—No lo dudé ni por un segundo —mintió Harper.
—¿Adónde vamos? —preguntó Daniel, mientras dirigía la embarcación en la misma dirección que había tomado Álex.
—No sé. —Harper sacudió la cabeza, forzando la vista para ver si alcanzaba a distinguir algo en el horizonte—. Lo único que hay hacia allí es la casa del señor McAllister.
—¿Te refieres a la isla de Bernie? —preguntó Daniel, señalando el oscuro promontorio de la isla delante de ellos.
—Sí —dijo ella—. La canción parecía venir de esa dirección, ¿no es cierto?
—Creo que sí.
—Vayamos hacia allí, entonces. —Harper se cruzó de brazos y miró fijamente delante de ella—. ¿Cómo es que esa canción no te enloquecía como a mí y a Álex?
—No lo sé. —Hizo un gesto con la cabeza y la miró—. ¿Cómo es que a ustedes sí? Parecía como si los hubiera hipnotizado.
—No sé. —Harper exhaló un profundo suspiro—. Espero no tener que oírla nunca más.
Cuando se acercaron a la isla, Daniel apagó las luces del yate por sugerencia de Harper. No tenía ni idea de lo que estaba ocurriendo allí, pero los dos estuvieron de acuerdo en que el elemento sorpresa obraría en su favor.
Acercó La gaviota sucia al muelle y Harper, todavía con el yate en marcha, trató de saltar por encima de la barandilla.
Antes de que pudiera pisar el muelle, Daniel la agarró del brazo.
—No —dijo en voz baja, para que nadie Ion oyera—. No pienso dejarte allí sola.
—Pero… —Harper trató de discutir con él, pero Daniel se negó a escucharla.
Sabiendo que probablemente no le diera tiempo para amarrar el yate, lanzó el ancla por la borda. Bajó al muelle primero y después la ayudó a ella a bajar.
Apenas apoyó los pies sobre las planchas del muelle, Harper oyó los gritos de Gemina. No pudo entender exactamente qué decía, pero parecía estar llamando a Álex. Harper quiso ir corriendo hacia la casa, pero Daniel volvió a aferraría de la mano, impidiéndole precipitarse como una loca a una situación peligrosa.
Siguieron avanzando a toda prisa por el muelle, casi corriendo, pero aminoraron el paso cuando tomaron el sendero. Todas las luces de la cabaña estaban encendidas y podían oír hablar a Penn y a Gemina. El viento que soplaba entre los árboles se llevaba sus palabras, de modo que no entendían nada.
La puerta de entrada estaba abierta de par en par, por lo que Daniel y Harper se apartaron del sendero antes de que pudieran verlos. Bajo el cobijo de los árboles, se acercaron sigilosamente hasta la casa.
Los dos estaban tan concentrados en la casa, tratando de ver que ocurría adentro, que no se fijaron por dónde caminaban. Daniel pisó algo y resbaló, cayendo de rodillas sobre un charco. Evitó caer de cara al suelo extendiendo una mano, y cuando la levantó tenía algo clavado en la palma. A Harper le pareció un gusano muerto, pero era demasiado grueso.
Daniel bajó la vista y lo vio antes que Harper. Saltó al instante hacia atrás, alejándose del cadáver lo más rápido posible. Fue entonces cuando Harper bajó finalmente la vista y vio a Bernie.
Bernie McAllister estaba boca arriba, con el estómago abierto y parte de sus intestinos colgando.
Un grito se le formó en la garganta, pero antes de que pudiera escapar de ella, Daniel le tapó la boca con la mano y la empujó de espaldas contra el tronco de un gran roble.
—No puedes gritar —le susurró. Harper asintió con la cabeza y entonces él quitó la mano.
La verdad era que Harper ni siquiera quería gritar. Quería llorar y correr hasta donde estaba Bernie. Ese hombre era el mismo viejecito que la había cuidado en la peor época de su infancia. No había mostrado más que cariño hacia ella, y lo habían destripado como a un pez.
Afortunadamente, en parte debido a que Daniel le obstruía el ángulo de visión y en parte por la sombra de los árboles, Harper no había podido verlo bien. Pero sí lo bastante como para saber que Bernie estaba muerto.
Detrás de ellos, en la cabaña, se oyó un ruido fuerte y a alguien gritando.
Harper reconoció, al instante, que era Gemma. Eso la ayudó a olvidar por un segundo la tragedia del asesinato de Bernie y a concentrarse en salvar a su hermana. Dio media vuelta para empezar a correr ciegamente, pero Daniel la clavó contra un árbol.
—Tenemos que salvar a Gemma ya —dijo Harper.
—Te prometo que no dejaré que la lastimen, pero no podemos entrar así sin más. Han destrozado a un adulto. No podemos entrar desarmados.
Harper quería discutir con él, pero Daniel tenía razón. Por más que quisiera entrar en ese mismo momento por esa puerta rescatar a Gemma, sabía lo que esas chicas eran capaces de hacer. V si entraba sin estar preparada, lo único que conseguiría era hacer que Gemma, Álex, Daniel y ella misma terminaran todos muertos.
Detrás de la cabaña de Bernie había un gran cobertizo y como vivía solo en la isla jamás se tomaba la molestia de cerrarlo con llave. Daniel lo abrió, pero estaba completamente oscuro dentro y no había luz. Tanteó buscando algo que pudiera usar como arma y casi se ensarta una horca.
Se la entregó a Harper y siguió buscando algo para él. Después Gemma empezó a gritar de nuevo, y Harper ya no pudo esperar más. Salió corriendo como un rayo hacia la puerta de entrada de la cabaña y Daniel tras ella.
PENN retrocedió unos pasos y, durante unos pocos segundos, Gemma sintió algo de alivio. Después Penn le dio la espalda. Sus alas casi eclipsaban su visión. Gemma todavía estaba agazapada en el suelo, y podía ver a Álex tirado, al otro lado, completamente inconsciente.
—¡Déjalo en paz! —Gemma se animó.
Arremetió contra Penn, pero ésta desplegó su ala. Retrocedió y golpeó a Gemma con tanta fuerza que salió proyectada y se estrelló contra la pared. Al parecer sin querer, Penn la había llevado a un lado. Era demasiado poderosa para que Gemma se enfrentara a ella, al menos como humana.
Gemma se obligó a levantarse y quiso convertirse en el mismo monstruo que Penn, pero no pudo. Por más fuerte que cerrara los puños o tensionara todo el cuerpo, su forma permanecía idéntica.
—Tienes que dejar atrás tu forma humana —dijo Penn, volviéndose hacia ella para mirarla. Luego inclinó la cabeza hacia un lado; sus dientes no se unían por completo cuando hablaba. Eran demasiado puntiagudos como para poder cerrarse.
—Dejaré atrás lo que quieras —dijo Gemma—. Pero no le hagas daño.
—Pero esto es lo que hacemos. Forma parte de lo que es ser una sirena. — Usando una de sus largas garras, Penn señaló a Álex—. Y ya que rehúsas abandonarlo, ¿qué mejor manera de aprender cómo ser una sirena que comiéndotelo?
—En realidad no es tan malo —agregó Lexi. Ella y Thea estaban a un lado
de la habitación, todavía en su forma humana—. Al principio puede parecerte repugnante, pero una vez que empiezas es realmente asombroso.
—No digo que sea asqueroso. Es una persona —dijo Gemma, tratando de no perder la calma—. No pueden matarlo así como así.
—Oh, sí, claro que podemos —dijo Thea secamente—. De hecho, tenemos que hacerlo.
—Lo sé, lo sé. —Lexi puso cara triste, como si estuviera compadeciendo a Gemma por un mal corte de pelo y no sobre lo moralmente reprensible que era cometer un asesinato—. Pero todo el tiempo muere gente. Son tan frágiles que en realidad les hacemos un favor. Cuando los matamos, no sufren. Reciben la muerte como una liberación. Y Penn tiene razón. La mayoría de los tipos son unos imbéciles y se lo buscan ellos mismos.
—¡Álex no se lo ha buscado! ¡Jamás le haría daño a nadie! —Gemma luchaba por contener las lágrimas, pero estaba empezando a darse cuenta de lo inútil que era tratar de razonar con ellas—. ¡De acuerdo, ganaron!
Penn intercambió una mirada con Thea, y después miró intrigada a Gemma.
—Ya ganamos, Gemma —dijo Penn.
—Tienes razón. —Gemma caminó hacia ella, mirándola directamente a sus ojos de reptil—. No sé cómo matarme o cómo matarlas. Todavía no. Pero, si le haces daño, si posas una de tus garras sobre su cabeza, juro que mi vida no tendrá otra misión que la de destruirnos a todas nosotras.
Penn entrecerró los ojos y emitió un gruñido gutural.
—Pero, si lo dejan en paz, iré con ustedes voluntariamente —prometió Gemma—. Haré lo que me pidan, cuando lo pidan, hasta el fin de los tiempos. Me uniré a ustedes, seré su esclava. Simplemente, déjenlo en paz.
Penn pareció considerarlo durante unos segundos, y después se volvió hacia Thea y Lexi.
—Sería agradable tener una esclava —dijo Thea, encogiéndose de hombros—. Y acabamos de comer, ya no tengo tanta hambre.
Penn emitió un profundo suspiro y cerró los ojos.
—De acuerdo —dijo.
—¡Demonios! —gritó Harper, y Gemma vio a su hermana aparecer por la puerta de la cabaña.
Tenía una horca en la mano, como si estuviese dispuesta a ensartar a todo el que se interpusiese entre ella y su hermana, pero se quedó paralizada al ver a ese monstruo en medio de la habitación. Daniel estaba justo detrás de ella y se quedó parado con la boca abierta hasta que Penn se volvió hacia ellos.
Penn abrió la boca para lanzar un fuerte chillido y eso empujó a Daniel a la acción. Le quitó la horca a Harper de las manos y se puso delante de ella. Lexi se lanzó hacia él. Antes de que ella pudiese abalanzársele, Daniel la golpeó en el estómago con el mango y Lexi cayó hacia atrás.
Entonces arremetió contra Penn, pero ella era rápida como un rayo. En un abrir y cerrar de ojos, agarró la horca y se la arrancó de las manos. Con la otra mano, le lanzó un revés, dejándole tres cortes en la mejilla.
Daniel cayó hacia atrás y Penn levantó la horca como si fuese a clavársela.
—¡Penn, no! —gritó Gemma. Corrió delante de ella y se interpuso entre Daniel y la horca—. Voy con ustedes. Vayámonos de aquí. ¿De acuerdo? Ya tienen todo lo que querían de este pueblo. Ahora, vayámonos.
—¡Gemma, no! —Harper trató de correr hasta su hermana, pero Thea le propinó un codazo en el estómago al pasar por su lado. Harper cayó al suelo, sujetándose el vientre y tosiendo.
—Tiene razón —le dijo Thea a Penn—. Sólo estamos perdiendo el tiempo. Está a punto de amanecer y la policía ya está revisando la bahía en busca de más cuerpos. Deberíamos irnos de aquí.
Lexi pateó a Daniel en el brazo.
—Imbécil.
—Lexi, vamos. —Thea comenzó a salir de la cabaña y Lexi volvió a lanzar otra mirada de desprecio hacia Daniel antes de salir detrás de Thea. Pero se quedaron en el porche de entrada, a esperar a que Penn y Gemma las siguieran.
Penn alzó la vista al techo y después partió la horca en dos con la mano.
Con su increíble fuerza, arrojó las dos mitades por la ventana, provocando que el cristal estallara en mil pedazos y cayera como una lluvia sobre el suelo.
Después, empezó a recuperar de nuevo su forma humana. Primero las alas se replegaron en su espalda, luego se retrajeron las piernas y los brazos y finalmente el rostro, hasta quedar tan despampanante como siempre.
Harper y Daniel observaron petrificados toda la transformación. Si no lo hubiesen visto con sus propios ojos, jamás lo habrían creído.
Penn se ajustó la tira de su biquini; todo en ella volvía a ser perfecto.
—Le he perdonado la vida a tu familia —le dijo a Gemma—. Me debes una enormidad.
—Lo sé —admitió Gemma.
—Vamos. —Penn la agarró del brazo, por si decidía cambiar de opinión, y empezó a caminar hacia la puerta.
—Gemma, no. —Harper se incorporó, todavía sujetándose el estómago, y miró a su hermana con un inmenso dolor—. No tienes por qué ir con ellas. Podemos luchar.
—Lo siento, Harper. —Gemma se volvió para poder mirar a su hermana a la cara mientras salía caminando de la habitación con Penn—. Cuida a Álex por mí, ¿de acuerdo?
Thea y Lexi iban adelante, bajando por el sendero.
Harper dio unos pasos, llamando a su hermana, pero Gemma se limitó a sacudir la cabeza. Después dio media vuelta y corrió por el sendero junto a Penn. Harper las siguió, pero Gemma era demasiado rápida, mucho más rápida de lo que había sido jamás.
—¡Harper! —grito Daniel; después se levantó y corrió tras ella, con la intención de impedir que cometiera alguna estupidez.
Para cuando Harper llegó al muelle, Penn y Gemma ya habían llegado a la punta. Gemma miró hacia atrás y después se zambulló en el mar
El sol había comenzado a salir, dotando a las aguas de tonos rosados, y
Harper pudo ver a Thea y a Lexi alejándose de la costa. Ya se habían transformado y sus colas de sirena golpeaban el agua cada vez que se sumergían.
Justo al llegar al final de muelle, Harper sintió cómo los brazos de Daniel la sujetaban, impidiéndole zambullirse para seguir a su hermana. Tenía los brazos estirados hacia delante, como si creyera poder sujetarla.
—¡Gemma! —gritó Harper, mientras trataba de desprenderse de Daniel, pero él se negaba a soltarla.
Gemma salió una vez más a la superficie, pero sin volver la vista hacia el muelle, Harper sólo vio su cabeza y luego las escamas iridiscentes de la cola resplandeciendo a la luz del sol, antes de que volviera a sumergirse.
—Harper, déjalo ya —le dijo Daniel al oído con voz firme—. No va a volver y tú no puedes seguirla a donde va.
—¿Por qué no? preguntó Harper, pero dejando de luchar—. ¿Por qué no puedo ir tras ella?
—Porque no puedes respirar debajo del agua y no sabes contra lo que estás peleando.
La fuerza abandonó su cuerpo y se desplomó en sus brazos. Daniel la posó en el muelle y ella se quedó agazapada, mirando todo el tiempo hacia el mar. Daniel se arrodilló detrás de ella, todavía rodeándola con los brazos.
—¿Qué eran esas cosas? —preguntó Harper.
—No tengo ni idea. Nunca vi nada igual.
—¿Así que se supone que tengo que dejarla ir con ellas sin hacer nada? — Harper miró a Daniel.
—No, no harás nada —dijo Daniel sacudiendo enérgicamente la cabeza—. Averiguaremos qué son, planearemos una manera de detenerlas y después iremos a recuperar a tu hermana.
—Pero ahora está con ellas. ¿Y si la lastiman? ¿Qué impedirá que la maten?
—Harper —dijo Daniel con tanta delicadeza como pudo—, si la viste nadar
con ellas. Parecía una sirena. —Hizo una pausa—. Tu hermana es una de ellas.
—No, no lo es, Daniel, ella jamás le haría daño a nadie. Gemma no es como ellas.
—Lo sé, pero al menos puede pasar por una de ellas. Y en este momento, creo que eso es lo mejor. Eso la mantendrá con vida.