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Authors: John Verdon

Tags: #Intriga, Policíaco

Sé lo que estás pensando (45 page)

BOOK: Sé lo que estás pensando
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Nardo levantó una ceja cauta pero curiosa.

—Cierta doctora Holdenfield, que ha escrito el estudio más actual sobre asesinos en serie, cree que ha alcanzado una fase crítica en el proceso y que está a punto de acometer algún tipo de acción culminante.

Los músculos de la mandíbula de Nardo se tensaron. Habló con feroz contención.

—¿Lo que convertiría el asesinato de mi amigo en el porche de atrás en una vuelta de calentamiento?

No era la clase de pregunta que uno pudiera o debiera responder. Los dos hombres se quedaron sentados en silencio hasta que un ligero sonido, quizás el de una respiración irregular, atrajo simultáneamente la atención de los dos hombres hacia el umbral. Era el gigantón tamaño NFL que antes había estado custodiando el sendero de entrada. Parecía que le estuvieran arrancando una muela.

Nardo se dio cuenta de lo que se avecinaba.

—¿Qué, Tommy?

—Han encontrado a la mujer de Gary.

—Oh, Dios mío. Vale. ¿Dónde está?

—De camino a casa desde el garaje municipal. Conduce el autobús escolar.

—Sí, sí. ¡Mierda! Debería ir yo, pero no puedo salir de aquí ahora mismo. ¿Dónde coño está el jefe? ¿Aún no lo ha encontrado nadie?

—Está en Cancún.

—Joder, ya sé que está en Cancún, pero ¿por qué coño no revisa sus mensajes? —Nardo respiró hondo y cerró los ojos—. Hacker y Picardo probablemente eran los más cercanos a la familia. ¿Picardo no es primo de la mujer? Cielo santo, envía a Hacker y Picardo. Pero dile a Hacker que venga a verme antes.

El joven y gigante policía se fue con el mismo silencio con que había entrado.

Nardo volvió a respirar hondo. Empezó hablando como si le hubieran dado una patada en la cabeza y esperara que hablar fuera a ayudarle a aclarar sus ideas.

—Así que me está diciendo que eran todos alcohólicos. Bueno, Gary Sissek no era alcohólico, ¿qué significa esto?

—Era policía. Quizá con eso baste. O tal vez se interpuso en el ataque planeado a Dermott. O quizás haya otra conexión.

—¿Qué otra conexión?

—No lo sé.

La puerta de atrás se cerró de golpe, se oyeron pisadas que se acercaban con rapidez y un hombre nervudo de paisano apareció en la puerta.

—¿Quería verme?

—Lamento hacerte esto, pero necesito que tú y Picardo…

—Lo sé.

—Bueno. Bien. Da información sencilla. Lo más sencilla que puedas: «Acuchillado fatalmente cuando protegía a víctima de un ataque. Muerte heroica». Algo así, por el amor de Dios. Lo que quiero decir es que omitas detalles espantosos. Nada de charcos de sangre. ¿Entiendes lo que trato de decirte? Los detalles puede conocerlos después, si es preciso. Pero por el momento…

—Lo entiendo, señor.

—Bien. Mira, siento no poder hacerlo yo. La verdad es que no puedo salir. Dile que pasaré por su casa esta noche.

—Sí, señor.

El hombre hizo una pausa en el umbral hasta que quedó claro que Nardo no tenía nada más que decir; luego regresó por el mismo camino por el que había venido y cerró la puerta tras de sí, esta vez más silenciosamente.

Una vez más, Nardo se concentró en su conversación con Gurney.

—¿Me estoy perdiendo algo o se está basando en hipótesis? No sé, corríjame si me equivoco, pero no he oído nada de una lista de sospechosos, de hecho, no se ha seguido ninguna pista concreta.

—Más o menos.

—Y esta cantidad de indicios físicos (sobres, notas, tinta roja, botas, botellas rotas, huellas de pisadas, llamadas telefónicas grabadas, registro de transmisiones de torres de móviles, cheques devueltos, incluso mensajes escritos en aceite de piel de las yemas de los dedos de este chiflado), ¿nada de eso condujo a ninguna parte?

—Es una manera de verlo.

Nardo negó con la cabeza de una manera que se estaba convirtiendo en hábito.

—En resumen, no sabe a quién está buscando ni cómo encontrarlo.

Gurney sonrió.

—Quizá por eso estoy aquí.

—¿Por qué?

—Porque no tengo ni idea de adonde más ir.

Era un reconocimiento simple de un hecho simple. La satisfacción intelectual que proporcionaba comprender los detalles del
modus operandi
del asesino era poco importante en relación con el estancamiento de la cuestión central, tal y como de un modo tan claro había expresado Nardo. Gurney tenía que afrontar el hecho de que a pesar de su ingeniosa percepción de los misterios secundarios del caso, estaba casi igual de lejos de identificar y capturar al asesino como lo había estado la mañana en que Mark Mellery le llevó aquellas primeras notas desconcertantes y le pidió su ayuda.

Hubo un pequeño cambio en la expresión de Nardo, una relajación de la tensión.

—Nunca hemos tenido un asesinato en Wycherly —dijo—. Al menos no uno de verdad. Un par de homicidios, un par de muertos en carretera, un accidente de caza cuestionable. Nunca hubo aquí un homicidio que no implicara al menos a un capullo completamente ebrio. Al menos en los últimos veinticuatro años.

—¿Ése es el tiempo que lleva en la Policía?

—Sí. Sólo un tipo en el departamento llevaba más tiempo que yo y es…, era… Gary. Estaba a punto de cumplir veinticinco. Su mujer quería que se retirara a los veinte, pero supuso que si se quedaba otros cinco años… ¡Maldición! —Nardo se limpió los ojos—. No perdemos a muchos hombres en acto de servicio —dijo, como si sus lágrimas necesitaran una explicación.

Gurney estuvo tentado de decir que sabía lo que era perder un compañero. Había perdido dos en una detención que salió mal. En cambio, se limitó a asentir de modo compasivo.

Al cabo de alrededor de un minuto, Nardo se aclaró la garganta.

—¿Tiene algún interés en hablar con Dermott?

—La verdad es que sí. Pero no quiero interponerme.

—No lo hará —dijo Nardo con voz forzada, compensando, supuso Gurney, su momento de debilidad. Luego añadió en un tono más normal—: Ha hablado con este tipo por teléfono, ¿verdad?

—Claro.

—Así que sabe quién es.

—Sí.

—O sea, que no me necesita en la habitación. Sólo infórmeme cuando termine.

—Como quiera, teniente.

—Puerta de la derecha en lo alto de la escalera. Buena suerte.

Al subir por la escalera de roble, Gurney se preguntó si la planta de arriba revelaría más cosas sobre la personalidad del ocupante que la planta baja, que no tenía más calidez o estilo que el equipamiento informático que albergaba. El rellano de lo alto de la escalera repetía la decoración del piso de abajo: un extintor en la pared, una alarma de humos y rociadores en el techo. Gurney estaba formándose la impresión de que Gregory Dermott era sin duda un tipo obsesionado con la seguridad. Llamó a la puerta que Nardo le había indicado.

—¿Sí? —La respuesta sonó dolorida, brusca, impaciente.

—Investigador especial Gurney, señor Dermott. ¿Puedo verle un momento?

Hubo una pausa.

—¿Gurney?

—Dave Gurney. Hemos hablado por teléfono.

—Pase.

Gurney abrió la puerta y entró en una habitación oscurecida por persianas medio cerradas. Estaba amueblada con una cama, una mesita de noche, una cómoda, un sillón y un escritorio apoyado contra la pared con una silla plegable delante de él. Toda la madera era oscura. El estilo era contemporáneo, de gama alta. La colcha y la alfombra eran grises, marrón claro, prácticamente sin color. El ocupante de la habitación estaba en el sillón situado frente a la puerta, sentado ligeramente inclinado hacia un lado, como si hubiera encontrado una posición extraña que mitigara su malestar. A Gurney le pareció el típico técnico informático. Con la escasa luz, su edad era menos definible. Treinta y tantos sería una hipótesis razonable.

Después de examinar los rasgos de Gurney como si tratara de discernir en ellos la respuesta a una pregunta, Dermott preguntó en voz baja.

—¿Se lo han contado?

—¿Contarme qué?

—La llamada telefónica… del asesino loco.

—He oído eso. ¿Quién contestó la llamada?

—¿Responder? Supongo que uno de los agentes. Uno de ellos vino a buscarme.

—¿El que llamaba preguntó por usted, por su nombre?

—Supongo…, no lo sé… Qué sé yo, supongo que sí. El agente dijo que la llamada era para mí.

—¿Había algo familiar en la voz del que llamaba?

—No era normal.

—¿Qué quiere decir?

—Desequilibrada. Subía y bajaba, alta como la voz de una mujer, luego grave. Acentos extraños. Como si fuera una broma siniestra, pero también seria. —Se presionó las sienes con las yemas de sus dedos—. Dijo que yo era el siguiente…, y después usted.

Parecía más exasperado que aterrorizado.

—¿Había algún sonido de fondo?

—¿Qué?

—¿Oyó algo más aparte de la voz del que llamaba? ¿Música, tráfico, otras voces?

—No. Nada.

Gurney asintió, echando un vistazo a la habitación.

—¿Le importa que me siente?

—¿Qué? No, adelante. —Dermott hizo un gesto amplio, como si la habitación estuviera llena de sillas.

Gurney se sentó al borde de la cama. Tenía la intensa sensación de que Gregory Dermott tenía la clave del caso. Si al menos se le ocurriera la pregunta adecuada. El tema adecuado que sacar. Por otro lado, en ocasiones lo mejor era no decir nada. Crear un silencio, un espacio vacío, y ver cómo el otro tipo elegía llenarlo. Se sentó un buen rato mirando la moqueta. Era un método que requería paciencia. También precisaba juicio para saber cuándo más silencio vacío ya sería una pérdida de tiempo. Estaba llegando a ese punto cuando habló Dermott.

—¿Por qué yo?

El tono era nervioso, enfadado, una queja, no una pregunta, y Gurney eligió no responder. Al cabo de unos segundos, Dermott continuó.

—Pensaba que podría tener algo que ver con esta casa. —Hizo una pausa—. Deje que le pregunte algo, detective. ¿Conoce personalmente a alguien del Departamento de Policía de Wycherly?

—No. —Estuvo a punto de preguntar la razón de la pregunta, pero supuso que enseguida la descubriría.

—¿A nadie, ni en el presente ni en el pasado?

—A nadie. —Viendo algo en los ojos de Dermott que parecía exigir más garantías, añadió—: Antes de que viera en la carta a Mark Mellery las instrucciones para enviar el cheque, ni siquiera sabía que existiera Wycherly.

—¿Y nadie le dijo nada de algo que ocurrió en esta casa?

—¿Algo que ocurrió?

—En esta casa. Hace mucho tiempo.

—No —dijo Gurney, intrigado.

Su incomodidad parecía exceder los efectos del dolor de cabeza.

—¿Qué fue lo que ocurrió?

—Es todo información indirecta —dijo Dermott—, pero justo después de que compré esta casa, uno de los vecinos me dijo que hace veintitantos años hubo una pelea horrible aquí, al parecer entre marido y mujer, y acuchillaron a la mujer.

—¿Y ve alguna conexión…?

—Podría ser coincidencia, pero…

—¿Sí?

—Casi lo había olvidado. Hasta hoy. Esta mañana cuando encontré… —Sus labios se estiraron en una especie de espasmo de náusea.

—Tómese su tiempo —dijo Gurney.

Dermott colocó ambas manos en sus sienes.

—¿Lleva una pistola?

—Tengo una.

—Quiero decir encima.

—No. No he llevado pistola desde que abandoné el Departamento de Policía de Nueva York. Si le preocupa la seguridad, hay más de una docena de policías armados a cien metros de esta casa dijo Gurney.

No pareció particularmente tranquilizado.

—Estaba diciendo que recordó algo.

Dermott asintió.

—Me había olvidado de ello, pero me acordé cuando vi… toda esa sangre.

—¿Qué recordó?

—A la mujer a la que acuchillaron en esta casa, la acuchillaron en el cuello.

49

Matarlos a todos

Habían pasado hacía «veintitantos años», lo que significaba que la cifra bien podría ser inferior a veinticinco, y eso, a su vez, implicaría que tanto John Nardo como Gary Sissek habrían estado en el cuerpo de Policía en el momento de la agresión. Aunque la imagen distaba mucho de ser clara, Gurney sintió que otra pieza del puzle giraba para colocarse en su sitio. Tenía más preguntas para Dermott, pero podían esperar hasta que obtuviera respuestas del teniente.

Lo dejó allí, sentado con rigidez en su silla, junto a las persianas corridas, con aspecto de estar tenso e incómodo. Cuando empezó a bajar la escalera, se topó con una mujer con un mono de investigadora de escena del crimen y guantes de látex. Estaba en el pasillo de abajo, preguntando a Nardo qué hacer a continuación con las zonas del exterior de la casa que habían sido examinadas en busca de indicios.

—No retiréis la cinta, por si acaso hemos de volver a ellas. Llevaos a comisaría la silla, la botella y todo lo que tengáis. Preparad la parte de atrás de la sala como archivo.

—¿Y todo lo que hay encima de la mesa?

—Dejadlo en el despacho de Colbert por el momento.

—No le va a gustar.

—Me importa un… Mira, ocúpate de ello.

—Sí, señor.

—Antes de irte, dile a Big Tommy que se quede en la puerta de la casa, y a Pat que esté junto al teléfono. Quiero a todos los demás yendo de puerta en puerta. Quiero saber si alguien del barrio vio u oyó algo fuera de lo común en los últimos dos días, sobre todo anoche a última hora o a primera hora de hoy: desconocidos, coches aparcados donde no suelen estar aparcados, cualquiera que estuviera paseando, alguien con prisa, lo que sea.

—¿Qué radio hemos de cubrir?

Nardo miró su reloj.

—Lo que podáis abarcar en seis horas. Entonces decidiremos qué hacer. Si surge algo de interés, quiero que me informéis de inmediato.

Al tiempo que ella partía a cumplir su misión, Nardo se volvió hacia Gurney, que estaba al pie de la escalera.

—¿Ha descubierto algo útil?

—No estoy seguro —dijo Gurney en voz baja, haciendo una seña a Nardo para que lo siguiera a la sala en la que se habían sentado antes—. A lo mejor puede ayudarme.

Se sentó en la silla orientada hacia la puerta. Nardo se quedó de pie detrás de la silla que estaba al otro lado de la mesa cuadrada. Su expresión era una combinación de curiosidad y de algo indescifrable.

—¿Sabe que acuchillaron a alguien en esta casa?

—¿De qué demonios está hablando?

—Poco después de que Dermott comprara la casa, un vecino le dijo que una mujer que había vivido aquí había sido agredida por su marido.

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