Authors: Jordi Sierra i Fabra
»En todo el disco de Brain... etc. sólo hay veinte segundos aprovechables: la parte menos agresiva de
Mezklas
. Pero claro, eso debió de ser una casualidad. Nadie va a notarlo.
»Feliz vuelta a la prehistoria.»
Tuvo que leerlo dos veces.
Una para dominar la ira. Otra para paladear cada palabra.
Porque, a fin de cuentas, lo que decÃa la tal Beatriz era verdad, y eso dolÃa.
Sobre todo le dolÃa a él.
Alguien habÃa escrito sus propios pensamientos.
Silenciados en el fondo de la necesidad.
Volvió a mirar la foto. El tono epistolar no era el de una mujer de veinticinco. Veinte tal vez. Incluso menos. Pero la foto...
No apartó sus ojos de ella durante dos o tres minutos.
â¿Quién eres? âle preguntó.
Aquella fascinación súbita...
Ni siquiera sabÃa por qué.
Paseó por la página. Leyó fragmentos de otros textos. La mayorÃa, sobre el tema que fuese, acertados y coherentes. En la parte inferior encontró más accesos a otras ventanas. Uno era de fotos de la protagonista, aunque en ninguna la calidad de la imagen era mejor que la que presidÃa el blog. Siempre se trataba de retazos de sà misma, la mayorÃa desenfocados o sesgados. Primeros planos o de medio cuerpo. La esbeltez podÃa apreciarse, pero poco más. En todo caso, las manos eran perfectas, preciosas. Quien fuese la tal Beatriz era aficionada a la fotografÃa. En otro acceso se derivaba al lector hacia YouTube. La chica, además, hacÃa montajes con fotos y música.
También encontró lo que estaba buscando.
Una dirección para responder a los comentarios del blog. Y libre. No era necesario registrarse ni dejar huella.
Rogelio comenzó a teclear.
BEATRIZ
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La guitarra, en las manos de Gonzalo, parecÃa una caja de música.
Ãl la acariciaba, sus dedos apenas si rozaban las cuerdas, pero el sonido, la cadencia armónica, fluÃa con una intensidad y una belleza únicas.
Además estaba su voz.
Ãntima.
Tan sugerente.
Le habÃa hablado de aquel poema de
Asà habló Zaratustra
, el que contenÃa la frase «Dormido sobre los espejos», y acababa de componer una canción preciosa, con una letra que giraba en torno a la turbulencia del amor, el deseo, la pasión y la furia, aunque no lo hiciera de forma directa, sino velada. No le bastaba con arrancar la música de aquellas cuerdas. También era capaz de trenzar palabras con aquel sentido tan especial.
Era un don.
Por más que Gonzalo fuese tan perfeccionista, o tan inseguro, o tan tÃmido, o tantas cosas a la vez.
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Hoy, dormido sobre los espejos,
he soñado que abrazaba tu cuerpo
y le hacÃa el amor a tu alma.
Hoy, acariciado por el reflejo de tu ser,
he recordado todas las noches de mi vida
en las que fuiste mÃa y te diste a mÃ.
Hoy, callado y silencioso sobre la luz,
te he dicho que te quiero en soledad
deseando despertar al otro lado.
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Hoy, dormido sobre los espejos,
querÃa que ellos fueran nuestra cama
mecido por el reflejo de mis sueños.
Hoy, susurrando tu nombre en un rezo,
he sentido todo el dolor de tu ausencia
perdido de nubes y esperanzas marchitas.
Hoy, al despertar de este pasado,
he visto mi sombra transparente
caminando descalza hacia la muerte.
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Cuando la última nota se extinguió en el aire, Beatriz tuvo que bajar aquel nudo albergado en su garganta.
â¿Qué tal? âesperó el chico.
â¿Lo preguntas en serio?
âClaro.
âGonzalo, es... genial. ¿Acaso no lo ves?
âTú eres mi amiga.
â¡Soy tu amiga, pero no estoy sorda, y tengo buen gusto, tú lo sabes!
â¿De verdad te gusta?
â¡Es la mejor canción que has escrito hasta hoy!
âMe dijiste lo mismo de las dos últimas.
â¡Porque es verdad, cada una ha superado a las otras! Has encontrado el punto, el equilibrio entre letra, música y voz. ¡No deberÃas esperar más!
âYo pienso que todavÃa no estoy preparado.
â¡Y un cuerno! âgritóâ. Lo estás, aquà y ahora. ¿Qué quieres, aguardar a los treinta? Ahora mismo encandilarÃas a la gente, derretirÃas a las fans.
Gonzalo se echó a reÃr.
â¡Oh!, ¿tendrÃa fans?
âA patadas, y de ambos sexos.
âEso no me irÃa mal âmusitó con un deje de tristeza.
âGraba un disco y no se te va a resistir nadie.
âPreferirÃa que al menos algunos no se me resistieran por mà mismo. âCerró los labios en un gesto de impotencia antes de agregarâ: ¿Qué quieres, que vaya a un concurso de la tele? ¿A «Tú sà que vales»?
â¡No! Eso es pan para hoy y hambre para mañana. ¡Déjame colgar algo en YouTube!
âLa palabra
colgar
me sigue sonando sospechosa. âSe llevó una mano a la garganta.
âYo te hago el montaje. Soy buena. Haré una especie de vÃdeo con imágenes y tu canción.
â¿Esta canción?
âSÃ.
âNo sé, Beatriz.
â¿Cuántas canciones llevas compuestas: cien, doscientas? ¿A qué esperas? PodrÃas lanzar dos o tres discos sólo con las mejores. La mayorÃa de artistas jóvenes todavÃa recuperan temas hechos en sus primeros años en su tercer álbum. ¡Tú tienes para la tira!
âA ver qué pasa este verano.
â¡No, a ver qué pasa ahora! ¡Déjame que te haga ese vÃdeo para YouTube!
Si algo habÃa aprendido en sus años de amistad, era que a ella no podÃa decirle que no. Resultaba imposible.
Bastaba con mirar su determinación, la fuerza de sus ojos, la furia de su voz.
âTe lo grabo en MP3 y te paso una copia en un
pen-drive
âse rindió.
âBien âasintió la chica alargando la «e».
âMañana o pasado âquiso advertirleâ. Quiero hacerle unos arreglos.
â¡Pero si está bien asÃ!
âOye, que es mi música y mi letra, ¿vale?
âVale. Cántamela otra vez.
âLuego.
â¿Te da vergüenza o qué?
âMi madre acaba de llegar, ¿no has oÃdo la puerta? Después te vas y me pide que se la cante a ella, y eso sà me da corte. Sobre todo, si la letra habla de amor o de cosas más o menos picantes.
Ãsa sà era una razón de peso.
Beatriz frenó la excitación que la canción acababa de producirle.
Miró el ordenador de Gonzalo y le preguntó:
â¿Has conseguido bajarte ya el disco de Fotheringay?
âNo, no lo encuentro.
âMaldita sea âlamentóâ. No creà que fuera tan raro. Aunque supongo que por eso es una joya difÃcil de encontrar.
âPero es que es de 1970.
â¿Y qué? Discos más antiguos pueden bajarse sin problemas. ¡Qué pena que Sandy Denny sólo grabara ese álbum con ellos por falta de éxito! Supongo que la sombra de Fairport Convention era demasiado alargada y poderosa. Esas canciones..., esa voz... Y más aún: qué pena que muriera tan joven.
âSupongo que sabes de qué.
âSe cayó por la escalera de su casa y tuvo una hemorragia cerebral. Eso fue en abril de 1978. Llevaba años siendo la mejor voz femenina británica, algo inaudito tratándose de una cantante folk.
Gonzalo la miró y la admiró.
âAlucinante âdijo.
Beatriz se encogió de hombros.
âEres una enciclopedia con patas, y encima tienes un gusto exquisito âponderó él.
âLo que pasa es que he nacido demasiado tarde, fuera de tiempo. A veces me siento desenfocada, como aquel personaje de una pelÃcula de Woody Allen. La mejor música se hizo entre 1968 y 1973 y yo me la perdà en vivo y en directo. Una putada.
âPues yo no me quejo.
âTú tenÃas que haber sido trovador en la Edad Media.
â¿Estás loca?
â¿No te habrÃa gustado?
â¡En la Edad Media sólo se lo pasaban bien los reyes, que hacÃan lo que les daba la gana; los demás a pringar, en guerras, pestes...! ¿Trovador? A veces sà que creo que estás loca.
Se echaron a reÃr de buena gana. Y mientras lo hacÃan, Beatriz supo, una vez más, que únicamente con él se sentÃa cómoda, a gusto, libre y feliz.
Su amigo.
Por esa razón, al acabar el estallido emocional, se atrevió a preguntarle:
â¿Qué tal con Carlos?
El rostro de Gonzalo perdió luminosidad y se oscureció bajo una lluvia de cenizas. Ella se arrepintió al momento de haber sacado el tema.
âNormal. âEl chico se encogió de hombros.
âPero...
âAún no ha descubierto su sexualidad, eso es todo.
â¿Estás seguro de que es...?
âSÃ.
â¿Cómo puedes estarlo?
âPorque lo sé, porque yo ya pasé por ello y superé esa fase, o quizá porque me engaño a mà mismo y quiero creer que es asÃ, vete a saber.
âProméteme una cosa.
â¿Qué?
âQue tendrás cuidado.
âLo tengo.
¿Cómo decirle que era demasiado vulnerable? ¿Cómo advertirle que tener cuidado no lo era todo, porque los sentimientos siempre se desbocaban y se precipitaban hacia los abismos del dolor? ¿Cómo evitar que le hicieran daño, justamente a él, que era el ser más inocente que jamás hubiera conocido?
Intentó cambiar de tema, con rapidez.
âCántamela otra vez, venga, aunque sea en voz baja. âSe sentó en cuclillas y le demostró que no pensaba rendirse fácilmente.
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La salida de clase era a veces tranquila; y otras, caótica, como aquélla. La proximidad del verano, a pesar de los últimos exámenes y el nerviosismo, hacÃa que la adrenalina se disparase. Además, la primavera era peor que cálida: sofocante. De la noche a la mañana, los cuerpos femeninos parecÃan competir por ver quién llevaba menos ropa, la falda más corta, la blusa más escotada, la prenda más liviana. Media docena de noviazgos inesperados daban la razón a los que defendÃan viejas frases arquetÃpicas como aquella de que «la primavera la sangre altera». Incluso chicas y chicos que se mostraban antagónicos, de pronto se rendÃan al amor. Adiós a las pullas, las bromas bien o malintencionadas, el radicalismo masculino y el desparpajo femenino. Las sorprendentes parejas que caminaban al mismo son motivaban el pasmo de unos y el «ya lo decÃa yo» de otros. El verano gritaba libertad.
Y la locura se desataba.
Beatriz era de las que no corrÃa. A los doce habÃa resbalado en un dÃa parecido, y la rotura de su brazo izquierdo la sumió en la depresión de un verano amargo. La experiencia unida a la serenidad. Tampoco tenÃa ninguna prisa.
A veces le preocupaba realmente su pragmatismo, su seriedad.
Mucho peor que ser vieja a los ochenta era serlo a los diecisiete.
Siempre habÃa deseado ser mayor de edad, y ahora que se encontraba a un paso de conseguirlo, lo que sentÃa era respeto. Hasta ese momento, su vida dependÃa de sus padres, de un entorno más o menos familiar. En cuanto los cumpliera, dependerÃa de sà misma, por más que continuara a expensas del dinero de su padre o de las ataduras de su madre. Las decisiones ya le pertenecerÃan por completo. Sin margen de error.
Un pequeño gran paso.
Y definitivo.
Caminó hacia la salida del instituto y antes de alcanzarla se tropezó con Maribel. HabÃan realizado algunos trabajos juntas, sobre todo en literatura, por amor hacia el mismo tipo de autores y de libros. Pero ése era el único punto común. Desde entonces, Maribel sufrÃa los envites y cambios propios de un horizonte inestable, a la búsqueda de espejos.
â¿Has escuchado a Brainglobalnoise? âle soltó de buenas a primeras.
âQué remedio.
â¿Cómo que qué remedio? âse sorprendió Maribel.
âEstán en todas partes. Un comecocos.
âTÃa, es que son geniales.
âYa. âLe mostró todo su escepticismo.
â¿No me digas que no te gustan?
¿Le decÃa la verdad?
Pues sÃ.
âSon artificiales, comerciales...
â¡Eh, eh! âla detuvo su compañera de claseâ. ¿Hablas en serio? ¿Te refieres a Brainglobalnoise? ¿Cómo van a ser comerciales si hacen una música radical y antisistema?
âSi fueran antisistema, no sonarÃan a todas horas en la radio ni se estarÃan convirtiendo en un producto de consumo masivo.
âO sea que sigue siendo mejor todo lo de antes.
âUn tiempo irrepetible es eso: un tiempo irrepetible. No se trata de ser mejor o peor.
âTÃa, no te entiendo. âLa cara de Maribel era un poemaâ. ¿Seguro que tienes diecisiete años?
â¿Qué pasa? Una cosa no tiene por qué gustarle a todo el mundo. A mÃ, ésos me parecen unos mierdecillas oportunistas y nada más.
La cara de poema se convirtió en pasmo.
âDebes de ser la única âmanifestó la chicaâ. Están arrasando. Era lo que esperábamos.
âUna luz en la oscuridad.
âExactamente.
âBien, adelante. Yo paso.
âPues vale.
Acababa de perder no a una amiga, porque no lo eran, pero sà a una compañera. Estaba cavando zanjas a su alrededor, aislándose aun antes de acabar el instituto, cosa que serÃa realidad en unos dÃas. ¿Qué le costaba contemporizar, ser menos radical, tratar de integrarse en...? ¿Dónde?
Odiaba ser parte de una masa amorfa y descerebrada.
El pensamiento único.
Coca-Cola, McDonalds, Nike...
âEscúchalos bien âle recomendó Maribel con un deje de lástima en la voz.
âVale âsonrió Beatriz con aspecto cansino.
Se separaron al llegar a la calle.
Y el abismo aumentó a medida que caminaban en direcciones contrarias.
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Su padre vivÃa relativamente cerca de Johann Sebastian Bach, en Josep Tarradellas, cerca de la estación de Sants. Era un edificio viejo pero cómodo. El piso era el de Mati, «la nueva», como la llamaba su madre. Ella también se habÃa separado de su marido. Dos mitades rotas que volvÃan a ser felices tras haberse encontrado. Muy felices. Bastaba con observar a su padre. HabÃa recuperado la sonrisa y las ganas de vivir, de seguir adelante. El hombre derrotado que recordaba de los últimos tiempos en su casa se habÃa transformado en una persona nueva, radiante. Su padre siempre habÃa sido muy cariñoso. Y Mati era perfecta para él.