La teoría la había adelantado hacía unos años un grupo de paleontólogos jóvenes del museo, y Corvus se había burlado de ella en el
Journal of Paleontology
describiéndola como una «fantasía americana de lo más peculiar», expresión que fue recibida con muecas de desprecio y comentarios antibritánicos entre sus colegas del museo. Ahora tenía en sus manos la prueba de que la razón no la tenía él, sino ellos. La sensación desagradable de haberse equivocado dio paso rápidamente a sentimientos más complejos. Tenía a su alcance una oportunidad de las que solo se presentaban muy de vez en cuando: podía robarles la teoría y, al mismo tiempo, reconocer en público su error. Una rectificación como una catedral, envuelta en un manto de humildad. Eso era exactamente lo que haría.
Con semejantes pruebas en su poder, no tendrían más remedio que nombrarlo titular. Claro que por la falta que le hacía… Podría conseguir trabajo donde fuera, incluso en el Museo Británico. Sobre todo en el Museo Británico.
Se dio cuenta de que estaba aguantando la respiración y se relajó.
—Efectivamente —murmuró—. Conque al final sí que tenía plumas, el amigo…
—Espere, aún hay más. Corvus arqueó las cejas.
Melodie pulsó una tecla, haciendo aparecer otra imagen.
—Esto es una imagen polarizada a cien aumentos del tejido muscular fosilizado. Como comprenderá, está totalmente petrificado, pero debe de ser la fosilización más perfecta que se conoce. Fíjese en que el tejido celular ha sido reemplazado por dióxido de silicona de grano fino, incluso los orgánulos. Por eso se ve todo. Lo de la pantalla es una imagen real de una célula muscular de dinosaurio.
Corvus se había quedado sin palabras.
—Pues sí. —Melodie pulsó otra vez la misma tecla—. Aquí está a quinientos aumentos. Mire, se ve el núcleo. Clic.
—Mitocondria. Clic.
—Y estas… Complejo de Golgi. Clic.
—Ribosomas… Corvus levantó la mano.
—Pare, pare un momento. —Cerró los ojos, respiró profundamente y volvió a abrirlos—. Espere un momento, por favor.
Se levantó para respirar hondo, apoyando una mano en el respaldo de la silla. Cuando se le pasó el mareo, quedó en un estado muy curioso de hiperatención. Miró el laboratorio. Reinaba un silencio sepulcral. Solo se oía el ligero susurro del aire acondicionado y el murmullo del ventilador del sistema informático. Olía a epoxi, plástico y circuitos recalentados. Todo estaba igual que antes… pero el mundo había cambiado. Vio mentalmente su futuro: los premios, las ventas millonarias de su libro, el dinero, el prestigio… La titularidad solo era el primer paso.
La miró a ella. ¿También lo veía? Tonta no era. Seguro que estaba teniendo las mismas ideas, imaginando los cambios que acababa de sufrir su vida irreversiblemente.
—Melodie…
—Sí, es increíble, pero aún no he terminado. Ni de lejos. Corvus consiguió sentarse. ¿Podía haber algo más? Ella pulsó una tecla.
—Pasemos a las micrografías electrónicas. —Apareció una imagen muy nítida en blanco y negro—. Esto es retícula endoplásmica con mil aumentos. Aquí se aprecia la estructura cristalina del mineral de sustitución. Reconozco que no se ve muy bien, porque estamos al límite y con esta magnificación la estructura se rompe, la fosilización no puede conservarlo todo, pero el simple hecho de que se pueda ver todo a mil aumentos ya es impresionante. Tenemos delante de nosotros la microbiología de un dinosaurio.
Era increíble. Incluso una muestra tan pequeña representaba un descubrimiento paleontológico de primer orden. Pensar que si la información que le habían dado era correcta probablemente habría un dinosaurio entero… La carcasa perfectamente fosilizada de un Tyrannosaurus rex, su estómago —sin duda con los restos de la última comida—, el cerebro en todo su esplendor, la piel, las plumas, los vasos sanguíneos, los órganos reproductores, las cavidades nasales, el hígado, los riñones, el bazo… Todas sus enfermedades, sus heridas, la historia de su vida, duplicados en piedra a la perfección. Era lo más parecido a Parque Jurásico que se podía tener fuera de la ficción.
Melodie pasó a la siguiente imagen.
—Esto es la médula ósea…
Corvus la interrumpió.
—Un momento. ¿Qué son las manchas oscuras?
—¿Qué manchas oscuras?
—Las de la imagen de antes.
—¡Ah, esas!
Melodie retrocedió. Corvus señaló una partícula negra muy pequeña.
—¿Qué es?
—Supongo que un producto del proceso de fosilización. —¿No podría ser un virus?
—Demasiado grande. Además, está demasiado nítido para haber formado parte de la biología original. Yo casi afirmaría que es un grano microcristalino, probablemente de hornblenda.
—Claro, claro. Perdone. Siga.
—Podría analizar su composición con el espectrómetro de rayos equis de partículas alfa. —Perfecto.
Melodie pasó otra serie de micrografías. —Esto es fantástico, Melodie.
Se volvió hacia Corvus, con el rostro encendido, radiante. —¿Puedo hacerle una pregunta?
Corvus titubeó y se recompuso. Estaba claro que necesitaría ayuda, y más valía cederle unas migajas de gloria a una ayudante de laboratorio que recurrir a otro conservador. Melodie no tenía contactos, poder ni futuro; era una simple doctora que trabajaba de subordinada, muy por debajo de su cualificación. El hecho de que fuera mujer y de que, por consiguiente, no se la tomaran demasiado en serio, era una ventaja añadida.
Le pasó un brazo por los hombros.
—Claro que sí.
—¿Hay más?
Se le escapó una sonrisa.
—Sospecho que todo un dinosaurio, Melodie.
La imagen impresa que Tom había dejado sobre la mesa de la cocina causó en Sally más inquietud que euforia. —Esto se pone cada vez peor —dijo.
—¡Dirás mejor! Es justo el tipo de información que necesitaba para identificar al muerto y encontrar a su hija.
Típico de Tom, pensó Sally: él siempre tan tozudo, inspirado por una convicción moral muy arraigada que siempre lo metía en líos. En Honduras casi le había costado la vida.
—Mira, Tom, el hombre que encontraste se dedicaba a buscar fósiles en territorio público, ilegalmente. Seguro que estaba metido en el mercado negro de fósiles. Puede que hasta en el crimen organizado. Era un delincuente, y lo asesinaron. Además, suponiendo que encontraras a su hija, el fósil no le pertenecería. Tú mismo has dicho que es del gobierno.
—Le hice una promesa a un moribundo. Con eso está todo dicho.
Sally suspiró de impaciencia.
Tom caminaba alrededor de la mesa cual una pantera al acecho. —Aún no me has dicho qué te parece. —Impresionante, desde luego, pero la cuestión no es esa. —Precisamente, esa es la cuestión. Se trata del descubrimiento paleontológico más importante de la historia.
Sally no pudo evitar sentirse atraída por la extraña imagen.
Aunque estuviera borrosa, se veía enseguida que no era un simple esqueleto, sino un dinosaurio entero incrustado en la roca. Estaba tumbado de lado, con la cabeza levantada, las mandíbulas abiertas y las dos patas delanteras en alto, como si intentara salir a zarpazos.
—¿ Cómo se fosilizó tan bien?
—Supongo que por una combinación de circunstancias casi irrepetible, pero no me pidas que te lo explique.
—¿Podría quedar algún resto de materia orgánica? ¿El ADN?
—Es casi imposible. Como mínimo tiene sesenta y cinco millones de años.
—Parece mentira que se vea tan fresco. Te imaginas la peste y todo.
Tom se rió.
—No es el primer dinosaurio momificado que se descubre. A principios del siglo pasado, un buscador de dinosaurios que se llamaba Charles Sternberg encontró un dinosaurio pico de pato en Montana. Me acuerdo de haberlo visto de niño en el Museo de Historia Natural de Nueva York, pero no está ni la mitad de completo que este.
Sally cogió el papel.
—Con el cuello tan torcido y la boca tan abierta, da la impresión de que el pobre murió sufriendo mucho. —La pobre.
—¿Puedes distinguirlo? —Sally se fijó—. Yo lo único que veo ahí abajo es una mancha.
—Es probable que las hembras de tiranosaurio fueran más grandes y feroces que los machos, y teniendo en cuenta que este tiranosaurio es el más grande que se ha encontrado nunca, casi puede afirmarse que es una hembra.
—La Gran Berta.
—Lo del cuello torcido es porque al secarse los tendones se contrajeron. La mayoría de los esqueletos de dinosaurio que se conocen lo tienen igual.
Sally silbó.
—¿Y ahora? ¿Tienes algún plan?
—Sí. Poca gente sabe que existe un mercado negro de fósiles de dinosaurio muy activo. Los fósiles de dinosaurio dan mucho dinero. Algunos dinosaurios valen millones, como este.
—¿Millones?
—El último Tyrannosaurus rex que salió al mercado se vendió por más de ocho millones, y ya han pasado diez años. Este como mínimo valdría ochenta.
—¿Ochenta millones?
—Por ahí andará.
—¿Quién pagaría tanto por un dinosaurio? —¿Quién pagaría tanto por un cuadro? Yo, entre un Tiziano y un tiranosaurio, no me lo pensaría. —También es verdad.
—He estado documentándome y hay un montón de coleccionistas dispuestos a pagar lo que sea por un fósil de dinosaurio espectacular, sobre todo en Extremo Oriente. En China sacaron tantos de contrabando para el mercado negro que el gobierno aprobó una ley que incorporaba los dinosaurios al patrimonio nacional, pero no ha servido de mucho. Hoy en día todo el mundo quiere su dinosaurio. La cuestión es que los de mayor tamaño y mejor conservados siguen estando en el Oeste de Estados Unidos, la mayoría en territorio público. Es decir, si quieres uno, tienes que ir a robarlo.
—Y eso es lo que hacía el hombre que encontraste.
—Exacto. Era un buscador profesional de dinosaurios. No creo que haya muchos en el mundo. Si pregunto a las personas indicadas, será fácil identificarlo. Solo tengo que buscarlas.
Sally miró a Tom con recelo.
—Y ¿cómo piensas encontrarlas?
Tom sonrió.
—Te presento a Tom Broadbent, agente del famoso y misterioso industrial y multimillonario coreano Kim. El señor Kim quiere comprar un dinosaurio espectacular, el dinero no es un problema. —Oh, no…
Tom se guardó el papel en el bolsillo sin dejar de sonreír.
—Lo tengo todo pensado. El sábado dejaré a Shane a cargo de la clínica y nos iremos en avión a Tucson, la capital mundial de los fósiles.
—¿Iremos?
—No pienso dejarte aquí sola con un asesino suelto.
—Tom, el sábado tengo programada una gincana con los niños. No puedo irme.
—Me da igual. No pienso dejarte aquí sola.
—No estaré sola. Me pasaré el día rodeada de gente. Estaré protegidísima.
—Por la noche no.
—Por la noche está el señor Smith Wesson. Ya sabes cómo se me dan las pistolas.
—Podrías ir un par de días a la casita del lago.
—Ni hablar, demasiado solitario. Estaría mucho más nerviosa.
—Entonces, lo mejor es que te vayas a un hotel.
—Tom, sabes que no soy una mujer indefensa que necesita que la cuiden. Tú vete a Tucson y haz el numerito del señor Kim, que a mí no me pasará nada.
—Me niego.
Sally le dio el último empujoncito.
—Si tanto te preocupa, no te quedes a dormir en Tucson. Sal temprano el sábado por la mañana y vuelve por la tarde. Tendrías todo el día. Porque nuestro picnic de los viernes sigue en pie, ¿no?
—Sí, claro; pero el sábado…
—¿Qué piensas hacer, montar guardia con una escopeta? No me agobies. Vete a Tucson y vuelve antes del anochecer, que una sabe cuidarse.
Chicxulub
El Tyrannosaurus rex
era un animal selvático. Vivió en los bosques y marismas más frondosos de Norteamérica poco antes de que esta última se desgajase del antiguo continente de Laurasia. Sus dominios abarcaban desde las costas de la antigua isla de Niobrara basta las estribaciones de las Montañas Rocosas, recién formadas. Se trataba de un mundo subtropical de enormes bosques, con árboles gigantes como nunca se han vuelto a ver. Las araucarias podían alcanzar una altura de cerca de doscientos metros. También había magnolios y sicómoros gigantes, metasecuoyas, palmeras enormes y heléchos colosales. La altura de la. cubierta vegetal dejaba llegar muy poca luz al suelo, con el resultado de que no había sotobosque y de que los grandes dinosaurios carnívoros, así como sus presas, disponían de gran espacio vital en el que interpretar el gran drama de la, vida.
La hembra vivió en el último gran florecimiento de la era de los dinosaurios, una época que habría tenido una continuidad indefinida si no la hubiera cortado en seco el mayor desastre natural sufrido por el planeta Tierra.
Compartió la selva con muchos animales, entre ellos dos especies de dinosaurios pico de pato, el
Edmontosaurus
y el Anatotitan, que formaban grandes rebaños. De vez en cuando atacaba a algún triceratops solitario, pero si se los encontraba en grupo solo se acercaba para perseguir y cazara un ejemplar enfermo o moribundo. En aquel entonces también vivía en el bosque un tipo enorme de brontosaurio, el alamosaurio, pero la tiranosaurio casi nunca lo cazaba. Prefería comer sus restos, debido a los riesgos que comportaba su caza. Pasaba mucho tiempo cazando por la orilla del antiguo canal, una extensión de agua donde vivía un depredador aún mayor que ella, el cocodrilo de quince metros de longitud que recibe el nombre de Deinosochus, el único animal capaz de matar a un tiranosaurio que hubiera cometido la imprudencia de seguir a su presa hasta aguas peligrosas.
Una de sus presas era el leptoceratops, un dinosaurio más pequeño, aproximadamente del tamaño de un ciervo, con pico de loro y una cresta protectora sobre el cuello. Otro de los dinosaurios de los que se alimentaba (aunque con precaución) era el anquilosaurio, así como el nanotiranosaurio, con el que estaba emparentada, y que era una versión más pequeña y más rápida de ella. De vez en cuando atacaba a un torosaurio viejo y débil, un dinosaurio de peligrosos cuernos, con una cabeza de dos metros y medio cuyo tamaño craneal nunca ha sido alcanzado por ningún mamífero terrestre. Ocasionalmente mataba a algún
Quezalcoatlus
imprudente, un reptil volador cuya envergadura equivalía aproximadamente a la de un F-111.
Alrededor, en el suelo y los árboles, pululaban mamíferos en los que apenas se fijaba: roedores frutívoros, marsupiales, el antepasado más antiguo de la vaca (un animal del tamaño de una rata) y el primer primate del mundo, un animal llamado Purgatorius
que se alimentaba de insectos. Ciertos dinosaurios no estaban al alcance de las habilidades cazadoras de la tiranosaurio, como el ornitomimo, un dinosaurio del tamaño de un avestruz y que podía correrá más de ciento diez kilómetros por hora, y el troodonte, raudo carnívoro del tamaño de un ser humano, muy hábil con sus manos, de gran agudeza visual y superior al propio tiranosaurio en proporción cerebrocuerpo.
La tiranosaurio era un animal de costumbres. Durante la estación de las lluvias, cuando los ríos y las marismas se desbordaban de sus cauces y lechos, se desplazaba al oeste, hacia las estribaciones montañosas, mientras que en la estación seca, después del apareamiento, a veces viajaba hasta una cadena de montes arenosos protegidos por un volcán extinguido, y allí hacía un nido y ponía sus huevos. Al principio de la estación seca regresaba a sus dominios habituales, las grandes selvas y costas del canal de Niobrara.
El clima era caluroso y húmedo. No había casquetes polares, ni glaciares. La Tierra estaba sujeta a uno de los ciclos climáticos más cálidos de toda su historia. El nivel de los mares nunca había sido tan alto. Gran parte de los continentes estaba recubierta por mares interiores. Aire, tierra y agua tenían el mismo señor desde hacía doscientos millones de años: los grandes reptiles. Los dinosaurios han sido la forma de vida animal con más éxito que ha evolucionado en el planeta. Los mamíferos llevaban casi cien millones de años coexistiendo con ellos, pero no adquirieron especial relevancia. El mayor mamífero presente en la era de los dinosaurios tenía aproximadamente el tamaño de una panera. Todos los nichos superiores estaban acaparados por los reptiles.
Y la tiranosaurio estaba en el más alto. Señoreaba la cadena alimentaria. Fue la mayor máquina biológica de matar que haya visto la Tierra.