Sexy de la Muerte (20 page)

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Authors: Kathy Lette

BOOK: Sexy de la Muerte
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Los ojos color verde mar de Kit la miraron lenta y largamente con desconcierto.

—Tienes el conejo más caliente y dulce de todos, ¿lo sabías? Sigo esperando encontrarme a la gata Maggie erizada en un tejado de estaño ahí abajo, dando tragos a un
Southern Comfort
y fumando un
Cheroot
.

Caliente y dulce, ¿pero qué me dices de húmedo? Shelly sentía la certeza de que se podrían realizar deportes acuáticos en sus bragas. ¡La gente podría ir en canoa ahí abajo, maldita sea!

Sus dedos cálidos avanzaron lentamente cual
Adagio en Sol menor para cuerdas
de Albinoni por su pierna.

—Bueno, ¿qué está diciendo ahora mismo la cavernícola que llevas dentro, Shelly Green? —preguntó con voz ronca.

—Está diciendo «Fóllame ya, cazador grande y peludo».

Cerraron los ojos por un segundo. Entonces la boca de Kit rozó su cuello y, mientras ella estaba contemplando la imposibilidad de luchar medio desnuda con un patinete acuático a pedales en una tormenta sin que le entrara un alga por algún orificio, los dedos de Kit estaban enredados en su pelo, la lengua alrededor de sus amígdalas y las piernas de ella alrededor de la cintura de él.

El orgasmo le rondaba como una idea en la punta de la lengua conforme su cuerpo vibraba y se retorcía mientras ella intentaba desesperadamente despojarse de su vestido. La suavidad resbaladiza de sus labios inspiraba la fantasía de que el mundo circundante se había evaporado… una ilusión cruelmente destrozada cuando su patinete chocó con una roca, machacando la hélice, por no mencionar lo picante del momento. Lucharon por mantenerse a flote en mar abierto conforme la marea borboteaba malhumorada alrededor de las rocas. Las nubes sombrías estaban cargadas e lluvia. Los pájaros reñían mientras volaban a toda velocidad para refugiarse. Las gaviotas aullaban cual gatos callejeros. Y la marea los estaba arrastrando a mar abierto.

—Mierda. Vamos a la deriva. Tendremos que nadar hasta la isla.

—¿Sin las aletas? Me ahogaré.

Ya se estaba ahogando en una contracorriente de emociones. La estaba sobrepasando. Estos sentimientos eran peligrosos. Podían arrastrar a una chica con enorme fervor mar adentro. Shelly observó al hombre que estaba a su lado. ¿Qué era él? ¿Tiburón o bote salvavidas?

—No te ahogarás porque estaré contigo. Rápido. Súbete a mi espalda y agárrate a mis hombros. —Kit se deslizó dentro del agua, sosteniéndose con una mano apoyándola en el patinete. Con la otra la sujetó a ella—. Venga. Puedes dar una patada estilo braza para ayudarme.

—Hum, déjame ver. ¿Cómo podría decirlo? Hum… ¡no!

—Tienes que confiar en mí, Shelly. ¿Cómo vamos a tener nunca una relación si no hay confianza?

Sacó la mitad de su cuerpo fuera del agua y la besó en la boca. ¡Y oh, mujer al agua! SOS.
Mayday. Mayday
. Estaba perdida. Respiró de manera irregular, luego se introdujo en el mar filtrante.

Aunque habría parecido que no hay nada como las contorsiones de Harry Houdini de hacer el amor en una playa o en una embarcación precaria para atraer los espectadores. Justo cuando los cielos se abrían convirtiendo el mar en una caldera en ebullición, una lancha motora vibró alrededor de la punta. Avanzó hacia ellos en un despliegue de espuma, conducida por Coco, la cual paró el motor conforme se aproximaba para que ellos pudieran trepar por la escalera y salir de la espuma que borboteaba. Se refugiaron bajo el toldo del barco, y a continuación se envolvieron en unas toallas que encontraron ahí.

—Tenéis suegte de que sepa conducig una lancha. Todo el pegsonal se ha magchado del tgabah'ó en pgotesta. Un famoso ggastafagui se ha suicidado bah'o custodia después de «confesag voluntaguiamente habeg cometido actos teggoguistas», según la gadió.

—¿Confesión voluntaria? —resopló Kit—. Sin duda conseguida con descargas eléctricas en los testículos. Creo que se puede decir con total certeza que era un suicidio asistido.

Coco se encogió de hombros.

—Yo no soy política. No entiendo de esas cosas. Pero sí sé una cosa. Si no hubiega venido… —señaló el patinete abandonado, que ya iba a la deriva más allá del arrecife— no habguíais llegado a Áfgica ni siquiera con estos billetes. —Rebuscó en su bolso para sacar los billetes de avión—. Paga el avión de mañana a Madagascar.

Kit le lanzó una sonrisa lúgubre.

—Aprecio tu discreción, Coco.

—¿Madagascar?

Kit había perforado la felicidad llena de helio de Shelly con esa palabra. Un cormorán chirrió a través del agua antes de hacer un aterrizaje forzoso. Shelly supo exactamente cómo se sentía.

—Bueno… —Kit vaciló antes de mirar con descaro al rostro de Shelly—. Estaba pensando en tomarme unas vacaciones de mis vacaciones. No le has mencionado esto a nadie más, ¿verdad? —le preguntó a Coco conforme el motor de la lancha daba una tos diftérica y volvía a la vida, haciendo que todos ellos se agarraran instintivamente a alguna parte de la cubierta palpitante.

Conforme el barco se movía a sacudidas, Shelly arrebató a Coco los billetes de las manos. Aunque Kit hizo una embestida frenética, Shelly ya estaba balanceándolos sobre la estela de espuma del barco. Él se quedó petrificado.

Anclando su cuerpo contra la marejada, Shelly echó un vistazo rápidamente a los billetes. Notó con consternación que Kit había cambiado su billete Londres-Reunión-Londres por dos billetes de bajo coste de Londres a Reunión… «sólo de ida».

—¿Viniste aquí con alguien más? —pregunto consternada.

Kit examinó las uñas de sus pies con ensimismamiento de forense.

—¿Y qué me dices de esta parte? ¿Dos billetes solo de ida a Madagascar? —Intentó sostenerse agarrándose con una mano a la barandilla del barco oscilante. Este matrimonio era como montar en una atracción mareante—. ¿Qué está pasando, Kinkade?

Pero Kit se mantuvo en su rutina de monje trapense.

—Ahora no es momento de que te pongas pintoresco conmigo, ¿vale? —gritó sobre el estruendo del motor.

Aún silencio. «Ojalá la tradición de llamar a la gente por las características que los definen no se hubiera pasado de moda», pensó Shelly. Olaf el vikingo, Iván el Terrible… qué taquigrafía sociológica más práctica. Kit el Cabrón Mentiroso Crónico.

—Si no me dices lo que está pasando, diré cosas horribles sobre ti en el documental de
Desesperados y Desemparejados
—dijo triunfante, mientras la lluvia entraba en su boca.

La nuez de Kit se movió cual yoyó arriba y abajo, como un ascensor minúsculo en su garganta, conforme se tragaba sus emociones.

—Cosas realmente horribles. En televisión, a la hora de mayor audiencia. A la nación. Diré que me gustas, sí, a pesar de que el pelo de las orejas te llega hasta el hombro. Y que a lo mejor la halitosis es sólo transitoria…

—Y si no me devuelves mis malditos billetes diré que tienes un uniforme de
Star Treck
casero.

—Y yo les contaré tu urgencia irrefrenable de llevar ropa interior femenina. ¿Realmente te arriesgarías a que se divulgara tu vida sexual, al estilo de la prensa rosa?

—Eres tú quien será la predilecta de la prensa rosa nena. Sobre todo cuando revele que sólo conseguías llegar al orgasmo cuando te chupaba los dedos de 1os pies… lo cual era en cierto modo poco apetecible, teniendo en cuenta que tenías hongos en los pies de forma permanente.

—Oh, no seas tan infantil. No aguanto a los niños sobre todo cuando son adultos. Al menos los niños no pueden evitar cagarse encima de ti. Pero los hombres maduros no deberían tener la costumbre de defecar de manera impredecible.

—¿No te gustan los niños? Eso demuestra que eres una bruja británica fría, egoísta y estirada.

—¿Egoísta? ¿Yo? Deja que te recuerde que yo también gané la mitad de esta horrible luna de miel. Y yo no soy la que va a salir huyendo de ella. ¡Dios! Ojalá el ordenador hubiera seleccionado a uno de los otros finalistas. El agradable abogado penalista, por ejemplo.

—Creo que descubrirás que «abogado penalista» es una tautología
{17}
.

—Se licenció en Eton, para que te enteres.

—Sí. En Sodomía avanzada. Sólo que suspendió la primera vez y tuvo que hacerlo otra vez. Si no fuera por mí, no habrías ganado nada de esta jodida luna de miel, porque yo te elegí —confesó enfadado.

—¿Qué? ¿No nos unió el ordenador?

El barco cabeceó y se balanceó de manera inquietante conforme salía del abrigo de la isla.

—No seas tan ingenua. Uno de los productores es colega mío. Me debía un favor. Necesitaba pasta urgentemente, así que… bienvenida al maravilloso mundo de la corrupción y el soborno. —Kit soltó una risita triste. Ahí estaba otra vez, bajo la amabilidad, algo herido y melancólico.

—¿
Desesperados y Desemparejados
está manipulado?

—Todos esos programas lo están. Lo siento, damas y caballeros —dijo con un acento americano cantarín—, pero el programa que están viendo está amañado.

—¡Podrías ser procesado por engaño y conspiración! Pero dime una cosa. —La esperanza latió irracionalmente en su corazón—. Si podías elegir a la mujer que quisieras, ¿por qué narices me elegiste a mí?

Coco, encorvada por encima del caliente motor fuera borda, estaba conduciendo hacia el muelle. Kit, con una toalla a modo de pareo, lanzó la cuerda con nudo al muelle y luego saltó a tierra para amarrar el barco a un palo.

—Porque parecías bastante, en fin, inofensiva.

—¿Inofensiva?

—Quiero decir, ya sabes, agradable. Sosa. Suave. Predecible. —Condujo a Shelly a cubierta con la mano—. Segura.

—¿Sosa? ¿Suave? ¿Predecible? —Shelly levantó la vista hacia el cielo gris y denso para no llorar—. ¿Así es como me ves realmente?

Pero él ya se había ido, junto con sus recientes esperanzas… saltando por encima del extremo del muelle y alejándose por la playa bajo la lluvia.

¿El final de las hostilidades heterosexuales? No era probable ni por asomo.

Después de todo, su madre estaba en lo cierto. Una chica nunca debería aproximarse a un hombre con la mente abierta. Eso sólo deja que entren las moscas.

Diferencias entre sexos: Cómo impresionar

 

Cómo impresionar a una mujer: ternura, cuidados, conversación, devoción, confianza, sinceridad, unión.

Cómo impresionar a un hombre:

a) Aparecer desnuda.

b) Traer a una supermodelo con articulaciones muy flexibles, que posea una fábrica de cerveza y tenga una hermana gemela de mente abierta.

c) Pelear en barro.

12

Declaración de guerra

Shelly no estaba segura de qué pinta tenía vestida como una esclava del amor con medias de rejilla, corpiño de cuero y tanga de piel de cebra, pero estaba bastante segura de que no era seguro y predecible.

Si Kit se quedó asombrado con la transformación de Shelly en diosa sexual, desde luego no lo demostró. El hombre ni siquiera pestañeó cuando la avistó en la hamaca de la cabaña que estaba junto a la piscina, enredada con el animador. Para desilusión de Shelly, Kit no dijo nada, sólo ladeó la cabeza, como si estuviera escuchando el
rock and roll
que se filtraba desde el baile de disfraces que había dentro de La Caravelle. La música había estado tan alta que había hecho que los órganos vitales de Shelly dieran volteretas laterales (uno siempre debería sospechar de música que suena mejor estando borracho que sobrio). Pero aquí, en la cabaña, la cacofonía de gente vestida de
Teletubbies
y de Tina Turner cantando
Love Me Do
y haciendo el baile del «nadador» y del «autoestopista» de formas estúpidas y satíricas había quedado ahogada afortunadamente por el ruido de la tormenta tropical.

—¿Te das cuenta de que Dominic te está usando para que su repugnante jeta salga por televisión? —gritó Kit por fin. Las antorchas llameantes alrededor de la cabaña chisporrotearon en el viento violento, como si mostraran indignación en nombre de Shelly.

Dominic ensanchó sus fosas nasales.


Pardon, monsieur
. El ensayista Montaigne deskguibe meh'og nuestga amistad. «Pogque yo ega yo y ella ega ella.» Y ahoga, como sello de autenticidad, debo dagte lo que el poeta inglés Keats llama «delicias gguesbaladisas», —dijo, rozando con una ligereza nunca vista los labios de Shelly. Shelly tembló de inmediato, con lo cual Dominic se despojó de su chaqueta de cuero y se la puso a Shelly por encima.

—¿Ves? —Shelly se acurrucó en la chaqueta—. Esto es lo que hacen los amantes. Te dan sus abrigos cuando tienes frío —sermoneó a Kit conforme éste se aproximaba—. Citan poesía. Te cortejan. Son amables y encantadores y atentos e intelectuales. Lo contrario a ti. Tú, Kinkade, no eres más que un animal.

—Hey, el reino animal es una mejora respecto reino vegetal —dijo Kit, con la mirada fija puesta liberadamente sobre el animador—. Escucha, esclava del amor… —metió la mano por debajo de la chaqueta y cogió a Shelly por el tanga— necesito hablar contigo, en privado.

—¿:Necesitas? Bueno, yo también necesito cosas. Que se están satisfaciendo por primera vez desde el maldito día en que me casé. —Le dio la espalda a Kit y se acurrucó en Dominic.

—Bueno, gracias a Dios he llegado a tiempo para salvarte de que tu aparato reproductor pille un repertorio de organismos bacteriológicos horribles. —Kit giró a Shelly para que le mirara a la cara… y no precisamente con delicadeza—. Cuando Dominic dice que es un hombre emancipado, totalmente consciente de la opresión económica, emocional, sexual e intelectual de la mujer, y que se avergüenza por completo de sus compañeros partidarios del machismo… es sólo una forma prolija francesa de decir «¿te apetece, nena?».

—Bueno, ¿y a ti qué te importa? —Dio un giro de pies para encararse a él.

—Hum, estamos casados, si mal no recuerdas. Todo este tiempo has estado poniendo en duda mi fidelidad, cuando eres tú la que está siendo infiel.

—¿Yo? —Shelly se apretó más el abrigo de Dominic sobre los hombros—. A ver, haz cálculos. Tienes dos billetes de Heathrow y dos para Madagascar. Explícame eso.

Kit miró a Dominic con inquietud para cerciorarse de si había asimilado la información. Pero el animador estaba ocupado intentando dar sorbos de su
Montrachet
mientras se balanceaba sobre un codo en la hamaca.

—Oh, ¿estás segura de que ese vino es
chambré
? —preguntó Kit sarcásticamente—. Así es como lo prefiere Shelly, sabes. A temperatura ambiente, —y entonces inclinó la hamaca con el pie, salpicando vino al amante de Shelly y volcándole hacia el suelo.

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