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—Ya había pensado en eso, señor, y he hablado del tema con el capitán Celchu. —Wedge empezó a contar puntos con los dedos—. Tycho ha accedido a pilotar un Cazador de Cabezas Z-95 en nuestros ejercicios de adiestramiento, con la potencia del sistema láser reducida hasta tal punto que sólo puedan pintar un objetivo, no dañarlo. También ha accedido a permitir que se instale un artefacto destructor en el caza estelar, de tal manera que si pretende embestir algo o sale de las rutas espaciales que le hayan sido asignadas, pueda ser destruido mediante un control remoto. Cuando no esté volando, también ha aceptado permanecer bajo arresto domiciliario a menos que vaya acompañado por agentes de seguridad de la Alianza o miembros del escuadrón. También ha accedido a someterse a interrogatorios cuando sea necesario, a dejar examinar toda su correspondencia y archivos de ordenador e, incluso, a que escojamos lo que come y el cuándo y dónde lo come.
Salm dio un paso hacia adelante y se detuvo entre Wedge y el almirante de Mon Calamari.
—Todo esto está muy bien, e incluso podría resultar efectivo, pero no podemos permitirnos el lujo de correr semejante riesgo.
Ackbar parpadeó lentamente.
—¿Y el capitán Celchu ha aceptado esas condiciones?
Wedge asintió.
—Celchu no se diferencia en nada de usted, almirante: también es un guerrero. Lo que sabe y lo que puede enseñar ayudará a mantener con vida a los pilotos. El general Salm nunca permitirá que vuelva a participar en un combate, naturalmente.
—Eso puede grabado en transpariacero.
—Lo cual significa que desempeñar las funciones de instructor es su única forma de contribuir al esfuerzo bélico. Tienen que darle esa oportunidad.
Ackbar activó el pequeño comunicador adherido al cuello de su uniforme.
—Teniente Filla, tenga la bondad de localizar al capitán Celchu y acompáñelo hasta mi despacho. —El mon calamariano alzó la mirada hacia Wedge—. ¿Dónde se encuentra ahora?
Wedge clavó los ojos en el escritorio.
—Debería estar en el complejo de simuladores.
—¿Dónde dice que está? —exclamó Salm, mientras su rostro se volvía de color púrpura.
—Le encontrará en el complejo de simuladores, teniente. Tráigalo aquí inmediatamente. —Ackbar desactivó el comunicador—. ¿El complejo de simuladores?
—Horn tenía que pasar por el escenario del
Redención
. Hay muy pocos pilotos que sepan manejar un TIE tan bien como Tycho, por lo que decidí enfrentarlo a Horn.
Los surcos labiales de Ackbar temblaron.
—Me parece que ya se ha tomado ciertas libertades en lo que concierne al capitán Celchu, comandante.
—Sí, señor, pero no he hecho nada que no fuese estrictamente necesario para conseguir que mis pilotos lleguen a saber volar lo mejor posible. Creo que estoy siendo bastante prudente en todo lo que respecta a este asunto.
—¡El curso de acción más prudente, comandante, y eso suponiendo que quisiera proteger al resto de candidatos y no únicamente a los suyos, hubiese sido el de mantener alejado al capitán Celchu de las instalaciones de los simuladores! —Salm cruzó los brazos sobre el pecho—. Quizá sea un héroe de la Nueva República, pero eso no le autoriza a poner en peligro nuestra seguridad.
«Sí, puede que el hacer volar a Tycho hoy haya sido un poquito prematuro…».
—Procuraré no olvidarlo en el futuro, señor —dijo después, bajando la mirada en una actitud de penitente.
Ackbar rompió el incómodo silencio cargado de tensión que siguió a las palabras de Wedge.
—Lo hecho hecho está. Utilizar al capitán Celchu en el escenario habrá aumentado enormemente su grado de dificultad, ¿no?
Wedge asintió, sin poder evitar que una tenue sonrisa volviera a infiltrarse en sus labios.
—Sí, señor…, y eso es justo lo que yo quería conseguir. Horn es realmente bueno, y el trío de pilotos que le han ayudado durante el ejercicio también es bastante bueno. En conjunto, Horn o Bror Jace, el thyferrano, son los mejores pilotos de todo el grupo. Jace es arrogante, lo cual pone muy furioso a Horn y le impulsa a dar el máximo de sí mismo. Horn, por su parte, es impaciente. Eso puede acabar matándole, y la única forma de conseguir que lo entienda es haciendo que alguien le liquide durante los ejercicios. Tycho es capaz de acabar con él.
La puerta del despacho de Ackbar se abrió y una oficial rebelde acompañada por un piloto vestido con un traje de vuelo negro cruzó el umbral.
—El capitán Celchu, almirante.
Tycho se puso firmes.
—Me presento tal como se me ha ordenado, señor.
—Descanse, señor Celchu.
Wedge le dirigió una sonrisa tranquilizadora a Tycho, que era un poco más alto que él.
El almirante se levantó de su sillón.
—Puede irse, teniente. —El mon calamariano esperó a que la puerta se hubiese cerrado detrás de su ayudante, y después señaló a Wedge con una inclinación de la cabeza—. Capitán Celchu, el comandante Antilles me ha dicho que usted ha aceptado un número notablemente elevado de restricciones referentes a su persona y sus actividades. ¿Es cierto eso?
Tycho asintió.
—Sí, señor, lo es.
—¿Es consciente de que pilotará una bomba indefensa, y que carecerá de libertad y de intimidad?
—Sí, señor.
El mon calamariano cerró la boca durante un momento y después contempló en silencio al piloto de ojos azules.
—No se le tratará mejor de lo que se me trataba a mí cuando fui esclavo del Gran Moff Tarkin. De hecho, se le tratará todavía peor, porque el general Salm, aquí presente, cree que usted constituye una amenaza para la Nueva República. ¿Por qué ha aceptado semejante tratamiento?
Tycho se encogió de hombros.
—Porque es mí deber, señor. Decidí unirme a la Rebelión. Escogí helarme en Hoth. Seguí órdenes y ataqué una Estrella de la Muerte. Me ofrecí voluntario para la misión que me metió en todos aquellos líos. Hice todas esas cosas porque eran lo que había aceptado hacer cuando me uní a los rebeldes. —Bajó la mirada—. Además, incluso lo peor que ustedes puedan llegar a hacerme siempre será preferible a la cautividad imperial.
Salm, el sudor reluciendo en su calva cabeza, señaló a Tycho con un dedo.
—Todo esto es muy noble, almirante, pero ¿acaso esperaríamos algo menos de alguien en su posición?
—No, general, y tampoco esperaríamos menos de un noble hijo de Alderaan. —El mon calamariano cogió el cuaderno de datos que había encima de su escritorio—. Voy a firmar unas órdenes para que el capitán Celchu sea nombrado Oficial Ejecutivo del Escuadrón Rebelde, y para que Gavin Darklighter entre a formar parte de él.
Wedge vio ensombrecerse la expresión de Salm, por lo que reprimió la sonrisa que estaba a punto de acudir a sus labios. Aun así, no pudo evitar guiñarle el ojo a Tycho. «Dos vuelos, dos victorias…».
Ackbar echó un vistazo a la pantalla de su cuaderno de datos y después volvió a levantar la mirada hacia ellos.
—Comandante Antilles, espero ser informado acerca de cualquier irregularidad o problema relacionado con su unidad o su personal.
Un androide de protocolo militar M-3PO ha sido asignado a su despacho para ayudarle a redactar los informes. Utilícelo.
El corelliano puso los ojos en blanco.
—Como desee, señor, pero pienso que ese androide podría ser más útil en otros lugares.
—Estoy seguro de que eso es exactamente lo que piensa, comandante, pero ese tipo de decisiones son tomadas por aquellos de nosotros que no hemos rechazado una y otra vez los ascensos.
Wedge alzó las manos.
—Sí, señor.
«Me rindo, almirante —pensó—, pero no ha conseguido engañarme. Le gusta tomar parte en las batallas tanto como a mí, pero usted trabaja con los grandes navíos mientras que yo prefiero las naves veloces».
—Excelente. Me alegro de que nos entendamos el uno al otro. —Ackbar señaló la puerta con una inclinación de la cabeza—. Pueden irse. Supongo que los dos tendrán cosas que celebrar.
—Sí, señor.
—Un último asunto…
Wedge alzó los ojos y vio que Tycho giraba sobre sus talones para mirar al almirante.
—¿Señor? —preguntaron los dos a coro.
—¿Qué opinión le han merecido los pilotos que pasaron por el escenario del
Redención
?
Wedge miró a su OE.
—¿Consiguió acabar con Horn?
Tycho se ruborizó.
—Oh, logré darle…, pero no conseguí dejarle tan acabado como me hubiese gustado. Almirante —añadió, sonriendo orgullosamente—, si los pilotos contra los que he volado pueden considerarse representativos del resto de las personas con las que tendré que trabajar, entonces el Escuadrón Rebelde debería estar en condiciones de operar dentro de un par de meses…, y no tardará mucho más en convertirse en el azote del Imperio.
Kirtan Loor estaba internando evitar que una sonrisita de satisfacción echara a perder la expresión ceñuda e impasible que tanto se había esforzado por conseguir. Quería tener un aspecto implacable y, además, necesitaba serlo.
Temía que fracasaría en ambos aspectos, pero le echaba la culpa a su impaciencia por enfrentarse con una vieja némesis a la que por fin se le había hecho morder el polvo. Lo que había sido una mancha en su historial no tardaría en desaparecer. Y, lo que era todavía más importante, quienes se rieron de él y le ridiculizaron descubrirían que le habían subestimado…, y que al hacerlo habían causado su propia perdición.
Kirtan mantuvo la cabeza erguida mientras avanzaba por el pasillo del
Incontenible
. El crucero ligero no había sido construido pensando en gente de su altura, por lo que sintió cómo sus negros cabellos rozaban el techo. Un hombre más cauteloso hubiese encorvado ligeramente los hombros para disminuir las probabilidades de golpearse la cabeza con el soporte de un mamparo o un iluminador. Kirtan, al que en una ocasión le habían dicho que parecía un Gran Moff Tarkin más alto y más joven que el original —sin que le faltara ninguno de los detalles de su modelo, desde la frente crecientemente despejada hasta la delgadez, pasando por las facciones muy marcadas en un rostro de esbeltez casi cadavérica—, siempre hacía cuanto podía para subrayar el parecido.
Tarkin ya llevaba casi siete años muerto, pero el parecido aún le proporcionaba una cierta medida de respeto a Kirtan. En un navío imperial, el respeto no era algo que un oficial de inteligencia tuviera muchas ocasiones de acumular, por lo que Kirtan intentaba hacerse con las máximas reservas posibles. El brazo militar del Imperio nunca había digerido demasiado bien que el gobierno estuviera siendo dirigido por la antigua supervisora de los servicios de inteligencia del Emperador, y la mayoría de sus integrantes descargaban su disgusto sobre sus sirvientes de menor rango.
Kirtan inclinó la cabeza y entró en la antecámara del bloque de celdas del
Incontenible
.
—He venido a entrevistar al prisionero que se llevaron del
Viento Estelar
.
El teniente de guardia echó un vistazo a su cuaderno de datos.
—Acaba de volver de los servicios médicos.
—Lo sé. He visto el informe. —Kirtan lanzó una rápida mirada a la compuerta que los separaba de las celdas—. ¿Se le ha dicho algo al prisionero sobre los resultados de los exámenes?
El rostro del teniente se oscureció.
—No se me ha dicho absolutamente nada sobre los resultados. Si el prisionero padece alguna clase de enfermedad, quiero que se vaya de aquí antes de que infecte a…
El oficial de inteligencia alzó una mano.
—Cálmese, ¿quiere? Si continúa así, conseguirá que su cilindro de rango salga volando de su bolsillo en cualquier momento.
El teniente levantó una mano para examinar sus tiras e insignias de rango, y se sonrojó al descubrir que todas seguían en su sitio.
—Guarde sus pequeños juegos para la escoria rebelde, ¿de acuerdo? Tengo cosas muy importantes que hacer.
—Por supuesto, teniente. —Kirtan le dirigió una sonrisa más propia de un depredador que de un camarada, y después se volvió hacia las celdas—. ¿En cuál está?
—En la número tres. Espere aquí mientras le proporciono una escolta.
—No voy a necesitarla.
—Eso es lo que usted cree, pero el prisionero tiene un índice de cuatro en la Escala de Hostilidad. Ese índice significa que cualquiera que desee interrogarle deberá ir acompañado por dos oficiales.
Kirtan meneó lentamente la cabeza.
—Lo sé. Yo le adjudiqué ese índice, y puedo manejarle.
—Acuérdese de eso cuando esté metido dentro de un tanque bacta intentando quitarse sus huellas dactilares de encima.
—Lo recordaré, teniente.
Kirtan entrelazó las manos a su espalda y echó a andar por la pasarela hexagonal. Sus negras botas crearon un rítmico canturreo sobre la estructura metálica, y Kirtan calculó meticulosamente sus pasos para conseguir que el sonido resultara lo más regular e impresionante posible.
La entrada de la celda número tres se abrió con un siseo de gases presurizados. Una claridad amarillenta se esparció por el pasillo y Kirtan tuvo que doblarse por la cintura para poder pasar por la abertura. Una vez dentro de la celda, se incorporó. Entrecerró los ojos, pero enseguida cambió de parecer. «Siempre me han dicho que cuando hago eso parece como si me doliera algo…».
El prisionero, corpulento y mayor que él, sacó las piernas de la litera y se incorporó hasta quedar sentado.
—Kirtan Loor… Ya me imaginaba que serías tú.
—¿De veras? —Kirtan inyectó sarcasmo en la voz para ocultar su sorpresa—. ¿Cómo has podido imaginártelo?
El prisionero se encogió de hombros.
—De hecho, confiaba en que serías tú.
«¿Qué…?». El oficial de inteligencia soltó un resoplido.
—Lo que quieres decir es que sólo yo podía ser capaz de averiguar tu paradero.
—No. Lo que quiero decir es que sabía que incluso tú serías capaz de encontrar una forma de dar conmigo.
Kirtan no pudo evitar retroceder de manera casi imperceptible ante el veneno que había en la voz del prisionero, y su nuca chocó con el dintel de la entrada. «Ésta no es la forma en que se suponía que debían ir las cosas». Entrecerró los ojos y bajó la mirada hacia el prisionero.
—Vas a morir, Gil Bastra.
—Es exactamente lo que pensé en cuanto vuestros cazas TIE empezaron a disparar.
Kirtan se cruzó de brazos.