Taiko (58 page)

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Authors: Eiji Yoshikawa

BOOK: Taiko
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—En efecto.

—También creía que si os quedabais más tiempo en el monte Komaki, os dejaríamos ver las defensas de la provincia, por lo que me ordenó que os trajera a Sunomata de inmediato. Que os trajera y...

Hideyoshi se interrumpió como si las palabras se le hubieran atascado en la garganta. Osawa también estaba alterado, pero miró directamente a los ojos de Hideyoshi, alentándole para que concluyera la frase.

—Me resulta difícil decirlo, pero ha sido una orden de Su Señoría, por lo que deseo que lo oigáis. Me ordenó que os trajera de regreso a Sunomata, os encerrase en el castillo y os matara. Pensaba que ésta era una magnífica oportunidad... que no debíamos pasar por alto.

Cuando Osawa miró a su alrededor, se dio cuenta de que no le acompañaba un solo soldado y estaba dentro del castillo enemigo. Y, a pesar de que era un hombre valiente, se le erizó el vello de la nuca.

—Pero por mi parte —siguió diciendo Hideyoshi—, si obedezco la orden de Su Señoría, habré roto la promesa que os hice, y eso sería tanto como pisotear el honor de un samurai. No puedo hacer tal cosa. Pero al mismo tiempo, si me considero un servidor leal, estaré desobedeciendo las órdenes de mi señor. He llegado al punto en que no puedo avanzar ni retroceder. Así pues, durante el camino de regreso desde el monte Komaki, me mostré triste y desanimado, lo cual supongo que ha debido despertar vuestras sospechas. Os ruego que dejéis de lado vuestras dudas, pues ahora veo con toda claridad cuál es la solución.

—¿Qué queréis decir? ¿Qué vais a hacer?

—Creo que abriéndome el vientre puedo disculparme ante vos y el señor Nobunaga. No hay otra manera. General Osawa, despidámonos tomando una taza de sake. Luego... estoy resignado a hacerlo. Os garantizo que nadie va a poneros una mano encima. Podréis marcharos de aquí protegido por la oscuridad de la noche. ¡No os preocupéis por mí y tranquilizad vuestro corazón!

Osawa escuchó en silencio todo lo que Hideyoshi le decía, pero sus ojos estaban llenos de lágrimas. En contraste con la ferocidad que le había valido su apodo, aquéllas no eran las lágrimas de un hombre ordinario. Era evidente que tenía un, profundo sentido de la rectitud.

—Estoy en deuda con vos —dijo entre sollozos, y se enjugó las lágrimas. ¿Era posible que aquél fuese el general que había luchado en innumerables batallas?—. Pero escuchad, señor Hideyoshi. Sería imperdonable que os hicierais el seppuku.

—Pero si no lo hago, es imposible hallar palabras con las que pediros disculpas a vos y a Su Señoría.

—No, no importa lo que digáis. Es injusto que os abráis el vientre y me ayudéis. Mi honor de samurai no lo permitirá.

—Soy yo quien os ha explicado las cosas y os ha invitado aquí. También soy yo quien se ha equivocado con respecto al pensamiento de Su Señoría. Así pues, para disculparme ante los dos, es apropiado que expíe mi ofensa con mi propia vida. No tratéis de impedírmelo, por favor.

—Al margen del error que afirmáis haber cometido, también yo he sido culpable. Esto no es digno de vuestro suicidio. Permitidme que os ofrezca mi cabeza como reconocimiento de vuestra buena fe. Llevad mi cabeza al monte Komaki.

Osawa empezó a desenvainar su espada corta.

Hideyoshi, estremecido, cogió la mano de Osawa.

—¿Qué estáis haciendo?

—Soltadme la mano.

—No lo haré. Nada sería más doloroso que veros cometer el seppuku.

—Lo comprendo, y por eso os estoy ofreciendo mi cabeza. Si hubierais planeado alguna estratagema cobarde, os habría demostrado que soy capaz de escaparme, aunque para ello hubiera tenido que levantar una montaña de cadáveres. Pero me ha conmovido vuestro espíritu de samurai.

—Esperad, pensad un momento. Parece muy extraño que los dos estemos discutiendo por morir. General Osawa, si confiáis en mí hasta ese extremo, tengo un plan que nos permitirá a los dos vivir y conservar nuestro honor de guerreros. Pero, ¿tendréis ánimo todavía para dar un paso más en favor del clan Oda?

—¿Un paso más?

—A la postre, las dudas de Nobunaga se basan en la alta estima en que os tiene. Así pues, si hicierais algo que manifestara realmente vuestro apoyo al clan Oda, sus dudas desaparecerían.

Aquella noche, Osawa partió del castillo de Sunomata en dirección desconocida. ¿Cuál era el plan que le había revelado Hideyoshi? No había ningún motivo para que nadie lo supiera, pero más adelante su naturaleza resultó clara. Alguien habló con Iyo, Ando u Ujiie, los «tres hombres de Mino», los mismos cimientos del poder de Saito, proponiendo a los tres que prometieran fidelidad al clan Oda. El hombre que les habló de una manera tan elocuente, y a través de cuyos buenos oficios fueron presentados, no era otro que Osawa Jirozaemon.

Por supuesto, Hideyoshi no cometió el seppuku. Osawa no sufrió ningún percance y Nobunaga añadió cuatro famosos generales de Mino a sus aliados sin haber salido siquiera de su castillo. ¿Había sido esta operación fruto de la sabiduría de Nobunaga o del genio de Hideyoshi? Una sutil interacción de mentes parecía haberse producido entre el señor y su servidor, y nadie podría haber dicho con certeza cuál de las dos mentes era la que mandaba.

***

Nobunaga estaba impaciente. Había hecho un gran sacrificio para levantar el castillo de Sunomata, una obra que había requerido mucho tiempo, y era natural que se sintiera frustrado.

—Para vengar el nombre de mi difunto suegro, derribaré ese clan inmoral y liberaré al pueblo sofocado por su mala administración.

Tal había sido la declaración del motivo de Nobunaga, a fin de que el mundo aceptara la batalla, pero a medida que transcurría el tiempo, estas palabras empezaban naturalmente a perder su fuerza. También existía la posibilidad de que los Tokugawa de Mikawa, quienes quizá le estaban observando a sus espaldas, pusieran en tela de juicio su capacidad.

La fuerza verdadera de los Oda era discutible, y existía un verdadero peligro para la alianza entre Oda y Tokugawa. Sin embargo, Nobunaga estaba impaciente. Desde luego, había logrado incorporar a su bando a Osawa y los «tres hombres de Mino», pero esto por sí solo no le había proporcionado ninguna victoria.

Lo que pedía era conquistar Mino de un solo golpe. Parecía que, desde la batalla de Okehazama, la fe de Nobunaga en el concepto del «golpe único» se había robustecido. Por ello en varias ocasiones hombres como Hideyoshi le habían expresado cierta oposición.

Aquel verano, durante la conferencia para discutir la conquista de Mino, Hideyoshi permaneció en silencio durante toda la sesión, sentado en el lugar más bajo. Cuando le pidieron su opinión, replicó:

—Creo que tal vez la ocasión no está todavía madura.

Esta respuesta le resultó antipática en extremo a Nobunaga, el cual le preguntó, en un tono casi de reprimenda:

—¿No fuiste tú quien dijo que el Tigre de Unuma traía a nuestro lado a los «tres hombres», y que Mino se desmoronaría por sí solo sin tener que abandonar el castillo?

—Os ruego que me perdonéis, mi señor, pero Mino tiene diez veces más fuerza y riqueza que Owari.

—Primero dijiste que tenía un exceso de hombres de talento, y ahora temes su riqueza y su fuerza. En ese caso, ¿cuándo vamos a atacarles?

Nobunaga dejó de pedir la opinión de Hideyoshi y el consejo siguió adelante. Se decidió que durante el verano un gran ejército saldría del monte Komaki hacia Mino, utilizando Sunomata como su campamento base.

La batalla para cruzar el río y entrar en territorio enemigo duró más de un mes. Durante ese período fueron enviados al campamento gran número de heridos. No llegó nunca ningún informe de victoria. El ejército extenuado por la lucha se retiró en completo silencio, soldados y generales callados y taciturnos por igual.

Cuando los hombres que habían permanecido en el castillo les preguntaron cómo había ido la batalla, todos bajaron los ojos y sacudieron en silencio la cabeza. A partir de entonces Nobunaga también guardó silencio. Sin duda había aprendido que no todas las batallas se libraban como la de Okehazama. Ahora reinaba el sosiego en el castillo de Sunomata, visitado tan sólo por los vientos del desolado otoño procedentes del río.

De improviso, Hikoemon recibió una llamada de su señor.

—Supongo que, entre tus antiguos ronin, debe de haber varios originarios de otras provincias y varios de Mino —empezó a decirle Hideyoshi.

—Sí, los hay.

—¿Crees que habrá alguno de Fuwa?

—Lo averiguaré.

—Muy bien. Si encuentras alguno, dile que venga a verme.

Poco después, Hachisuka Hikoemon acompañó a uno de sus antiguos ronin, un hombre llamado Saya Kawaju, al jardín donde aguardaba Hideyoshi. Era de aspecto fuerte y unos treinta años de edad.

—¿Eres Saya? —le preguntó Hideyoshi.

—Sí, mi señor.

—¿Natural de Fuwa en Mino?

—De un pueblo llamado Tarui.

—Bien, imagino que estás muy familiarizado con la zona.

—He vivido allí hasta los veinte años, así que la conozco un poco.

—¿Tienes parientes en el pueblo?

—Mi hermana menor.

—¿Cuál es su situación?

—Está casada con el hijo de una familia campesina, e imagino que ahora tiene hijos.

—¿Te gustaría volver allá? ¿Por una sola vez?

—Nunca había pensado en ello. Es muy probable que si mi hermana supiera que su hermano, el ronin, regresa a casa, se sintiera muy incómoda ante los parientes de su marido y el resto del pueblo.

—Pero eso era antes. Ahora eres un servidor del castillo de Sunomata y un samurai respetable. No hay nada malo en ello, ¿no es cierto?

—Fuwa es un distrito estratégico en la parte occidental de Mino. ¿Qué estaría yo haciendo en territorio enemigo?

Hideyoshi asintió varias veces a esa obviedad, y pareció como si estuviera tomando una decisión.

—Me gustaría que vinieras conmigo. Nos disfrazaríamos de manera que no llamásemos la atención. Preséntate en el jardín al anochecer.

—¿Adonde os proponéis ir tan de repente? —inquirió Hikoemon en tono dubitativo.

Hideyoshi bajó la voz y susurró al oído de Hikoemon:

—Al monte Kurihara.

Por la expresión de Hikoemon, pareció como si dudara de la cordura de su señor. Desde hacía tiempo sospechaba que Hideyoshi se proponía algo, pero... ¡el monte Kurihara! Al oír a Hideyoshi apenas pudo refrenar su sorpresa. Un antiguo servidor del clan Saito, un hombre considerado como gran estratega, llevaba una vida de reclusión en la montaña. Ese hombre era Takenaka Hanbei. Algún tiempo atrás, Hideyoshi había investigado a fondo el carácter de aquel hombre y su relación con el clan Saito.

«Si logramos que ahora este caballo cruce la puerta del campamento de la misma manera que hicimos entrar al Tigre de Unuma y los "tres hombres"...» Tal era el plan general de Hideyoshi, mas para su servidor, la idea de penetrar en territorio enemigo e ir al monte Kurihara era impensable.

—¿Realmente queréis ir allí? —inquirió Hikoemon con incredulidad.

—Naturalmente.

—¿De veras? —insistió el otro.

—¿Por qué das tanta importancia al asunto? —Hideyoshi no parecía pensar que su decisión fuese peligrosa o preocupante—. En primer lugar, eres el único que conoce mis intenciones, y vamos a ir en secreto. Voy a pedirte que te hagas cargo de todo durante los días que dure mi ausencia.

—¿Vais a ir solo?

—No, me acompañará Saya.

—Ir con él será lo mismo que ir desarmado. ¿Creéis de veras que podréis engatusar a Hanbei para que sea vuestro aliado viajando solo a territorio enemigo?

—Eso será difícil —musitó Hideyoshi casi para sus adentros—, pero quiero intentarlo. Si le hablo con toda franqueza, no importará la firmeza de los lazos que le unen al clan Saito.

De repente Hikoemon recordó la elocuencia de Hideyoshi cuando discutió con él en Hachisuka. Aun así, no estaba seguro de que Hiyoshi, a pesar de su elocuencia, fuese realmente capaz de hacer bajar a Takenaka Hanbei del monte Kurihara. No, aunque las cosas salieran más o menos bien y Hanbei decidiera abandonar su retiro en la montaña, lo más probable sería que prefiriera alinearse con los Saito en vez de los Oda.

Por entonces se rumoreaba que Hanbei, tras haberse retirado al monte Kurihara, llevaba una tranquila vida rural, lejos del mundo, dedicado a perfeccionarse como ermitaño. Pero si un día sus antiguos patronos, los Saito, corrían peligro de perdición, él regresaría para ponerse al frente de su ejército. Era cierto que en la ocasión anterior, cuando repelieron el formidable ataque de Oda, él no había acudido con sus fuerzas, sino que se había limitado a contemplar las nubes de la guerra sobre el campo desde lo alto del monte Kurihara, y había enviado a los Saito sus meditaciones una tras otra, enseñándoles las estrategias secretas de la guerra. Había quienes diseminaban ese relato como si fuese verdadero. Sería difícil..., el mismo Hideyoshi lo había dicho. Hikoemon sentía lo mismo, incluso con creces, y el sonido que salió de su garganta pareció un gemido.

—Será difícil realizar esa ambición, mi señor —dijo en un tono de advertencia.

—Bien... —La expresión turbada de Hideyoshi desapareció—. La verdad es que no tenemos que preocuparnos tanto. Una cosa difícil puede resultar inesperadamente sencilla, y lo que parece fácil puede ser difícil en extremo. A mi modo de ver, lo esencial es conseguir que Hanbei confíe en mi sinceridad. Siendo quien es mi oponente, no voy a utilizar estratagemas o trucos sencillos.

Comenzó los preparativos para su viaje secreto. Aunque Hikoemon creía que la empresa sería inútil, no podía detener a su señor. El respeto que le inspiraban los recursos y la magnanimidad de Hideyoshi aumentaban de día en día, y creía que la capacidad de aquel hombre estaba muy por encima de la suya propia.

Anocheció. Tal como habían convenido, Saya estaba junto a la puerta del jardín. El aspecto de Hideyoshi era tan desastrado como el de su servidor.

—Bueno, Hikoemon, ocúpate de todo —dijo Hideyoshi, y echó a andar como si fuese a dar un paseo alrededor del castillo.

No había mucha distancia desde Sunomata hasta el monte Kurihara, tal vez unas diez leguas. En un día claro, el monte podía verse vagamente a lo lejos. Pero aquella sierra era la fortaleza de Mino contra el enemigo. Hideyoshi dio un rodeo a lo largo de las montañas y entró en Fuwa.

Para conocer la naturaleza y las características especiales de la gente que vivía allí, era esencial examinar primero los rasgos naturales de la zona. El distrito de Fuwa estaba situado al pie de las montañas en la parte occidental de Mino, y era un cuello de botella en la carretera hacia la capital.

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