Sexy de la Muerte (19 page)

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Authors: Kathy Lette

BOOK: Sexy de la Muerte
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—La única política que le interesa es la sexual. Tiene a cada hombre que conoce pegado a su clítoris en cuestión de segundos. He visto pegatinas de coches de choque que llevan escrito «Toca la bocina si te has acostado con Coco».

—Sólo porque se vista como una puta no significa que no pueda pensar como un chulo —dijo con dureza.

—¡Ja! Esa mujer no piensa. Tiene un tatuaje de «lámeme» en la parte interior del muslo —insistió ella.

Kit se quedó en agresivo silencio. Shelly sintió una vez más esa sensación de calor peligroso en él. ¿Por qué se ponía tan nerviosa en su presencia? Se enfadó consigo misma por permitirse ponerse así.

—Entonces, ya que estoy escribiendo cartas de agradecimiento por todos esos regalos de boda, ¿te gustaría que le escribiera a ella una carta de agradecimiento por todas las enfermedades venéreas que sin duda te ha pegado? —Volutas de rabia salían despedidas de la lengua de Shelly—. ¡Creo que los piojos en la entrepierna son la forma que tiene la naturaleza de promover la monogamia, sabes, Kinkade! —Las palabras salían disparadas de Shelly cual metralla—. ¡«Marido devoto» es obviamente un oxímoron! —dijo entre inspiraciones entrecortadas.

—¡Oye, para ya ese taxi de mierda que estás conduciendo por un maldito minuto! No he tocado a otra mujer desde que nos casamos.

—Pues no daba esa impresión anoche en la playa. ¡El cuerpo de esa mujer no es un templo, es un maldito parque de atracciones!

Las cejas espesas de Kit se unieron en un gesto de fastidio.

—¿Se puede saber de qué coño estás cotorreando?

—¡Gaspard me dijo que no confiara en ti! ¡Me dijo que te vigilara!

El rostro que Kit mostró a su mujer era un amasijo de críticas, todas ellas desfavorables.

—¿Me estabas espiando? ¿Anoche?

—Me dijo que andabas en malas compañías. Pero no me daba cuenta de lo bajo que habías caído.

Kit le lanzó una mirada hirviente.

—¿Y creíste antes a ese saco de mierda brutal que a mí? ¡Dios! Cuando Gaspard entra en una habitación, las plantas se marchitan. ¿Acaso no te dice eso todo lo que necesitas saber sobre ese asqueroso?

—¡Lo vi con mis propios ojos! Cuando me dijiste que «querías hacerlo bien» me lo tomé en el sentido de «tú tráete la
crème fraîche
y yo la lamo». A continuación, segundos después, estás inmerso en un abrazo apasionado en la playa. Pero oye, ya sabes, no la abraces con demasiada fuerza… te pringará toda la camisa de silicona.

—¿Quieres saber por qué estaba abrazando a Coco realmente? Porque ayer hizo un año del asesinato de su novio. Después de que tú y yo nos fuéramos en taxi de la comisaría, Gaspard la siguió. Cree que ella, podría llevarle a alguna especie de reunión rebelde. Coco sólo iba al cementerio a llevar flores. Gaspard se puso furioso. Le exigió que le condujera al cuartel general de los insurgentes. Al no hacerlo, él le pegó una paliza. Hizo como si fuera a colaborar, luego se escapo por el cementerio. Esa es la razón de que Gaspard estuviera en esa parte desierta de la playa con los faros apagados… estaba buscándola.

—Oh, ¿de veras? ¿Por qué no lo ha denunciado entonces?

—¿A quién? ¿A la policía? Sé realista, Shelly. En Francia un bollo de pan es un
brioche
, y a la violación la llaman
liaison
.

—Tú te creerías cualquier cosa que te dijera esa mujer. Aunque Dios sabrá por qué. Coco es la clase de cantante que deja que un hombre le levante la falda… y luego se queja de que no la toman en serio como artista. Ahora sé por qué los franceses os llaman tontos americanos. —Sus palabras se quedaron en el aire, horribles e irreparables.

—Tienes razón, Shelly. ¡Debo de ser estúpido porque mira con quién me he casado!

—Vete al infierno —escupió Shelly.

—Eh, ¿me dan dietas? —Kit se deslizó sobre un tacón cubano y salió a zancadas hacia la ceremonia o representación, abriéndose paso con los codos entre periodistas y fotógrafos franceses y dignatarios con
frac
y chistera, los cuales estaban intentando mantener sus tupés y peinados sesenteros intactos al viento. Los hombres levantaban las palmas de las manos hacia el cielo conforme caían las primeras gotas de lluvia, a diferencia de las mujeres, que agachaban la cabeza y corrían rígidamente a refugiarse, cual avestruces angustiadas. Sin embargo, ninguna mujer metió la cabeza en la arena cuando Kit pasó por delante. Se olvidaron de la lluvia y se detuvieron a sonreír con admiración. Una mirada a Kit Kinkade y las mujeres se quedaban más débiles que una permanente en una sauna.

—¡Este matrimonio se ha acabado! —gritó Shelly tras él, intentando no mirar con lujuria su trasero tenso y aterciopelado. Era culpa suya por creer que era digna de un hombre así de guapo… y por creer que un hombre así de guapo podría alguna vez convertirse en un ser humano amable y equilibrado y no ser de por vida un auténtico cabrón arrogante, mentiroso y rastrero. Los hombres como Kit deberían venir con una advertencia. «Demasiado sexy para ser bueno. Peligro. No tocar. La dirección no se hace responsable de corazones e hímenes rotos, etc.»

«¿Por qué —se preguntó— los seres humanos celebran el matrimonio antes de que tenga ocasión de llevarse a cabo? Por lo general las cosas se celebran después de que ocurran.
Los Oscar
se entregan después de la película. Un bautizo, después del nacimiento. Las medallas olímpicas, después de la carrera. ¿Y sabéis por qué la gente celebra el matrimonio antes de que éste tenga lugar? Porque después no hay una mierda que celebrar.» Oh, qué rápido se pasaba de «Hasta que la muerte nos separe» a «¿Qué coño habré visto en ti, pedazo de gilipollas?».

Fue entonces cuando Shelly vio a Coco de cerca. Shelly se había refugiado en los vestuarios de la piscina para pasar inadvertida, sólo para encontrarse a Coco reajustándose un
pareo
y una camiseta de manga corta sobre su
bikini
de piel de leopardo… pero no antes de que Shelly vislumbrara la parte superior de sus brazos, que estaban aberenjenados con cardenales. Tenía un corte en el cuello, una huella dactilar color tabaco en la parte interior del muslo y una contusión dolorosa en la espalda.

El remordimiento inundó a Shelly como el agua del mar inundó el
Titanic
. Coco se cubrió rápidamente y salió antes de que Shelly pudiera decir nada. Ay madre. ¿Por qué había creído a Gaspard y no a su propio marido?

Shelly esprintó esquivando a los dignatarios que ahora estaban saludando a la bandera francesa que se agitaba frenéticamente mientras era izada hacia el cielo por el alcalde. Se produjo un aleteo estrepitoso de cormoranes cuando éstos, alborotados ante su llegada aterrorizada, se batieron en vuelo formando un arco hacia el cielo. Shelly agarró los hombros de Dominic.

—¿Has visto dónde ha ido Kit?

—Canoas —respondió Dominic, que parecía estar desarrollando «labios aéreos»: una formación de ampollas alrededor de la boca provocadas por dar besos al aire a demasiados huéspedes—. A la isla, ¿no? —Señaló hacia la franja color miel de corales aplastados que rodeaba el islote frondoso de palmeras, más o menos a una milla marina de distancia, en la albufera que estaba en la punta del arrecife.

Oh, estupendo… de vuelta a la franja de agua infectada de tiburones. Y con este tiempo. Pero no tenía elección. Si el matrimonio novel de Kit y Shelly hubiera sido un coche, habrían tenido una avería en mitad de un barrio peligroso…

Diferencias entre sexos: Cambio

 

Una mujer piensa: Vale, su hombre tiene algunos defectos pero con el tiempo puede cambiarle.

Un hombre sabe que lo único que una mujer puede llegar a cambiarle son los pañales.

11

Guerra biológica

—¿Qué coño estás haciendo aquí? —Kit estaba flotando firme junto al patinete acuático a pedales de Shelly, el cual se movía descontrolado en las agitadas olas alrededor de la pequeña isla a una milla marina de la costa.

—Oh —respondió—, sólo estoy intentando encontrar a una ballena que no tenga a un activista de Amigos de la Tierra pegado a ella.

—Has venido a espiarme, supongo, por el gilipollas de Gaspard.

Shelly sintió una punzada de vergüenza.

—Mira, respecto a lo de esta mañana, resulta que estabas diciendo la verdad sobre Coco. Siento no haberte creído. Sólo porque Coco flirtee contigo no significa que también se acueste contigo. Quiero decir, ¿acaso un perro tiene planeado pillar el coche que está persiguiendo? No, es sólo costumbre.

Negó con la cabeza ante su elección de analogía y puso los ojos en blanco. Las olas hicieron un chapoteo de percusión contra su rostro conforme sus piernas hacían movimientos de tijera en las profundas aguas.

—Sube a bordo. —Ella extendió la mano—. Es como nadar en una lavadora.

Era verdad. El viento había agitado de la misma forma el agua. Un torrente de marea siseó al casco de su endeble embarcación, agitando a Shelly violentamente de un lado a otro.

—No puedo.

—¿Por qué?

—Tengo el culo al aire.

El deseo hizo un
jitterbug
{16}
en su entrepierna.
«¡Sí!
—pensó—,
¡Dios existe

—¿Y? —Shelly fingió indiferencia—. Estamos casados, después de todo. ¿Qué le ha pasado a tu bañador?

—Cuando vine hasta aquí en canoa esa sabandija de Towtruck me siguió en una lancha motora. Cuando fui a darme un chapuzón, salió deslizándose de detrás de esas palmeras de ahí y me robó no sólo toda mi maldita ropa, sino también la jodida canoa. Ahora está de vuelta en la isla, rodando con la cámara. Esperando para conseguir unas tomas de mi culo desnudo. Da la vuelta por ahí y yo te seguiré nadando. Así ese hijo de puta no se dará la satisfacción de conseguir ninguna toma.

Una vez fuera de vista de la cala arenosa de la isla, Kit se impulsó fuera del agua y se colocó en el asiento contiguo al de Shelly. Shelly se maravilló de nuevo de su magnífico cuerpo. De «todo» su magnífico cuerpo.

—¿No decías que el matrimonio estaba acabado? ¿Que no era más que un cabrón mentiroso?

Se recostó, con las piernas en jarras. El hombre tenía una confianza sexual innata. La llevaba como si fuera un perfume. Shelly por supuesto también tenía una fragancia amorosa, un nosequé de Chanel llamado Desesperación…
Eau de Désespoir.
Intentó fingir despreocupación y dejar de robar miradas subrepticias al apéndice de Kit, que por su aspecto debería haber estado en una plataforma de lanzamiento en el Cabo Cañaveral. Ojalá una casa de perfumes sacara una fragancia sugerente que le dijera a un hombre: «Mi lengua trazará los contornos de tu abdomen, moviéndose rápidamente y flexionándose y empujando en el hueco de tu brillante ombligo, y luego te follará hasta que se te salgan los sesos». ¿Era eso mucho pedir, mmm?

—Sé que nunca se debe subestimar la habilidad masculina para cagarla, Shelly, pero es que tú pareces estar enfadada con todos los hombres. Por lo que han hecho. Por lo que no han hecho. Por lo que podrían hacer. Por lo que podrían no hacer. Por lo que han dicho. Por lo que no han dicho. Y lo que más, sin duda, por decirte esto.

—Eso no es nada. Deberías haber oído el sermón habitual de mi madre sobre la incapacidad masculina. Hacía que el periodo Neolítico pareciera un ligero espasmo en la historia. Mujer, dulce recolectora. Hombre, guerrero matador de bestias salvajes. Y —Shelly se encogió de hombros— al final caló, ¿sabes?

Pero el hecho de tener al hombre más sexy del mundo completamente desnudo a tu lado tendía, de alguna forma, a recalibrar los sentimientos de una chica sobre la inferioridad de los hombres. Shelly se ruborizó. Se retorció. Empezó a sudar de manera torrencial.

—No puedes seguir encorvada bajo el peso del odio que sentía tu madre hacia los hombres toda la vida —decía Kit con seriedad.

Cierto. Su madre le había inculcado que el matrimonio era una prisión abierta. ¿Pero estar soltera? Eso era prisión incomunicada. No quería acabar como su pobre madre… con todos los sentimientos liofilizados al vacío. La emancipación femenina era una cosa… morir completamente sola en la bañera y que te descubran a causa de un veranillo de San Martín o de un enjambre de moscas era otra bien distinta.

—La verdad es —se descubrió confesando—. Que aparenté estar enfadada de que mis alumnos me hubieran inscrito en el concurso, pero para mis adentros estaba contenta. No podría haber afrontado otra cita a ciegas.

—¿Por qué no?

—Kit, si un amigo te tendiera una trampa con una cita a ciegas y dijera «¡Tiene tanta personalidad!», ¿irías?

Kit sonrió con su familiar sonrisa ladeada, la que se suponía que iba a ser una amplia sonrisa pero que se quedaba parada a mitad de camino por alguna tristeza secreta.

—Y luego, cuando me tendieron la trampa contigo… en fin, fue como ir al médico y que te diga que tienes que engordar. Me sentí como Bottom despertándose en los brazos de Titania y pensando, «¡Gracias, Jesús!». Y aparte… un ordenador nos unió. Tiene que haber alguna razón científica de que lo hiciera.

—Probablemente fuimos las dos únicas personas que no dijeron que sus aficiones incluían paseos por la playa a la luz de la luna, trabajar por la paz mundial o una pasión por Deepak Chopra… que suena como si fuera un vegetal, ¿no te parece? Y sin olvidar lo de tener BSDH —dijo.

Shelly, demostrando que en realidad sí tenía Buen Sentido Del Humor, se concedió a sí misma el placer de sentir un destello de alegría. Sin embargo, Kit estaba inspeccionando el horizonte con intranquilidad.

La lluvia había cesado pero la atmósfera seguía cargada de humedad. Las nubes rociaban el cielo como ropa gris que estuviera secándose. Los pájaros pasaban por encima del agua rozándola y revoloteaban al azar.

—¿Qué coño pasa con este tiempo?

Shelly le tomó de la mano.

—¿Sabes esa masa de aire frío que predijiste antes? Pues, hum, parece que se aproxima un frente cálido.

Y se la puso en el pecho. Él miró en los ojos de Shelly mientras su mano la sostenía ahuecada con suavidad y sus dedos frotaban su pezón a través del vestido. Cuando apartó la mano, ella sintió que la piel le ardía donde él la había tocado.

—Realmente eres una mujer muy sexy, Shelly. Creo que en otras circunstancias hasta tu madre me permitiría un ligero «¡guau!» de admiración posfeminista. ¿No crees?

—Sabes, Kit, el problema es que ya llevo en estado de excitación… —miró su reloj— exactamente ciento veinte horas… así que no es de extrañar que haya estado un poquito irritable, ¿verdad?

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