Authors: Kathy Lette
—¿Cocina francesa? Oh, claro. Eso es donde sirven todo en piscinas de flema solidificado, ¿no? Y yo desde luego no quiero roer
radicchio
en estado de éxtasis ni hablar con efusividad y arrogancia sobre la endibia normanda. ¿Vale?
—No es que los franceses sean arrogantes, Kit. Es solo que se sienten superiores a vosotros. ¿Y quién puede culparles? Los americanos. Por dios, lo más destacado de vuestra cocina es el condimento de las salsas.
—Oh, cuaaaánta razón tienes. Nuestra comida no es ni de lejos tan sabrosa como vuestros platos típicos ingleses de «clava una tranca de puerros en el agujero» o lo que sea que coméis vosotros. Los gatos han formado las bases de todos los curry ingleses que he probado.
—Al menos nosotros no tenemos restaurantes temáticos donde los baños están indicados como Melones y Huevos, o Secado por aireo y Secado por goteo. Por lo menos nuestros paladares pueden apreciar en condiciones la alta cocina.
—Oye, sólo porque los franceses le den a los caracoles nombres extravagantes como
escargots
, ¿realmente piensas que deberíamos comer bichos de estanque? ¡Eh,
garçon
! —Kit chasqueó los dedos y dio un silbido—. ¿Me podría traer un caracol y una rana en un adobo de mosquito, por favor?
El camarero se acercó y abrió su cuaderno. Shelly hizo su pedido, removiendo ostentosamente las sílabas francesas en su boca como si fueran vino.
—¿Y para usted, señor?
—Mi amigo tomará un poco de mastodonte —respondió Shelly por él—. Con guarnición de pterodáctilo, ya que sus gustos son tan prehistóricos.
—
Fish and chips
. Y póngame algo de beber, ¿vale? —pidió Kit, lanzándose a por una de las dos botellas de vino abiertas sobre la mesa.
Shelly le paró la mano.
—Es vino añejo. Aún le estoy dejando respirar.
—¿Respirar? ¿Qué son, asmáticos?
Kit echó vino añejo en su vaso y se lo bebió de un trago.
—El doctor Kinkade abrió la comida con una
pepsi light
de 1992 —comentó Shelly en el tono bajo de un locutor de televisión de la sección de sociedad—, a la cual previamente se permitió quedarse respirando, por supuesto. Para combinar con este embriagador aroma, estimado por este paladar epicúreo, este avezado glotón recomendó masa rebozada elegantemente fusionada con comestibles superficialmente acuáticos configurados en un diseño geométrico llamado
le fish burger et les frites.
—Dime, ¿siempre has sido tan sumamente irritante, Green, o vas a clases?
Estaban ahí sentados, echando chispas entre ellos, cuando apareció Gaby, caminando con decisión a zancadas hacia ellos vestida con su uniforme de pantalones caqui, alpargatas, gorra de béisbol hacia atrás y camiseta sin mangas con eslóganes de películas esotéricas variadas, por lo general nunca vistas fuera de los festivales de cine. «Era Gaby la que debería tener el mote de Towtruck», pensó Shelly, dado que siempre iba arrastrando con ella al ruina del cámara.
Les hizo la señal de pulgares arriba.
—¡Por fin el jodido romanticismo! ¡No me lo creo! ¡Esto es el tipo de cosas que merecen la pena! Y a los publicistas también les encanta… entrar en el mercado de los consumidores de Pouilly Fumé. Bueno, ¿qué tal va la cita, chicos?
—Hemos parado momentáneamente de atacarnos con los tenedores de los entrantes —le informó Shelly, con gravedad—. Así que algo es algo.
El rostro de Gaby se derrumbó.
—Bueno, ¿qué tal un poco menos de conversación y más baile? —La productora dirigió sus miradas hacia la pista de baile donde el grupo musical de Coco estaba ocupado demostrando que conocer sólo tres acordes no tiene por qué ser un impedimento para tener una carrera musical.
—Ni hablar. —Shelly se rozó el rasguño que se había hecho con la bola de discoteca—. La música está tan alta en la pista de baile que ni siquiera sería capaz de oírme diciendo que no puedo oír ni mis propios pensamientos —dijo mientras la banda pasaba bruscamente de
You're The One I Want
a
Sexual Healing
.
—¡Venga! —la provocó Kit—. ¿Es que la música no te llega? Esta es mi canción
pop
favorita de todos los tiempos. —Marcó el ritmo con el pie y estalló en una risa amplia y perezosa—. Marvin Gaye es jodidamente pegadizo.
—Sí, bueno, también lo es la gonorrea —se enfurruñó Shelly, royendo poco a poco las rebanadas de pan de la cesta.
—Oye —dijo Kit—, si Dios no hubiera pretendido que tuviéramos
rock and roll
no nos habría dado suspensorios acolchados. —Señaló a la «Estrella de rock decadente que está aquí para reunir material para su álbum acústico», que acababa de levantarse de una mesa contigua y ahora se dirigía al escenario.
—Créeme, un grupo de rock no es más que cinco personas que se creen que las otras no saben cantar. ¿Qué pasa con Bach? ¿Rachmaninoff? ¿Mozart? ¿Por qué la gente no puede interesarse en la verdadera música?
Sin embargo, Kit estaba más interesado en Coco cantando su canción favorita con un ritmo africano lento y seductor… similar, reflexionó Shelly, al
blues
de Nueva Orleans. También se la estaba cantando directamente a él, girando con los movimientos sensuales de la danza tradicional de los esclavos.
—Se llama la maloya —dijo Kit a Shelly, hechizado—. Coco cree que los esclavos adaptaron las danzas de los colonos blancos, como la
quadrille
, a sus propios ritmos africanos.
—¿El grupo admite peticiones? —preguntó Shelly con dulzura.
—Sí. ¿Por? ¿Qué quieres que toquen?
—El tablero del
Monopoly
.
—Baila con él, por el amor de Dios —siseó Gaby a Shelly al oído—. Quítale a Coco de la cabeza. Dios mío, esa mujer tiene una pelvis trucada. ¡Podría sacar un conejo de un sombrero! —Se fue corriendo para poner a punto el rodaje romántico.
El vino estaba subiendo y la música daba golpes de manera suplicante. Quizá un poco de sacudida cautelosa de caderas no estuviese mal. Mientras llevaba a Kit a la pista de baile, Shelly había empezado a meditar sobre el hecho de que menear las caderas contra las nalgas de un completo desconocido no estaba tan mal (es lo más cerca que puedes estar de tener relaciones sexuales fuera del matrimonio sin riesgo de infecciones sifilíticas) cuando la banda pasó a tocar
la Bamba
, una canción que ella había estado enseñando a sus alumnos en el colegio. Ninguno de ellos consiguió tocar correctamente los acordes. «Do, fa, sol, do fa, sol», les animaba ella, durante extenuantes horas. «Da da da da da da… ¡mierda! Da da da da da da… ¡mierda!»,—respondían ellos, después de extenuantes horas.
Shelly sintió que se le encogían los intestinos.
—No, no, lo siento. Esta canción no. No puedo. —Arrastró a Kit de vuelta a la mesa—. Yo enseño esta clase de basura.
—Como dije antes, los británicos padecéis una gran carencia de espontaneidad. ¿Cómo llaman los franceses a poner los asientos con nombre en una mesa?
—Un
placement.
—¡Bueno, pues vosotros los británicos tendríais un
placement
en una orgía! —Kit se rió, deslizándose de nuevo a su silla—. Y escribirían cartas de agradecimiento después. «¡Cuánto celebro que vinieras!»
—Pues estaría bien que vosotros los yanquis mostrarais de vez en cuando un poco de moderación y cautela… sobre todo a la hora de tirar espontáneamente bombas en zonas urbanas. ¡Menuda sociedad! La libertad garantizada por la Constitución de tener camisetas con eslóganes estúpidos y pegatinas para el coche sexistas y presidentes retrasados. ¡Yupii! —dijo, ganándose el afecto de su hombre con su habitual sutileza y encanto—. ¡Los tres hombres más importantes en Estados Unidos actualmente se llaman Bush, Dick
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y Colón! ¿Qué te dice eso de tu país?
—Hey, al menos nosotros tenemos una Constitución. ¿Cuál es vuestra Constitución? El derecho a ser miserables. Los baños fríos, la cerveza caliente, el peor océano… sólo un váter gigante… el peor récord olímpico, el peor tiempo, las peores frases para ligar masculinas. Por favor, un inglés se señala la polla y llora. —Kit cogió algunos utensilios y los usó como baquetas de batería para tocar en la vajilla.
—¿Sabes por qué existe América? —dijo Shelly por encima de su alboroto rítmico—. Porque nos brindó a los ingleses un sitio práctico para mandar allí a todos nuestros maníacos religiosos acosadores de Dios.
Su solo de cubiertos sonó más fuerte, llevando a Shelly a la conclusión de que el ordenador debió de tener graves problemas de funcionamiento el día que predijo que ella y Kit Kinkade tenían algo en común. Incapaz de contenerse por más tiempo, se inclinó para agarrar y luego recolocar sus cubiertos en el orden correcto sobre el mantel color salmón.
—Sé que probablemente estés acostumbrado a comer con los pies, pero en Europa intentamos comer de fuera hacia dentro —condescendió.
—Dios —se quejó—. Los ingleses tenéis doctorados en cubertería. Sois un entorno rico en utensilios ¿lo sabías? ¿Para qué tanta norma anticuada? Para que lo sepas, estamos en el siglo veintiuno. Los maridos y las mujeres ya no se separan después de cenar.
—No, se separan al final de la noche para irse con sus respectivos amantes —dijo Shelly bruscamente, señalando con la cabeza en la dirección de Coco, justo a tiempo para ver cómo la apartaba a un lado la «Estrella de
rock
decadente que está aquí para reunir material para su álbum acústico», para así poder agredir vocalmente un clásico de los Rolling Stones mientras empujaba la ingle contra el pie de micro en una simulación horripilante de encuentro carnal.
—¿Estás seguro de que necesitas más pruebas de que las estrellas de
rock
están realmente más bajo en la escala biológica? Al igual que los animales, tiene que llevar colores brillantes y mostrar sus genitales para atraer a las hembras. Quiero decir, ¡mira a ese idiota!
Ahora Gaby regresaba pisando fuerte hacia ellos. Levantó las manos desesperada ante la intransigencia romántica de sus súbditos de televisión. Al hacer esto, chocó contra un camarero que pasaba por delante, el cual tiró su montón de vajilla con un ruido metálico demoledor. El
maître
francés se puso a su lado en un santiamén, lívido a causa del accidente. A pesar de no tener un entendimiento fluido del francés, Shelly se dio cuenta de que el pobre criollo estaba despedido en el acto.
Al instante, Towtruck y Mike enfocaron objetivo y micrófono hacia el alboroto. En cuestión de segundos, el omnipresente jefe de policía había alcanzado su mesa cual cañón, con sus gafas de sol de diseño (a pesar de la oscuridad) colocadas sobre su bulbosa nariz y jersey de cachemira (a pesar del calor) atado de manera informal alrededor de su cuello. Requisó la cámara, expulsó la batería y la cinta y a continuación las arrojó al estanque ornamental.
—Filmag a los tgabah'adogues está
interdit
… pgohibidó. —Empujó a un lado el estruendo del micrófono y miró a Mike con el ceño fruncido.
—Al menos si arresta al técnico de sonido tendrá el derecho de permanecer en silencio —susurró Shelly a Kit.
—Sí, y al menos en una cárcel francesa, además de tu llamada telefónica, te dan un buen vaso de
citrón pressé
. Y antes del registro exhaustivo, cena y un programa de televisión —añadió Kit.
Shelly empezó a reír hasta que Gaspard dio un golpe en la mesa con la mano, haciendo temblar los vasos.
—El tuguismo mantiene a esta h'ente. Pego ellos son demasiado estúpidos paga entendeg-lo. ¡Con todo lo que hemos hecho pog ellos! ¡Bah! Son unos desagradecidos. Antes de que nosotros llegágamos esto ega una isla de hongos en mitad del Océano Índico. Sin nosotgos, esto volverguía a seg la tiegga de 1os salvah'es. Tengo un amigo de Durban. ¿Saben cómo llama él a un negro en un ágbol? ¡Diguectog de sucugsal!
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—Echó la cabeza hacia atrás para reírse a carcajadas.
Kit decidió que éste era el momento perfecto para hablar con Shelly sobre por qué París sigue siendo tan bonito arquitectónicamente hablando… algo en la línea de cómo los franceses se dieron la vuelta y se abrieron de piernas para los nazis.
—¿Cómo llamas a cien franceses con las manos arriba? —añadió para rematar—. El ejército.
Los párpados de lagarto del comandante de policía francés se entrecerraron, y tenía todo el rato una sonrisa cálida… «la misma expresión que había puesto en el aeropuerto», recordó Shelly con creciente temor.
—Perdónele —rió nerviosamente—. Después de todo, es americano. Hay que ser comprensivos. ¡Incluso su presidente dijo que el problema con los franceses es que no tenéis una palabra para empresario!
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¿Verdad?
Justo a tiempo el
mánager
, con el pelo separado en la posición de la una en punto, hizo su aparición en el restaurante. Llevaba el aspecto hastiado de todos los veteranos de la industria de las relaciones públicas… una expresión que pretendía transmitir genialidad pero que recordaba más a un hombre que acabara de oír una gran explosión y no hubiera recuperado el sentido del oído.
—¡Veamos qué tiene que decir el
mánager
a esto! —dijo Gaby furiosa, caminando hacia él echando chispas.
Gaspard se encogió de hombros, luego volvió tranquilamente hacia sus huéspedes galos. Shelly le vio repantigarse en una tumbona en la zona del bar como si el lugar le perteneciera. Que a lo mejor era el caso, dado que siempre estaba allí. Aunque estaba claro que el hombre tenía una afición por el estilo de vida cinco estrellas, Shelly no pudo evitar sentir que quizá hubiera otra razón más siniestra para su presencia permanente… Cuando una camarera negra y guapa pasó por delante de él, éste le dio un pellizco propietario en el trasero. En respuesta, ella le lanzó un beso subrepticio. Entonces el «
Super Flic
» se giró de lado y besó la mano de una mujer desaliñada de mediana edad que, a juzgar por la forma en que le saludó, con un reconocimiento distante pero tenaz, Shelly dedujo que era su esposa. Al garete la afable sofisticación francesa y el criollo primitivo. El policía cambiaba de querida a esposa con toda la gracia de un orangután.
Towtruck, quejándose con amargura a todo aquel que escuchara de lo cansado que estaba de seguir las órdenes de una «productora presuntuosa que andaba a unas pocas piezas de cámara de ser una pantalla de
teleprompter
», volvió carraspeando de forma teatral a su
búngalo
a por nueva batería y cinta, llamando a Mike para que le siguiera. Y así fue como por primera vez en su luna de miel, la pareja unida por ordenador se vio completamente sola. Aliados contra el comandante de policía, un armisticio temporal se impuso sobre sus propias hostilidades.