será un poco distinto del de los demás, pero su necesidad de aprender es igual de grande que la suya. ¿Lo ha entendido?

Corran asintió.

—Sí, señor. Gracias, señor.

Wedge entregó su casco y sus guantes a un astrotécnico.

—Y sólo para que lo sepa, tiene todo el derecho del mundo a estar furioso. Pero recuerde una cosa: dejarse dominar por esa clase de ira en una batalla supondrá su muerte…, y creo que usted tiene tan pocas ganas de que eso ocurra como yo. —El jefe del escuadrón le saludó marcialmente—. Puede irse, señor Horn.

Corran le devolvió el saludo, giró sobre sus talones y se alejó hacia las profundidades del hangar caminando con pasos mecánicos y envarados. Avanzó por entre los cazas, pasando por encima de los cables de energía y dando rodeos para esquivar las carretillas de las herramientas. Se mantuvo deliberadamente alejado del sitio en el que Silbador se estaba recargando, porque la pequeña unidad R2 había llegado a perfeccionar el silbido de la variedad «Ya te lo había dicho», y Corran sabía que lo había oído con excesiva frecuencia desde la muerte de su padre.

—Señor Horn…

Corran se detuvo y parpadeó para expulsar de su mente las nubes de oscuros recuerdos que amenazaban con invadirla. Su mano se alzó en un rápido saludo.

—Capitán Celchu.

El hombre de ojos azules le devolvió el saludo, y después se cruzó de brazos.

—¿Todavía puede caminar y hablar?

—¿Señor?

—O el comandante Antilles está olvidando el arte de bajarle los humos a los reclutas o… —y los labios de Tycho dibujaron una sonrisa torcida— usted está hecho de un material bastante más resistente de lo que me había imaginado.

9

Los verdes ojos de Corran se entrecerraron.

—Pues yo diría que el comandante no ha sido nada blando conmigo, señor.

Tycho alzó una mano.

—Discúlpeme, señor Horn. Me temo que no he sabido expresarme adecuadamente… Su historial en la Fuerza de Seguridad de Corellia y la forma en que tiende a sobresalir en aquellos escenarios donde puede actuar por su cuenta me han hecho pensar que es usted un solitario. A los solitarios no suele gustarles demasiado que se les obligue a operar formando parte de un equipo.

«Pero yo no soy así… ¿O realmente sí lo soy?». Corran frunció el ceño.

—Puedo trabajar en colaboración con otros, pero sé que cuando las cosas empiezan a ponerse realmente feas entonces sólo puedo confiar en mí mismo. No puedo evitar comportarme de esa manera, porque eso es lo que me ha permitido seguir con vida en situaciones bastante difíciles.

Tycho señaló el pasillo que llevaba hacia las profundidades de la base de Folor, y Corran echó a andar junto a él.

—El problema de esa actitud, Corran, es que mantiene alejados a los demás. Hace que les resulte más difícil ayudarte cuando lo necesitas. Les impide estar seguros de que también los ayudarás cuando llegue el momento en que te necesiten.

—Eh, nunca he abandonado a un compañero en apuros.

—No lo dudo, pero usted define a los «compañeros» utilizando sus propios términos…, y puede que otros no se vean a sí mismos como amigos suyos. —Los labios de Tycho se unieron para formar una rígida línea cargada de tensión—. Es evidente que el estar aquí no le resulta nada fácil, ¿verdad?

«Está llegando a conclusiones injustificadas. Me he adaptado tan bien como cualquier…». Corran volvió la cabeza hacia la derecha para mirar fijamente a Tycho.

—¿Por qué piensa eso, señor?

—Estuvo en la Fuerza de Seguridad de Corellia, y dedicó una gran parte de su tiempo a perseguir a personas que ahora son sus aliados. Esa transición no es algo que se pueda llevar a cabo de la noche a la mañana.

—A usted también ha tenido que resultarle igual de difícil, señor. Fue un piloto imperial.

Tycho tardó unos momentos en replicar y Corran se dio cuenta de que acababa de abrirse una ventana de vulnerabilidad, y también se percató de que había vuelto a cerrarse casi de inmediato. Lo supo con la certeza con la que había sabido que acababa de detectar las mentiras que los sospechosos le contaban durante los interrogatorios. Sintió un deseo casi incontenible de aprovechar aquella brecha, pero el fugaz destello de dolor que vio brillar en los ojos de Tycho se lo impidió.

—Limitémonos a decir que mi situación era muy distinta de la suya, Corran. —El rostro de Tycho se relajó hasta convenirse en una máscara totalmente desprovista de emociones—. Tanto el momento como las circunstancias eran distintos.

Corran oyó el timbre inconfundible de la sinceridad en las palabras de Tycho, y decidió que sería mejor no seguir insistiendo en ese tema. Aquella sinceridad le permitió pensar con más claridad, y se abrió paso a través de muros que ni siquiera se había dado cuenta de que hubiese erigido.

—Quizá tenga razón, señor. Cuando miro a mí alrededor, veo la clase de escondite de contrabandistas que mi padre y yo siempre ardíamos en deseos de aplastar. Me basta con echarle un vistazo a este sitio para saber que tuvo que ser usado por contrabandistas antes de que la Alianza lo convirtiera en una base. Si entonces hubiera sabido lo que sé ahora…

—Hubiese estado todavía más convencido de que la Rebelión no tenía la razón de su parte.

—Sí, supongo que sí. —Corran dejó caer la mano derecha sobre su estómago—. Me acuerdo de que cuando el Imperio emitió las órdenes de búsqueda de Han Solo y Chewbacca yo estaba en la Academia de la Fuerza de Seguridad. Los acusaban del asesinato del Gran Moff Tarkin… Ni una palabra sobre la Estrella de la Muerte, por supuesto. También recuerdo haber pensado que si ya estuviera trabajando con la Fuerza de Seguridad, hubiese capturado a Solo. Pensaba que Han Solo era una mancha en el honor de Corellia.

La sombra de una sonrisa tiró de las comisuras de los labios de Tycho.

—Y sigue pensándolo.

Corran torció el gesto.

—Han Solo transportaba especia de contrabando para un hutt. Tengo entendido que tomó algunas decisiones que hicieron que su vida se convirtiese en un infierno. Puedo entender y aprobar el que liberase esclavos wookies, porque en Corellia no había absolutamente nadie a quien le gustara la esclavitud, pero después de eso llegó a caer bastante bajo.

Tycho asintió.

—Y cuando su vida se desintegró usted no llegó a caer tan bajo, lo cual quiere decir que él no estaba obligado a caer tan bajo.

—Algo por el estilo. —Corran se detuvo cuando iban a entrar en el corredor que los sacaría del hangar—. ¿Eso es lo que piensa de mi opinión, o es lo que piensa de Han Solo en relación con el hecho de que usted abandonara el servicio imperial de la manera en que acabó haciéndolo?

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