—Gracias.
Se miran en silencio. Desaparecen las sonrisas. Se amontonan las sensaciones. La respiración de Cris se entrecorta y no puede más. Sus labios. Sus labios se lo piden. Necesita besarle. Lo necesita. Pero... no. No puede ser. Es que no puede ser. Es el novio de Miriam. Una Sugus. Una de sus mejores amigas. No puede ser, pero... ¡uff!
—¿Qué te pasa?
—¿A mí? Nada.
—Te has puesto muy seria.
—No. Ya te he dicho que me duele la cabeza. Y, aunque no tengo sueño, estoy un poco cansada.
Armando sonríe. ¿Por qué están tan cerca?
Hace calor. Cada segundo más.
El deseo se está apoderando de ella. Un deseo incontrolable.
—Yo también estoy cansado —comenta el chico, alejándose un poco de Cristina.
—¿Te vas a ir a dormir? —Sí. ¿Y tú?
—Si tú te vas, claro. No queda nadie más.
—Entonces, vamos.
—Vale.
Y comienzan a nadar hacia la escalera.
La chica está decepcionada, aunque al mismo tiempo aliviada. Lo ha tenido tan cerca. Pero, en el fondo, sabe que es lo mejor. Si se hubiesen besado, luego se habría arrepentido de haberlo hecho. ¡Es el novio de Miriam!
La pareja sale de la piscina y camina por el césped hasta la mesa en la que están las toallas. Solo queda una.
—Toma, sécate tú —señala el joven y le cede la toalla a Cris.
—Da igual. Sécate tú primero —responde devolviéndosela.
El chico se encoge de hombros y empieza a secarse. La Sugus de limón, mientras, se pone las zapatillas. No deja de pensar en lo que ha podido pasar en la piscina y finalmente no ha ocurrido.
De repente, todo se vuelve oscuro. No ve nada. Y grita. Armando le ha puesto la toalla en la cabeza.
—¡Hey! ¡No hagas eso! —protesta.
Le está alborotando el pelo con la toalla. Nota sus dedos fríos del agua rozando sin querer su cuello y sus manos. Aunque no lo hace con agresividad, sí percibe su fuerza. Enseguida, consigue desembarazarse y lo mira a los ojos. Siente un gran impulso. Mucho más fuerte que antes si cabe. Jadea. Respira con dificultad. Tentación insuperable. Y se lanza hacia él. Rodea con sus manos su cintura y lo besa en la boca. El chico no solo no se aparta, sino que responde al beso con más intensidad. Más ardiente, más apasionado. Empujándose el uno al otro, caminando hacia atrás, caen al césped. Cris encima de Armando. Están muy excitados.
Pero entonces la chica se detiene. Se acuerda de Miriam. Es su novio. No puede hacer aquello. No puede. Es su amiga. ¡No debe continuar adelante!
Suspiros. Sentimientos. Deseos.
Él la observa. No quiere pararse. Y acerca su rostro al suyo nuevamente. La besa en el lóbulo de una oreja. Luego en el cuello. Cristina gime y se gira. No desea que siga besándola. Es por Miriam. Solo por ella. Aquello es una gran equivocación. Armando le sujeta las manos contra el suelo y vuelven a mirarse a los ojos. Y se besan en la boca una vez más. Pero es el último beso de momento. La chica se suelta y se deja caer a su lado.
—Ella no tiene por qué saberlo —susurra él mientras se acerca otra vez.
—Es mi amiga. No puedo hacer esto.
—Yo sé que te gusto.
—No es verdad.
Armando sonríe.
—Sí que lo es. Has vuelto a mentir. Se te nota mucho cuando lo haces. Eres muy transparente.
Cris resopla y mira hacia el cielo. Hay mil estrellas vigilantes, testigos de su traición. Está siendo la persona con la que el novio de una de sus mejores amigas le está poniendo los cuernos. Vuelve a centrarse en sus ojos.
—¿Y qué si me gustas?
—¡Lo has reconocido!
—¡No! Pero no tiene importancia. Porque tú eres el novio de Miriam.
—Pues yo creo que sí tiene importancia lo que sientas.
—¿Ah, sí?
—Sí. Porque tú a mí también me gustas.
El joven aprovecha la sorpresa de Cris, inmóvil, para colocarse sobre ella. Se inclina y vuelve a besarla. Está confusa. ¿Por qué ha dicho eso? No puede pensar. El alcohol, sus besos, el sentimiento de culpabilidad... Pero ahora no dice que no. Cierra los ojos y siente sus labios primero, luego su lengua.
—Para —suplica Cristina—. Esto no...
Pero la boca de Armando interrumpe sus palabras. Esta vez el beso es más largo. Intencionado, buscado y encontrado. A ese le sigue otro. Y varios más. Decenas de ellos. Y, aunque Cris sabe que está cometiendo el error más grande de su vida, no ha podido vencer a la tentación.
Un día de finales de junio, en un lugar apartado de la ciudad.
El cielo empieza a clarear. Azul. Sin nubes. Los rayos del sol lucen tímidamente y se filtran entre las hojas de los árboles. Sopla una tímida brisa, fría. Y los pájaros mañaneros dan su bienvenida al nuevo día.
Mario abre los ojos. Al final, el cansancio le venció y terminó durmiéndose hace un par de horas. Tiene a Diana sobre él, acostada en su regazo. Ella cedió antes a Morfeo. La contempla con dulzura y sonríe. Es preciosa. No lo puede negar: algo diferente se ha despertado en su interior. Antes le gustaba, pero no de esa manera.
Sin embargo, hay una pregunta que aún está sin respuesta: ¿volverán a estar juntos?
Hace unas horas, una noche de finales de junio, en ese mismo lugar.
Sus labios se despegan en la oscuridad de la noche. Casi no se ven, pero se sienten como nunca antes lo habían hecho. Aquel beso, improvisado y furtivo, ha disparado sus corazones.
—Guau —susurra Diana, intentando recuperar el aliento.
—Ha sido..., ¡uff!
—Sí. Uff. Increíble.
Los dos se quedan en silencio pensando en lo que acaba de ocurrir. Será porque apenas se ven o por la tensión acumulada de todo el día; quizá por estar solos, perdidos, hambrientos; o por el cansancio; o por la presión a la que ambos se han visto sometidos... Podrían buscar miles de razones para explicar el sentido y el sentimiento de aquel beso, pero ninguna definiría exactamente la emoción y la intensidad que han experimentado en ese momento. Todo se queda corto.
—¿Por qué me has pedido que te besara? —pregunta el chico.
—Y tú, ¿por qué me has besado?
—Porque me lo has pedido.
—Eso es solo una excusa.
Ninguno lo ve, pero ambos sonríen.
—Siempre tienes que discutirlo todo, ¿verdad?
—No, todo no.
—Pues conmigo no pasas ni una.
—Tú tienes esa virtud. Me haces enfadar.
Aunque sus palabras son acusadoras, su tono de voz es agradable y sin acritud. A ella también le ha encantado el beso que se han dado. Y no le apetece empezar una nueva pelea.
—Pues menuda suerte.
—No te quejes. ¿Quieres que me vuelva a enfadar?
Diana suelta una carcajada. Parece de mejor humor y más relajada, como si aquel beso hubiera servido para hacer las paces no solo con Mario, sino también consigo misma.
—No, no quiero que te enfades.
—Tranquilo. Creo que por hoy ya hemos tenido bastante.
La chica sonríe y vuelve a apoyar la cabeza en su hombro. Le gusta estar cerca de él, que sus cuerpos estén en contacto. Como si fueran una pareja feliz, sin preocupaciones. Unos novios a punto de prometerse. En cambio, ella y Mario son justo lo contrario: una pareja que acaba de romper.
—Sí. Ha sido un día difícil.
—Lo siento. Perdona.
—¿Por qué me pides perdón?
—Porque si tu día ha sido difícil, ha sido por mi culpa.
—Bueno, dos no bailan si uno no quiere.
—Soy una cabezota. Y aunque lleve razón, a veces me fallan las formas. Además, me dejo llevar demasiado por mis impulsos.
—Va, Diana. Déjalo.
—Es la verdad.
Los dos saben que tiene razón, pero Mario no quiere hacer más leña. Pasa su mano por detrás de la espalda de Diana, la acerca hacia él y aprieta el cuerpo de la chica contra el suyo. Ahora comprende un poco mejor los motivos por los que ella se ha comportado así. Y, de alguna manera, también se siente responsable de que esté mal. ¿Cómo no se dio cuenta antes de lo que sucedía? Tendría que hacerle muchas preguntas, todas muy comprometidas. Pero todo tiene su momento y él está esperando a que este llegue.
—La única verdad ahora es que tenemos que pasar la noche aquí de la mejor manera posible.
—Sí. Hay que cuidarse y estar atentos para que no nos coman los osos.
—O los leones.
Es una broma, pero a Diana todos aquellos ruidos de la noche le intimidan. Además, no habrá osos o leones, pero ¿quién sabe si por allí habitan lobos, serpientes o arañas venenosas?
—Tengo un poco de miedo —reconoce tras unos segundos en silencio.
—No te preocupes. No hay leones, solo me lo he inventado para hacer la gracia —comenta el muchacho, que enseguida recibe un golpe de la chica en el brazo.
—No seas tonto.
—Perdona.
—Es que me da mucho respeto este sitio. No se ve nada. Y lo que se escucha, a saber lo que es cada cosa.
—Ya. Impone.
—Sí, mucho.
La chica siente un escalofrío y busca con sus manos las de Mario. Las encuentra y permite que él se las coja y las apriete fuerte.
—Pronto será de día y podremos irnos a casa.
—Uff...
—¿Qué pasa? ¿No quieres irte a casa?
—Sí que quiero. Claro que quiero, pero... —Diana reflexiona un instante—. No sé. Ahora mi vida es muy complicada.
—Pues tendrás que hacer algo para que lo sea menos.
Se le ocurren varias cosas: arreglar sus problemas con la comida, no enfadarse tan a menudo, volver con él...
—No es tan sencillo.
—Nada es sencillo, Diana.
—Lo sé. Pero, cuando no puedes controlar lo que te pasa, es más difícil.
Mario intenta mirarle a los ojos, pero en esa oscuridad es casi imposible vérselos. Le encantaría volver a besarla y que aquellos problemas, aquellos miedos, desapareciesen para siempre. Pero la realidad es más dura.
—¿Por qué no buscas ayuda?
—¿Ayuda para qué? ¿Para qué me digan que lo estoy haciendo mal, que lo que pienso solo está en mi mente? ¿Y que tengo una obsesión conmigo misma?
—No puedo opinar demasiado. No sé qué es lo que te pasa exactamente.
—Yo tampoco lo sé. No le he puesto nombre.
—No me refería a eso, Diana.
—Ya lo sé. Estaba siendo irónica.
La chica suelta sus manos, pero Mario no permite que se separe de él y vuelve a cogérselas. Ella suspira y se relaja otra vez.
—Sea lo que sea, y pase lo que pase, estaré a tu lado.
—Eso es fácil decirlo.
—Yo te lo digo porque, además, lo haré.
—¿Me vas a seguir soportando pese a mi mal carácter y mis cambios de humor?
—¿Lo dudas?
—Sí.
—Pues te equivocas.
—No sé si es bueno que alguien que no es mi novio se sacrifique tanto por mí.
—¿Y por qué no me dejas que sea de nuevo tu novio?
—¿Qué?
Mario le aprieta con más fuerza las manos. Está seguro de lo que quiere. Pero ella no lo tiene tan claro.
—Solo tienes que volver a aceptarme como tu chico. Nada más que eso. Yo estaba bien contigo. La que has roto ha sido tú.
—Porque tú estás enamorado de Paula.
—Yo no estoy enamorado de Paula.
—¿Y por qué...?
—¿Por qué no te demuestro que la que me gustas eres tú? —le interrumpe—. ¿Te parece poca demostración seguirte hasta aquí después de todo lo que ha pasado hoy? ¿Qué más pruebas necesitas?
—¡No lo sé!
—Quiero estar contigo, no con Paula —dice el chico con emoción—. No te voy a negar que ella estuvo en mi cabeza mucho tiempo. Fue en quien más pensé y quien más me hizo sufrir. Y también que durante un tiempo he tenido dudas o que, cuando estoy cerca de ella, me gusta. Pero me gusta solo como amiga. Una buena amiga. Diana, a ver si te enteras ya de una vez por rodas que a la que quiero es a ti.
Aquellas palabras en la soledad de aquel sitio sobrecogen a la chica. No sabe qué decir ni qué pensar. Parece sincero. ¿Y si de verdad la quiere?
—Ahora estoy confusa —consigue responder por fin.
—Te entiendo.
—Déjame que piense en todo esto y en lo que debo hacer.
—Vale. Tómate el tiempo que necesites.
Y, sin que se lo espere, Diana se inclina sobre él y lo besa. Vuelve a sentir sus labios. Su boca. Y ya no tiene dudas. La chica a la que realmente quiere es a aquella. Solo queda esperar a ver qué es lo que ella quiere hacer.
Esa mañana de finales de junio, en un lugar apartado de la ciudad.
Tumbada en la cama de al lado de Paula, observa cómo amanece. La Sugus de piña continúa dormida. Ya lo estaba cuando Cris llegó anoche a la habitación. Las últimas horas han transcurrido lentamente. Para ella, todavía más. No ha sido capaz de dormir nada. Y es que no ha dejado de pensar ni un por un segundo en lo que ha hecho. ¡Ha traicionado a Miriam liándose con su novio!
Se siente fatal. Peor que fatal. Si pudiera, ahora mismo desaparecería. Pero por mucho que cierra los ojos y los abre de golpe, sigue allí, y el sentimiento de culpabilidad con ella. Además, ni siquiera tiene excusa. No puede decir que se lió con Armando porque se emborrachó y no sabía lo que hacía. ¡Claro que lo sabía! Era completamente consciente de todo.
No imagina cómo va a poder mirar a la cara a su amiga de nuevo. ¡Qué estúpida ha sido!
—Cris, ¿ya estás despierta? —pregunta Paula, que se acaba de despertar y la ha visto boca arriba con los ojos abiertos.
No esperaba que nadie se enterase de que su intención es irse muy temprano para regresar a la ciudad. A las once ha quedado con Ángel. Que Cristina esté ya levantada supone un contratiempo.
—Sí —responde, escueta, tras girarse y mirar a su izquierda. También ella se ha sorprendido al ver que su amiga se ha despertado tan pronto.
Y es que, si no sabe qué va a pasar con Miriam, tampoco ha decidido qué va a hacer respecto al resto de las Sugus. Y, sobre todo, con Paula. ¿Se lo cuenta? Es una situación tan dramática que, haga lo que haga, no va a acertar, porque el error ya está cometido.
—¿Vas a dormir un rato más? Parece que todavía es muy temprano.
—No tengo sueño.
—¿Resaca?
—No.
—No te escuché cuando volviste. Me quedé dormida.
—Ya.
—¿Qué hicisteis vosotros después?
—Bueno...
No sabe qué responderle a su amiga. Va a ser imposible mantener aquel secreto por mucho tiempo.