Taiko (100 page)

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Authors: Eiji Yoshikawa

BOOK: Taiko
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Todos se reanimaron, pero los verdaderos resultados no justificaban el júbilo. El motivo era que ahora había demasiados generales ilustres en un solo lugar. Ahora que todos estaban al lado de Hideyoshi, ninguno quería verse en una posición subordinada. Niwa y Nobumori eran mayores que Hideyoshi, mientras que Mitsuhide y Takigawa eran tan inteligentes como él y gozaban de la misma popularidad.

Los generales provocaron una atmósfera de duda acerca de quién era en verdad el comandante en jefe. Las órdenes no pueden venir siquiera por dos conductos, y ahora eran varios los generales que las daban. El enemigo pudo husmear tales dificultades internas. Las fuerzas de Mori estaban lo bastante despiertas para percibir la ineficacia de la situación. Una noche las tropas de Kobayakawa rodearon la parte posterior del monte Takakura y lanzaron un ataque por sorpresa contra el campamento de los Oda.

Los hombres de Hideyoshi sufrieron cierto número de bajas. Entonces las tropas de Kikkawa avanzaron rápidamente desde las llanuras que se extendían por detrás hasta la zona de Shikama y atacaron por sorpresa a la unidad de suministros de los Oda, quemaron sus barcos e hicieron lo posible para crear un caos.

Una mañana, cuando Hideyoshi miraba en dirección a Kozuki, vio que la torre vigía del castillo había sido totalmente destruida durante la noche. Preguntó qué había sucedido y le informaron de que el ejército de Mori poseía uno de los cañones de los bárbaros del sur y probablemente habían pulverizado la torre con el impacto directo de un enorme proyectil. Impresionado por esta demostración de fuerza, Hideyoshi partió hacia la capital.

***

Cuando Hideyoshi llegó a Kyoto, fue directamente al palacio de Nijo, sin cambiarse la ropa cubierta por el polvo del camino y con el rostro ensombrecido por una barba de varios días.

—¿Hideyoshi?

Nobunaga tuvo que mirarle dos veces para asegurarse de que era él. Desde luego parecía un hombre diferente del que había marchado al frente de sus tropas. Tenía los ojos hundidos y una barba rala y rojiza le rodeaba la boca como un cepillo para restregar.

—Por tu aspecto pareces muy apremiado, Hideyoshi. ¿A qué has venido?

—No tengo un solo momento libre, mi señor.

—En ese caso, ¿qué te trae aquí?

—He venido a pediros instrucciones.

—¡Qué general tan fastidioso! Te nombré comandante en jefe, ¿no es cierto? Si sigues pidiéndome mi opinión sobre todas las cosas, no tendrás tiempo para poner tus tácticas en acción. ¿Por qué eres tan reservado en estas circunstancias? ¿Es que no puedes actuar por ti mismo?

—Vuestra irritación es totalmente razonable, mi señor, pero vuestras órdenes han de llegar a través de un solo canal.

—Cuando puse el bastón de mando en tus manos, te otorgué autoridad en todas las situaciones. Si comprendes lo que deseo, entonces tus instrucciones son las mías. ¿Por qué has de sentirte confuso?

—Con todo el debido respeto, ése es precisamente el punto en el que tengo dificultades. No quiero perder un solo soldado en vano.

—¿Qué estás tratando de decirme?

—Si la situación actual persiste, no podemos ganar.

—¿Por qué dices que ésta es una batalla perdida?

—Por indigno que sea, ahora que tengo el mando no pienso encaminar a mis hombres a una lamentable derrota. Pero la derrota es inevitable. Desde los ángulos del espíritu de lucha, el equipo y la ventaja geográfica, en estos momentos no estamos a la altura de los Mori.

—Lo primero que debes recordar —replicó Nobunaga— es que si el comandante en jefe prevé la derrota, no hay razón para que venza.

—Pero si cometemos un error de cálculo, creyendo que podemos ganar, nuestra derrota podría ser desastrosa. Si vuestras tropas sufren la mancha de una derrota en el oeste, los enemigos que están esperando aquí y en todas partes y, por supuesto, el Honganji, creerán que el señor de los Oda ha tropezado y que ahora es el momento propicio para su caída. Harán sonar sus gongs y entonarán sus ensalmos, e incluso el norte y el este se alzarán contra vos.

—Soy consciente de ello.

—Pero ¿no deberíais considerar que la invasión de las provincias occidentales, que es tan importante, podría ser fatal para el clan Oda?

—Lo tengo en cuenta, por supuesto.

—Entonces ¿por qué no habéis ido vos mismo a las provincias occidentales, después de que os lo solicitara tantas veces? El tiempo es vital. Si perdemos esta oportunidad, no tendremos ninguna posibilidad en la verdadera batalla. Es casi una necedad mencionarlo, pero sé que sois el primer general en toda la historia que ha percibido esta oportunidad, y no comprendo por qué no hicisteis nada cuando os envié una petición tras otra. Aunque he intentado hacer salir al enemigo, no se deja provocar tan fácilmente. Ahora los Mori han movilizado un ejército enorme y atacado Kozuki, utilizando el castillo de Miki como base. ¿No es ésta una oportunidad enviada por el cielo? Con mucho gusto sería yo un señuelo para atraerlos más lejos. ¿No podríais entonces, mi señor, acudir personalmente y poner fin a este juego de un solo golpe?

Nobunaga estaba sumido en sus pensamientos. Como no era la clase de hombre que permanece indeciso en tales circunstancias, Hideyoshi comprendió que Nobunaga no estaba dispuesto a acceder a su petición.

—No —dijo finalmente Nobunaga—. Éste no es el momento de actuar temerariamente. Primero tenemos que determinar con exactitud la fuerza del clan de Mori. —Esta vez fue Hideyoshi quien pareció absorto en sus pensamientos. Como si le reprendiera, Nobunaga siguió diciendo—: ¿No será que te ha intimidado un poco el poderío de los Mori y esperas la derrota incluso antes de pelear razonablemente?

—Mi señor, no considero una prueba de lealtad hacia vos librar una batalla sabiendo que terminará en derrota.

—¿Tan fuertes son los efectivos de las provincias occidentales? ¿Tan elevada es su moral?

—Lo es. Están protegiendo las fronteras que han mantenido desde los tiempos de Motonari, y ponen todo su empeño en reforzar el interior de su dominio. Su riqueza no puede compararse siquiera con la de los Uesugi de Echigo o los Takeda de Kai.

—Es absurdo pensar que una provincia rica es siempre una provincia fuerte.

—La fuerza depende de la calidad que tenga la riqueza. Si los Mori fuesen extravagantes y arrogantes, no merecería la pena preocuparse por ellos, y es muy probable que incluso pudiéramos aprovecharnos de la situación. Pero los dos generales, Kikkawa y Kobayakawa, son una gran ayuda para Terumoto y mantienen las tradiciones de su antiguo señor. Sus comandantes y soldados actúan virtuosamente, siguiendo el Camino del Samurai. Los pocos soldados que hemos capturado vivos tienen un temple pasmoso y arden de hostilidad. Cuando veo todo esto, lamento sin poder evitarlo que esta invasión vaya a ser tan dif...

—Hideyoshi, Hideyoshi —le interrumpió Nobunaga con una expresión de disgusto en su semblante—. ¿Qué me dices del castillo de Miki? Nobutada se dirige allí.

—Dudo de que caiga fácilmente, a pesar de las habilidades de vuestro hijo.

—¿Qué clase de jefe es Bessho Nagaharu, el gobernador del castillo?

—Es un hombre de gran carácter.

—No haces más que alabar al enemigo, ¿sabes?

—La primera regla de un militar es conocer a su enemigo. Supongo que no es bueno alabar a los jefes y a sus soldados, pero os he hablado con franqueza porque me creo en el deber de haceros una evaluación correcta.

—Creo que tienes razón. —Por fin Nobunaga pareció reconocer la fuerza del enemigo, si bien a regañadientes. Sin embargo, la determinación de vencer seguía enconándose en su interior, y al cabo de un rato añadió—: Supongo que es así, Hideyoshi, pero que nuestras tropas carezcan de ánimo sigue siendo otra cosa.

—¡En efecto!

—El papel del comandante en jefe no es fácil. Takigawa, Nobumori, Niwa y Mitsuhide son todos ellos generales veteranos. No es que no sigan tus instrucciones, ¿verdad?

—Tenéis una percepción excelente, mi señor. —Hideyoshi inclinó la cabeza y su semblante marcado por la fatiga del combate enrojeció—. Tal vez ha sido una responsabilidad excesiva para mí, que soy más joven que ellos.

Desde luego, se daba cuenta de las sutiles maquinaciones de los servidores de alto rango y de cómo habían impedido que Nobunaga acudiera a la batalla. Aunque el gran ejército de Mori no hubiera sido preocupante, habría tenido que precaverse del peligro que representaban sus propios aliados.

—Te diré lo que has de hacer, Hideyoshi. Abandona temporalmente el castillo de Kozuki, únete a las fuerzas de Nobutada, dirigios al castillo de Miki y derrotad a Bessho Nagaharu. Entonces observa lo que hace el enemigo durante algún tiempo.

La principal causa de la depresión que sufrían las tropas era el hecho de que el ejército había sido dividido en dos, una mitad para atacar el castillo de Miki y la otra para acudir en auxilio de Kozuki. Éste era el resultado de las opiniones divergentes en las conferencias militares de los Oda celebradas hasta entonces. Y el motivo de la división estaba claro. La pequeña fuerza de Amako, atrincherada en el castillo de Kozuki, dependía del clan Oda. Abandonarla para obtener una rápida ventaja estratégica haría que otros clanes occidentales se sintieran inquietos y se preguntaran qué clase de hombre era Nobunaga. Desde luego, los Oda conseguirían la reputación de ser unos aliados indignos de confianza.

El hombre que había situado a las tropas de Amako Katsuhisa y Shikanosuke en el castillo de Kozuki era Hideyoshi, y ahora la tristeza, la amistad y una compasión casi insoportable embargaban su corazón. Sabía que iba a verlos morir. Sin embargo, en cuanto recibió las nuevas órdenes de Nobunaga, respondió de inmediato: «Sí, mi señor», y se retiró.

Reprimiendo sus sentimientos, regresó a las provincias occidentales, sumido en sus pensamientos durante todo el camino. Se decía que evitar la batalla difícil y alzarse victorioso sobre aquello que era fácil constituía la ley natural de la estrategia militar. Parecía que tomar aquella medida tenía poco que ver con la buena fe, pero desde el mismo comienzo habían luchado por un objetivo más grande. Así pues, Hideyoshi tendría que soportar lo insoportable.

Cuando llegó a su base en el monte Takakura convocó a los demás generales y les informó de la decisión de Nobunaga exactamente como él se la había expresado. Acto seguido dio la orden de levantar el campamento y unirse al ejército de Nobutada. Dejando a las fuerzas de Niwa y Takigawa como retaguardia, el ejército principal de Hideyoshi y Araki Murashige inició la retirada.

—¿Aún no ha regresado Shigenori? —preguntó Hideyoshi varias veces antes de abandonar el monte Takakura.

Takenaka Hanbei, que sabía exactamente lo que pensaba Hideyoshi, volvió la vista hacia el castillo de Kozuki como si se sintiera reacio a marcharse.

—¿Todavía no ha vuelto? —preguntó una vez más Hideyoshi.

Shigenori era uno de sus servidores. Dos noches antes había recibido instrucciones de Hideyoshi para que fuese solo al castillo de Kozuki como mensajero. Ahora Hideyoshi estaba inquieto y se preguntaba si su mensajero habría podido deslizarse entre las líneas enemigas. ¿Qué haría Shikanosuke? El mensaje de Hideyoshi, entregado por Shigenori, consistía en informar a los hombres del castillo de que había cambiado la dirección de la batalla.

¿Podéis decidiros a buscar vida en medio de la muerte, salir del castillo y abriros paso hasta reuniros con nuestras fuerzas? Os esperaremos hasta mañana.

Ya era mañana y aguardaban esperanzados, pero los soldados que estaban en el castillo no se movían, como tampoco el ejército de Mori que rodeaba el castillo efectuaba el menor cambio. Dándoles por perdidos, Hideyoshi y sus hombres abandonaron el monte Takakura.

Los soldados del castillo de Kozuki estaban sumidos en la desesperación. Defender el castillo significaba la muerte y abandonarlo también. Incluso el indomable Shikanosuke estaba aturdido y no sabía qué hacer.

—Nadie tiene la culpa —le había dicho Shikanosuke a Shigenori—. Sólo podemos guardar rencor al cielo.

Tras discutir el asunto con Amako Katsuhisa y los demás servidores, Shikanosuke dio a Shigenori su respuesta:

—A pesar del amable ofrecimiento del señor Hideyoshi, es inconcebible que esta fuerza pequeña y cansada pueda abrirse paso y reunirse con él. Tenemos que buscar algún otro plan.

Tras despedir al mensajero, Shikanosuke escribió en secreto una nota dirigida al jefe de las fuerzas atacantes, Mori Terumoto. Era una carta de rendición. También dirigió solicitudes de intervención por separado a Kikkawa y Kobayakawa. Se trataba, naturalmente, de peticiones para que respetaran la vida de su señor, Katsuhisa, y las de los setecientos soldados del castillo. Pero ninguno de los dos jefes quiso escuchar las repetidas súplicas de Shikanosuke. Sólo se darían por satisfechos de una manera: «Abre el castillo y entréganos la cabeza de Katsuhisa».

Era una extravagancia implorar misericordia cuando uno se veía obligado a capitular. Tragándose las lágrimas de aflicción, Shikanosuke se postró ante Katsuhisa.

—Vuestro servidor no puede hacer nada más. Cuan lamentable es que os haya ocurrido la desgracia de tener un servidor indigno como yo. Es inevitable, mi señor, debéis prepararos a morir.

—No, Shikanosuke —replicó Katsuhisa, volviéndose—. Si la situación ha llegado a este momento crítico no es porque mis hombres carezcan de habilidad, pero tampoco podemos guardar rencor al señor Nobunaga. Más bien es una gran alegría para mí haberme granjeado la entrega de mis servidores y servido como jefe de un clan samurai. Fuiste tú quien me diste la voluntad de restaurar el nombre de nuestro clan y la oportunidad de hostigar a nuestros enemigos jurados. ¿De qué puedo arrepentirme, aunque ahora suframos una derrota? Creo que he hecho cuanto podía hacer como hombre. Ahora puedo descansar en paz.

Al alba del tercer día del séptimo mes, Katsuhisa se hizo el seppuku de una manera viril. El rencor entre los clanes Mori y Amako habían durado cincuenta y seis años.

Pero la sorpresa mayor estaba por llegar. Yamanaka Shikanosuke, el hombre que había luchado contra Mori a pesar de las mayores penalidades y sufrimientos y que acababa de pedir a su señor que cometiera el seppuku, decidió no seguirle en la muerte, sino que se rindió y fue al campamento de Kikkawa Motoharu como un soldado raso de infantería, convirtiéndose ignominiosamente en prisionero de guerra.

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