Solos (15 page)

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Authors: Adam Baker

Tags: #Intriga, Terror

BOOK: Solos
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Ivan seguía en la cabina de la grúa, con Sian detrás de él.

—Punch, ¿me copias? Cambio. ¿Punch?

El viento cambió. El humo negro del bloque en llamas envolvió la cabina.

—Tenemos que irnos —dijo Ivan.

—Espera.

—No quiero quedarme atrapado aquí. ¿Te acuerdas del 11-S? O saltas o ardes. Paso de esto.

—Espera un momento.

Pasaron corriendo por delante de la enfermería.

—Un momento —dijo Jane.

Entró corriendo en la enfermería y con una sacudida en el aire abrió una bolsa para excreciones.

—Tenemos que salvar todo lo que podamos.

Barrió los estantes con el brazo y metió todo tipo de medicamentos en la bolsa, mientras Ghost abría un armario y llenaba de vendajes e hipodérmicas otra bolsa.

Punch esperaba en la puerta. El suelo estaba blando y pegajoso. Levantó una bota: la suela de goma se estaba fundiendo. Se agachó y puso la mano sobre la plancha de metal. Ardía. La planta inferior debía de estar en llamas.

—Amigos, tenemos que largarnos en este mismo instante.

—Ve —dijo Jane—. Yo iré ahora mismo.

Corrieron hacia la azotea. Ghost ayudó a Punch a montar en el palé de carga.

—Ve tú primero —dijo Punch—. Yo esperaré a Jane.

—Llamada de emergencia. Alerta de incendio. Llamada de emergencia. Alerta de incendio

La tripulación se congregó en la cantina. Se quitaron las pesadas botas y se pusieron indumentaria especial: trajes isotérmicos diseñados para resistir una inmersión accidental en un mar frío de infarto. Por parejas se ayudaron a comprobar los cierres de los trajes y los chalecos salvavidas.

Nail metió en su traje un juego de cartas, un suministro esencial y se retiró maquinalmente al rincón de la cantina donde estaba el equipo de gimnasia. Su territorio. Su reino. Mal, Gus y Yakov lo siguieron.

—¿Alguien sabe qué está pasando?

—Punch va de un lado a otro —dijo Nail—, pero el cabrón no me mira a los ojos.

Entonces olfateó el aire.

—¿Oléis eso? Plástico quemado. Si esperamos aquí, a que alguien baje del cielo y nos salve, nos vamos a asfixiar.

—¿No podemos desconectar ese puto aviso de alarma, por lo menos? —preguntó Gus—. Me está volviendo loco.

Nail salió corriendo hacia el despacho de Rawlins. Vacío. Se sentó en el escritorio y examinó la pantalla. El bloque de alojamientos contiguo parpadeaba en rojo. Señales de alarma en todas las plantas. Conectó el sistema de megafonía y agarró el micrófono:

—Alerta general. Alerta general. Evacuen la plataforma. Evacuen la plataforma.

La plataforma de carga osciló hacia el helipuerto. Punch puso los pies en el suelo y bajó corriendo por el hueco de las escaleras a la cantina. Humo espeso. Avisos y destellos de alarma.

—Alerta general. Alerta general. Evacuen la plataforma. Evacuen la plataforma

La puta refinería entera se va a perder, pensó. ¿Qué haría Ghost?

Punch se subió a una silla en la cantina y dio unas palmadas para pedir atención.

—Compañeros, hay que largarse de aquí.

Guió a la tripulación por las escaleras infestadas de humo. Todos tosían. Los ojos les lloraban. Punch los iba contando mientras los hacía entrar en una esclusa de aire. Faltaba uno.

Encontró a Nail tendido en las escaleras, inconsciente. Lo agarró por los tobillos y lo llevó a rastras hasta la esclusa.

Se encerraron en el interior. Se asfixiaban. Tres de ellos vomitaron.

Punch empujó con el hombro la puerta exterior. Todos se alegraron de respirar el aire helado.

—Tenemos que llegar al varadero. Los ascensores no funcionan. Habrá que usar las escaleras de mano.

La orden de evacuación fue transmitida a la cabina de la grúa.

—Vámonos —dijo Ivan.

—¿Y Jane y Ghost? —preguntó Sian.

—Lo siento por tus amigos.

Ivan bajó a la cubierta por la escalera de mano. Sian se quedó en la cabina. Se sentó en el puesto de mando y trató de descifrar cómo funcionaba aquello.

—¿Ghost? ¿Jane? ¿Me copiáis? Cambio.

Ghost corrió entre un humo acre a la enfermería.

Jane seguía llenando bolsas con medicamentos y material.

—¿Qué cojones haces, Jane?

—Échame una mano.

Bajaron a toda prisa, cargados de bolsas.

Alertas. Humo. Destellos de alarma.

—¿Quién ha dado la orden de evacuación?

—Parecía la voz de Nail —respondió Jane.

—He visto gente en el embarcadero montando en la zódiac.

—No podemos abandonar la plataforma. Sin ella estamos jodidos.

—No tenemos elección —dijo Ghost—. Queda un montón de fueloil destilado en las tuberías. Cuando el fuego alcance las bombas de inyección, esto va a detonar como una puta bomba H.

Llegaron a la azotea. El humo lo envolvía todo, no les dejaba ver la cabina de la grúa.

—¿Sian? ¿Ivan? ¿Me copiáis?

Ghost miró la radio. Aviso de poca batería.

Desde el borde de la azotea empezó a gritar.

—¡Sian! ¡Ivan!

Miró hacia abajo. Era un horno incandescente.

Ocho personas en la zódiac. La línea de flotación baja. Sobrecarga. El fuera borda iba forzado y zigzagueaba entre los bloques de hielo.

Llegaron a la isla. Cargaron con Nail a tierra y lo subieron por los peldaños del malecón, hasta la puerta del búnker.

La tripulación acampó en la boca del túnel. Encendieron un par de lámparas de queroseno y se apiñaron alrededor de una estufa de hexamina, para calentarse. Nadie hablaba. Todos pensaban en lo mismo. No lo iban a contar. La refinería era lo único que los mantenía vivos. Sin los suministros de la plataforma, no durarían ni un día. Cuando las estufas se quedaran sin combustible morirían todos de frío.

Nail había vuelto en sí. Respiraba débilmente, tendido en el suelo. Punch se agachó junto a él.

—¿Cómo va, hombretón?

Nail tosió y mandó a Punch al carajo.

—Tómatelo con calma, ¿vale? Deja que tus pulmones se recuperen.

Punch salió del búnker. Desde el embarcadero contempló cómo ardía la refinería.

El módulo D estaba en llamas. El depósito de combustible estaba en el nivel inferior. El fuego se había ido extendiendo y subiendo, planta por planta, hasta convertir el bloque de alojamientos en una columna de fuego.

Las llamas iluminaban con destellos anaranjados el mar y el hielo a su alrededor.

—Me llevo la lancha —dijo Punch a la tripulación—. Me voy a Rampart a ayudar. ¿Algún voluntario?

Todos apartaron la mirada.

Punch llevó la zódiac de vuelta a Rampart.

Vio los bajos de la refinería. Olas de llamas líquidas bañaban las tuberías y las vigas. Era una visión alucinante. El núcleo del incendio era todo luz blanca, mil grados de temperatura. Era como mirar directamente al sol. Punch tuvo que apartar la mirada.

Los escombros caían al mar, escupiendo géiseres de vapor.

Un alarido. Una explosión de chispazos. Un rugido constante, como si la refinería padeciera un dolor insoportable. Parte de la estructura estaba a punto de hundirse.

Hubo una cascada de vigas de metal: pedazos de la mortalmente dañada superestructura se precipitaron al mar, con un rugido como el del Niágara.

Punch se agarró al borde de la lancha, zarandeada por las olas que llegaban de la refinería y rompían placas de hielo.

Jane y Ghost, agachados en la azotea del módulo D, se agarraron el uno al otro. La azotea empezó a oscilar y a torcerse. El chirrido del metal torturado sonaba tan fuerte que se convirtió en un extraño silencio, como el del ojo de un huracán.

Jane alzó la vista y vio el brazo de la grúa. El palé de carga descendía entre el humo.

Vio fugazmente la cabina de la grúa. Detrás de los mandos estaba Sian.

—¡Vamos! —gritó Jane.

Jane y Ghost montaron de un salto.

Punch fondeó la zódiac y vio cómo el módulo D se desplomaba en el mar. Las vigas que sostenían el bloque de alojamientos, mortalmente debilitadas por horas de calor intenso, se combaron y cedieron. La estructura incendiada empezó lentamente a derrumbarse. Al caer en el océano levantó una última nube de hongo, con llamas de cientos de metros de altura. De repente, se hizo la oscuridad y se oyó una avalancha de agua. Punch corrió hacia las escaleras y se puso a salvo antes de ser arrastrado por las olas.

Punch cruzó la cubierta. La luz de la luna iluminaba la devastación. Desde el borde de la humeante media hectárea donde había estado el módulo D, vio vigas rotas y retorcidas y tuberías fracturadas. Metal al rojo vivo y columnas semiderretidas por el calor. El acero colgaba como estalactitas. La destrozada estructura empezó a chirriar y a crujir por el rápido enfriamiento causado por el aire gélido.

Una gran humareda, pero sin llamas.

El palé de carga se paró a cuatro metros de la cubierta. La grúa no funcionaba. No había electricidad. Ghost se descolgó del palé y se dejó caer. Rodó por el suelo de la cubierta. Jane saltó y le ayudó a ponerse de pie. Ghost tosía y sentía náuseas.

—¿Estás bien? —le preguntó Punch.

—Saldré de esta.

Jane y Punch exploraron el bloque de alojamientos que quedaba.

En la cantina, la luz de la luna se colaba por las ventanas. Una neblina fantasmagórica flotaba en el aire. Una fina capa de hollín cubría las mesas y el suelo.

Punch intentó encender la luz.

—No funciona nada.

—Veamos la central eléctrica.

La central eléctrica. Comprobaron el daño con una vieja lámpara Aldis. Tres generadores John Brown, del tamaño de un autobús. Los generadores estaban parados y mudos.

Subieron por los peldaños que llevaban al entresuelo. Los mandos del generador estaban calcinados. El cableado había ardido.

—¿Sabéis qué? —dijo Jane—. Hace un rato pensaba que saldríamos de esta.

El largo juego

Jane llevó a Ghost a la central eléctrica. Para andar, él se apoyaba en el hombro de ella. Jane lo ayudó a subir los peldaños al entresuelo.

—Bien: hemos llegado —dijo Jane.

Ghost examinó con una linterna los restos calcinados de los mandos del generador. Apenas se podía tener en pie. Se apoyó en una barandilla para no caerse.

Dos de los tableros de mando estaban quemados y doblados. Los diales y los monitores estaban hechos añicos. Un panel lateral se había desprendido de la consola y había dejado al descubierto una maraña de cables fundidos que colgaban como una enredadera.

Ghost tosió y se aclaró la garganta.

—Los generadores Uno y Dos están fritos. El Tres parece casi intacto. Yo trataría de poner en marcha el número Tres y quizá desmontaría los otros para piezas de recambio.

—Necesitas descansar. Has inhalado un montón de humo. Si no te cuidas será peor. Tienes los pulmones dañados y en un par de días los vas a tener llenos de líquido. Rye quiere tratarte con oxígeno lo antes posible. Solo así te podrás curar.

—Tú pareces estar bien —dijo Ghost.

—Respirábamos por turnos. Me diste la mayor parte de oxígeno.

—De verdad; estoy bien.

—No por mucho tiempo. Si te enredas a arreglar ese generador puedes acabar mal. Puedes pillar una pulmonía, y entonces no habrá forma de curarte.

—Si no ponemos los generadores en marcha moriremos de frío. No puedo esperar a que me ponga bien. Y si voy a pillar una pulmonía, razón de más para aprovechar mis conocimientos mientras pueda. Hay que ponerse a trabajar ahora mismo.

—Rediós.

—¿Tenemos algún tipo de anfetaminas, algo que me dé fuerzas?

—En los kits de supervivencia hay inyecciones de adrenalina. Te mantendrán activo un par de horas, pero después te quedarás hecho polvo.

—Ve por ellas.

Jane fue a buscarlas.

Al volver encontró a Ghost sentado en el suelo, con la cabeza apoyada en uno de los paneles de control calcinados. Se sentó junto a él.

—¿Cómo va, colega?

—Bastante jodido —respondió con voz ronca.

Jane señaló el instrumental roto.

—¿Crees que vas a poder arreglarlo?

—No soy electricista.

—Nadie de aquí lo es. Tú eres lo más cercano a eso.

—Ojalá no tuviera esta tos que me hace escupir los pulmones todo el rato.

Jane sacó de una cajetilla de supervivencia una jeringa cargada de adrenalina.

—Dale.

Jane le clavó la aguja en el muslo y apretó el émbolo.

El resto de la tripulación regresó de la isla.

Limpiaron la cantina a la luz de las lámparas. Quitaron la fina capa de cenizas que cubría las mesas y las sillas y fregaron el suelo. Nail salió discretamente de la cantina. Nikki lo siguió por oscuros pasadizos, siguiendo la luz de la linterna del submarinista, hasta las tenebrosas profundidades de la sala de bombeo. Lo encontró en un almacén, examinando la barca de Ghost.

Nail daba vueltas alrededor de unos bidones de gasolina soldados al poste de un andamio.

—No avanzó demasiado —dijo él.

Examinó el esbozo de unos planos sobre una mesa de caballete. Un yate rudimentario. Vista de planta. Vista lateral.

—Parece un buen diseño. Un solo mástil, vela mayor, foque. Tiene aspecto de ser estable.

—¿Podrías acabarlo? —preguntó Nikki—. Ghost estará inactivo un tiempo. ¿Podrías acabar lo que él empezó?

—Soy soldador submarinista. Llevo ocho años trabajando en esto. Claro que podría acabarlo.

—Quizá tengamos suerte y alguien responda a nuestras llamadas de SOS.

—Estoy harto de esperar. No me gusta depender de otros, no es mi estilo. Ya has visto a esa gente. Todo el día pasmados, esperando a que Blanc les ate los zapatos. Me repugnan.

—La moral está por los suelos. Están ofuscados, se sienten indefensos.

—¡A la mierda sus sentimientos! ¿Quieren vivir o qué? Se les ha secado el cerebro, tienen parálisis mental. Eso es lo que mata a la mayoría en los momentos difíciles. Pero no a mí, nena, yo soy de los que sobreviven.

—¿Qué hacemos, entonces?

—Si Ghost se recupera, perfecto. Él nos terminará el bote. Si no, lo terminaremos nosotros. Nos llevamos la comida que haga falta y les decimos
sayonara
mientras nos alejamos hacia el sur.

Jane ayudó a Ghost a revisar los mandos de control de la central eléctrica. Siguiendo sus instrucciones, levantó un panel lateral. Ghost dirigió la linterna al interior.

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