Mi corazón latía con fuerza. Quería ir al centro de la sala, donde había más gente.
—Eres perfecta. —Me tomó las dos manos y examinó el dorso—. Sin una sola cicatriz, lunar o corte. —Volvió a mirarme a la cara—. Ni rastro de una espinilla. —Sus labios se curvaron. Se aproximó aún más; su cara estaba tan cerca que pude oler los restos del amargo humo de cigarrillo en su aliento—. Sé lo que eres. —Me agarró del brazo.
Traté de zafarme, pero me cogía con demasiada fuerza.
—¿Por qué estás aquí? ¿Te envió Tinnenbaum?
—No. —Yo luchaba por desasirme.
—¿Quién más hay aquí?
—Nadie, sólo yo.
—Quiero que te largues de aquí ahora mismo. Y aléjate de mi nieto. —Me zarandeó—. ¿Qué clase de mujer eres tú?
—Usted no lo entiende. Tengo que decirle algo importante.
—Nada de lo que puedas decirme cambiará nada. —Las venas de sus sienes sobresalían como gusanos debajo de su piel.
En el rincón en el que estábamos, sólo unas pocas personas estaban lo bastante cerca como para reparar en nosotros. Una mujer ender se abrió paso decidida entre la multitud. Su cara me sonaba de algo.
—Senador Harrison, ésta es la chica que vino a su oficina —anunció.
Ahí era donde la había visto antes. Genial.
Una elegante ender la acompañaba. La abuela de Blake, supuse. La que no le gustaba.
—Clifford —dijo la abuela mirándolo de forma muy elocuente—, no. —Lo cogió del brazo.
Al tirar de él, me soltó. Cogió del codo a la mujer de la oficina y se la llevó.
—Perdónanos —dijo la abuela de Blake.
Cuando se fueron, sentí como si la habitación se derrumbara sobre mí. Me quedé mirándolo todo mientras me frotaba el brazo dolorido. Mi corazón latía con fuerza.
¿Lo ves? ¿Ves qué carácter tiene? Eres idiota confiando en él.
Lo había visto. Y lo había sentido. Pero unas nuevas manos que tiraron de mis brazos me sustrajeron de mis pensamientos. Estaba segura de que eran guardias.
—Suélteme. —Luché por liberarme.
—Cálmate, Callie. Soy yo, Briona.
Era el trío de arrendatarios que había conocido en el Club Runa, con los que había ido al puente. Briona, junto con Lee y Raj, ambos con esmoquin y pajarita.
Los tres estaban intentando escoltarme hasta la salida.
Pero no podía irme. Aún no.
—Parad —dije.
Los enders nos miraron fijamente. Briona y los chicos me soltaron, pero se quedaron a mi alrededor, acorralándome como a un corderito indefenso.
—No puedes quedarte aquí, querida —dijo Raj en voz baja.
—El senador Harrison te ha echado —lo secundó Lee.
—Sabe que eres una arrendataria —me susurró Briona al oído.
—Tenemos que salir todos de aquí —decidió Raj—. Está hablando con seguridad ahora mismo.
—Pero Blake estará buscándome. —Me desabroché la pulsera antigua.
—¿Qué estás haciendo? —susurró Briona—. Tenemos que salir de aquí.
—Tengo que devolverle esto a Blake. —Me saqué los pendientes.
—Yo lo haré —declaró Lee, cogiendo las joyas.
—No podemos dejar que el senador la pille con su nieto: se pondrá como una bala de neutrones. Iré rápido. —Lee se guardó las joyas en el bolsillo.
—Por favor, ten cuidado —le advertí—. Son herencia familiar.
—Con nosotros, los mayores —intervino Raj—, ¿qué no es una herencia?
—No te preocupes —me tranquilizó Lee—. Hace cuarenta años, yo era banquero.
Soy bueno con los objetos de valor.
Se dio la vuelta y avanzó serpenteando entre la multitud. Briona se me colgó del brazo.
—Venga, cielo, vamos a darnos prisa.
Raj me cogió del otro brazo. Los guardias nos observaron, murmurando entre ellos.
—De prisa —nos apremió Briona.
Salimos por una de las muchas puertas y doblamos a la izquierda, corriendo hacia la gran escalinata que daba a una pared de espejos. Había otras personas que también abandonaban la fiesta, y nos mezclamos entre el gentío mientras bajábamos la escalera. Con las prisas, se me enganchó un tacón y perdí el zapato.
—Mi zapato. —Me volví y lo vi allí tirado.
—No te detengas. —Raj me sujetó para evitar que me cayera.
Seguí la mirada de Briona y alcé los ojos. Los guardias de seguridad estaban asomados por la barandilla, mirándonos.
—¡Vamos! —dijo.
Cruzamos corriendo el vestíbulo de mármol, yo cojeando, al llevar un solo zapato.
En la última puerta de salida tuvimos que soltarnos para pasar. Briona lo hizo delante de mí y Raj detrás, empujándome. Una vez fuera, en la plaza, me libré del zapato que me quedaba. Briona me cogió del brazo y pasamos corriendo junto a la fuente, en dirección a la calle.
—¡¿Adónde vamos?! —grité.
—¡Ahí! —Briona señaló un todoterreno plateado que esperaba en la curva—. Sigue corriendo.
Me di la vuelta para mirar y vi que había gente, guardias, persiguiéndonos.
Briona y yo nos metimos en el asiento trasero y Raj se puso delante. Lee ya estaba dentro, sentado en el asiento del conductor.
—¿Cómo nos has adelantado? —preguntó Briona.
—Salida lateral —respondió Lee.
Mientras mi cinturón de seguridad se colocaba en su sitio miré a través de las ventanas tintadas y vi varios guardias uniformados y otros de paisano dándose cuenta de que llegaban algunos segundos tarde. Y entonces lo vi —Blake—, corriendo tras ellos, solo.
Empecé a bajar la ventanilla para poder gritarle, pero Briona extendió el brazo y me detuvo.
—No.
Las puertas y ventanillas se cerraron con un sonoro chasquido cuando Lee pulsó el cierre centralizado.
Quería decirle algo, al menos decirle adiós. Blake no podía verme a través de los oscuros cristales tintados. Todo lo que pude hacer fue mirarlo mientras observaba detenidamente las ventanillas, buscando, sin encontrar nada. Una profunda decepción se apoderó de su cara mientras nuestro coche se alejaba.
No fue hasta que estuvimos a cierta distancia cuando me di cuenta de que llevaba algo en la mano.
Mi zapato.
Apoyé las manos contra la ventana y me quedé observando a Blake hasta que se convirtió en una pequeña mancha. Tanto Raj como Briona le gritaban a Lee para que condujera más rápido. Pero los guardias del senador no nos estaban persiguiendo, así que ¿de quién estábamos huyendo? ¿De la policía? ¿Los arrendatarios temían a la policía del mismo modo que los menores sin reclamar?
Supuse que alquilar estaba, técnicamente, fuera de la ley, pero siempre había asumido que grandes cantidades de dinero en las manos adecuadas pueden solucionarlo todo.
Aparentemente no, o Briona, Lee y Raj no habrían huido del Centro de Música tan rápido. Briona estaba sentada a mi lado, estrechándome la mano con fuerza.
Me imaginé que era una cosa de enders.
—¿Cómo te encuentras, Callie? —Sus ojos de color moka recorrieron mi cara.
—Bien. —Suavemente retiré la mano.
Raj apoyó el brazo en el respaldo del asiento de Lee y se dio la vuelta.
—¿Estás segura? Estás un poco pálida —dijo.
—Sí, está pálida —lo secundó Lee—, comparada con nosotros. —Me sonrió a través del retrovisor.
No pude conseguir devolverle la sonrisa. Me volví hacia la ventanilla, todavía pensando en Blake.
Una vez que llegamos a la autopista sin que se oyeran sirenas, todos respiramos aliviados y nos arrellanamos en los asientos.
—¿Y ahora adónde? —preguntó Raj.
Pregúntales por Emma.
Era Helena. Sabía que se sentía furiosa porque no había matado a Harrison.
Quizá podría ayudarla a descubrir algo acerca de su nieta.
—Raj, ¿alguna vez conociste a una arrendataria que tenía el nombre de Emma?
—¿Ése era el nombre de la donante?
—Sí.
—Creo que no.
—¿No te acuerdas? —Briona se volvió hacia mí y dijo en una voz lo suficientemente alta para que la oyeran los chicos—: La última vez que me preguntaste eso te dije que los chicos no lo sabrían.
—¿Estás seguro? —le pregunté a Raj—. Rubia, alta. Mira, aquí tengo su foto. —Saqué mi móvil y se lo mostré.
—Me encantaría haberla conocido —respondió—, pero no.
—¿Y qué me dices tú, Lee? —Le mostré el teléfono.
Miró por el retrovisor y negó con la cabeza.
—Bueno, lo he intentado —dije, sobre todo para Helena.
Gracias.
Sonaba sincera, pero decepcionada.
Dimos vueltas por la ciudad durante un rato. Pensé que era curioso que no me preguntaran por qué quería saber cosas de Emma. Briona se puso los dedos en las sienes y gimió.
—¿Qué te pasa? —pregunté.
—Sólo que he empezado a tener estos horribles dolores de cabeza. Nunca los había tenido antes. Creo que son por el chip implantado en el cuerpo del donante. —Dejó de masajearse y echó la cabeza hacia atrás—. ¿A ti te ha pasado alguna vez? —preguntó.
—No —mentí—. No tengo ningún problema.
Cuando llegó la hora de dar por terminada la noche, les pedí que me dejaran en la calle de Madison.
—Buenas noches —dije, salí del coche y se fueron. Miré hacia arriba, hacia la casa de Madison. Estaba demasiado agotada para volver y enfrentarme a ella. Antes, cuando me largué después de llamar a Blake, me limité a salir a hurtadillas por la puerta de atrás. No era lo más considerado, pero tenía prisa.
Di media vuelta y me dirigí a mi coche.
De vuelta a casa, me tumbé en la cama de Helena, contemplando el dosel de seda, y pensé en el lío en que me encontraba. Blake estaba en el avión, de camino a Washington, y su abuelo le estaba contando que, en realidad, yo era una anciana que había alquilado un cuerpo joven.
No querría volver a verme nunca. ¿Quién podría culparlo? E incluso si supiera la verdadera historia, que realmente era yo quien estaba dentro, ¿podría perdonarme por mentirle y fingir ser rica cuando en verdad no había dejado de ser una chica de la calle?
Apreté las sábanas entre mis puños. La única razón por la que estaba en este apuro era porque estaba intentando darle una vida digna a Tyler.
Tyler.
¿Qué iba a poder hacer por él si Helena tenía razón respecto al banco de cuerpos? Probablemente no iban a pagarme ni un céntimo. Helena se había ofrecido a pagar más, a darme un hogar.
Si mataba a Harrison.
Quería a mi hermano, y quería que estuviera seguro y caliente y sano. Pero el asesinato no estaba siquiera en mi vocabulario, sin importar que la persona en cuestión era el abuelo de Blake y, además, un senador. Yo era una starter, no una asesina. No sabía qué hacer con Helena. ¿Cuánto de lo que decía era verdad?
Entendía que estuviera furiosa por haber perdido a Emma, pero en estos tiempos desaparecían un montón de chicos. Algunos acababan muertos. ¿Era realmente culpa del banco de cuerpos?
Aunque el senador Harrison había mencionado a Tinnenbaum…
Me senté en la cama. El senador se había molestado al pensar que Tinnenbaum me había enviado. Si Helena tenía razón y el senador iba a hablar con el presidente de algún tipo de acuerdo entre el gobierno y el banco de cuerpos, ¿por qué tendría que enfadarse al pensar que Tinnenbaum podía haberme enviado? ¿Para hacer qué? ¿Para cancelar el trato?
¿Callie?
Me puse rígida. La voz de Helena en mi cabeza me sobresaltó. No me había hablado desde que había llegado a casa.
—¿Qué? —contesté de mala gana.
¿Por qué te inscribiste en Plenitud?
—Mi hermano no está bien.
Lo siento.
Hizo una pausa
. Y no tienes abuelos.
—No.
Así que es a él a quien querías darle el dinero. A través de tu amigo.
—Sí, exacto.
Desearía poder traerlo aquí, pero no sería prudente. Pero voy a hacer algo por ti.
Esperé, ansiosa por escuchar lo que tenía que decirme.
Ve a mi cómoda y abre el cajón inferior.
Salí de la cama y me dirigí al tocador de anticuario. Abrí el último cajón.
Busca por debajo del fondo del cajón.
Noté que había un paquete pegado. Tiré de él y vi que era un sobre.
Ábrelo.
Estaba lleno de dinero. Sentí un hormigueo en los brazos.
Busca a tu hermano un lugar donde pueda quedarse, por ahora. Un hotel.
—Los menores no pueden hacer eso.
Te diré adónde ir, con quién hablar.
—No puedo ir a buscarlo. El banco de cuerpos sabe la dirección. Si me siguen el rastro y ven que he ido allí, dirán que he roto el contrato.
Hay arreglo para eso. Abre el primer cajón y busca una caja azul.
Saqué una pequeña caja azul y la abrí. Dentro había un colgante, un círculo con una piedra azul y verde.
—Qué bonito.
Es un inhibidor de recepción. Bloquea la señal. No siempre es constante.
Hice ademán de ponérmelo.
No. Tenemos que limitar el tiempo que lo llevas puesto, de otro modo Plenitud podría darse cuenta de que están siendo bloqueados.
—¿Quién lo hizo?
Mi técnico. Cuando salga de Plenitud, te llevaré a conocerlo.
—¿Por qué estás haciendo esto? —Tenía que haber un precio.
Aún necesito tu ayuda. Quiero descubrir qué le pasó a Emma. Si consigo saber eso, podría tener la prueba que necesito para cerrar ese horrible lugar. Y nuestro trato sigue en pie.
—¿Cómo podríamos hacer algo así? Incluso si descubriéramos qué le ocurrió a Emma.
Ahora tenemos una ventaja. Nadie sabe que puedo hablar contigo. Somos dos cerebros en un solo cuerpo.
Sonaba muy distinta, tranquila y amable. Su tono frenético había desaparecido ahora que había abandonado los planes de asesinato.
Descansa un poco. Empezaremos por la mañana.
Deposité el colgante sobre la cómoda y me metí en su cama, grande y blanda.
Pero no tenía sueño. Mi mente estaba llena de imágenes de Tyler en una habitación de hotel, con una cama de verdad y calefacción y servicio de habitaciones. Apagué la lámpara y la luz de la luna inundó la habitación de un azul plateado.
—Helena, ¿qué ves cuando sueño?
Nada.
Al menos mis sueños y pensamientos aún eran míos. Yací en silencio durante unos momentos.
¿Callie? ¿Cómo era tu madre?
Mi madre. Imaginé su cara, sonriendo. No sabía qué decirle a Helena sobre ella: había tanto que contar…