Sexy de la Muerte (8 page)

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Authors: Kathy Lette

BOOK: Sexy de la Muerte
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Sin embargo, cuando vio a Kit doblarse sobre su estómago despreocupadamente, apoyando la frente sobre su dorado antebrazo, la sangre le dio un pequeño latido insubordinado de deseo. Cuando Shelly vio esas nalgas tensas y marrones con ese bañador tan cortito (estamos hablando de la clase de nalgas a presión que habían hecho más por la masturbación femenina que el Doctor Ruth), emitió un ruido similar al de alguien obligado a morderse su propio pie.

—Bonito, ¿eh? —dijo Kit arrastrando las palabras.

«Dios sí», pensó Shelly para sus adentros.

—Bueno —dijo con fingida indiferencia—, con ese bañador como mínimo tendrás melanomas por todo el cuerpo.

—La isla —aclaró con picardía—. La isla es bonita, pava.

—Sí, en fin, obviamente no pudiste esperar a venirte —le provocó.

—Oh, no irás a empezar a actuar otra vez como una esposa, ¿no? Na, na, na. ¡Por Dios! —dijo con desenfado—. ¿Con quién narices me he casado? ¿Virginia Woolf?

—Sí. Así que ya puedes temblar.

Una ráfaga cálida de risa escapó de los labios del autodidacta y Shelly se relajó un poco conforme le veía estirarse, haciendo que los músculos de sus brazos y espalda se desplegasen. Es decir, que se relajó hasta que se dio cuenta de que todas las demás mujeres de la isla —afrontémoslo, todas las mujeres del Océano Índico— no sólo estaban mirando en la apetecible dirección de Kit, sino que estaban preparándose para dejar a sus parejas, pero ya, y tener un hijo con él. Todas miraban cómo se acariciaba sus abdominales cincelados con crema protectora, Factor Lujuria.

Mientras Kit estaba limpiando con la toalla sus gafas de sol, parpadeó hacia Shelly. Fue entonces cuando ésta se fijó en sus pestañas. Eran lo bastante largas como para atar nudos marineros. Suspiró. Quizá podría usarlos para atarle a la cama… Oh, ¿pero a que cama? Después de todo, gracias a Kit no iban a compartir una. ¿Cómo podía ser tan encantador y tan escurridizo al mismo tiempo?

—Kit, lo de las habitaciones separadas… no lo pillo. Quiero decir, ¿qué hay de lo de ayer en la limusina? —apuntó Shelly—. ¿Qué me dices del «amor a primera vista»? ¿De que los matrimonios concertados son una tradición con siglos de antigüedad? —Su voz sonaba frágil—. ¿Qué hay de «si descansas, te oxidas»?

—Vale. —Se apoyó sobre un codo—. A ver si lo entiendo. Cuando dijiste «sí, quiero», no estabas pensando para nada en el dinero. ¿Sólo estabas pensando con el coño? —preguntó, perplejo.

—Bueno, en parte sí. —Intentó hablar bajo pero su voz se estaba volviendo irascible con el desfase horario—. Eso es lo único por lo que los hombres se casan, ¿no? Sexo garantizado. ¡Quiero decir, ése es el procedimiento operativo estándar de los tíos! Tú me dijiste que el placer era parte del
modus operandi
del cromosoma Y de un tío. ¿Por qué la lujuria resulta tan chocante en una mujer?

—A ver, recapitulemos. —Kit inclinó las gafas de sol hacia abajo para examinarla con más claridad—. ¿Sólo te casaste porque no conseguías nada de sexo ocasional?

Shelly tuvo la sensación de que toda la población que rodeaba la piscina giró en su dirección en ese preciso instante. Uno podría haber oído el movimiento de una mandíbula. De repente sintió que una rabia candente salía disparada echando chispas.

—¡Desde luego que no! ¡No me gusta el sexo ocasional! Me gusta que sea lo más formal posible. Análisis de sangre,
currículos
, trabajos. Sobre todo contigo… Ni siquiera estaría aquí si no fuera por el hecho de que estábamos emparejados. Por un ordenador. De entre Dios sabe cuántos miles de concursantes. ¡Nuestros datos fueron analizados y resultó que éramos la pareja perfecta! Poderes de raciocinio superiores al cerebro humano decidieron que somos idóneos el uno para el otro. ¿No significa eso nada para ti?

—No necesito que un ordenador me hable sobre ti —rió Kit—. Eres transparente, Shelly Green.

—¡No lo soy!

Se quitó sus gafas de sol y la evaluó con ojo crítico.

—Catalogas tu colección de
CD
por género. —Shelly levantó una ceja intrigada, aunque ligeramente avergonzada. La estaba sondando con la precisión de un sonar—. Tienes cintas de motivación en tu
walkman
. «
Debo patearle el culo a mi Karma… ¡y de qué manera!
»

—¡Yo no tengo cintas de motivación! —Aunque, ahora que lo pensaba, tenía algunos libros de auto-ayuda llenando huecos en la estantería por algún lado. Deberían reeditarlos con el nombre de «autoagresión» por todo el bien que le habían hecho—. ¡No te engañes! Ningún hombre puede saberlo todo sobre una mujer. —Estaba intentando no pensar en su cálida boca moviéndose sobre ella tan sólo un par de días antes—. Poseemos circuitos neuronales diferentes. Mientras que las mujeres se plantean las grandes preguntas de la vida: «¿Soy feliz?, ¿va bien mi matrimonio?, ¿soy una buena madre?», el hombre está pensando: «¿Tengo tiempo para echar un polvo y poner a punto el carburador antes del saque inicial?».

Shelly se percató de una gota de sudor en el labio superior de Kit y el pulso le latió con un placer irracional. Kit se burló.

—¡Plantearse las grandes preguntas de la vida! ¡No me hagas reír! —Le agarró de la muñeca, justo donde iría una esposa—. Todo lo que vosotras os planteáis es por qué el idiota de vuestro novio no pone el rollo de papel higiénico con la parte dentada hacia fuera en vez de hacia dentro.

—¡Ja! ¡Eso demuestra que no tienes ni idea! ¡Los hombres jamás ponen siquiera el rollo de papel higiénico! ¡Para un hombre cambiarlo significa dejarlo en la parte trasera de la cisterna! —le respondió gritando.

Ya podía olvidarse del encantador mensaje conjunto que dejarían en el contestador automático. Una hora en su luna de miel en la isla tropical y las hostilidades de tumbona estaban rivalizando con las de dos repúblicas balcánicas. Con todas las miradas aún sobre ellos, Shelly tiró a Kit de los pies y lo arrastró a la fuerza lejos de la piscina a la estructura desértica más cercana… una cabaña en mal estado con el grandioso nombre de «Le Centre de Plonge», del cual dedujo por el ejército de trajes de buzo negros que había fuera con las mangas saludando al viento, que era la tienda de accesorios de buceo.

—A ver, deja que me aclare —dijo Shelly bruscamente—. Todas esas cosas sobre esperar a estar enamorado, embrujado, embelesado, iridiscente de lujuria y deseo… intoxicado de éxtasis orgásmico, ¿era todo basura, y sólo te casaste conmigo por el dinero?

Kit sonrió lánguidamente. El hombre rezumaba arrogancia sexual por cada poro de su piel.

—Oh —dijo echando humo—. Cuánta razón tenía mi madre sobre los hombres. Sois todos unos cabrones mentirosos, viles y cobardes jodidamente empeñados en hacer miserables a las mujeres.

—¡Qué gilipollez! —se enfadó—. La verdad es que vosotras lo tenéis mucho mejor que nosotros. Si hasta morimos antes que vosotras.

—Típico. Dejando la limpieza a la mujer.

—Los hombres morimos antes por el estrés. ¡El estrés de tener que vivir con las mujeres! Siempre quejándoos de vuestros retortijones menstruales, dolores de parto y techos de cristal…

—Oye, tío, no sólo existe el techo de cristal, sino que a las mujeres nos pagan cuatro libras menos la hora por limpiarlo.

—Oh, vosotras sois tan superiores, ¿o no? Ya quisiera yo dictar sentencia cuando una mujer preguntara «¿Quieres salir conmigo? ¿Quieres dormir conmigo?» —vituperó Kit—. Pero claro, las mujeres no tenéis que preguntar esas cosas, porque ya sabéis las respuestas.

—Sí… que los hombres duermen con lo que sea —concluyó Shelly, con amarga aflicción.

Kit rodeó con los dedos la parte superior de los brazos de Shelly.

—¿Eso es lo que piensas?

—Sí. —Aguantó la respiración en un intento de recobrarse del escalofrío que le había provocado su tacto—. Siempre que esté cálido y siga respirando, los hombres se lo tirarán primero… y luego contarán cuántas piernas tiene.

—¿Ah sí? —dijo, con taimada alegría, estrechándola más fuerte.

—Porque no os importa una mierda vuestra libido emocional.

Los labios de Kit se curvaron en una sonrisa lujuriosa.

—¿Ah no?

—No. —El deseo recorrió todo su cuerpo. La atmósfera ya no resultaba opresiva, sino dulcemente cargada de perfume de jazmín y limón, avivado por el viento cálido aderezado con especias—. Sencillamente no lo pilláis… que el amor está más entre los oídos que entre los muslos.

—¿Ah sí?

Una opinión que podría haber tenido más peso si no tuvieran las manos puestas sobre la parte frontal de los pantalones del otro.

—Quiero decir —dijo estremeciéndose, desgastada por el delicioso peso de Kit ejerciendo presión sobre ella—, ¿cuánto tiempo tardaste en llevarte a la cama a la diosa francesa Coco, por ejemplo? Me sorprende que hasta te sepas su nombre.

Justo cuando Shelly estaba sucumbiendo a la urgencia de su placer, Kit se apartó de ella. Fue un movimiento inusitadamente salvaje, ágil e impaciente.

—Pensé que lo decías en broma. ¿Eso es lo que piensas realmente de mí? ¿Que no soy más que el sistema de soporte vital de una polla?

Shelly se quedó muda.

—Bueno…

—Yo también tengo, cómo era eso, «libido emocional», ¿sabes, Shelly?

—¿En serio? No me había dado cuenta.

—Me da la sensación de que eres tú la que no tiene libido emocional. Es decir, mírate. Para ti no soy más que un trozo de carne.

—Oh, pero un trozo de lo más delicioso.
Fileta mignon
, como mínimo —le provocó Shelly, intentando persuadirlo para que volviera a ella. Cada gota de su sangre se había puesto en alerta. Sus necesidades la estaban derritiendo de pies a cabeza.

—Aquí estás quejándote de que una relación sentimental no puede basarse únicamente en el sexo, y no haces más que usarme por mi cuerpo. ¡Sí! Me siento usado —dijo con regocijo sarcástico—. Me siento vamos, como una chica… De hecho, está empezando a preocuparme que mi culo parezca más grande con esto.

Sin embargo, Shelly se negó a verle la gracia.

—Pero si tú eres el que me convenció para que me entregara a las necesidades sexuales básicas. Sin emociones turbias de por medio. Vamos, ¡ser como un chico! ¡De un momento a otro me pienso poner a cronometrar mis aventuras!

—Nunca te podrían confundir con un tío —dijo Kit, deslizando la mirada por su cuerpo—. Figúratelo —dijo haciendo un juego de palabras—. Y de todos modos, quiero que se me aprecie por mi mente y mi personalidad. Unión verbal, eso es lo que quiero. Sí sseeñor. Y tengo el mal presentimiento de que no tenemos nada en común…

—Excepto el querer arrancar la ropa del otro con los dientes. —Hizo otro intento de agarrarlo, pero él se resistió.

—¡Shelly! —hizo como si se escandalizara—. ¿Haciéndolo en la primera cita? ¡Cogeré mala reputación!

—¡Hiciste de todo lo demás en nuestra primera cita! —le recordó Shelly, irritada.

Kit echó la cabeza hacia atrás y soltó ese cálido estallido de risa que salía borboteando temerariamente de él y lo hacía tan tremendamente deseable. No obstante, sus ojos (percibió Shelly vagamente) permanecían tristes… en discordancia con su apariencia exterior.

—Si descubrimos que encajamos en otros aspectos… sólo entonces estaré preparado para consumar —declaró Kit.

—¿QUÉ? —La decepción se pegó a Shelly como una cortina de ducha húmeda. Intelectualmente podía apreciar su lógica, pero era un concepto difícil de explicar a su libido, que era como un animal enloquecido abalanzándose sobre los barrotes de su jaula—. Kit, venga…

Pero antes de que pudiera dilucidar que sólo porque una mujer pueda esconder la excitación primitiva de su órgano libidinoso no quería decir que no quisiera descubrir la flexible hidráulica de su virilidad ahora mismo, una avalancha de carne se la tragó conforme el «hombre perezoso» hacía su entrada en la tienda de buceo.

—¡Chicos, chicos, chicos! Parece que vuestro matrimonio ha perdido el romanticismo.

—Nunca lo tuvo —corrigió Shelly—. Es en eso en lo que estamos trabajando.

—Pensé que a estas alturas estarías en el laboratorio del amor de Kit, experimentando con su palanca roja —«Con su cabeza calva y sus ojos juntos Towtruck se parecía extraordinariamente a una palanca roja», pensó Shelly. El repulsivo hombre hizo un guiño a Kit. Shelly se percató de que hasta su sonrisa era gorda.

Kit le dirigió una de sus miradas lentas y mordaces.

—¿No te he visto antes en algún lado? Hum… ¿como en el programa de Jerry Springer? ¿Quién es este pintas? —preguntó Kit a Shelly, pero Towtruck no le dio tiempo para responder.

—¿Sabes, Shelly?, el yanqui tiene razón. Habéis ganado, tortolitos, ¿no lo veis? Me siento tan jodidamente amenazado por las mujeres que incluso me he entrenado para dejar de decir «coño» como palabrota. Pero escuchad, chavales, hablar del tema de la igualdad hace que la televisión sea una mierda —dijo, señalando al micrófono oculto pegado bajo la solapa de la mochila de Shelly.

Kit se levantó de golpe y agarró al cámara por el pescuezo.

—¿Has estado grabándonos en una cinta en secreto?

—¡Vaya! Gaby ha estado babeando por el telescopio. Opina que si hubiera sabido que ibas a estar tan cañón con ese bañador, se habría depilado los pezones.

—¿También nos has estado grabando en vídeo?

Ahora Kit tenía su cara tan metida en la de Towtruck que parecía estar mirando por una cavidad volcánica.

—Jodidamente cierto.

Shelly sintió una ola de náuseas en la boca del estómago.

—El voyeurismo documental acaba de tocar nuevos fondos —anunció sarcásticamente.

—Léete el contrato. Os podemos filmar a cualquier hora excepto cuando estéis en el váter o follando. —La sonrisa de Towtruck reveló una ortodoncia lapidaria—. Y ahora besuqueaos un poco, anda. —Señaló a la cámara colocada en su trípode entre los arbustos—. Ésta es la capital mundial de las lunas de miel. Hay hímenes por todos lados. Puedes comprar hímenes de recuerdo. Hímenes enmarcados. Hímenes de macramé. —Pinchó a Shelly en el pecho—. También puedes ir en
topless
, ya sabes, encanto. Te apetecerá después del momento decisivo.

La mayoría de los hombres han aprendido a andar con pies de plomo por la semántica del feminismo moderno. Pero —se asombró Shelly— Towtruck no.

—¡Me cago en el hombre moderno! —Mostró sus dientes de terracota—. ¡Quiero tetas con todo!

—Olvídalo. Por ti mis copas no rebosan —replicó Shelly.

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