Tentación (33 page)

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Authors: Alyson Noel

Tags: #Infantil y juvenil, Romántico

BOOK: Tentación
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Avanzo por el pasillo y echo un vistazo a la sala de estar y a la cocina. Contemplo a través de la ventana el garaje aislado de la parte de atrás, y cuando veo que está oscuro y que no hay señales de él, me dirijo hacia su dormitorio. Empiezo a llamarlo en voz baja y camino mucho más despacio de lo necesario, ya que prefiero no sorprenderlo o atraparlo en medio de algo vergonzoso.

Lo encuentro tumbado en medio de una enorme cama de dosel, una cama con tantas colchas y borlas que me recuerda a la que Damen y yo utilizábamos en nuestra versión de Versalles de Summerland. Lleva puesta una camisa blanca desabotonada y unos vaqueros desgastados. Tiene los ojos cerrados con fuerza, unos auriculares en las orejas y una foto de Drina apretada contra el pecho. Me quedo quieta y me pregunto si no sería mejor darme la vuelta y marcharme, hablar con él en otro momento. Pero de repente…

—Ay, por el amor de Dios, Ever, ¿no me digas que has derribado la maldita puerta otra vez? —Se sienta, arroja los auriculares a un lado y coloca la foto de Drina en la mesilla con mucho cuidado. No parece avergonzarle que lo haya pillado en un momento tan íntimo y sentimental—. Este rollo tuyo se está volviendo un poco exagerado, ¿no crees? —Sacude la cabeza y se pasa los dedos por sus rizos dorados para colocárselos—. En serio, encanto, ¿es que no puedo tener un poco de intimidad aquí? Entre Haven y tú… —Suspira y baja un pie desnudo al suelo, como si estuviera a punto de ponerse en pie, pero se queda como está—. Mira, estoy un poco harto, ¿sabes?

Cuando lo miro, me doy cuenta de que lo mejor sería no preguntar, pero siento demasiada curiosidad como para dejarlo correr.

—¿Estabas… meditando? —Lo observo con los ojos entornados. Nunca lo habría considerado un tipo de los que profundizan e intentan ponerse en contacto con la fuerza universal.

—¿Y qué si lo estaba haciendo? ¿Qué pasa? —Se frota la frente con las manos y luego se gira hacia mí—. Si quieres saberlo, intentaba encontrar a Drina. No eres la única por aquí que tiene… habilidades.

Trago saliva con fuerza. Soy muy consciente de eso, y ya conozco la respuesta a la pregunta que estoy a punto de formular:

—Y… ¿la has visto? —Apostaría a que no, sobre todo porque conozco Shadowland.

Roman me observa con expresión apesadumbrada.

—No, no la he visto, ¿contenta? Pero algún día lo haré. No puedes mantenernos apartados para siempre, ¿sabes? A pesar de lo que has hecho… pienso encontrarla.

Respiro hondo y pienso: Bueno, espero que no lo hagas. No es probable que te guste ese lugar.

Me siento fatal por las veces que le he hecho pensar que yo era ella… aunque no estuviera al mando de mi cuerpo cuando ocurrió.

Sin embargo, no se lo digo. De hecho, no digo nada. Me limito a seguir de pie mientras me aclaro las ideas y pienso en las palabras idóneas, a la espera del momento apropiado para comenzar.

—Oye, Roman, yo… —Sacudo la cabeza y vuelvo a empezar. Me digo a mí misma que puedo hacer esto y reúno todo el coraje que tengo antes de mirarle a los ojos para decirle—: Esto no es lo que crees. No he venido a seducirte, ni a jugar contigo. No he venido a provocarte ni a intentar conseguir algo de ti… al menos, no en el sentido que tú crees. Estoy aquí para…

—Conseguir el antídoto. —Levanta los pies del suelo y vuelve a colocarlos sobre la cama desarreglada. Tiene los brazos cruzados y la espalda apoyada sobre el cabecero tapizado en seda—. Debo admitir una cosa, Ever: eres de lo más insistente. ¿Cuántas veces piensas hacer esto? Siempre vienes aquí con un nuevo plan de ataque, con una nueva idea en mente, y siempre fracasas, a pesar de todas las oportunidades que te he dado. En ocasiones me pregunto si es tu subconsciente lo que no te permite conseguirlo, ya que él sabe la verdad que escondes. Tu más profundo y sucio… secreto. —Sus ojos tienen un brillo especial. Quiere que sepa que conoce la existencia del monstruo y que le parece algo muy gracioso—. Y, lo siento, encanto, pero debo preguntártelo: ¿qué le parecen a Damen estas pequeñas visitas tuyas? Supongo que no le hacen mucha gracia… como el hecho de que Miles esté a punto de descubrir otro de sus secretos. Tiene muchos secretos, ya lo sabes. Secretos que ni siquiera tú conoces… Cosas que no te puedes ni imaginar…

Asiento con calma. No pienso dejar que sus palabras me hagan vacilar. Ya no soy ese tipo de chica.

—Bueno, dime, ¿sabe él que estás aquí?

—No. —Me encojo de hombros—. No lo sabe. —Sin embargo, al recordar el mensaje de texto que le he enviado justo antes de salir del coche y entrar en la casa, sé que no tardará mucho en descubrirlo. Tan pronto como salga de la película que ha ido a ver con Ava y las gemelas, consultará los mensajes, verá que tengo planeado reunirme con él en el Montage y lo sabrá. Pero por el momento no tiene ni idea.

—Entiendo. —Roman asiente y me recorre con la mirada—. Bueno, al menos te has tomado la molestia de asearte. De hecho, estas mejor que nunca. Radiante… casi resplandeciente. Dime, Ever, ¿cuál es tu secreto?

—La meditación. —Sonrío—. Ya sabes, la purificación, la concentración, la focalización en lo positivo… todo ese rollo. —Me encojo de hombros y me mantengo firme cuando a Roman le entra un ataque de risa que hace que se le salten las lágrimas.

—Damen te ha hecho subir al Himalaya a ti también, ¿verdad? —Inclina la cabeza para volver a mirarme de arriba abajo—. Ese gilipollas nunca aprenderá, cosa que le vendría muy bien.

—Bueno, perdona que te lo diga, pero ¿no estabas meditando tú también hace un momento?

—No de esa forma, encanto. No de esa forma. —Sacude la cabeza—. Verás, lo que yo hago es distinto. Intentaba encontrar a una persona en particular, no invocar a alguna falsa fuerza universal y todas esas chorradas. ¿No lo entiendes, Ever? Todo está aquí. Delante de nuestras narices. —Da unos golpecitos a su lado, sobre las sábanas arrugadas—. Este es nuestro paraíso, nuestro cielo, nuestro nirvana, nuestro Shangrila… como quieras llamarlo. —Arquea las cejas y se humedece los labios con la lengua—. No hay más. Y lo digo tanto en sentido literal como figurado. Esto es todo lo que tenemos, y tú malgastas el tiempo buscando otra cosa. Está claro que dispones de mucho tiempo para malgastar, eso te lo concedo, pero aun así es una pena ver cómo lo utilizas. Damen es una mala influencia para ti, te lo aseguro. —Hace una pausa, como si se tomara un momento para reflexionar—. Bueno, ¿qué me dices? ¿Lo intentamos de nuevo? Has venido aquí en busca de… bueno, como me curo pronto y demás, estoy en condiciones de perdonarte una última vez, de dejar el pasado atrás. Pero no intentes nada raro ni me hagas creer de nuevo que eres Drina, o no respondo de mis actos. Jugaste sucio las últimas veces que viniste, aunque, por extraño que parezca, eso hizo que me gustaras aún más. En fin, ¿qué me dices? —Sonríe y arroja un cojín al suelo para hacerme un hueco. Luego inclina la cabeza, lo que deja al descubierto el tatuaje, y me mira de un modo hechizante.

Sin embargo, esta vez no funciona. Aunque me acerco a él, atraída por el brillo de sus ojos, no es por la razón que él piensa.

—No he venido aquí para eso —le digo.

Hace un gesto indiferente con los hombros, como si no le importara lo más mínimo.

Se echa hacia delante para examinar su perfecta manicura antes de decir:

—¿Para qué has venido entonces? Venga, acaba de una vez. Haven regresará en cuanto acabe el concierto, y no me apetece que se monte otra escenita.

—No quiero hacer daño a Haven. —Vuelvo a alzar los hombros—. Y tampoco a ti. Solo he venido para apelar a la mejor parte de ti mismo, eso es todo.

Estudia mi rostro con expresión incrédula, como si creyera que bromeo.

—Sé que existe una parte buena en ti. De hecho, lo sé todo sobre ti. Conozco tu pasado. Sé que tu madre murió durante el parto, que tu padre te pegaba y que te abandonó… Lo sé todo… Yo…

—Por todos los demonios… —dice en un tono de voz tan bajo y tan asombrado que casi no lo oigo. Sus ojos azules están abiertos de par en par—. Nadie sabe eso… ¿Cómo diablos te has enter… ?

Hago un gesto despreocupado con los hombros, dando a entender que el cómo carece de importancia.

—Y, sabiendo todo eso, ya no puedo odiarte. No puedo. No está en mi naturaleza.

Me fulmina con una mirada llena de escepticismo.

—Claro que sí, encanto —asegura con su tono fanfarrón habitual—. Te encanta odiarme, no puedes evitarlo. De hecho, te gusta tanto odiarme que no eres capaz de pensar en otra cosa. —Sonríe, como si siempre lo hubiera sabido.

Pero sacudo la cabeza y me siento en el borde de la cama.

—Eso era cierto antes, pero ya no. Y la única razón por la que he venido aquí es para decirte que siento mucho lo que te ocurrió. De verdad.

Aparta la mirada, tensa la mandíbula y da unas cuantas patadas a las sábanas.

—Vale, ¡pues no deberías sentirlo, joder! Solo hay una cosa que debes sentir, encanto, y es lo que le hiciste a Drina. Lo demás… ahórratelo. No me interesa en absoluto la compasión que sientes por los pobres, los marginados o los que sufren abusos. No necesito tu compasión, guapa. Por si no lo has notado, ya no soy ese niño. Seguro que puedes verlo, Ever. Solo tienes que mirarme. —Sonríe y extiende los brazos a los lados, invitándome a contemplar su espléndida persona—. Estoy en lo más alto. Y llevo siglos en esta posición.

—Es cierto. —Me inclino hacia él—. Lo ves todo como un juego… como si la vida fuera un tablero y tú la pieza que siempre debe estar tres pasos por delante de las demás. Nunca bajas la guardia, nunca te permites intimar con nadie… Y no tienes ni la menor idea de lo que es querer o ser querido, ya que nadie te ha dado amor. Estoy segura de que podrías haber tomado decisiones diferentes, y seguro que deberías haberlo hecho, pero resulta muy difícil ofrecer lo que nunca te han dado, lo que nunca has experimentado. Y, por eso, te perdono.

—¿Qué es esto? —Me mira echando chispas por los ojos—. ¿La hora feliz? ¿Piensas enviarme la cuenta de tu ridicula charla sentimentaloide? ¿Es eso?

—No —replico con voz firme, sin apartar los ojos de él—. Solo intento decirte que se ha acabado. Que me niego a seguir luchando. Elijo quererte y aceptarte, tanto si te gusta como si no.

—Demuéstramelo. —Da unas palmaditas sobre la cama una vez más—. ¿Por qué no te tumbas conmigo y me demuestras ese amor, Ever?

—No es esa clase de amor. Es amor de verdad. Un amor incondicional. Un amor imparcial, no físico. Te quiero porque eres un alma compañera en este mundo. Te quiero como compañero inmortal. Te quiero porque estoy harta de odiarte y me niego a seguir haciéndolo. Te quiero porque por fin entiendo qué es lo que te ha convertido en la persona que eres. Y si pudiera cambiarlo, lo haría. Pero como no puedo… elijo quererte. Espero que mi aceptación te impulse a hacer algo bueno a ti también… —Me encojo de hombros—. Si no es así, al menos podré decir que lo he intentado.

—Menuda mierda… —murmura al tiempo que pone los ojos en blanco. Por lo visto, mis palabras solo han conseguido irritarlo—. ¿Has estado en una comuna hippy o qué? —Sacude la cabeza y suelta una risotada. Se acomoda en la cama y me mira a los ojos—. Está bien, Ever. Me quieres y me perdonas. Bravo. Bien hecho. Pero voy a darte una noticia: aun así, no conseguirás el antídoto, ¿vale? ¿Sigues queriéndome? ¿O has vuelto a odiarme otra vez? ¿Hasta dónde llega tu amor, Ever?… Mira, ese es el título de una canción de los setenta que estoy seguro de que ni siquiera conoces: «How Deep Is Your Love». —Apoya las manos sobre el regazo y las deja abiertas, relajadas—. Lo siento por tu generación. Habéis tenido que escuchar una música asquerosa. Deberías oír al grupo que ha ido a ver Haven… Los Mighty Hooligans, o algo así. ¿Qué mierda de nombre es ese?

Me limito a encogerme de hombros. Reconozco una táctica evasiva cuando la veo, pero sin importar lo mucho que lo intente, me niego a desviarme del tema, que es lo que él quiere.

—Es tu decisión —le aseguro—. No he venido aquí a pedirte nada.

—Entonces, ¿a qué has venido? ¿Qué sentido tiene esta visita tuya? Según tú, no has venido a por el antídoto y tampoco en busca de un buen revolcón… a pesar de que es evidente que necesitas un polvo desesperadamente. ¿Te has pasado por aquí y has invadido mi intimidad solo para decirme que me quieres? ¿De veras, Ever? Porque siento tener que decírtelo, pero me resulta muy difícil de creer.

—No me extraña —replico impertérrita. Esto es justo lo que me esperaba. Todo está saliendo según lo planeado—. Pero eso se debe a que nunca lo has recibido. Después de seiscientos años, todavía no has experimentado un momento de auténtico amor. Una lástima. Una tragedia, en realidad. Pero no es culpa tuya. Para que lo sepas, aquí las cosas son lo que parecen, Roman. Sin dobleces. Solo quiero que sepas que, a pesar de todo lo que has hecho, te perdono. Y puesto que te perdono, puesto que te libero, ya no puedes hacerme daño. Si nunca me das el antídoto… bueno, Damen y yo nos las apañaremos, porque eso es lo que hacen las almas gemelas. Así es el amor de verdad. No puede romperse, no puede mermarse. Es eterno, infinito, y puede sortear cualquier tempestad. De modo que si estás decidido a seguir así, solo quiero que sepas que no encontrarás ninguna oposición por mi parte. Se acabó para mí. Tengo una vida que vivir… ¿Puedes decir tú lo mismo?

Me mira y, por un momento, sé que he conseguido llegar hasta él. Veo el fogonazo en sus ojos cuando se da cuenta de que el juego se ha acabado. Se requieren dos jugadores, y uno de ellos acaba de abandonar. No obstante, un segundo después ese fogonazo desaparece y regresa el viejo Roman.

—Vamos, guapa… ¿lo estás diciendo en serio? ¿Pretendes que crea que piensas pasarte el resto de tu vida inmortal conformándote con un casto apretón de manos? Vaya, si ni siquiera puedes hacer eso… a pesar del «condón» de energía que habéis creado… No se parece en nada a la realidad, ¿no es así, encanto? No hay nada como esto.

Y antes de que pueda impedirlo, se pone a mi lado y me aprieta la pierna con la mano. Su mirada es intensa, penetrante.

—Tal vez no haya conocido nunca la clase de amor de la que hablas, pero sí he experimentado muchas veces otro tipo de amor… Este tipo de amor. —Sus dedos suben un poco más—. Y te aseguro, encanto, que es tan bueno o mejor que el otro. Y no puedo soportar la idea de que te lo estés perdiendo.

—En ese caso, dame el antídoto y no tendré que perderme nada —replico. Esbozo una sonrisa dulce y no intento apartar sus dedos de mi piel. Eso es lo que él quiere que haga. Quiere que me asuste y me resista. Que lo arroje contra la pared. Que me convierta en una amenaza. La rutina habitual. Pero esta vez no ocurrirá eso. No. Esta vez tengo mucho que demostrar. Mucho que perder. Además, estoy a punto de demostrarle lo aburrido que puede volverse un juego cuando solo hay un jugador.

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