Taiko (95 page)

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Authors: Eiji Yoshikawa

BOOK: Taiko
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—¿Yo? No, soy demasiado torpe —objetó el sacerdote.

—De ninguna manera —le aseguró Hideyoshi—. Vuestra Reverencia sabe mucho de todo. Los puntos más débiles del samurai estriban en sus tratos con la nobleza o con mercaderes poderosos, pero nadie os supera en astucia entre los hombres del clan Oda. Vamos, hasta el señor Katsuie está totalmente pasmado por vuestro talento.

—Pero, por otro lado, no he logrado ninguna hazaña militar.

—En la construcción del palacio imperial, en la administración de la capital, en diversos asuntos financieros, habéis mostrado un genio extraordinario.

—¿Me estáis alabando o denigrando?

—Veréis, sois a la vez un prodigio y un inútil en la clase samurai, y a fuer de sincero, os alabo y denigro al mismo tiempo.

—No puedo con vos —dijo Asayama, echándose a reír y mostrando los huecos correspondientes a dos o tres dientes perdidos.

Aunque Asayama era mucho mayor que Hideyoshi, lo bastante mayor para ser su padre, le consideraba superior a él. En cambio, no podía aceptar a Mitsuhide tan fácilmente. Reconocía la inteligencia de aquel hombre, pero le amilanaba la agudeza de su ingenio.

—Creía que sólo era cosa de mi imaginación —dijo Asayama—, pero recientemente una persona famosa por su discernimiento de la personalidad de un hombre a partir de sus rasgos ha expresado la misma opinión.

—¿Un fisonomista ha hecho alguna clase de juicio sobre Mitsuhide?

—No es un fisonomista. El abad Ekei es uno de los grandes eruditos de nuestro tiempo. Él me ha dicho esto con el mayor secreto.

—¿Qué os ha dicho?

—Que Mitsuhide tiene el aspecto de un hombre sabio que podría ahogarse en su propia sabiduría. Además, hay signos funestos de que suplantará a su señor.

—Asayama.

—¿Qué?

—No vais a disfrutar de la vejez si permitís que esa clase de cosas salgan de vuestra boca —le dijo severamente Hideyoshi—. He oído decir que Vuestra Reverencia es un político astuto, pero creo que una afición política no debe llevarse al extremo de propagar semejantes habladurías sobre uno de los servidores de Su Señoría.

***

Los pajes habían extendido un gran mapa de Omi en la amplia sala.

—¡Aquí está la sección interior del lago Biwa! —dijo uno de ellos.

—¡Aquí está el templo Sojitsu! —exclamó otro—. ¡Y el templo Joraku!

Los pajes estaban sentados juntos en un lado y estiraban los cuellos para mirar, como polluelos de golondrina. Ranmaru permanecía modestamente un poco separado del grupo. Aún no tenía veinte años, pero había dejado muy atrás la ceremonia de la mayoría de edad. Si le hubieran rasurado las guedejas, habría tenido el aspecto de un imponente samurai joven. Nobunaga le había pedido que siguiera como estaba, pues le quería en calidad de paje al margen de su edad. Ranmaru podía competir por su donaire con otros muchachos, y su moño y prendas de seda eran los de un niño.

Nobunaga examinó minuciosamente el mapa.

—Está bien dibujado —dijo—. Incluso es más exacto que nuestros mapas militares. Dime, Ranmaru, ¿cómo has conseguido un mapa tan detallado en tan poco tiempo?

—Mi madre, que ha entrado en las órdenes sagradas, conocía la existencia de un mapa en el almacén secreto de cierto templo.

La madre de Ranmaru, que había tomado el nombre de Myoko al hacerse monja, era la viuda de Mori Yoshinari. Sus cinco hijos habían sido admitidos por Nobunaga como servidores. Los dos hermanos menores de Ranmaru, Bomaru y Rikimaru, también eran pajes. Todo el mundo decía que había muy pocas similitudes entre ellos. No es que sus hermanos fuesen unos niños torpes, sino que Ranmaru descollaba. Era evidente para cualquiera que le viese que la inteligencia de Ranmaru estaba muy por encima de las demás. Cuando frecuentaba a los generales del estado mayor o a los servidores de alto rango, nunca le trataban como a un niño a pesar de su atuendo.

—¿Qué? ¿Myoko te ha dado esto? —Nobunaga fijó en Ranmaru una mirada peculiar—. Como monja, es natural que recorra una serie de templos, pero no debe ser engañada por los espías de los monjes guerreros que siguen lanzando maldiciones contra mí. Quizá deberías buscar el momento adecuado y advertirla.

—Siempre tiene mucho cuidado, incluso más que yo, mi señor.

Nobunaga se inclinó y examinó atentamente el mapa de Azuchi. Era allí donde construiría un castillo que iba a ser su nueva residencia y sede del gobierno. El planteamiento del traslado era reciente, una decisión tomada porque la situación del castillo de Gifu ya no convenía a sus propósitos.

El terreno en el que Nobunaga había puesto realmente sus miras estaba en Osaka, pero allí se alzaba el Honganji, la fortaleza de sus enemigos más encarnizados, los monjes guerreros.

Tras reflexionar en la necedad de los shogunes, Nobunaga ni siquiera tuvo en cuenta la posibilidad de establecer el gobierno en Kyoto, donde se había fraguado el lamentable estado de cosas anterior. Azuchi estaba más cerca de su ideal, pues desde allí podría precaverse de las provincias norteñas así como frenar los avances de Uesugi Kenshin desde el norte.

—El señor Mitsuhide está en la sala de espera y dice que quisiera hablar con vos antes de su partida —le anunció un samurai desde la puerta.

—¿Mitsuhide? —dijo jovialmente Nobunaga—. Que entre —ordenó, y siguió examinando el mapa de Azuchi.

Nada más entrar, Mitsuhide suspiró aliviado. En el aire no flotaba el menor efluvio de sake, y su primer pensamiento fue que Hideyoshi había vuelto a tomarle el pelo.

—Ven aquí, Mitsuhide.

Nobunaga no hizo caso de la cortés reverencia del hombre y le hizo una seña para que se aproximara al mapa. Mitsuhide se acercó en actitud respetuosa.

—He oído decir que sólo pensáis en los planes de un nuevo castillo, mi señor —le dijo afablemente.

Nobunaga podía ser un soñador, pero en capacidad ejecutiva no le aventajaba nadie.

—¿Qué te parece? ¿No es esta región montañosa frente al lago apropiada para un castillo?

Al parecer, Nobunaga ya había diseñado mentalmente la estructura y la escala del castillo. Trazó una línea con un dedo.

—Se extenderá de aquí hasta aquí. Construiremos una población alrededor del castillo, al pie de la montaña, con un barrio para los mercaderes que estará mejor organizado que en cualquier otra provincia de Japón. Voy a dedicar a este castillo todos los recursos de que dispongo. Tiene que ser lo bastante imponente para intimidar a todos los demás señores. No será extravagante, pero no tendrá igual en el imperio. Mi castillo combinará la belleza, el buen funcionamiento y la dignidad.

Mitsuhide reconoció que el proyecto no era un producto de la vanidad de Nobunaga ni tampoco una diversión exagerada, por lo que expresó sus sentimientos sinceramente. Pero su respuesta seria en exceso no bastó. Nobunaga estaba demasiado acostumbrado a las respuestas ostentosas en total acuerdo con él y a las afirmaciones ingeniosas que sólo eran un eco de las suyas propias.

—¿Qué opinas? —le preguntó Nobunaga, indeciso—. ¿No es acertado?

—Yo no diría eso.

—¿Crees que éste es el momento oportuno?

—Estoy seguro de ello.

Nobunaga intentaba reforzar la confianza en sí mismo. No había nadie que estimara más que él la inteligencia de Mitsuhide. Éste no sólo poseía una inteligencia moderna, sino que también se había enfrentado a problemas políticos muy difíciles de superar sólo con la convicción. Así pues, Nobunaga conocía el genio de Mitsuhide incluso más que Hideyoshi, el cual lo alababa tanto.

—Tengo entendido que estás muy versado en la ciencia de la construcción de castillos. ¿Podrías aceptar esta responsabilidad?

—No, no. Mi conocimiento es insuficiente para construir un castillo.

—¿Insuficiente?

—Construir un castillo es como librar una gran batalla. El hombre encargado debe saber utilizar con facilidad tanto los hombres como los materiales. Creo que deberíais asignar esta tarea a uno de vuestros generales veteranos.

—¿Y quién podría ser? —le preguntó Nobunaga.

—El señor Niwa sería el más adecuado, ya que se lleva tan bien con los demás.

—¿Niwa? Sí..., él lo haría bien. —Esta opinión parecía acorde con las propias intenciones de Nobunaga, el cual asintió vigorosamente—. Por cierto, Ranmaru me sugiere que construya una torre del homenaje. ¿Qué te parece la idea?

Mitsuhide no respondió directamente. Veía a Ranmaru por el rabillo del ojo.

—¿Me pedís los pros y los contras de construir una torre del homenaje, mi señor?

—En efecto. ¿Es mejor incorporar una de esas torres o no?

—Es mejor tenerla, desde luego, aun cuando sólo sea por la dignidad de la estructura.

—Debe de haber diversos estilos de torres. Tengo entendido que en tu juventud viajaste extensamente por el país y adquiriste un conocimiento detallado de la construcción de castillos.

—La verdad es que mi conocimiento en ese campo es muy superficial —dijo humildemente Mitsuhide—. Por otro lado, Ranmaru debe de estar muy versado en el tema. Cuando recorrí el país sólo vi dos o tres castillos con torres del homenaje, e incluso ésas eran de construcción ruda en extremo. Si esto es una sugerencia de Ranmaru, sin duda debe de tener alguna idea al respecto.

Mitsuhide parecía reacio a decir más. Sin embargo, Nobunaga no tuvo la menor consideración hacia las delicadas sensibilidades de ambos hombres y siguió diciendo con toda naturalidad:

—Ranmaru, no estás menos instruido que Mitsuhide y parece que has hecho ciertas investigaciones sobre la construcción de castillos. ¿Cuáles son tus ideas sobre la construcción de una torre del homenaje? ¿Y bien, Ranmaru? —Al ver que el paje mantenía un azorado silencio, le preguntó—: ¿Por qué no me respondes?

—Estoy demasiado confuso, mi señor.

—¿Por qué razón?

—Estoy desconcertado —replicó, y se postró con la cara sobre ambas manos, como si sintiera una profunda vergüenza—. El señor Mitsuhide es cruel. ¿Por qué habría de tener yo cualquier idea original sobre la construcción de torres del homenaje? A decir verdad, mi señor, todo lo que os he dicho, incluso el hecho de que los castillos de Ouchi y Satomi tienen esas torres, es algo de lo que me informó el mismo señor Mitsuhide una noche que estaba de guardia.

—En ese caso, no ha sido idea tuya en absoluto.

—Temí que os irritarais si os confesaba que todo eso ha sido idea de otra persona, por lo que seguí divagando y os sugerí la construcción de una torre del homenaje.

—¿De veras? —Nobunaga se rió—. ¿Es eso todo?

—Pero el señor Mitsuhide no lo ha tomado así —siguió diciendo Ranmaru—. Por la respuesta que acaba de dar parece como si yo hubiera robado las ideas ajenas. El mismo señor Mitsuhide me dijo que tiene unas valiosas ilustraciones de las torres del homenaje de Ouchi y Satomi, e incluso un excepcional libro de bocetos. Así pues, ¿por qué ha de ser tan reservado y cargar la responsabilidad a una persona inexperta como yo?

Aunque Ranmaru tenía el aspecto de un niño, no había duda de que era un hombre.

—¿Es eso cierto, Mitsuhide? —le preguntó Nobunaga.

Como su señor le miraba directamente, Mitsuhide no pudo mantener la calma.

—Sí —balbució.

Tampoco podía dominar su enojo con Ranmaru. Había retenido a propósito sus propias opiniones y hablado en favor de la erudición de Ranmaru porque conocía el afecto de Nobunaga por el joven y expresaba secretamente su propia buena voluntad hacia él. No sólo había permitido que Ranmaru entregara la flor a su señor sino que también había puesto especial cuidado en no azorarle.

Mitsuhide le había contado a Ranmaru todo lo que sabía sobre las torres del homenaje y la construcción de castillos durante las horas de ocio de una guardia nocturna. Era absurdo que Ranmaru hubiese relatado todo aquello a Nobunaga como si fuese su propia idea. No obstante, si ahora lo decía claramente así, Ranmaru se sentiría más azorado todavía y Nobunaga se disgustaría de veras. Creyendo que evitar una situación tan incómoda también redundaría en su propio beneficio, había atribuido el mérito a Ranmaru. Pero el resultado había sido exactamente el contrario del que había planeado. No podía evitar que un escalofrío le recorriera la espalda ante la perversidad de aquel adulto vestido de niño.

Al ver su perplejidad, Nobunaga pareció comprender lo que pasaba por la mente de Mitsuhide. De repente se echó a reír.

—Incluso Mitsuhide puede pecar de un exceso de prudencia. Sea como fuere, ¿tienes a mano esas ilustraciones?

—Tengo algunas, pero no sé si bastarán.

—Bastarán. Préstamelas durante algún tiempo.

—Ahora mismo os las traeré.

Mitsuhide se culpó por haber dicho incluso la más leve mentira a Nobunaga, y aunque el asunto estaba zanjado, era él el único que había sufrido las consecuencias. Sin embargo, cuando el giro de la conversación pasó a los castillos de las diversas provincias y otros temas, el humor de Nobunaga seguía siendo bueno. Después de cenar, Mitsuhide se retiró sin ningún rencor.

A la mañana siguiente, cuando Nobunaga hubo salido de Nijo, Ranmaru fue a ver a su madre.

—Madre, oí decir a mi hermano menor y los demás sirvientes que el señor Mitsuhide le había dicho a Su Señoría que, como entras y sales de los templos, podrías filtrar secretos militares a los monjes guerreros. Así que ayer, cuando estaba en presencia de Su Señoría, le lancé una flecha de desquite. En cualquier caso, desde la muerte de mi padre nuestra familia ha recibido muchas más muestras de amabilidad por parte de Su Señoría que otros, por lo que me temo que la gente está celosa. Ten cuidado y no confíes en nadie.

***

En cuanto terminaron las celebraciones de Año Nuevo del cuarto año de Tensho, comenzó la construcción del castillo de Azuchi, junto con un proyecto de ciudad fortificada de un tamaño sin precedentes. Los artesanos se reunieron en Azuchi con sus aprendices y obreros. Llegaron de la capital y de Osaka, desde las lejanas provincias occidentales e incluso del este y el norte: herreros, albañiles, yeseros, metalistas y hasta empapeladores, representantes de todos los oficios de la nación.

El famoso Kano Eitoku fue elegido para que decorase las puertas, los tabiques deslizantes y los techos. Para aquel proyecto Kano no contó simplemente con las tradiciones de su propia escuela, sino que consultó con los maestros de cada escuela y luego creó las obras maestras de su vida, enviando brillantes rayos de luz al mundo de las artes, que había estado en declive durante los largos años de guerra civil.

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