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Authors: John Verdon

Tags: #Intriga, Policíaco

Sé lo que estás pensando (21 page)

BOOK: Sé lo que estás pensando
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—Normalmente no —dijo Hardwick—, pero en este caso hay posibilidades. Considerando la posición del cadáver, probablemente le dispararon con su espalda dando a la casa. Si no se desvió mucho, podremos encontrarla en el lateral de madera.

Kline asintió lentamente.

—Pues muy bien, como empezaba a decir hace un minuto, sólo para que me quede claro: el asesino dispara a la víctima desde una corta distancia, ésta cae al suelo, con la arteria carótida seccionada; le brota sangre del cuello. Entonces el asesino saca una botella rota, se agacha junto al cadáver y lo apuñala con ella catorce veces. ¿Es esa la imagen? —preguntó con incredulidad.

—Al menos catorce veces —dijo Thrasher—, probablemente más. Cuando se solapan los cortes resulta difícil contarlos.

—Lo entiendo, pero a lo que voy es a por qué.

—¿El móvil? —dijo Thrasher, como si el concepto fuera en el mismo par científico que la interpretación de los sueños—. No es mi área. Pregúnteles a mis amigos del DIC.

Kline se volvió hacia Hardwick.

—Una botella rota es un arma de conveniencia, un arma del momento, un sustituto de barra de bar de un cuchillo o una pistola. ¿Por qué un hombre que ya tenía una pistola cargada sintió la necesidad de usar una botella rota, y por qué la usó después de que ya había matado a su víctima con la pistola?

—¿Para asegurarse de que estaba muerto? —ofreció Rodríguez.

—Entonces, ¿por qué no dispararle otra vez? ¿Por qué no dispararle en la cabeza? ¿Por qué no le disparó en la cabeza para empezar? ¿Por qué en el cuello?

—¡Quizá fue un disparo pésimo!

—¿Desde un metro y medio? —Kline se volvió hacia Thrasher—. Estamos seguros de la secuencia. ¿Primero el disparo y después los cortes?

—Sí, hasta un nivel razonable de certeza profesional, como decimos en un juicio. Las quemaduras de pólvora, aunque limitadas, son claras. Si la zona del cuello ya hubiera estado cubierta de sangre de los cortes en el momento del disparo, es poco probable que pudieran haberse producido quemaduras tan marcadas.

—Y habríais encontrado la bala.

La pelirroja lo dijo de un modo tan de pasada que sólo unas pocas personas lo oyeron. Kline era una de ellas. Gurney era otra. Se había estado preguntando cuándo se le iba a ocurrir eso a alguien. Hardwick era difícil de interpretar, pero no parecía sorprendido.

—¿Qué quiere decir? —preguntó Kline.

La mujer respondió sin levantar la mirada de la pantalla del portátil.

—Si lo acuchillaron catorce veces en el cuello como parte del asalto inicial, con cuatro de las heridas atravesándolo por completo, difícilmente habría permanecido de pie. Y si le dispararon desde arriba cuando él ya estaba con la espalda en el suelo, la bala habría estado justo debajo de él.

Kline le dedicó una mirada de evaluación. A diferencia de Rodríguez, pensó Gurney, era lo bastante lúcido para respetar la inteligencia.

Rodríguez hizo un esfuerzo por recuperar las riendas.

—¿De qué calibre de bala estamos hablando, doctor?

Thrasher miró por encima de las gafas de leer que le resbalaban por la nariz.

—¿Qué he de hacer para que entiendan los rudimentos de la patología?

—Ya lo sé, ya lo sé —dijo Rodríguez malhumorado—, la carne es flexible, se contrae, se expande, no puede ser exacto, etcétera, etcétera. Pero qué diría, estaba cerca de un veintidós o de un cuarenta y cuatro… Haga una estimación.

—No me pagan para calcular. Además, nadie recuerda durante más de cinco minutos que era sólo una estimación. Lo que recuerdan es que el forense dijo algo de un veintidós y que resulta que se equivocó. —Hubo un frío destello de recuerdo en sus ojos, pero lo único que dijo fue—: Cuando saquen la bala de la parte de atrás de la casa y la lleven a balística, lo sabrán…

—Doctor —lo interrumpió Kline como un niño pequeño que pregunta al señor Sabio—, ¿es posible estimar el intervalo exacto entre el disparo y las subsiguientes cuchilladas?

El tono de la pregunta pareció aplacar a Thrasher.

—Si el intervalo entre ambos fuera sustancial, y ambas heridas sangraran, habríamos encontrado sangre en dos estadios diferentes de coagulación. En este caso, diría que los dos tipos de heridas se produjeron en una secuencia lo bastante corta para hacer que esa clase de comparación resulte imposible. Lo único que puedo decir es que el intervalo fue relativamente corto, pero sería difícil determinar si fue de diez segundos o de diez minutos. Pero es una buena pregunta de patología —concluyó—, para diferenciarla de la pregunta del capitán.

La boca del capitán se retorció.

—Si es lo único que tiene para nosotros por el momento, doctor, no lo entretendré más. ¿Recibiré el informe escrito dentro de no más de una semana desde hoy?

—Creo que es lo que he dicho.

Thrasher recogió su abultado maletín de la mesa, saludó al fiscal del distrito con una sonrisa de labios finos y abandonó la sala.

23

Sin rastro

—Por ahí sale un grano en el culo patológico —dijo Rodríguez.

Examinó los rostros de las personas que estaban sentadas a la mesa, en busca de alguien que apreciara su ingenio, pero sólo las perennes sonrisas de los gemelos Cruise se acercaron a proporcionar algo semejante. Kline puso fin al silencio pidiendo a Hardwick que continuara la narración de la escena del crimen en la que estaba inmerso antes de que hubiera aparecido el forense.

—Exactamente lo que estaba pensando, Sheridan —intervino Rodríguez—. Hardwick, sigue donde lo has dejado y cíñete a los hechos clave—. La advertencia insinuaba que eso no era algo que Hardwick hiciera normalmente.

Gurney reparó en lo previsible que eran las actitudes del capitán: hostil con Hardwick, adulador con Kline, presuntuoso en general.

Hardwick habló con rapidez.

—El rastro más visible del asesino era un conjunto de huellas de pisadas que entraban por la puerta principal, atravesaban la zona de aparcamiento, rodeaban el granero por detrás, donde se interrumpían ante una silla de playa…

—¿En la nieve? —preguntó Kline.

—Exacto. Se encontraron colillas de cigarrillo en el suelo delante de la silla.

—Siete —dijo la pelirroja del portátil.

—Siete —repitió Hardwick—. Las huellas continuaban desde la silla…

—Discúlpeme, detective, pero ¿los Mellery tienen sillas de camping en la nieve? —preguntó Kline.

—No, señor. Parece que el asesino se trajo la silla.

—¿Se la trajo?

Hardwick se encogió de hombros.

Kline negó con la cabeza.

—Lamento interrumpir. Adelante.

—No lo lamentes, Sheridan. Pregúntale lo que quieras. Mucho de este material tampoco tiene sentido para mí —dijo Rodríguez, con una expresión que le atribuía la carencia de sentido a Hardwick.

—Las huellas de pisadas siguen desde la silla hasta el lugar de encuentro con la víctima.

—¿Se refiere al lugar donde mataron a Mellery, señor? —preguntó Kline.

—Sí, señor. Y desde allí pasan por una abertura en el seto, recorren el prado y se adentran en el bosque, donde finalmente terminan a casi un kilómetro de la casa.

—¿Qué quiere decir «terminan»?

—Se detienen. No van más allá. Hay una pequeña zona donde la nieve está pisada, como si el individuo se quedara allí un buen rato, pero no hay más huellas, ni de salida ni de llegada de ese lugar. Como ha oído hace un rato, las botas que dejaron las huellas se encontraron colgadas de un árbol cercano, sin ninguna señal de lo que había ocurrido al individuo que las llevaba.

Gurney estaba observando la cara de Kline y vio en ella una combinación de desconcierto ante el enigma y la sorpresa por esta incapacidad de ver cualquier solución. Hardwick estaba abriendo la boca para continuar cuando la pelirroja habló otra vez con una voz pausada y sin inflexiones, una voz perfectamente situada a medio camino de lo masculino y lo femenino.

—En este punto deberíamos decir que el dibujo de las suelas de las botas coincide con las huellas en la nieve. El laboratorio determinará si las huellas son suyas.

—¿Puede ser tan definitivo con las huellas dejadas en la nieve? —preguntó Kline.

—Ah, sí —dijo con su primer atisbo de entusiasmo—. Las huellas en la nieve son las mejores de todas. La nieve comprimida puede capturar detalles demasiado finos para ser percibidos a simple vista. Nunca mate a nadie en la nieve.

—Lo recordaré —dijo Kline—. Lamento otra vez interrumpir, detective. Por favor, continúe.

—Éste podría ser un buen momento para informar sobre las pruebas recogidas hasta ahora. ¿Le parece bien, capitán?

Una vez más, a Gurney, el tono de Hardwick le sonó como una sutil falta de respeto.

—Me gustaría disponer de algunos datos —dijo Rodríguez.

—Un momento, que abro el archivo —dijo la pelirroja, pulsando unas pocas teclas en su ordenador—. ¿Quiere los elementos en algún orden en especial?

—¿Qué tal por orden de importancia?

Sin mostrar ninguna reacción al tono condescendiente del capitán, la mujer empezó a leer de la pantalla del ordenador.

—Elemento probatorio número uno: una silla de playa, hecha de tubos de aluminio ligero con tejido de plástico. El examen inicial de materiales extraños descubrió unos pocos milímetros de Tyvek atrapado en el pliegue entre el asiento y el apoyabrazos.

—¿Se refiere al material con el que aíslan las casas? —preguntó Kline.

—Es una barrera antihumedad que se aplica sobre planchas de conglomerado, pero también en otros productos, en especial en monos de pintor. Ése fue el único material extraño descubierto, el único indicador de que se había usado la silla.

—¿Ni huellas, ni pelo, ni sudor, ni saliva, ni abrasiones, nada de nada? —preguntó Rodríguez, como si sospechara que su gente no había mirado lo bastante bien.

—Ni huellas, ni pelo, ni sudor, ni saliva, ni abrasiones, pero yo no diría nada de nada —respondió ella, que pareció dejar que el tono de la pregunta del capitán pasara sin tocarla, como el puñetazo de un borracho—. La mitad de la tela de la silla ha sido sustituida, todas las tiras horizontales.

—Pero has dicho que nunca se había usado.

—No hay ninguna señal de uso, pero las cinchas sin duda han sido sustituidas.

—¿Qué posible razón puede haber para eso?

Gurney estuvo tentado de ofrecer una explicación, pero Hardwick la expresó en palabras antes.

—Ella ha dicho que todas las cinchas eran blancas. Esa clase de silla normalmente tiene dos colores de cinchas entrelazadas para crear un patrón: azul y blanco, verde y blanco, algo así. Quizá no quería ningún color.

Rodríguez mascó la idea como si fuera un chicle rancio.

—Adelante, sargento Wigg. Tenemos mucho que hacer antes de comer.

—Elemento número dos: siete colillas de cigarrillos de la marca Marlboro, también sin rastros humanos.

Kline se inclinó hacia delante.

—¿No hay rastros de saliva? ¿No hay huellas dactilares parciales? ¿Ni siquiera aceite de piel?

—Nada.

—¿No es extraño?

—Extremadamente. Elemento número tres: una botella de whisky rota, incompleta, marca Four Roses.

—¿Incompleta?

—Aproximadamente la mitad de la botella estaba de una sola pieza. Eso y todos los restos recuperados suman algo menos de dos tercios de una botella completa.

—¿No hay huellas? —preguntó Rodríguez.

—No hay huellas; en realidad no es una sorpresa, considerando la ausencia de huellas en la silla y los cigarrillos. Había una sustancia presente, además de la sangre de la víctima: una minúscula huella de detergente en una fisura a lo largo del borde roto del cristal.

—¿Qué significa? —preguntó Rodríguez.

—La presencia del detergente y la ausencia de una porción de la botella sugiere que la rompieron en algún otro sitio y la lavaron antes de llevarla a la escena.

—Entonces, ¿ese alocado apuñalamiento fue tan premeditado como el disparo?

—Eso parece. ¿Continúo?

—Por favor —dijo Rodríguez, haciendo que la palabra sonara ruda.

—Elemento número cuatro: la vestimenta de la víctima, incluida ropa interior, bata y mocasines, todo manchado con su propia sangre. Tres cabellos extraños hallados en la bata, posiblemente de la mujer de la víctima, aún sin identificar. Elemento número cinco: muestras de sangre recogidas del suelo que había alrededor del cadáver. Se están llevando a cabo las pruebas: hasta el momento todas las muestras coinciden con la sangre de la víctima. Elemento número seis: trozos de cristal roto tomados de la losa de debajo del cuello de la víctima. Esto es coherente con el hallazgo de la autopsia inicial: cuatro heridas de punción de la botella de cristal atravesaron el cuello de delante atrás, y la víctima estaba en el suelo en el momento del acuchillamiento.

Kline tenía los ojos entrecerrados, como un hombre que conduce de cara al sol.

—Me está dando la impresión de que alguien ha cometido un crimen extremadamente violento, un crimen que implica disparar, apuñalar (más de una docena de heridas profundas, algunas causadas con gran fuerza) y, aun así, el asesino consiguió hacer todo esto sin dejar ni un solo rastro, no intencionado, de sí mismo.

Uno de los gemelos Cruise habló por primera vez, en una voz sorprendentemente aguda en relación con su aspecto de hombre.

—¿Qué ocurre con la silla de playa, la botella, las huellas de pisadas, las botas?

El rostro de Kline se retorció con impaciencia.

—He dicho rastros no intencionados. Esas cosas las dejó allí a propósito.

El joven se encogió de hombros como si fuera un truco de sofistería.

—El elemento número siete se divide en subcategorías —dijo la sargento sin género Wigg (aunque tal vez no sin sexo, observó Gurney, notando los interesantes ojos y la boca finamente esculpida)—. El artículo número siete incluye comunicaciones recibidas por la víctima que podrían ser relevantes para el crimen, incluida la nota final hallada en el cadáver.

—He hecho copias de todas ellas —anunció Rodríguez—. Las entregaré en el momento apropiado.

—¿Qué están buscando en ellas? —le preguntó Kline a Wigg.

—Huellas dactilares, hendiduras en el papel…

—¿Como impresiones de un cuaderno?

—Correcto. También estamos haciendo un test de identificación de tinta en las cartas manuscritas y un segundo test de identificación de impresión en la carta que se generó con un procesador de textos: la última recibida antes del asesinato.

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