Tentación (30 page)

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Authors: Alyson Noel

Tags: #Infantil y juvenil, Romántico

BOOK: Tentación
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Contengo el aliento y me mantengo inmóvil, consciente de un runruneo lejano, de un ruido sibilante a mi alrededor. Y cuando abro los ojos, veo que estoy en un vestíbulo. No es el mismo que el de la otra vez, el que tiene un pasillo infinito y las paredes llenas de jeroglíficos en braille. Este vestíbulo es más ancho y más corto, más parecido al pasillo que lleva a tu fila de asientos en un estadio cerrado o en una sala de conciertos. Y cuando lo sigo hasta el final, veo que estoy en un estadio, en una especie de coliseo cubierto… solo que en este en particular solo hay un asiento, y resulta que está reservado para mí.

Me acomodo, desdoblo la manta que hay al lado y me la pongo sobre el regazo. Contemplo las paredes y las columnas que me rodean. Todo parece viejo, ruinoso, como si se hubiese construido mucho tiempo antes, en la antigüedad. Me pregunto si esperan algo de mí, si quieren que haga el primer movimiento… Pero de repente aparece un holograma brillante y multicolor justo delante de mí.

Me inclino hacia él y entorno los párpados al contemplar una imagen de una familia que casi parece una alucinación. La madre, pálida y febril, está tendida de espaldas, baldada por el dolor; grita de agonía y le suplica a Dios que la lleve con él. Ni siquiera tiene la oportunidad de sostener al hijo que acaba de dar a luz cuando su deseo se cumple y la mujer fallece. Su alma viaja hacia los cielos, hacia delante, y su bebé, el diminuto recién nacido que no deja de dar patadas, es aseado antes de llegar a brazos de su padre, quien está demasiado abrumado por la muerte de su amada esposa como para prestarle atención.

Un padre que nunca deja de llorar a su esposa… y que culpa a su hijo de su muerte.

Un padre que empieza a beber para olvidar el dolor… y que se entrega a la violencia cuando eso deja de funcionar.

Un padre que golpea a su hijo desde que empieza a gatear hasta el día en que, sumido en el sopor alcohólico, inicia una pelea con alguien mucho más fuerte que él, una pelea que no puede ganar. Su cuerpo, apaleado y sangriento, es abandonado en un callejón. Sin embargo, sonríe con su último aliento al recibir por fin el dulce alivio que lleva años buscando. Deja atrás a un niño hambriento y abandonado que pronto se convierte en pupilo de la Iglesia.

Un niño con piel suave y morena, enormes ojos azules y una melena rizada dorada que solo podrían pertenecerle a Roman.

Que solo podrían pertenecerle a mi némesis, a mi enemigo, a mi eterno antagonista al que ya no puedo odiar. Un enemigo al que compadezco después de ver cómo (siendo más joven que los demás y algo pequeño para su edad) se esfuerza por encajar, por agradar, por ser admitido y querido… y solo consigue que lo desprecien y lo maltraten. Se convierte en el sirviente de todos, en el chivo expiatorio de todo el mundo.

Cuando Damen fabrica el elixir y los anima a todos a beberlo para librarse de los estragos de la peste negra, Roman es el último en beber. Damen ni siquiera se habría fijado en él de no ser porque Drina lo obligó a dar un paso al frente e insistió en que reservara unas últimas gotas para él.

Me obligo a quedarme hasta el final y contemplo siglos de resentimiento contra Damen, cientos de años de amor por Drina que siempre es rechazado. Siglos enteros en los que llega a convertirse en un chico tan fuerte y brillante que puede conseguir todo lo que quiere, salvo la única cosa que desea en el mundo… la única cosa que jamás podrá tener. Me obligo a verlo todo, pero en realidad no me hace falta.

La bestia nació hace seiscientos años, cuando su padre lo golpeaba, cuando Damen no le prestó atención, cuando Drina fue amable con él. Es evidente que podría haber vivido de otra forma, tomar decisiones mucho mejores, si alguien le hubiera mostrado cómo hacerlo. Pero no se puede dar lo que no tienes.

Y cuando el holograma llega a su fin, cuando las imágenes desaparecen y las luces se apagan, sé lo que debo hacer.

Sin necesidad de que me lo digan, sé exactamente cómo debo proceder.

Así que me levanto del asiento, inclino la cabeza a modo de agradecimiento y regreso al plano terrestre.

Capítulo treinta y uno

C
uando llego al camino de entrada y aparco el coche, soy presa de un efímero aunque abrumador ataque de miedo. No dejo de darle vueltas a cuestiones como: ¿debería hacer esto? ¿Tendré oportunidad de hacerlo? ¿O ella me descartará como hizo con el look Emo del último año?

Puesto que sé que no lo averiguaré si no lo intento, me tomo un momento para calmarme, para centrarme, para reunir fuerzas y llenarme con esa luz brillante y sanadora, tal y como Ava me ha enseñado. Toco el amuleto que cuelga bajo el vestido para asegurarme de que lo llevo, salgo del coche y me acerco con paso decidido a la puerta. No tengo ni la menor idea de si ella sigue viviendo aquí ahora que se ha convertido en un ser infinito con muchísimos poderes y tiene el mundo a sus pies, pero imagino que es el mejor lugar para empezar.

—Hola. —Sonrío y echo un vistazo por encima del hombro del ama de llaves. Me alivia ver que, al menos desde donde estoy, todo parece estar igual… en su habitual estado de caos y desorden—. ¿Está Haven? —añado con voz esperanzada, como si ansiara una respuesta afirmativa.

La señora asiente, abre la puerta un poco más y señala con un gesto la habitación de Haven. Corro escaleras arriba en la dirección hacia donde me indica sin darme tiempo a pensármelo mejor y me detengo frente a su puerta. Llamo un par de veces.

—¿Quién es? —pregunta con tono irritado, como si lo último que deseara fuera una visita.

Cuando le digo que soy yo… bueno… no quiero ni imaginarme lo que piensa.

—Vaya, vaya… —ronronea al tiempo que abre una rendija en la puerta, lo justo para confirmar que soy yo. Me recorre con la mirada sin dejarme pasar—. La última vez que te vi intentaste…

—Atacarte. —Asiento con la cabeza. Imagino que se habrá sorprendido al verme admitirlo de un modo tan abierto y sincero—. Con respecto a eso… —empiezo a decir, pero ella no me deja terminar.

—Bueno, en realidad iba a decir que intentaste seducir a mi novio, pero sí, supongo que en realidad solo hiciste algo físico conmigo. —Sonríe, pero ni de lejos es una sonrisa feliz—. Dime, Ever, ¿qué te trae por aquí? ¿Estás impaciente por terminar lo que empezaste?

La miro con la expresión más sincera y directa que logro componer.

—No, en absoluto —le aseguro—. En realidad he venido con la esperanza de poder solucionar las cosas. Quiero explicártelo todo y llegar a una tregua. —Doy un respingo al escuchar esa palabra, ya que recuerdo la última vez que la utilicé con Roman… y las cosas no fueron demasiado bien.

—¿Una tregua? —Arquea una ceja e inclina la cabeza hacia un lado—. ¿Tú? ¿Ever Bloom? ¿La chica que fingía ser mi mejor amiga y que me robó al chico que me gustaba… Damen… delante de mis narices? —Sacude la cabeza al ver mi expresión confundida—. Por si no lo recuerdas, yo me lo pedí primero, pero aun así, tú te lanzaste de cabeza y me lo robaste sin miramientos. Ahora me da igual, porque al final todo se arregló, pero aun así… A pesar de que tenías todo lo que una persona puede desear, fuiste a por Roman también, porque al parecer no te basta con un solo inmortal que está como un tren. Ah, y pusiste tanto empeño que decidiste que no te importaría matarme si así podías llegar hasta él. Pero ahora, de repente, has cambiado de opinión y apareces en la puerta de mi habitación para llegar a una tregua. ¿De verdad es eso lo que pretendes?

Asiento con la cabeza.

—Más o menos. Pero hay muchas cosas más que deberías saber. Porque la verdad es que intenté hechizar a Roman… hice un encantamiento para obligarlo a hacer mi voluntad y darme lo que deseaba. Pero me salió el tiro por la culata y al final fui yo la que acabó atada a él de una forma que… bueno, de una forma que aún no entiendo bien. —Arrugo la nariz y sacudo la cabeza al recordarlo—. Pero esa es la única razón por la que hice lo que hice. Te lo juro. La magia tomó el control de mí y no me dejaba pensar con claridad. En realidad no era yo quien actuaba así… al menos, no del todo. —Hago un gesto negativo otra vez—. Sé que parece una locura, y te aseguro que no resulta fácil explicarlo, pero todos mis actos estaban dirigidos por una fuerza exterior. —La miro con la esperanza de que me crea—. No tenía el control.

Haven me observa con la cabeza inclinada y una ceja enarcada.

—¿Un hechizo? —Esboza una sonrisa desdeñosa—. ¿De verdad esperas que me crea eso?

Asiento sin dejar de mirarla a los ojos. Estoy dispuesta a confesar la sórdida historia, a hacer lo que haga falta para que vuelva a confiar de nuevo en mí, pero no aquí en el pasillo.

—Oye, ¿te parece bien que…? —Señalo el interior del dormitorio.

Haven frunce el ceño y me mira con los ojos entornados mientras se lo piensa. Abre la puerta lo justo para que pueda entrar y me dice:

—Solo para que lo sepas: si haces un movimiento que no me guste, te aniquilaré tan rápido que no tendrás tiempo ni para…

—Tranquilízate —le digo mientras me dejo caer sobre su cama, como en los viejos tiempos… Solo que las cosas no son como en los viejos tiempos ni por asomo—. Hoy me siento de lo más pacífica, te lo aseguro. De hecho, voy a ser pacífica de ahora en adelante, y no tengo intención de atacarte en ningún sentido. Lo único que deseo es paz, y recuperar tu amistad… pero dado que eso último no parece posible, me conformaré con una tregua.

Haven se apoya contra el tocador y cruza los brazos con fuerza sobre el corsé negro de cuero que lleva por encima del vestido de encaje.

—Lo siento, Ever, pero después de lo que ha pasado, las cosas no son tan sencillas. No tengo motivos para confiar en ti, y necesitaré algo más que tu palabra para volver a hacerlo.

Respiro hondo y deslizo la mano sobre su viejo edredón de flores, sorprendida de que no lo haya cambiado todavía.

—Créeme —le digo mirándola a los ojos—, te entiendo. De verdad que sí. Pero, Haven… —Guardo silencio un instante, sacudo la cabeza y vuelvo a empezar—: Lo cierto es que no soporto pensar en lo que ha ocurrido entre nosotras. Te echo de menos. Echo de menos nuestra amistad. Y detesto saber que en parte se ha roto por mi culpa.

—¿En parte? —pregunta con tono estridente antes de poner los ojos en blanco—. Perdona que te lo diga, pero ¿no te parece que esa frase sería mucho más precisa si admitieras que todo ha sido culpa tuya?

No aparto la mirada de su rostro.

—Está bien, admito que la mayor parte de la culpa es mía, pero desde luego no toda. Pero, Haven, la cuestión es que… aunque Roman no me cae bien (y, créeme, tengo mis razones para ello), entiendo que es tu novio y que no te haré cambiar de opinión diga lo que diga, así que no lo intentaré más. Y sé que te resulta difícil creerlo, sobre todo después de lo que viste la otra noche… pero… bueno, como te he dicho antes, no era yo misma.

—Ah, es verdad… fue culpa de ese horrible y malvado hechizo. —Sacude la cabeza, pero eso no me detiene.

—Escucha, sé que no me crees y que es probable que te parezca una chiflada, pero me parece que, teniendo en cuenta las circunstancias, tú mejor que nadie deberías saber que las cosas que parecen una locura son a menudo ciertas.

Me mira con la boca torcida, una señal de que se plantea la posibilidad de que le esté diciendo la verdad.

—Tú y yo estamos en el mismo bando… y solo espero que llegues a darte cuenta de eso algún día. Confía en mí… no voy a interferir en tu felicidad. Y nunca quise robarte a la persona que tú querías para ti… a pesar de lo que pueda parecer. Yo solo… en fin, solo espero que haya alguna forma de que volvamos a ser amigas a pesar de lo que ha ocurrido. Sé que las cosas nunca volverán a ser igual. No espero que lo sean después de todo lo que hemos pasado, y me consta que estás muy ocupada con tu trabajo y saliendo por ahí con… hummm… con otros inmortales… —En este momento no recuerdo sus nombres.

—Rafe, Misa y Marco —murmura ella claramente molesta.

—Sí, eso. Pero aun así, las clases empiezan dentro de pocas semanas, y Miles regresará pronto, y pensé que quizá… bueno, no todos los días, si no quieres… pero quizá podríamos sentarnos juntas durante el almuerzo de vez en cuando. Ya sabes, como antes.

—¿Será una tregua durante el almuerzo, entonces? —Sus ojos son un caleidoscopio de remolinos de carey cuando se fijan en los míos.

—No. —Niego con la cabeza—. Es una tregua para todos los momentos. Solo espero que se extienda también a los almuerzos alguna vez que otra.

Tuerce el gesto y se mira las cutículas… aunque sé con seguridad que ya no están mal, porque los inmortales no tienen padrastros. También sé que es una excusa para rehuir mi mirada, para conseguir que me ponga nerviosa y espere mientras ella se toma su tiempo para considerar mis palabras.

—Nunca será como antes —dice al final mirándome por fin a los ojos—. Y no solo por todo lo que ha ocurrido con Roman… que ha sido muy gordo, por cierto. El verdadero motivo por el que las cosas no volverán a ser iguales es que yo soy diferente… y la verdad es que me gusta ser diferente. No quiero volver a convertirme en la persona que era. No quiero ser esa fracasada triste y patética otra vez.

—Nunca fuiste ni patética ni fracasada… aunque a veces sí que estabas un poco triste —le digo, aunque de inmediato descarto el comentario con un gesto de la mano.

—Además, todo ha cambiado mucho… demasiado diría. No tengo claro que pueda llegar a olvidar esas cosas.

Asiento. Lo entiendo, pero no pierdo la esperanza de que pueda conseguirlo con el tiempo.

—Y sí, Misa, Rafe y Marco son geniales y todo eso, no me malinterpretes, pero aparte de la inmortalidad y el trabajo en la tienda, en realidad no tenemos mucho en común, ¿sabes? Nuestras historias son muy diferentes, y también nuestras referencias. Nunca han oído hablar de mis grupos favoritos, y eso me pone de los nervios.

Me encojo de hombros y hago un gesto afirmativo con la cabeza, como si lo entendiera a la perfección.

—Y aunque en realidad nunca me sentí como tú y tampoco teníamos mucho en común, siempre me dio la impresión de que me comprendías, ¿sabes? Es posible que no fueras como yo, pero me aceptabas y nunca me juzgabas. Y eso… bueno, significaba mucho para mí. Significaba algo, al menos.

Aprieto los labios y espero el resto, porque sé que aún no ha terminado de hablar.

—Así que… sí, yo también te he echado de menos. —Me mira y se encoge de hombros antes de añadir—: Estaría bien mantener al menos a una amiga durante el resto de la eternidad. Pero… ¿seguro que no puedes convertir a Miles también?

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