Authors: Jordi Sierra i Fabra
Todo perfecto.
O casi.
â¿Es verdad lo que dicen los periódicos?
â¿Qué dicen? âpreguntó Rogelio después de que su padre se dirigiera a él.
âQue el mundo del disco está acabado, que se hunde, que la piraterÃa ya le ha clavado la estocada final.
âEl mundo del disco lleva años hundiéndose y nunca ha pasado nada âquiso aclararleâ. Es como un corcho. Siempre acaba flotando.
âPues no es eso lo que cuentan, y te aseguro que me lo he leÃdo a fondo.
âHay una crisis mundial...
âLas compañÃas discográficas cierran âlo interrumpió como solÃa hacer en muchas ocasionesâ. Eso las de Madrid. Encima las de Barcelona...
âDiscos Karma es sólida.
â¿Qué harás si pasa algo? âY como si no estuviera hablando de algo grave y serio, se dirigió a su hija para pedirleâ: ¿Me pasas la salsa, por favor, cariño?
Martina lo hizo, en silencio, sin dejar de mirar a Rogelio.
âNo pasará nada âdijo éste.
âEn el mundo de los negocios esta frase no sirve. Siempre puede pasar algo. ¿Qué harás si es asÃ?
âTengo contactos.
â¿Contactos? ¿Qué clase de contactos?
âJerónimo... âquiso intervenir Montserrat desde el otro lado de la mesa.
Su marido no le hizo el menor caso. Esperaba la respuesta de su hijo mayor.
âAmigos en la televisión, la radio, entre muchos artistas importantes...
â¿Sabes qué te digo? âEl tono era contundenteâ. Que el dÃa que decidas de una vez venirte conmigo y con tu hermano, igual es tarde.
âJerónimo, ¿otra vez con esto? âhabló más alto y con más fuerza Montserrat Solerâ. ¿Quieres acabar de comer en paz?
â¡Si es que es como para preocuparse, mujer!
âYo no lo hago. âSu voz quiso ser normal.
â¡Tú nunca te has preocupado por nada! ¡Pero antes eras un crÃo y ahora no!
Pareció que iba a estallar la tormenta. Una más. Montserrat se envaró, asustada. Todos miraron a Rogelio. Nadie se atrevió ya a pronunciar una palabra para apaciguar los ánimos.
El hijo mayor continuó comiendo el postre.
Puro chocolate negro.
Delicioso.
âMe preocupo por mi trabajo âdijo finalmente, con calma, despacio, conteniéndoseâ. Y soy muy bueno en lo que hago. Bueno y capaz. âMiró a su madre y agregóâ: Mamá, este chocolate es increÃble.
Pareció desarmar al cabeza de familia.
Jerónimo Muntadas abrió la boca. Sólo eso.
Luego volvió a cerrarla.
Sus ojos bastaban, pero nadie estaba ahora pendiente de ellos.
â¿Tomamos el café viendo los vÃdeos de la fiesta de Lidia que han traÃdo Marcos y Sonia? ¡Estoy deseando verla! âpropuso Montserrat levantándose rápido.
Sonia fue la primera en secundarla. Después lo hicieron Martina y Marcos. Rogelio acabó el postre, midiendo cada gesto, sin hacer caso de la inquisitiva mirada de su padre. Ãl fue el penúltimo en incorporarse. El dueño de la casa se quedó solo en la mesa.
Fue antes de llegar a la sala cuando Martina retuvo a su hermano mayor por el brazo.
âGracias por no estallar hoy âle cuchicheó.
âNo vale la pena. Es lo que quiere. Poder gritarme. âPuso cara de resignaciónâ. ¿Y por qué las gracias? ¿Qué pasa hoy?
âTodavÃa nada, pero...
No continuó caminando. Oteó el panorama para comprobar que estuviesen solos. Por si acaso, se la llevó unos metros más allá, fuera de la sala y del comedor. Martina siempre habÃa sido una de sus debilidades. Ella lo adoraba, y él habrÃa matado por su hermana pequeña. A sus treinta años era a veces un misterio, tan discreta, tan callada, tan insegura y tÃmida.
â¿Qué pasa? âquiso saber.
âYa te lo contaré.
âNo, ahora âapremió terminante.
Martina bajó los ojos. Una sombra rojiza arreboló sus mejillas. Cuando volvió a enfocarlo con ellos, sonrió llena de encanto y ternura. Una mirada dulce teñida de susto.
âEstoy saliendo con alguien desde hace tres meses.
â¿Estás enamorada?
âSÃ.
âBien, eso es... fantástico, ¿no? âVaciló al ver la expresión de Martina.
âDepende.
â¿De qué?
âSe lo dije a mamá y... Bueno, esta noche le tocaba a papá, por eso no querÃa que se enfadara contigo. Quiero traerlo la semana que viene.
â¿Qué te respondió mamá?
âQue ser plato de segunda mesa es una vergüenza y que deberÃa haber aspirado a algo mejor.
â¿Es...?
âEstá divorciado, sÃ, y tiene una hija de diez años y un chico de siete. âMartina sucumbió a la emoción dejando que dos lágrimas asomaran por las compuertas de sus párpados.
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La noche anterior tenÃa la sensación de haber huido de la discoteca y de la tal Penélope. Ahora, en la del sábado, la sensación era la de ser un caracol y esconderse en casa.
Se miró en el espejo del cuarto de baño.
Se miraba mucho en él últimamente.
Era el mismo, y sin embargo las fotografÃas mostraban el paso del tiempo, el cambio. Y no tan sólo las fotos de los veinte o veinticinco, sino también las de los treinta o los más recientes treinta y cinco.
¿Por qué no era como su hermano, dócil, manejable, heredero ideal de la fortuna de los Muntadas cuando Jerónimo Muntadas decidiera abandonar este mundo?
¿Y por qué saltaba de un tema a otro, en mitad de su caos mental â¿o era kaos?â, pasando de sentirse solo y hecho una mierda a los problemas con su familia?
âTienes una depre âse dijo.
¿Cuáles eran los sÃntomas de una depresión? ¿Rechazar la posibilidad de ligar con una tÃa buena? ¿Asà de fácil?
¿No podÃa ser, simplemente, que no le apeteciera?
Desde que le habÃa hablado a Juan Pablo de Pilar, era como si ella hubiera vuelto a su cabeza. Eso si es que alguna vez se habÃa ido.
Abandonó el cuarto de baño y caminó sin rumbo por su propia casa. Tan sin rumbo que en lugar de en la sala acabó encontrándose en su despacho, frente al ordenador. Su imagen le hizo recordar el blog de aquella chica, Beatriz.
Se sentó en la silla, lo conectó y esperó a que la pantalla se iluminara para acceder a Safari y de ahà a la web de la tocapelotas.
Lo único que no querÃa hacer era mirar la foto de Pilar, siempre presente allà cerca, en un extremo del mueble de la pared de atrás, sonriente para la eternidad en aquella fracción de segundo atrapada por la cámara.
La respuesta de la incordiante bloguera estaba allÃ.
Muy bien escrita, de nuevo. Y razonada.
Además, parecÃa entender de música. Mucho más que él.
«¿Me hablas de música y de tiempo? ¿De verdad? ¿Me hablas de hippies, de historia, de motivaciones? ¿Sabes Tà algo de todo eso? Porque si lo supieras, si de verdad conocieras La Historia, con mayúsculas, y apreciaras La Música, de nuevo con mayúsculas, te darÃas cuenta de lo que es Brainglobalnoise para esa historia, y comprenderÃas que ellos no van a ser más que una cagada de mosca en mitad de la propia mierda que van a generar. Si ésta es la música que nos merecemos, es que no merecemos ni estar aquà ni llamar a este momento «nuestro momento». ¿Qué somos? ¿Acaso hemos perdido el gusto y el sentido común? ¿Por qué no te lees la «Historia de la Música Rock» y entiendes de qué va esto? Cada época ha tenido sus productos comerciales. ¡Los Beatles eran eso en su comienzo, de 1962 a 1965, pero luego supieron crecer y cambiar hasta llegar a convertirse en los más grandes! ¿Crees que Brainglobalnoise puede hacer algo asÃ? Dicen que en el paÃs de los ciegos, el tuerto es el rey. ¿Y en el paÃs de los tontos? ¿El rey es el menos tonto o el que nos toma por más tontos a los demás? ¿Sabes tú por qué el pop murió en 1968?, ¿por qué entonces emergió el más fabuloso sonido jamás imaginado con los grandes conjuntos de la historia?, ¿por qué de 1969 a 1973 la música lo cambió todo?, ¿y por qué desde la crisis energética derivada de la cuarta guerra árabe-israelà de octubre de 1973 todo se fue al traste? ¿Sabes por qué apareció la música disco, y las nuevas corrientes de los años 80?, ¿y qué es el AOR, y de qué forma se originó el rap primero y el hip-hop después? ¿Lo sabes? Si lo supieras, comprenderÃas la diferencia entre un artista y un producto de consumo. Dios... ¿por qué los grandes “booms” mueven a pensar que van a ser eternos y los pequeños aspiran a la gloria?»
Aquella chica le encendÃa la sangre.
Era una buena luchadora.
Quizá necesitase eso.
Aunque se tratase de una loca con un blog.
Volvió a mirar las fotos, tratando de hacerse una idea de su edad. ¿Y si era una crÃa de quince años? ¿Y si, por el contrario, tenÃa por lo menos veinte o más? Desde que lo habÃa descubierto, se sentÃa hechizado por aquel rostro. Como un adolescente viendo el póster de una chica maravillosa e inalcanzable. Los ojos, los labios, el rostro... todo desprendÃa una magia que lo envolvÃa.
Casi ni se dio cuenta de lo que escribÃa:
«¿Quieres venir a verlos el sábado próximo a Razzmatazz?».
¿Estaba loco?
Llevó el cursor al botón de envÃo y lo pulsó.
SÃ, estaba loco.
Acababa de invitar a una desconocida, una opositora de Brainglobalnoise, quizá una imbécil, o más probablemente una crÃa, a salir con él.
Miró la pantalla del ordenador.
La foto de la tal Beatriz.
Su tÃo Ismael decÃa que la diferencia de edad ideal entre un hombre y una mujer era de doce años.
HabÃa muerto de un infarto, a los setenta y dos, en la cama con una chica de veintisiete.
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El timbre de la puerta lo arrancó de su abstracción mental.
Comprobó la hora. Ni muy tarde para ser una visita fuera de lugar ni tan temprano como para que no resultara inesperada. Fuese quien fuese.
Caminó hasta el vestÃbulo de su piso. El timbre era el de la puerta, no el del telefonillo de abajo. El conserje habÃa dejado subir a su visitante porque lo conocÃa o...
¿O qué?
El impacto que le produjo ver a Amalia fue demoledor.
â¿Qué estás haciendo aquÃ? âNo ocultó su pasmo.
Ella no le respondió. Pasó por su lado, ligeramente tambaleante, y no se detuvo hasta sentirse a salvo dentro del piso. Entonces lo miró, mitad retadora, mitad burlona, con sus ojos brillantes.
âHe venido a follar âle dijo.
Propio de ella.
âVete, por favor âle pidió.
âNo. Y si me echas, grito. Te monto un pollo con tus vecinos del que ya no sales en la vida.
âEstás borracha.
âLo suficiente como para perder mi dignidad por ti, pero no lo bastante como para que no podamos montárnoslo de puta madre. Y desde luego lo que sà estoy es caliente.
Dejó caer su falda al suelo para que él viera que no llevaba bragas.
Cuando querÃa, era algo más que agresiva. Era sucia.
Pero también convincente.
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Abrió los ojos con la primera claridad del dÃa.
QuerÃa seguir durmiendo, le pesaban los párpados, le dolÃa incluso el cuerpo por la turbulencia del bis a bis sexual mantenido con su ninfómana visitante nocturna. Pero le bastó con volver la cabeza y verla a ella a su lado para no intentarlo de nuevo. SabÃa que en cuanto Amalia despertase volverÃa a la carga si lo tenÃa a su alcance.
Y no es que ya no le gustase. Es que no querÃa.
No sentÃa nada.
A pesar de lo sucedido.
âMierda... âsuspiró pasándose una mano por los ojos.
Otra cagada más.
La enésima.
Se levantó de la cama con mucho cuidado, para no agitarla. Amalia dormÃa desnuda, boca abajo, luciendo su cuerpo de mujer al lÃmite, operada con cuidado, con retoques todavÃa no demasiado evidentes que sólo afectaban a partes secundarias. Aún le faltaba para liposuccionarse el abdomen o hacerse subir los pechos y el trasero. Nunca le habÃa dicho su edad. Le calculaba en torno a los cuarenta y cinco, pero a veces no le parecÃa extraño que llegara a los cincuenta. Y era mucha mujer. Un pedazo enorme de mujer.
Rogelio se sintió mareado.
Más y más asqueado.
Caminó desnudo hasta salir de la habitación. Primero fue al cuarto de baño, a aliviarse. A continuación se lavó la cara y ni siquiera se la secó. Las manos sÃ. Su siguiente visita fue a la cocina, para beberse un zumo de naranja fresco. HacÃa calor, mucho calor, y nunca ponÃa el aire acondicionado por la noche. Asà que dormir acompañado le habÃa supuesto un plus. La idea de vestirse y marcharse antes de que ella despertara no le sedujo. No querÃa huir de su propia casa. Lo que tenÃa que hacer era hablar con ella, decirle que se habÃa terminado, que los dos habÃan llegado a un punto sin retorno. Ya no querÃa sexo por sexo.