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Ooryl cerró y abrió sus enormes ojos compuestos en un lento parpadeo.
—¿Ella? No. Los rodianos son cazadores que viven y mueren por sus reputaciones. Andoorni es una cazadora que decidió que unirse a la partida de caza más temida y admirada de la galaxia, el Escuadrón Rebelde, era una forma de incrementar su reputación. Ooryl no cree que hiciera nada para atraer la ira de sus antiguos jefes sobre su cabeza.
Rhysati miró a Corran.
—¿Y tú qué opinas?
—¿Yo? No sé… Creo que nunca me tropecé con ella cuando estaba en la Fuerza de Seguridad, pero me cuesta bastante distinguir a un rodiano de otro y no hablo su lengua. Sé que no figuraba en ninguna de las listas de captura que llegué a ver, lo cual quiere decir que no tenía una marca de muerte antes de que yo abandonara el servicio. —Se encogió de hombros—. Shiel, en cambio, probablemente sí tenga una marca de muerte sobre su persona. Las restricciones a la exploración dictadas por el Emperador hicieron que muchos hombres-lobo tuvieran que abandonar sus actividades habituales. Algunos de ellos decidieron vender sus servicios a la Rebelión y encontraron refugios como Dantooine y Yavin. No creo que al Imperio le haga demasiada gracia esa clase de reacción.
—Más correctamente, señor Horn, Riv Shiel se ganó su marca de muerte cuando mató a los integrantes de un grupo de las tropas de asalto que intentaba capturarle, pensando que era Lak Sivrak. —El negro androide de protocolo estaba subiendo los escalones con cautelosa lentitud—. Disculpen que les interrumpa, y permítanme presentarme. Soy Emetrés, androide de relaciones humanos-organismos cibernéticas y reglas con una especialidad militar. Domino fluidamente más de seis millones de lenguajes, y estoy familiarizado con un número equivalente de doctrinas, reglamentos, códigos de honor y protocolos tanto contemporáneos como históricos.
Un suave temblor hizo vibrar los extremos de las colas cefálicas del twi'lek.
—¿Y también estás familiarizado con los archivos personales de todos los integrantes del escuadrón?
—Oh, sí. —Chispazos dorados ardieron en el oscuro hueco del rostro del androide—. El desempeño de mi función primaria requiere que transporte esos datos conmigo. Sin ellos…
Nawara alzó una mano.
—En ese caso, podrías decirnos a quién corresponde la otra marca de muerte.
—Podría hacerlo. —La cabeza de Emetrés se inclinó en un pronunciado ángulo—. Shiel no ha intentado ocultar su marca de muerte, pero la otra persona no ha hecho ninguna mención de ella. ¿Cree que sería prudente revelar su identidad, señor Horn?
Corran se encogió de hombros.
—Dejé de ser agente de la ley hace bastante tiempo, por lo que no sé si revelar esa información constituiría una violación de la ley. El consejero legal Ven quizá sí lo sepa.
El twi'lek entrecerró los ojos.
—Yo diría que no constituiría ninguna violación de la ley. Se supone que las marcas de muerte impuestas por el Imperio deben ser del dominio público. Y, teniendo en cuenta dónde estamos, difícilmente se puede considerar que una marca de muerte es algo de lo que haya que avergonzarse.
—¿De quién estamos hablando? —preguntó Rhysati.
—Nawara tiene razón. Más bien se trataría de un honor, ¿verdad? —Corran se cruzó de brazos—. Vamos, Emetrés…, dinos qué sabes.
El androide examinó en silencio a Corran durante unos momentos.
—¿Está seguro, señor?
«¿Por qué me lo pregunta?».
—Por supuesto.
—Muy bien. —El androide volvió a erguir la cabeza—. La otra marca de muerte fue emitida después del brutal asesinato y vivisección de media docena de individuos.
Corran sintió que se le helaba la sangre en las venas.
—¿Quién hizo eso?
—Usted, señor —respondió el androide, y un potente destello luminoso hizo brillar sus ojos—. Se le busca en Drall, en el Sector Corelliano, por el asesinato de seis contrabandistas.
Riéndose con tanto entusiasmo que tuvo que sujetarse el estómago, Corran acabó sentándose de golpe. Sólo consiguió aterrizar parcialmente sobre el banco, y terminó en el suelo a los pies de Emetrés.
—Oh, eso carece de importancia —dijo, y alzó las manos para secarse las lágrimas que se deslizaban por su cara—. Ya lo había olvidado por completo.
El gandiano bajó la mirada hacia él.
—Ooryl no estaba al corriente de que el asesinato fuese algo tan gracioso.
Nawara Ven se cruzó de brazos.
—Y no lo es.
Más o menos en el mismo momento en que Rhysati dio un paso hacia atrás, imponiendo de esa manera la presencia de Emetrés entre su persona y Corran, éste comprendió que había destruido muy, rápidamente todo lo que pudiera haber conseguido mediante su labor de relaciones sociales anterior. El joven corelliano se apresuró a levantarse y se puso muy serio.
—Puedo explicarlo. De veras, puedo explicarlo…
El ahogado twi'lek agitó la punta de una de sus colas cefálicas delante del rostro de Corran.
—He oído decir eso anteriormente.
—Sí, bueno, pero a diferencia de lo que probablemente decían tus clientes, esto es la verdad. —Corran volvió la cabeza hacia el androide.
—¿Puedes acceder a archivos de registro desde aquí?
—Soy perfectamente capaz de llevar a cabo una amplia gama de funciones concernientes a ese…
—Me alegro. A ver si puedes acceder a los archivos de defunción correspondientes a los nombres de los informes sobre esos asesinatos, y luego intenta correlacionarlos con los bits de nacimiento. —Los ojos del androide empezaron a parpadear, y Corran se volvió hacia sus compañeros del escuadrón—. Voy a daros la versión abreviada, ¿de acuerdo? En la Fuerza de Seguridad de Corellia teníamos un oficial de enlace imperial que era lo suficientemente ambicioso como para soñar con llegar a ser un Gran Moff, y que además estaba dotado del talento suficiente en lo que respectaba a manipular los reglamentos y la burocracia como para llegar a convenirse en un severo problema. Ese oficial quería que acabáramos con todas las actividades de contrabando rebelde en el sistema, pero nosotros estábamos más interesados en perseguir a la clase de piratas que realmente le hacían daño a la gente, como los contrabandistas de brillestim y similares. Loor, que así se llamaba el oficial de inteligencia, amenazó con acusarnos de estar ayudando a la Rebelión. Los imperiales que huyeron a Corellia después de la muerte del Emperador le proporcionaron un considerable apoyo al Diktat, y eso significaba que de repente los oficiales imperiales disponían del poder suficiente para respaldar sus amenazas.
»Mi jefe, Gil Bastra, decidió crear nuevas identidades para él, mi compañera Iella Wessiri, su esposo Diric y yo, pero sabía que Loor empezaría a sospechar en cuanto se diera cuenta de que pasábamos mucho tiempo juntos fuera del trabajo. Gil y yo creamos los registros de esos contrabandistas, incluimos indicios de que existían y eran realmente terribles, y luego enviamos informes de que habían sido asesinados. Loor vio todos los informes…, y el leerlos fue lo más cerca que llegó a estar jamás de una auténtica investigación de campo. En una escena cuidadosamente ensayada, Gil me acusó de haber ejecutado a los contrabandistas y yo dije que no los había matado, y que de todas maneras él no podía demostrar que lo hubiese hecho. Organizamos una gran discusión con un montón de gritos, y Loor dio por sentado que nunca más volvimos a vernos después de aquello. Pero nos vimos, y lo organizamos todo de tal manera que pudiéramos alejamos del Imperio. —Corran suspiró—. Loor y yo no nos llevábamos nada bien. Me amenazó con una marca de muerte por todos esos asesinatos si llegaba a hacer algo que no le gustara. Cuando me largué, cuando Loor me tendió una trampa y no consiguió matarme… Bien, el caso es que cumplió su palabra, y de ahí ha salido la marca de muerte.
El twi'Iek extendió las manos y miró al androide.
—¿Dispones de los registros, Emetrés?
—Sí. Incluyen los bits de nacimiento.
—Gil hizo un buen trabajo. Convierte los datos temporales de sus nacimientos al tiempo militar. Invierte los valores para los minutos y las horas, y luego compáralos con la fecha de nacimiento de la siguiente persona por orden alfabético…, utilizando el básico, por supuesto.
El androide inclinó la cabeza hacia la derecha.
—Existe una progresión. La fecha de nacimiento de uno es el mes y el día del nacimiento del siguiente, pero la pauta no llega a completarse.
—Lo hace si añades el día y la hora de mi nacimiento. —Corran sonrió—. —Y además, el hospital en el que nacieron no existe…, y la ciudad en que se supone que se encuentra ese hospital tampoco existe.
Rhysati salió de detrás del androide, extendió el brazo hacia Corran y le dio unas palmaditas en el hombro.
—Me alegra saber que eres inocente, pero ¿no podríais haber encontrado otra cosa aparte de la muerte para engañar a vuestro imperial?
—Bueno, cuando estás en la Fuerza de Seguridad ves tantas muertes que o te las tomas a broma o acaban contigo. Además, ver cómo Loor leía los informes ficticios y reaccionaba a ellos resultó realmente muy divertido.
—En ese caso supongo que el informe de la muerte de Gil Bastra le parecería bastante divertido, ¿no?
Corran se quedó boquiabierto.
—¿Qué?
La cabeza del androide volvió a erguirse.
—También hay una notificación de la muerte de Gil Bastra. Apareció cuando solicité los datos referentes a todos los nombres del informe.
—Eso es imposible.
—Me temo que no, señor. —La cabeza de Emetrés se inclinó hacia la izquierda—. Iba unida a la transmisión número A34920121 de la red holográfica imperial.
El piloto meneó la cabeza y deseó no sentirse tan inexplicablemente vacío por dentro. «¿Gil, muerto?».
—No. No lo creo… Gil no puede haber muerto.
El twi'lek le ayudó a sentarse en el banco.
—¿Qué grado de fiabilidad tiene el informe de su muerte?
Los ojos del androide emitieron una rápida serie de destellos.
—Responder a esa pregunta podría poner en peligro las operaciones de recogida de datos de inteligencia.
—¿Y qué más da, Nawara? —Corran se pasó las manos por la cara—. Era lo bastante fiable para ser emitido por la red holográfica.
Nawara esbozó una sonrisa meticulosamente medida, aunque la visión de sus afilados dientes contenía una sombra de amenaza.
—No, Corran: lo único que sabemos es que el informe de una muerte fue emitido por la red holográfica. Eso no nos dice absolutamente nada acerca de la fiabilidad de la información en la que se basaba el informe. Ese informe podría estar basado en algo que hizo tu Gil, o incluso en algo que vuestro Loor hizo a fin de localizarte.
«Tiene razón…».
—El que seas capaz de detectar esa clase de inconsistencia significa que debías de ser un gran abogado.
El twi'lek le dio una palmada en el hombro.
—Si hubieras intentado establecer un caso contra uno de mis clientes te lo habría hecho pasar muy mal, Corran…, y eso tanto si mi cliente estaba mintiendo acerca de su inocencia como si decía la verdad. Bien, Emetrés, ¿hasta qué punto es fiable ese informe? ¿Existen otros informes que lo corroboren?
—No dispongo de ningún informe relacionado.
—Y el que dispusieras de alguno no cambiaría en nada las cosas, por lo menos si se trataba de informes procedentes de la Fuerza de seguridad de Corellia. Gil tenía pleno acceso a esa base de datos. De la misma forma en que creó nuevas identidades para él mismo, mi compañera, su esposo y para mí, hubiese introducido todos los datos necesarios a fin de que todo pareciese lo más real posible. Os aseguro que hizo un trabajo realmente concienzudo: disponíamos de identidades temporales que nos permitirían viajar a los mundos en los que había creado identidades muy sólidas detrás de las que podríamos escondernos. En mi último destino, me hizo trabajar como ayudante personal del Prefecto Militar local.
Rhysati clavó sus ojos color avellana en el rostro de Corran.
—¿Nos estás diciendo que no eres Corran Horn?
—No, no… Soy Corran Horn. Utilicé las identidades que Gil creó para mí cuando tuve que huir y necesité esconderme, pero me uní a la Rebelión bajo mi verdadera identidad. —Corran respiró hondo, y después dejó escapar un prolongado suspiro—. Escuchad, todo lo que os he dicho acerca de mí es verdad, pero… Bueno, no os lo he dicho todo. No es que no haya confiado en vosotros, pero hay muchas cosas de las que no quería hablar y…
Rhysati extendió el brazo y le apretó suavemente el hombro.
—Eh, todos tenemos malos recuerdos.
—Gracias, Rhys. —Corran estaba sintiendo una extraña opresión en el pecho, pero cuando empezó a hablar notó que una parte de la tensión se iba disipando poco a poco—. Había muchas cuentas pendientes entre Loor y yo, y al saber que iba a largarme de allí empecé a desafiarle realmente en serio. Loor decidió darme una lección. En lo que pensaba sería mi última misión, cogí un ala-X del depósito de aparatos que habíamos capturado y reconvertido para nuestro uso. Se suponía que tenía que someter a una inspección sorpresa a los pequeños contrabandistas que estaban llegando al sistema. Silbador y yo subimos al ala-X: la unidad R2 había estado conmigo en las operaciones de campo, y yo disponía de todos los nuevos expedientes de identidad que Gil había creado para mí. Sin que Loor lo supiera, Silbador ya había computado un cierto número de saltos desde Corellia Porque había planeado llevármelo conmigo cuando me fuera.
»Cuando llegué al sitio en el que se suponía que estaban los contrabandistas, encontré restos de naves y dos escuadrillas de cazas TIE con muchas ganas de guerra. Iluminé a un par de los cazas con mis cañones láser, y luego salté al hiperespacio. Ese es el principio de una larga historia sobre el cómo y el por qué estoy aquí ahora.
Emetrés, los ojos reluciendo como estrellas en su negro rostro, bajó la mirada hacia él.
—¿Dispone de copias de los archivos de identidad del señor Bastra y los demás, señor?
—No. Gil era la única persona que tenía un juego completo, y estoy seguro de que los destruyó. Sólo dispongo del mío, y está guardado en la memoria de Silbador.
—Si pudiera proporcionarme sus expedientes, señor, entonces quizá podría examinar nuestras bases de datos y ver si puedo localizar otros expedientes que hayan sido manipulados de manera similar, lo cual me permitiría determinar si la nueva identidad del señor Bastra nos es conocida.