—¿No deberíamos irnos ya? —pregunté.
Blake me cogió de las manos y me ayudó a levantarme.
—Sígueme —dijo. Me condujo al interior, por un pasillo, y abrió una puerta.
Aquella sala era cosa de chicas, decorada en suaves tonos de rosa.
—Considera esto como tu boutique personal. —Abrió las puertas del armario, revelando un deslumbrante arco iris de trajes de fiesta, desde trajes de noche hasta pequeños vestidos de cóctel.
—¿De quién son? —pregunté.
—De mi hermana. Le gusta ir de compras. —Puso los ojos en blanco.
Muchos de los vestidos eran de lo último en tecnología textil, ligeros milagros de la física que cambiaban de color. Otros eran trajes de noche de estilo retro inspirados por las viejas películas del siglo pasado. En la estantería de encima, relucientes zapatos de tacón y una colección de bolsos descansaban en cajas transparentes. Blake movió la mano delante de un sensor y las cajas rotaron, de modo que aparecieron algunas más.
—No sabía que tenías una hermana.
—Está en el norte, con mi tía abuela.
—¿Qué está haciendo allí? —Pasé la mano sobre las telas.
—Comprar. —Se apoyó contra la pared, cerca de mi hombro, y me miró fijamente a los ojos. Me di cuenta de que estaba a punto de continuar desde donde lo habíamos dejado hacía un momento. Su cara estaba a unos centímetros de la mía—. No te preocupes. —Levantó una mano y sacudió los dedos antes de colocarla tras la espalda—. Sin manos esta vez.
No pude evitar sonreír. Bajó el rostro, lentamente, y me besó. Y me besó. No quería que parara jamás. Justo cuando pensaba que no podía ir mejor, fue mejor.
Le rodeé el cuello con las manos y no lo solté.
Entonces me abrazó, deslizando sus manos alrededor de mi cintura. Apoyé la espalda en la pared, acercándolo, sin aliento y aturdida. Apoyé mi frente en la suya.
—Será mejor que nos vayamos —susurré—. O llegaremos tarde.
Asintió. Nos soltamos y lentamente salió de la habitación.
—Llámame cuando estés lista.
Me palpé los labios cuando se hubo ido. Estaban calientes e hinchados.
Recorrí con mi otra mano las fabulosas ropas. ¿Cómo podía elegir? Era como escoger sólo un sabor de helado. Pero no había tiempo que perder. Me puse un vestido palabra de honor azul y un chal a juego. El vestido, brillante, llegaba hasta el suelo pero pesaba menos que un pañuelo. Era bonito y apropiadamente poco revelador. Quería que el senador me creyera. Recordaba haber oído una vez que el azul era un color que hacía que la gente confiara en ti.
Al cabo de unos minutos, Blake llamó a la puerta.
—Entra —dije.
Blake llevaba un esmoquin. Estaba fantástico. Abrió mucho los ojos cuando me vio, pero cambió de chip y se puso en plan relajado. Cogió una varita de metal que había colgado en el armario y la pasó por encima de mi vestido.
—No tenemos tiempo para jueguecitos —protesté.
—Tú sólo mira. —Una pantalla holográfica surgió en el armario. Una imagen del vestido en 3-D apareció dando vueltas. También aparecieron diferentes imágenes de zapatos, un bolso, pendientes y una pulsera.
Las cajas transparentes de calzado rotaron hasta que los zapatos que mostraba la pantalla holográfica estuvieron delante. Los cogí: eran unos zapatos de tacón con una pequeña ballena de plata prendida a cada zapato.
—Ballenas. Tu animal favorito —dijo.
—¡Vaya! —exclamé mientras me los ponía—. Tenemos el mismo número. Son perfectos.
Me pasó el bolso y después me mostró una hermosa pulsera antigua, adornada con gemas azules, y unos pendientes a juego.
—¿Estás seguro de que no le importará que me ponga sus cosas?
—Mira todo esto. Podríamos vaciarle la mitad del armario y no se daría ni cuenta.
—No, pero el ordenador lo recordaría, sin duda. —Me cogió de la muñeca y vio la pulsera de dijes.
—Muy bonita. —Le ofrecí mi otra muñeca y puso su pulsera en ella.
Me volví hacia el espejo para ponerme los pendientes. Cuando me fijé en Blake, la expresión de su cara era digna de ser recordada. Primero, el lado izquierdo de su boca se curvó lentamente. Luego, entrecerró los ojos, que le relucían, mientras una amplia sonrisa aparecía en su cara.
—Estás tan impresionante que vas a robarle el protagonismo a mi abuelo.
Mientras nos acercábamos al Centro de Música aquella noche, me sentía como una princesa a punto de hacer su entrada en un baile real. Era como un paisaje de ensueño, con diminutas luces centelleando entre los árboles, y otras más grandes alumbrando los edificios y focos iluminando la escultural cascada que danzaba en el centro de la plaza.
Entramos en el Dorothy Chandler Pavilion, donde unas lámparas de araña tan grandes como coches pequeños brillaban sobre nuestras cabezas. Subimos por la gran escalinata hasta el segundo piso. La fiesta previa a la entrega de premios estaba en pleno apogeo. Los camareros enders se abrían paso entre la deslumbrante multitud con bandejas llenas de copas de champán y de ponche. Los invitados eran, en su mayoría, enders, pero había un puñado de adolescentes ricos como Blake.
Y luego estaba yo.
—¿Dónde está tu abuelo?
—Iré a buscarlo. ¿Estarás bien aquí? —Blake me pasó una copa de ponche.
—Estaré bien —respondí, mirando al bufet.
Estiró el cuello para poder ver por encima del mar de cabezas plateadas y después desapareció entre la multitud. Me dirigí al bufet, repleto de langostinos, cangrejos y langosta. A Tyler se le hubieran salido los ojos de las órbitas. Estaba tentada de probar algo cuando una voz me sorprendió.
Callie, al final has venido.
Estaba dentro de mi cabeza. Así que Helena no había dejado el banco de cuerpos.
—Has vuelto —dije en voz baja—. Necesito un exorcismo. —Todos los que me rodeaban estaban demasiado ocupados alternando o comiendo como para darse cuenta de estaba hablando sola. No sabía si sentirme furiosa o aliviada.
Me alegro de que hayas visto la luz.
—No me des las gracias. No estoy aquí para matar a nadie.
El senador es un monstruo. Si lo dejas escapar, mañana estará en ese avión a Washington y el destino de miles de adolescentes estará sellado.
—Eso no lo sabes. —Su dramatismo no funcionaba conmigo.
Dicen que puedes juzgar a un hombre por sus compañías. Bien, el senador está confabulado con el hombre que dirige Destinos de Plenitud. El Viejo. Es la peor compañía de todo el universo.
—Entonces quizá debería matarlo a él. —Esperaba que el sarcasmo le resultara lo bastante sensiblero.
Deberías. Pero está demasiado protegido. El senador es nuestra preocupación más inmediata.
Parecía que su lista de gente a la que asesinar iba creciendo.
Si evitamos que el senador coja ese avión esta noche, podemos impedir que esto estalle. Te pagaré cinco veces más de lo que te prometió Plenitud. Y te regalaré una casa.
Me aseguré de no mostrar ninguna reacción. Salí al balcón. Fui más allá del resplandor rojo de los cigarrillos que sostenían unos enders que ya no temían una muerte temprana. Cuando llegué al extremo más alejado, me paré y contemplé la silueta de la ciudad en la noche. Más allá de los límites de nuestro lujoso entorno, los edificios devastados y llenos de
grafitti
eran un crudo contraste.
Lo que Helena me acababa de ofrecer era una especie de trato. Odiaba, siquiera, considerarlo.
—Incluso si quisiera hacer lo que me pides, no dispongo de arma.
La tienes. La coloqué antes. Éste era mi plan original, ¿recuerdas?
Se me revolvió el estómago. Era del abuelo de Blake de quien estaba hablando.
Te diré dónde está.
—No me lo digas. No quiero saberlo. —Quería taparme los oídos con los dedos y ponerme a cantar alocadamente, pero eso no la habría detenido. Oí unos pasos que se acercaban por detrás. Me volví y vi a Blake.
—Aquí está —dijo—. Abuelo, ésta es Callie.
El senador Harrison.
Ésa era mi oportunidad. Podía ponerlo sobre aviso. Pero no podía soltárselo así, por las buenas. Parecería una lunática.
—Te hemos estado buscando por todas partes, jovencita —dijo el senador, tendiéndome la mano.
Que hubieran tenido que ir detrás de mí no era la mejor carta de presentación.
Mientras le estrechaba la mano, me di cuenta de que tenía una expresión de lo más extraña. Era casi de dolor, como si sintiera pena hacia mí.
—¿Y dónde conociste a mi nieto?
—En una discoteca —respondí.
Se volvió hacia Blake.
—¿Discoteca? ¿Qué discoteca?
—Abuelo… —empezó a protestar Blake.
—El Club Runa —intervine, probablemente con demasiada precipitación.
—El Club Runa —repitió. El senador se puso tenso.
Supuse que no lo aprobaba. Tendría que haber dejado que Blake respondiera. Lo miré pero tenía cara de póquer.
—¿No te estás helando aquí fuera? —Blake se volvió hacia mí.
Negué con la cabeza. Entonces lo miré a la cara. ¿Se me había escapado una indirecta para que volviéramos adentro?
—Llevas un vestido precioso. —El senador se aclaró la garganta.
—Gracias. —Bajé la mirada y acaricié la tela.
—Y esos pendientes, y la pulsera. ¿Son heredados? Parecen muy… antiguos.
—Su nieto los eligió para mí.
El senador lanzó a Blake una mirada furibunda.
—Sí, ya veo. Cuida bien de estas joyas esta noche. Han estado en nuestra familia durante varias generaciones.
Un asistente se acercó y susurró algo al oído del senador.
—Nos esperan entre bastidores, tenemos que irnos. La ceremonia empieza dentro de treinta minutos —dijo el senador Harrison a Blake.
—Allí estaré —le aseguró ésta.
El senador lanzó un resoplido.
—Apariencias, Blake. Apariencias.
—Allí estaré.
El senador se dio la vuelta sin decir adiós.
—No creo que le guste —le dije a Blake.
—No. Es su modo de decir «me entusiasma su cara». ¿A que no lo dirías? —Me apretó la mano.
Tuve que sonreír.
—Tienes tu ticket. Nos encontraremos después de los premios. Habrá una recepción con postres en la sala de baile. —Blake sacó la lengua por la comisura de la boca y se frotó el estómago antes de salir corriendo.
Pues ahora ya sabes lo que parece el senador. No dejes que su encanto te engañe. Es un político; te hechizan hasta durmiendo.
—¿Dónde has estado todo este tiempo? —le pregunté a Helena. Pensarlo me daba escalofríos. No tenía ninguna privacidad.
Ahora escúchame atentamente. La pistola está en el último cubículo del baño de mujeres del segundo piso.
«Y ahí es donde se quedará», pensé, pero no se lo dije a Helena. Por supuesto, se dio cuenta de que no iba en esa dirección.
Tienes que conseguir el arma, Callie.
—No voy a usarla.
No puedes dejarla aquí.
—¿Por qué no?
Porque tiene tus huellas.
Me puse en la cola del baño de mujeres del segundo piso. Enders elegantemente vestidas se retocaban en los espejos de pared a pared mientras fingían que no estaban metiendo tripa. Delante, a la izquierda, había dos hileras de cubículos, cada una con su propia cola.
Ve a la derecha.
Me situé a la derecha y esperé. Conté cuatro cubículos, el último era para discapacitados. El cubículo del medio fue el que se abrió primero.
No. Es el último.
Permití que la ender que estaba detrás de mí pasara. Finalmente, se abrió el último cubículo y entré. Cerré la puerta y miré a mi alrededor.
—No la veo —le susurré a Helena.
Mira debajo de la papelera.
Allí estaba, junto a la pared. Me agaché, esforzándome por no meter mi bonito traje de noche en el inodoro. Puse la mano por debajo y palpé un bulto.
Ahí.
Había pegado una pequeña pistola con cinta adhesiva en el fondo.
Tuve que esforzarme para romper la cinta. Empezaron a sonar los timbrazos alertándonos de que la ceremonia estaba a punto de empezar. Finalmente, desprendí la pistola y me la metí en el bolso.
Mientras salía apresuradamente del baño, me di cuenta de que no había sacado las balas de la pistola. Los ujieres estaban cerrando las puertas. Metí la mano en el bolso y puse el seguro justo cuando entraba en el teatro.
Eso no es necesario.
—La seguridad es lo primero —murmuré.
Me senté mientras empezaban los discursos de la entrega de premios. El senador fue presentado como un respetado estadista. Él continuó explicando que su misión en la vida era mantener a los jóvenes alejados de los problemas haciendo que estuvieran activos. Helena agregaba sus comentarios, dándole la vuelta a cada frase para revelar la verdadera y maliciosa intención del senador.
No iba a dejarlo.
Tienes la pistola. Dispárale.
De haber podido replicarle, le habría dicho que se callara. Durante la presentación más larga del mundo me pareció que la pistola, que estaba en el bolso, en mi regazo, pesaba una tonelada.
Una vez acabada la ceremonia, me mezclé con la multitud.
—Una pregunta, Helena —dije entre dientes—. ¿Por qué aquí?
Cuanto más publico haya, mejor para poner al descubierto el banco de cuerpos.
Deambulé por la sala de baile esperando a Blake. Helena permaneció en silencio, lo que me dio un respiro. Admiré la montaña de postres que había en el bufet. No tenía apetito. Sin embargo, parecía que todo el mundo se dirigía hacia allí, así que me aparté a un lado, junto a los grandes ventanales. Llevaba allí unos pocos minutos cuando alguien me dio un golpecito en la espalda. Me volví y me encontré al senador. Solo.
—Callie, ¿no? ¿Lo estás pasando bien?
—Mmmm, no exactamente. Yo… yo quería hablar con usted. —Ésta era mi oportunidad; podía advertirle.
—Eres muy bonita. —Entornó los ojos.
De algún modo, hizo que pareciera un insulto. No fue sólo que fuera tan directo, sino que su tono me inquietó. Se acercó, más allá de lo que podría considerarse normal, y me examinó el rostro como un doctor. Me sentí como un insecto bajo un microscopio.
—¿Pasa algo? —pregunté.
—No. Eres casi perfecta, de hecho. —Me cogió la cara con la mano y me hizo poner de perfil.