The Coyote Under the Table/El Coyote Debajo de la Mesa (7 page)

BOOK: The Coyote Under the Table/El Coyote Debajo de la Mesa
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But the other young man didn't even get up out of his chair. He just kept praying louder than ever. The girl couldn't help but be impressed. She came out of her hiding place and said to the young man, “You really are brave. You didn't run away.”

The young man turned his white face toward her. “How do you expect me to run?” he asked. “My pants are stuck on a nail!”

And just then the nail popped out of the chair. The young man fell to the floor face first and then jumped up and ran down the road after the other two.

The next day the girl told everyone in the village what had happened, and the young men were so embarrassed, they never bothered her again.

And to this day, in that village when someone has done something that seems to have taken a lot of courage and brags about it, people will say to him, “Maybe you're brave. Or maybe your pants just got caught on a nail!”

E
NGANCHADO EN UN CLAVO

En un pueblito campesino perdido entre las montañas cuentan un cuento gracioso de tres jóvenes que se enamoraron de la misma chica. A la muchacha no le interesaba ninguno de los tres y por poco la vuelven loca con sus esfuerzos por llamar su atención.

Casi todas las noches llegaba uno de los jóvenes a pararse fuera de la ventana de la muchacha y cantarle canciones de amor. A veces dos, o hasta los tres, venían en la misma noche. Luego se daban a una competencia de aullar a cuál más recio y desesperado. De día pasaban por su casa a toda carrera en caballos ligeros para impresionarla. Siempre que paseaba por el pueblo, uno de los jóvenes se apresuraba a alcanzarla y entablar una plática u ofrecerle una flor.

No importaba cuánto los desairara, o les dijera sin rodeos que no le caían bien, no querían dejarla en paz. Finalmente, a ella se le ocurrió la manera de darles una lección.

Primero, fue al taller del carpintero del pueblo. —¿Cuánto cobras por hacer un ataúd? —le preguntó. Cuando el carpintero le dio el precio, ella ofreció pagarle el doble si hacía el cajón sin decir nada a nadie y si lo llevaba a la casa abandonada al borde del pueblo. Todos decían que esa casa estaba embrujada. Se veían luces misteriosas en la casa, decían.

Todo quedó arreglado. Luego, la próxima vez que la muchacha caminaba por el pueblo, uno de los jóvenes se acercó para conversar y ella le dijo: —¿Conoces esa vieja casa abandonada en las afueras del pueblo? Si vas allá esta noche a las once y media, vas a ver un ataúd en la casa. Y va a haber una vela prendida en la cabecera del cajón. Si tú te atreves a meterte en el cajón y te cubres la cara con una tela, como un muerto, y pasas toda la noche acostado ahí, es posible que quiera conocerte un poco mejor.

El joven se alegró de que por fin le prestara atención y juró hacer lo que le había pedido.

Poco más tarde, el segundo de los jóvenes intentó hablar con ella y a él le dijo:

—¿Conoces esa casa abandonada en las orillas del pueblo? Si vas a la casa a las doce menos cuarto, vas a ver un cajón en la casa. Habrá un muerto tendido en el ataúd. Si tienes valor para arrimar una silla al ataúd y rezar junto al muerto toda la noche, creo que me gustaría hablar contigo de cuando en cuando.

El segundo también se alegró. Dijo que no tenía el menor miedo de hacerlo.

Después, cuando se topó con el tercer joven, le dijo: —Tú seguramente conoces la casa abandonada en las orillas del pueblo. Si vas allá a la medianoche en punto, vas a ver un muerto en un ataúd. Verás otra ánima rezando en una silla al lado. Si eres bastante valiente como para vestirte de diablo, con la cara cubierta de carbón y cuernos de vaca amarrados a la cabeza, y bailas alrededor de los fantasmas toda la noche, me complacería pasar un rato en tu compañía.

Por supuesto que el tercero también prometió hacerlo.

Un poco antes de las once y media la muchacha fue a la casa. El cajón estaba ahí dentro, así como el carpintero había prometido. Prendió una vela en la cabecera del ataúd y luego fue a esconderse en un dormitorio de atrás para espiar.

Efectivamente, a las once y media, el primer muchacho llegó a la casa. Vio el ataúd vacío con la vela alumbrando la cabecera. La muchacha lo vio estremecerse cuando se metía en el cajón y se tapaba la cara con una tela. Luego quedó perfectamente quieto.

A los quince minutos el segundo joven llegó. Arrimó arrastrado un sillón viejo y comenzó a rezar en voz trémula. Las cuentas del rosario sonaban entre sus dedos.

Por casualidad, a la medianoche en punto, el joven sentado levantó la vista y vio al diablo entrar bailando por la puerta.

—¡Ay!, Dios mío —gritó—. ¡Es el diablo!

El primer joven brincó del cajón—. A mí no me vas a agarrar —gritó al diablo. Y salió lanzándose por una ventana.

Cuando el joven disfrazado de diablo vio al que daba por muerto saltar del ataúd y tirarse por una ventana, dio media vuelta y salió disparado de la casa.

Los dos se fueron corriendo por el camino. El “muerto” gritaba a todo pulmón: —¡No. No! —y el diablo lo seguía pegadito.

Pero el tercero no se levantó de la silla. Seguía rezando, cada vez más recio. La muchacha quedó impresionada. Salió de su escondite y le dijo al muchacho: —Tú sí eres valiente. Tú no corriste.

El joven le volvió la cara pálida: —¿Cómo quieres que corra? —balbuceó—. Se me engancharon los pantalones en un clavo.

En eso, el clavo se desclavó de la silla. El muchacho cayó de bruces en el piso y luego se levantó y se puso a correr tras los otros.

Al otro día la muchacha contó el chiste a todo el mundo y a los tres jóvenes les dio tanta vergüenza que no volvieron a molestarla jamás.

Y todavía hoy, en ese pueblo, cuando alguien hace algo que parece muy atrevido y se hace el valentón, la gente le dice: — Bueno, a lo mejor eres valiente. O puede que se te engancharan los pantalones en un clavo.

 

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his is a story about two friends who grew up together in the same village. When they were grown, one of them married and stayed in the village, making the best life he could by farming and doing any sort of work that was available. The other left the village to travel around and try his luck in the larger world. He ended up wandering far away. The two friends didn't see one another for many years.

And then one year at the village fiesta, the friend who had stayed at home met up with the one who had gone traveling. The old friends shook hands. “It's so good to see you,” said the villager. “Come home with me. Spend the night with me and my family.”

So the two friends went home to spend the evening talking about old times. In the morning the friend from far away said he had to meet a man about some business. “But I'll be back soon,” he said. He dug his hand into his pocket and brought out two coins.

“Here. Take these two pesos. Go and buy a dozen eggs. Ask your wife to fry them for our breakfast. When I return we'll all eat together.”

So, while the one friend went off to his meeting, the other hurried to the market to buy eggs. His wife fried them and they set the table and waited for the friend to return. When an hour had passed and the friend still hadn't appeared, the man said to his wife, “We may as well just eat these eggs ourselves. My old friend must have forgotten to come back.”

“But your friend paid for the eggs,” his wife said. “They're not really ours.”

“I know what I'll do,” said the husband. “As soon as we finish eating I'll go and buy another dozen eggs.”

He did that. But they didn't cook the eggs. Instead, the man put them in the nest of one of his own hens so that she could hatch them. “I'll keep track of everything that comes from these eggs,” the man said, “and if I ever see my old friend again, I'll share it with him.”

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