Solos (40 page)

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Authors: Adam Baker

Tags: #Intriga, Terror

BOOK: Solos
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Los múltiples estallidos que habían destrozado el barco habían también esparcido escombros por la nieve. Planchas del casco retorcidas como pétalos abarquillados. Conductos de aire despanzurrados como lombrices gigantes.

Jane caminó entre escombros de los camarotes. Armarios, sillas y lámparas. Era como si alguien hubiera instalado su hogar en el hielo.

Bajo la sombra del barco, Jane levantó la mirada y contempló las habitaciones y los huecos de escalera al descubierto. Sábanas destripadas ondeaban al viento. Partículas de ceniza descendían de los restos del barco como copos de nieve negra.

Jane hizo una breve inspección del casco mutilado. Era probable que Nikki previera la visita de un grupo de asalto. Quizá había salido del búnker y se había escondido en el
Hyperion
.

Una mano asió el tobillo de Jane. Esta miró al suelo. Había un pasajero infectado semienterrado en la nieve. Jane dio un tirón y se zafó de él. La figura congelada trataba de erguirse, tenía las piernas amputadas a la altura de las rodillas. Jane le aplastó la cabeza con los crampones de la bota y el cráneo se abrió. La nieve se tiñó de sangre.

La nieve se movió y se abrió junto a Jane, y una segunda figura cuajada de hielo se levantó torpemente. La criatura se tambaleaba igual que un borracho. Jane lo derribó de una patada y el hombre se quedó tumbado de espaldas, tratando de erguirse como un autómata derribado.

De debajo de la nieve crujiente aparecieron una docena de pasajeros que pugnaban por levantarse. Jane apretó el gatillo del lanzallamas. Tras varias pasadas lentas, las figuras ardían revolcándose sobre la nieve.

Una última mirada al
Hyperion
. El barco estaba demasiado destrozado, demasiado quemado, para refugiarse en él. Nikki debía de estar aún en el búnker.

Jane se alejó del barco, rodeando camas, roperos y sillas, y esquivando cuerpos que agitaban espasmódicamente brazos y piernas.

Sian bajó de la grúa y fue corriendo hasta la barandilla de la cubierta. Con los prismáticos siguió un rastro de pisadas que se extendía por el hielo. Eran las huellas de los crampones de Jane, que volvía a la isla.

Sian cogió la radio.

—¿Ghost? Ghost, ¿me copias? Vamos, Ghost, ¿dónde estás?

Sian empezó a buscar a Ghost por toda la plataforma, corriendo de habitación en habitación. Finalmente lo encontró en la cámara de refrigeración de la cantina. Con la botella que acababa de descorchar, Ghost llenaba de burbujeante champán un vaso de plástico. Sian se quedó jadeando en la entrada.

—Bueno, nos vamos a casa —dijo Ghost, tendiéndole un vaso a Sian—. Posiblemente no estés de humor para celebraciones, pero es buen champán.

—¿Dónde está tu radio?

—¿Qué falta me hace? Nos vamos de aquí.

—Jane ha vuelto a la isla. Ha ido a buscar a Punch.

Sian y Ghost corrieron por el pasillo mientras él forcejeaba para abrocharse el abrigo.

—¿Por qué cojones no habéis venido a buscarme?

—No te encontrábamos. No podíamos esperar.

—¿Cuánto hace que se ha ido?

—Unos diez minutos. Ya está en la isla. La he perdido de vista cuando ha alcanzado la costa.

—Voy a buscarla.

—Jane ha dicho que no. Ha dicho que sabía que ibas a querer seguirla, pero ha dicho que no, que creía que sería mejor que fuera ella sola.

—Me importa una mierda. Voy a ir de todas formas.

Cruzaron corriendo la cubierta, Ghost se enfundó unas manoplas, Sian le tendió un hacha.

—No voy a quedarme aquí sola.

—Necesitamos a alguien que se quede para manejar la grúa. ¿Quieres ser de ayuda, quieres realmente ayudar? Quédate en esa cabina. Espera a ver nuestra bengala y estate preparada para izarnos del hielo.

Sian hizo girar el brazo de la grúa hacia un puente. Ghost esperaba sobre la pasarela. El gancho osciló hacia él y Ghost se agarró a la media tonelada de metal. Montó en el gancho y rodeó con el brazo la cadena. Levantó el pulgar en señal de aprobación y Sian lo izó por encima de la barandilla. Ghost miró abajo. Una caída de doscientos metros. Asió con fuerza la cadena.

Sian hizo descender el gancho.

Rampart estaba abriendo una brecha de medio kilómetro de anchura en la capa polar. Una larga estela de burbujas de agua del mar y placas de hielo cabeceando surcaban el campo de nieve virgen. Las patas delanteras de la plataforma movían una continua avalancha de cascotes de hielo delante de ellos. Ghost descendería delante de los remolinos de nieve y los bloques de hielo. Calculó que tendría menos de diez segundos para apartarse, o sería pulverizado y sepultado en el mar.

En el mismo momento en que el gancho tomó tierra y empezó a arrastrarse por el hielo, Ghost saltó y echó a correr. Cayó al suelo. Había olvidado ponerse crampones dentados en las botas. Resbaló y derrapó, tratando de apartarse de la refinería que avanzaba hacia él. Era una pesadilla hecha realidad. Quería correr, quería alejarse, mientras patinaba por una superficie de cristal. La plataforma que se le echaba encima ya lo cubría con su sombra. El hielo se resquebrajaba con un rugido ensordecedor. Acabas de cometer el más estúpido de los errores, pensó Ghost, y lo vas a pagar con la vida.

Un instante para decidir: ¿debería volver atrás y tratar de alcanzar el gancho? ¿O era mejor seguir corriendo y tratar de alcanzar a Jane?

Echó a correr hacia la isla.

El hielo bajo sus pies empezó a agrietarse y a ceder. Ghost fue dando brincos sobre las movedizas placas de hielo y se arrojó a un lado para esquivar la avalancha. Mientras rodaba por el suelo vio los colosales puentes y travesaños metálicos de la refinería, pasando a su lado muy por encima de él. Era una visión de ensueño, con torres y almenas de una ciudad que flotaba en el cielo.

Se puso de pie frente a la isla. Recogió el hacha, dio dos pasos y el hielo que pisaba se agrietó y se rompió. Se hundió hasta la cintura en el mar del Ártico. Súbito y vertiginoso frío. Ghost empezó a dar zarpadas en la nieve, buscando a qué agarrarse con las manoplas.

El instinto lo salvó. Cerca de él, el hacha yacía en la nieve. Alargó el brazo y se estiró hasta que con la punta de los dedos alcanzó el mango. Clavó el hacha en el hielo y se aupó a la superficie. Se quedó tendido sobre el hielo, estremeciéndose como en un ataque de epilepsia.

Se puso de pie. Le quedaba una decisión por tomar. Podía correr hasta la isla y tratar de ayudar a Jane. Un poco de ejercicio enérgico lo haría entrar en calor. O podía ponerse en contacto por radio con Sian y pedir que lo izara de vuelta al abrigo de Rampart.

—No dejes la tarea a medias —murmuró.

Decidió poner rumbo a la isla. El hacha se había quedado incrustada en el hielo, así que renunció a ella.

A pesar del aprieto en que estaba y de las ceñidas ataduras que lo mortificaban, Punch se quedó dormido. Había apoyado la espalda en el muro de su celda, pugnando por mantenerse despierto y alerta, y se quedó sumido en lóbregos sueños: él chillaba y se retorcía bajo unas extrañas máquinas que poco a poco lo aplastaban.

Se despertó de golpe. Pisadas. Una llave girando. Nikki abrió la puerta, agarró a Punch por el tobillo y lo llevó a rastras al corredor.

Nikki remolcó a Punch por un pasadizo embaldosado.

Paredes verdes iluminadas por el parpadeo de unos tubos fluorescentes.

—¿Qué cojones estás haciendo?

Ella no respondió, ni siquiera lo miró a los ojos.

El pasadizo llevaba a un ancho túnel abovedado, lo bastante grande para un tren.

Nikki amarró a Punch a la viga de una pared, dejó un quinqué ardiendo en el suelo del túnel y se fue.

Había un hombre en la pared opuesta del túnel. Vestía ropa polar y estaba atado de manos y pies. Nail. Tenía la cara magullada y un labio partido. Tenía la manga derecha rasgada y manchada de sangre. El relleno blanco de nailon salía del tejido acolchado. La herida, pensó Punch, se la hizo cuando Nail y él se pelearon por la escopeta.

Nail estaba amarrado a la viga con una soga que le rodeaba el pecho. Punch no sabía si Nail estaba vivo o muerto.

Punch miró a su alrededor. Roca viva sujeta con contrafuertes. Algún tipo de túnel de excavación, posiblemente. El búnker estaba a medio construir. Los anchos pasadizos que atravesaban el complejo servían para llevar maquinaria de minería al subsuelo.

—¡Eh, Nail!

No hubo respuesta.

Punch entornó los ojos hacia la penumbra. Había algo redondo entre las sombras, algo como una enorme bala de cañón, con una compuerta abierta. La cápsula, la chatarra espacial soviética. Se había estrellado a kilómetros de distancia. ¿Cómo había llegado allí? ¿La habían transportado los pasajeros del
Hyperion
, arrastrándola por el hielo? ¿Había manera de controlar y dirigir a aquellos mutantes sin consciencia?

Punch lanzó un silbido.

—¡Eh, Nail!

Nada.

¿Por qué los habían dejado junto a la cápsula? ¿Acaso Nikki esperaba que algo reptara desde su interior y se los comiera? Ghost había arrojado una granada de termita en la cápsula. Nada podía haber sobrevivido.

—¡Eh! —gritó Punch—. ¡Nail, Nail! ¡Escúchame, cabrón!

Nail levantó lentamente la cabeza. Había miedo y extenuación en su mirada.

—¿De qué va todo esto? —preguntó Punch—. ¿Qué quiere Nikki?

Nail miró a Punch, pero no respondió. Tenía las manos atadas delante, no a la espalda.

Escupió una moneda de cincuenta kopeks en la palma de la mano y empezó a afilarla contra el suelo del túnel. Había un surco marcado en el hormigón. Nail llevaba tiempo afilando la moneda. Quizá la ocultaba en la boca cada vez que Nikki pasaba.

—Entonces, ¿de qué se trata? —preguntó Punch—. ¿Nikki se nos va a comer o qué?

Nail no respondió. Continuó afilando la moneda.

—Supongo que lo vuestro no fue bien.

Nail probó el canto de la moneda afilada. La sujetó con los dientes y trató de cortarse las venas, moviendo de un lado a otro el brazo, contra la tosca cuchilla.

—Oye, tío, ¿qué cojones te propones? —demandó Punch.

Nail consiguió hacer salir sangre, pero no logró llegar a la arteria. La moneda no estaba lo bastante afilada o a Nail le faltaba valor para suicidarse. Dejó caer la moneda al suelo, apoyó la frente en la pared y empezó a sollozar.

—Háblame —dijo Punch—. Di algo, tonto de los cojones. ¿Qué demonios pasa aquí? ¿Nos tiene haciendo cola para que le sirvamos de cena? ¿Se trata de eso?

—Peor. Mucho peor.

—¿Cómo de peor? ¿Qué planea?

—Sabía que estaba pirada. Hablaba sola y todo eso, pero no me imaginaba hasta dónde podía llegar. Es pura tiniebla, es mucho más macabra que esos hijos de puta infecciosos. Es un agujero negro, antimateria total.

—¿Está infectada? ¿Tiene la enfermedad?

—No.

—Pero ellos corren por aquí, ¿verdad?

—Tiene un ejército de esos en los túneles. Los he oído. Los he visto.

—Ahora presta atención, Nail. ¿Cuán afilada está esa moneda? ¿Puede cortar una soga?

—No.

—Acércamela, de todas formas. Quiero probarla.

Nail la lanzó. La moneda fue rodando por el suelo del túnel. Punch la enganchó con la bota y la arrastró hacia él. Se la puso en la mano y trató a tientas de cortar la soga que le aprisionaba las muñecas. Nail observaba.

—Y entonces, ¿cómo te llamas? —preguntó Punch—. Tu nombre de verdad, quiero decir. No te llamas Nail, eso lo sé.

—¿Qué importa?

—Tengo curiosidad.

—Dave. Me llamo David.

—¿Por qué te lo cambiaste?

—¿Nunca has deseado tener una nueva vida y empezar de cero?

—Todas las horas del día, pero no creo que cambiar de nombre sirviera de mucho. ¿Quién es el verdadero Nail Harper, entonces? ¿Qué se hizo de él?

—No creo que sea asunto tuyo, realmente.

—¿De qué clase de ejército estamos hablando? ¿Qué hay ahí abajo?

—Pasajeros y tripulación del
Hyperion
. Siguen a Nikki, no sé por qué.

—¿Qué es lo que espera de mí? ¿Cuál es su plan?

—Eres el cebo. Nikki quiere atraer a tus amigos de Rampart. Jane vendrá corriendo a rescatarte. Ghost vendrá también. Y Sian los seguirá.

—Pero ¿qué quiere Nikki? ¿Adónde lleva todo esto?

—Quiere teneros a todos aquí. Dice que este es nuestro nuevo hogar.

Punch trataba de cortar la soga.

—¿Sabes qué? —dijo Punch—. Todos pasamos examen. Nunca sabes cuándo será, pero tarde o temprano llega el momento de rendir cuentas. Lloriquea como una perra, si quieres, pero yo me largo de aquí.

Ghost alcanzó la costa de la isla. Rocas y piedras. Trepó tan rápido como pudo para generar calor en su metabolismo. Estaba sucumbiendo a la hipotermia. El entumecimiento lo invadía lentamente. Brazos y piernas perdían fuerza y empezaban a anquilosarse.

Finalmente llegó al búnker.

—¿Jane? —llamó en la oscura entrada del túnel—. Jane, soy yo.

Se sacó una linterna del bolsillo. Tenía agua detrás de la lente. No funcionaba. La dejó caer al suelo.

La hoguera estaba apagada y fría. Apiló más madera y vertió gasolina de un bidón. Las manos le temblaban. Echó demasiada gasolina, pero encendió una cerilla igualmente y se protegió la cara de la bola de fuego. La llamarada chamuscó el techo del túnel.

Ghost probó la radio. Estaba empapada y no se encendía. La dejó caer al suelo.

Cerró las puertas del búnker.

No tenía tiempo para secarse la ropa. Se quitó las botas, las vació de agua y las puso sobre las llamas. El agua chisporroteaba, hervía y humeaba. También se quitó el abrigo, hizo una bola con él y lo sostuvo sobre el fuego hasta que empezó a humear.

Luego se puso el abrigo y las botas, ya secos. Sacó de la hoguera un listón encendido, lo levantó a modo de antorcha y se puso en camino por la oscura boca del túnel.

Sian salió de la cabina para ir a buscar un termo de café. Haz pasar el tiempo, se dijo. Entretente en algo, convéncete de que todo va bien.

Puso una tetera a hervir en la cocina de la cantina. Los pasillos estaban mudos; las salas, vacías. ¿Qué pasaría si Jane y Ghost no conseguían regresar? Iría a la deriva miles de kilómetros en aquella desvencijada y oscura refinería. A Sian la aterraba la soledad.

Volvió a la cabina de la grúa, desenroscó el termo y se sirvió café. Tras calentarse las manos con el envase metálico limpió con un trapo el vaho que empañaba las ventanas. La isla se iba alejando, los restos del
Hyperion
eran una silueta irregular a lo lejos, recortada contra el crepúsculo del Ártico.

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