The Coyote Under the Table/El Coyote Debajo de la Mesa (10 page)

BOOK: The Coyote Under the Table/El Coyote Debajo de la Mesa
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E
L COYOTE DEBAJO DE LA MESA

Éste es el cuento de un perro viejo y un coyote. El perro pertenecía a un hombre y una mujer que vivían en una laborcita en las afueras del pueblo y por muchos años había servido bien a sus amos. Cuidaba los sembrados y protegía las gallinas de las fieras. Vigilaba la casa para que no entraran ladrones. Pero ahora sus patas viejas se habían puesto tan adoloridas que lo único que hacía era echarse junto a la puerta y dormir.

Los dueños del perro eran muy pobres. Les era difícil sacar lo suficiente de la granjita para alimentarse. Y, por supuesto, dar de comer al perro era gasto adicional. Además, ahora tenían un nuevo bebé, lo que aumentaría sus gastos. Así que un día, cuando salían de la casa para ir a trabajar en sus campos, la mujer le dijo a su marido: —¿Por qué nos quedamos con ese perro viejo? No hace más que dormir todo el día.

El esposo dijo: —Tienes razón. No podemos mantener un perro que no trabaja. Este domingo lo llevo al monte y lo despacho.

El perro viejo oyó lo que decían y decidió fugarse de la granja. Tan pronto se fueron sus dueños se esforzó por levantarse y se fue entre las lomitas. Caminó sollozando suavemente, con la cabeza agachada.

Luego, desde debajo de un piñón alguien le habló: —Oye, perro —dijo la voz—, ¿por qué andas tan triste?

Era el viejo enemigo del perro, el coyote. A través de los años habían batallado mucho, el coyote intentando robarse gallinas y el perro empeñado en que no lo hiciera. Pero ahora, cuando el perro oyó a alguien hablarle con voz amable, no pudo aguantar las lágrimas.

—Aaaauuu —lloró—. ¡Me van a matar!

El coyote quedó sorprendido—. ¿Por qué van a hacer eso, perro?

—Dicen que soy muy viejo. Dicen que ya no puedo trabajar.

—Bueno —dijo el coyote—, he visto que ya no cuidas bien a las gallinas. Es por eso que ya no robo en tu granja. No es divertido si nadie me persigue. Pero no podemos dejar que te fusilen. Ah, ya sé qué vamos a hacer. —Y el coyote le desplegó un plan.

El perro corrió lentamente al campo donde sus dueños estaban trabajando. Habían dejado a su bebé dormido en la sombra bajo una mata al borde del campo, y el perro se acostó cerca de donde estaba la nena.

De repente, el coyote salió corriendo del matorral. Con los dientes levantó a la bebé por la cobija en que estaba envuelta y luego desapareció entre los árboles. La mujer soltó un grito y se desmayó. El hombre tiró el azadón y atravesó el campo corriendo. El perro viejo corrió detrás del coyote, gruñendo y ladrando.

Tan pronto llegó entre los árboles, el perro encontró al bebé acostado en la tierra. El coyote lo había dejado ahí, así como dijo que iba a hacer. El perro viejo tomó la cobija de la nena en los dientes y la entregó a su papá.

—¡Buen perro! —dijo el hombre—. Salvaste la vida a nuestra hija. —Abrazó y acarició al perro.

Cuando la mujer volvió en sí y supo lo sucedido, dijo: —¿Cómo podríamos pensar en destruir a este perro, sólo porque come unos centavitos en sobras de la mesa cada día? Debiera comer lo mismo que nosotros.

—Tienes razón —dijo el hombre—. De hoy en adelante este perro no va a comer sobras. Se va a sentar a la mesa y comer igual que nosotros.

A partir de aquel día, en cada comida, ponían un plato en la mesa para el perro, que se sentaba en una silla y comía con sus amos. Cuando los vecinos pasaban por la casa y veían eso, se burlaban del granjero: —¿Cuándo se ha visto que un perro se siente a la mesa en la cena? —decían.

Pero el hombre les decía: —Este perro salvó a nuestra nena de un coyote que la había raptado. Mientras siga vivo, puede comer en la mesa con nosotros.

Por supuesto que el perro disfrutaba de su nueva manera de vivir. Y siempre pensaba en cómo recompensar al coyote. Cuando llegó el momento para bautizar a la criatura, vio su oportunidad. Cuando toda la gente estaba en la iglesia para el bautizo, el perro fue a los cerritos y encontró al coyote. Lo llevó a la casa y lo escondió debajo de la mesa.

Al rato, todos los amigos y familiares llegaron de la iglesia y se sentaron a la mesa para aprovechar una comida. El perro ocupó su lugar en la mesa, como de costumbre, y siempre que le llegaba buena comida la metía debajo de la mesa para el coyote.

Le pasó un muslo entero de carnero, y luego una olla de posole y un montón de tortillas. Y luego le dio una botella de vino al coyote.

El coyote sacó el corcho de la botella y la vació de un solo trago.

—¡Ay, caray! —dijo el coyote—. Ahora voy a cantar.

—Oh, no —el perro lo calló. Agarró otra botella de vino y se la alcanzó. El coyote la apuró.

—¡Ay, qué caray! —gritó—. Ahora sí voy a cantar. —Y echó la cabeza hacia atrás y soltó un largo aullido.

Todos brincaron de la mesa asustados. Pero el perro se lanzó debajo de la mesa gruñendo y dándole mordiscos al coyote. El coyote salió corriendo de la casa muerto de risa, con el perro cojeando tras él.

Cuando el perro volvió a la casa, todo el mundo lo rodeó para abrazarlo.

—Ese coyote loco no se conformó con robar a la nena. Regresó para comernos a todos. ¡Y este perro nos salvó!

Desde aquel día, no importaba por qué parte del pueblo anduviera, al perro lo invitaban a sentarse en una silla y comer en la mesa como otro miembro de la familia. Y ese perro viejo terminó el resto de sus días como el perro más contento del mundo.

 

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O
nce there were three grown brothers who lived with their father in the same house, which was really just one big room. Their mother had died many years earlier.

When the father died, the brothers took his will to have it read and find out what he had left them. They learned that their father had divided the house among them. He did it in the old, traditional way: He left a certain number of
vigas
—roof beams—to each one.

The oldest son was willed six
vigas
, which meant that however much of the house was under that many beams would belong to him. So he returned home and starting at one wall of the house counted
vigas
—
una, dos, tres, cuatro, cinco, seis.
When he got to the sixth beam he built a wall and made a spacious room for himself.

The second son received four
vigas
from his father. He used the wall his older brother had built and then counted—
una, dos, tres, cuatro
—and built a wall. His room was smaller than his brother's, but still quite comfortable.

The youngest son, whose name was Juan, received just the last two
vigas
at the end of the house. That wouldn't make much of a room for him. But Juan was a cheerful young man and he didn't complain. He just shrugged his shoulders and said, “Oh, well. At least I don't have to build a wall to turn my end of the house into a room. My brother's wall will be on one side, and the outside wall of the house will be on the other.”

Juan began living in the narrow room under just two ceiling beams at the end of the house. But his older brothers were very spiteful, and they envied even the two beams their younger brother had received. One of them said to the other, “Our father's will said that two
vigas
should go to our foolish little brother Juan, but it didn't say anything about the
latillas
that are laid across the beams to make a roof. Let's take them and use them for firewood.”

And they did that. Now Juan had two beams over his head, with nothing but the sky for a roof. On cold nights he would build a fire on the dirt floor in the middle of his room to keep warm.

When he went to bed, he would spread the warm ashes on the floor and sleep on top of them. He was always covered with ashes, and his brothers started calling him Juan Cenizas.

One night a stray cat jumped over the wall of Juan's room and moved in with him. It was a white cat with black and brown spots, and Juan named it Gato Pinto. Juan was happy to have the company and shared bits of his tortillas with Gato Pinto. At night he always spread a little extra patch of ashes for the cat to sleep on. During the day, everywhere Juan went, the cat went with him. Everyone who knew Juan knew Gato Pinto.

Then one evening Gato Pinto began digging in one corner of Juan's room. The constant scratching annoyed Juan, so he picked up the cat and carried it back to the middle of the room. But Gato Pinto returned to the corner and continued to dig. Again Juan carried the cat away, but it returned to the corner. Juan was growing angry and was about to throw the cat outside, but then he noticed that Gato Pinto had dug up a little wooden box. He opened the box and found a paper inside.

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