Soy un gato (70 page)

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Authors: Natsume Soseki

BOOK: Soy un gato
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Dokusen también intervino a su manera:

—Es más que lamentable descubrir que uno debe vivir su vida como hombre confinado en un mundo de naturaleza inhumana.

Las referencias metafísicas de Dokusen no surtieron el más mínimo efecto en el ánimo de Kangetsu. Ni en el de ningún otro, a decir verdad. Sus palabras se esfumaron tras un prolongado silencio. Meitei entonces cambió el tercio y preguntó:

—Por cierto, Kangetsu, ¿sigues puliendo bolas de cristal en la universidad?

—No. Desde que volví a Tokio no me he pasado por allí. De hecho, no creo que retome esa línea de investigación.

—Pero si no sigues con tu labor de pulimentación, entonces no obtendrás el doctorado —señaló el maestro con preocupación.

Kangetsu parecía tan preocupado por obtener el doctorado como por ser la viva imagen japonesa de Sandra Belloni:

—Ya no me hace falta.

—Pero entonces se cancelará el matrimonio y las dos partes se verán perjudicadas.

—¿Matrimonio? ¿Qué matrimonio?

—¿Cuál va a ser? El tuyo.

—¿Y con quién se supone que debo casarme?

—Con la chica de los Kaneda.

—¿En serio?

—¿Acaso no te habías prometido con ella?

—Yo nunca me he prometido con nadie. No hagan caso de los rumores...

—Vaya. ¡Ésta sí que es buena! ¿No te acuerdas tú del incidente, Meitei? —preguntó el maestro.

—¿Incidente? ¿Te refieres a aquel asunto de cuando recibimos la visita de Madame Nariz? Claro que sí. De hecho, hay un periódico bastante serio, cuyo nombre no desvelaré, que me está presionando últimamente para que les facilite algunas instantáneas de la pareja. Quieren sacarlas en su sección de ecos de sociedad. Es más, me consta que Toito terminó hace unos tres meses un poema conmemorativo titulado «El canto de amor del ánade», dedicado a los futuros esposos, y cuya fecha de publicación es inminente. ¡Si te echas atrás con lo del matrimonio, Kangetsu, la obra maestra de Toito se apolillará como un tesoro enterrado y echado a perder! Y todo porque ya te has cansado de pulir tus malditas bolas de cristal...

—No hay motivo para darse prisa con la publicación —repuso Toito—. Por supuesto que puse todo mi corazón en la obra, pero...

—¿Ves? El asunto de tu doctorado tiene repercusiones más graves de las que te imaginas. Ponte manos a la obra hasta que consigas esas bolas esféricas y no dejes de pulir hasta que yo te lo diga...

—Vaya, pues tiene gracia... —dijo Kangetsu—. Pido perdón si le he causado a alguien algún inconveniente, pero lo cierto es que ya no necesito doctorarme.

—¿Por qué no?

—Porque, de hecho, hace unos días que me he casado...

—¡Oh, por todos los dioses! Si ya te digo que este hombre nunca dejará de sorprenderme. ¿Y se puede saber cuándo ha tenido lugar ese matrimonio secreto? Desde luego, la vida te da sorpresas. ¿Ves, Kushami? Parece ser que Kangetsu ya tiene esposa e hijos.

—No, hijos todavía no tengo. Sería terrible si tuviera hijos después de menos de un mes de matrimonio.

—¿Pero cuándo y cómo te casaste? —inquirió el maestro con la misma severidad que lo haría un juez implacable.

—Fue durante mi última visita a casa. Ella me esperaba. Estos atunes, de hecho, son un regalo de sus parientes.

—¡Tres miserables bonitos resecos! Pues vaya un regalo más generoso.

—No, no. En realidad me han dado un montón de atunes, pero sólo he traído tres.

—Y dinos. Así que te has casado con una chica de tu pueblo. ¿Es de piel morena?

—Sí, morena como yo. Perfecta para mí.

—¿Y qué vas a hacer con los Kaneda?

—Pues qué quiere que haga.

—Pero no puedes dejar las cosas así. ¿Tú qué crees, Meitei? —preguntó el maestro. Su preocupación era evidente.

—Yo creo que lo puede dejar así, no hay problema. La chica es una coqueta. Ya se casará con cualquier otro. Después de todo, el matrimonio no es sino dos personas que se pelean en la oscuridad. Si solos no se arreglan, ya llegará alguien para ayudarles. Da igual quién se pelea con quién. En mi opinión, la única persona que merece nuestra compasión es el desdichado autor de «El canto de amor del ánade», aquí presente.

—Gracias, pero no se preocupe por mí. Mi poema es perfectamente válido para el actual matrimonio de Kangetsu. Puedo escribir otro cuando Tomiko Kaneda se decida a casarse ella también.

—¡Qué maravillosa profesionalidad la de los poetas! Escriben una obra maestra cada vez que se quitan el sombrero. Fácil como guiñar un ojo. Uno no puede sentir sino una sana envidia.

—¿Se lo has notificado ya a los Kaneda? —preguntó el maestro, muy preocupado por la suerte del clan rival.

—No. ¿Por qué debería hacerlo? Nunca llegué a proponerle nada a la chica, ni tampoco le pedí la mano a su padre. No veo ninguna razón por la que deba decirles nada. Es más, estoy absolutamente convencido de que están al tanto de toda la historia. No hacen más que mandar espías a que me sigan...

En cuanto escuchó la palabra «espías», el gesto del maestro se tornó agrio:

—Tienes razón, esa gente no se merece ni que les dirijas la palabra. Si a los amigos de lo ajeno se les llama carteristas, qué son los espías sino gente sin principios que se dedica a husmear en los asuntos de los demás. Si a los que rompen una ventana de tu casa para robarte se les llama saqueadores, qué son los espías sino delincuentes que entran sin avisar en tu casa para enterarse de tus intimidades. Si a los que te amenazan con un arma en plena calle se les llama atracadores, qué son los espías sino caraduras que te asaltan amenazando y presionando, todo al servicio de oscuros intereses. A mi modo de ver, da igual que se sea un ladrón, un atracador, un asaltante, un descuidero o un espía, o incluso un detective de la policía. ¡Rastreros, gentuza! No se les puede tratar como al resto de las personas. Habría que acabar con ellos cuanto antes.

—No se sulfure usted. Créame que aunque viniera un batallón de espías tras de mí, no tengo nada que temer. ¡Soy Kangetsu Mizushima, licenciado en Ciencias y pulidor de lentes!

—¡Bravo! Muy bien dicho —añadió Meitei—. Con eso tienes que responderle. Es lo menos que se podía esperar de un licenciado recién casado. Pero si Kushami coloca a los espías a ese nivel, ¿dónde situará entonces al señor Kaneda, que al fin y al cabo es quien les emplea?

—Puede que al lado de aquel villano de la antigüedad, Chohan Kumasaka.

—Sí, me parece de lo más adecuado. Aunque Chohan Kumasaka terminó partido en dos por la espada de un enemigo, mientras que Kaneda vive aquí al lado, se ha hecho rico con la usura y no tiene ninguna pinta de ir a desaparecer, al menos en breve. Aunque logres cortarle en un millón de trozos, lo único que conseguirás es tener un millón de clones del mismísimo Chohan. Si piensa que ha encontrado en ti un buen motivo para resarcirse, será una eterna fuente de problemas. Así que ten cuidado, Kangetsu.

—¡AI demonio con él! Si se le ocurre venir hacia mí le haré frente. Entonces le diré lo mismo que gritan los héroes del teatro No, ya sabe: «El pretencioso ladrón estará prevenido por mi valiente reputación, y no se atreverá a entrar en mi casa». —Kangetsu, ignorando la gravedad de tener que enfrentarse a semejante enemigo, declamaba con gesto dramático.

—Por cierto, hablando de espías, me pregunto por qué en nuestros días todo el mundo les ve con ese halo romántico... —Como era de esperar, Dokusen desvió la conversación hacia terrenos absolutamente irrelevantes.

—Quizás es por el coste tan elevado de la vida —contestó Kangetsu amablemente.

—Yo creo que es porque hemos perdido nuestra sensibilidad hacia las Artes —dijo Toito, que por lo visto estaba obsesionado por el tema.

—¡Es porque gracias a la civilización moderna nos están saliendo unos cuernos inmensos, y las irritaciones y dolores que provoca ese crecimiento nos están volviendo locos!

Era una lástima que Meitei, una persona culta e inteligente, se esforzara en parecer tan ocurrente en todo momento. Llegó el turno del maestro, que se aclaró la garganta dándose aires de importancia:

—Sabed que yo he dedicado mucho tiempo a meditar sobre este asunto, y he llegado a la siguiente conclusión: si nos gusta espiar a los demás, si nos gusta comportarnos como auténticos detectives, es por la extremada importancia que damos a la propia realización personal. Y con ello no me refiero a esa búsqueda espiritual que Dokusen persigue con sus meditaciones Zen. Tampoco me refiero a ningún tipo de iluminación, ni al nirvana, ni a la identificación del ser con el universo...

—¡Madre mía! Esto se está poniendo demasiado serio —exclamó Meitei—. Mira, Kushami. Si lo que te propones es hacer un análisis desde un punto de vista académico de los males que aquejan a la sociedad de nuestro tiempo, creo que deberías darme la oportunidad, al menos, de que yo también pueda meter baza y dar mi opinión acerca de lo que estás diciendo.

—Eres muy libre de exponer tus argumentos. Pero, conociéndote, seguramente no dirás más que tonterías.

—Al contrario, lo que tengo que decir es muy importante. Verás, Kushami, hace apenas una semana estabas ahí mismo, sumiso, prosternado, poco menos que arrodillado ante un policía. Y hoy, sin que se sepa muy bien por qué, te dedicas a comparar a esos mismos policías con vulgares delincuentes. Permíteme decirte, querido amigo, que eres la viva reencarnación de la contradicción. Más te valdría aprender de mí. Yo soy un hombre que ni ahora ni nunca se ha regodeado en sus propias certidumbres.

—Los espías son espías, los detectives son detectives y lo del otro día fue lo del otro día. El que cambia su opinión demuestra con ello que su mente no es de piedra. Que no es, como señalaba Confucio en sus
Anales
, un idiota sin esperanza de ser redimido por la educación. Lo cual es tu caso, querido Meitei.

—Eso ha sido muy maleducado por tu parte. De todos modos, incluso un espía, cuando habla, trata de hacerlo con cierta cortesía.

—¿Me estás llamando espía acaso?

—No estoy diciendo eso. Lo que quiero decir realmente es que eres un hombre honesto, y eso es loable. Pero bueno, no más peleas. Sigamos escuchando lo que tengas que decir.

El maestro volvió a aclararse la garganta:

—¡La autoconfianza, tan característica de nuestros tiempos, sólo sirve para darse cuenta de la distancia que existe entre los intereses propios y los ajenos! Cuanto más avanza la civilización y más grande se hace esa distancia, más incapaces somos de comportarnos de manera adecuada o desinteresada. El gran poeta inglés William Henley dijo en una ocasión que su amigo, Robert Louis Stevenson, estaba tan obsesionado consigo mismo que cada vez que pasaba por delante de un espejo, no perdía la ocasión de detenerse para realizar un detallado estudio de su propio reflejo. Ese carácter de Stevenson es un buen ejemplo de lo que le sucede hoy en día a la gente. La conciencia de uno mismo, la necesidad de vigilarnos constantemente, no nos abandona ni un momento, ni siquiera mientras dormimos. Es lógico, pues, que nuestro discurso resulte forzado y artificial. Nos imponemos restricciones e inhibiciones respecto a nosotros y a los demás, y vivimos nuestra vida como si fuéramos eternos pretendientes arreglando en su primera cita un acuerdo matrimonial. Palabras tales como serenidad y compostura se han convertido en conceptos vacíos de significado, que sólo sirven para practicar caligrafía cuando escribimos sus ideogramas. Es por eso por lo que la gente se comporta actualmente como espías. Sabréis que el trabajo de espía se reduce, principalmente, a sacar beneficio del secreto y la ocultación. Sólo cultivando una intensa conciencia de uno mismo se puede llegar a creer en la propia existencia. Con un grado igual de intenso al de su rapacidad, el ladrón está obsesionado consigo mismo, y no hace sino pensar en él mismo, y en ninguna otra cosa. Es el miedo a que le atrapen el que no le permite olvidarse de sí mismo. El hombre moderno, de igual modo, no deja nunca de pensar en qué le reportará un mayor beneficio o, lo que es peor, en qué le ocasionará unas menores pérdidas. Por tanto, como sucede con los espías y los ladrones, la autocomplacencia de la gente aumenta día tras día. El hombre moderno no hace sino temblar y husmear, temblar y husmear. Día y noche, sin descanso, hasta que la muerte lo arrebata de este mundo. En eso es en lo que nos ha convertido la civilización moderna.

—Qué razón tienes. Es un análisis enormemente preciso, el tuyo —intervino Dokusen, que raramente dejaba pasar la oportunidad de aportar sus propias reflexiones cuando se trataban temas de esa trascendencia—. Creo que la explicación de Kushami ha logrado dar en el clavo. Antiguamente a uno se le enseñaba a olvidarse de sí mismo, pero hoy en día las cosas son bien distintas. Se nos enseña a ser conscientes de nuestros propios actos, y por eso nos pasamos el día entero dedicados a mirarnos el ombligo. ¿Cómo es posible encontrar un minuto de descanso en medio de semejante asedio infernal? Las aparentes realidades de este horrendo mundo no son más que síntomas de la misma enfermedad, que sólo puede curarse mediante el ejercicio del olvido de uno mismo. La situación actual se refleja en un antiguo poema chino:

 

Quien simplemente se sienta

durante toda una noche bajo la luz de la luna

se desvanece, se desvanece de sí mismo,

es capaz de liberarse del mundo

y liberarse de sí.

 

»E1 hombre moderno carece de naturalidad incluso cuando lleva a cabo actos de genuina bondad. Los ingleses, por ejemplo, se muestran muy orgullosos de lo que ellos llaman
to be nice
, es decir, ser educados, ser bondadosos en sus acciones. Pero es fácil darse cuenta de que detrás de ese orgullo hay una buena dosis de autosuficiencia y utilitarismo. Quizás sea muy ilustrativo en este sentido recordar la historia de la familia real británica a la que, durante una visita a la India, invitaron a un banquete. Entre los presentes se encontraba un príncipe indio que olvidó por un instante el obligado boato de la ocasión y cogió una patata con la mano para ponerla en su plato. Cuando se dio cuenta de lo que había hecho se sintió profundamente avergonzado. Pero los caballeros ingleses reaccionaron inmediatamente y, con aparente naturalidad, procedieron a coger patatas con sus manos para colocarlas en sus platos. ¿Fue ése un acto de las más refinada educación y cortesía, o simplemente lo hicieron para que se constatase la superioridad de la nobleza inglesa?

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