¿Sabes que te quiero? (16 page)

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Authors: Blue Jeans

Tags: #Infantil-Juvenil, Romantico

BOOK: ¿Sabes que te quiero?
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Suspira aliviada. Sin embargo, lo que desconoce Paula es que lo que le ha contado Alan es solo una parte de la verdadera historia de lo que ocurrió ayer por la noche en la .

Unas horas antes, la noche anterior, en la suite del hotel.

¿Qué?
¿Virgen? ¿Ha oído bien?

Sí, no hay duda de que es lo que Paula ha dicho. Pero ¿cómo una chica como aquella no lo ha hecho nunca con nadie a los diecisiete años?

¡Mierda...! ¿Qué hace? ¿Continúa?

La tiene allí, desnuda completamente. Y está excitado. Muy excitado. Esa chica le gusta muchísimo y ha logrado que caiga rendida en su cama. Aunque es cierto que el champán preparado a conciencia ha tenido algo que ver. Aquellos polvitos nunca fallan.

No se va a detener ahora.

Alan jadea. Le aparta el pelo y la besa de nuevo en el cuello. Está encima de ella. Siente sus muslos, sus caderas, sus pechos. Todo su cuerpo pegado al suyo. Paula da un pequeño gemido, aunque seguramente no se está enterando de lo que está pasando. ¿Y eso importa mucho? ¿Desde cuándo?

El chico se incorpora y la observa detenidamente. Es perfecta. Desnuda, incluso mucho más. Sus jóvenes formas son las más apetecibles que jamás ha visto. Pero es virgen. Nunca ha tenido sexo con nadie y al ser su primera vez seguro que la deja marcada para siempre. Odiará ese día. Y él será el culpable.

Además...

No, eso que acaba de pensar no puede ser. Imposible. No le ha pasado nunca.

¿Le gusta? No. No le gusta. ¿No?

Alan se levanta de la cama y se agacha en el lado donde está Paula. Tiene los ojos cerrados y huele a champán. Es preciosa. Y aunque ha logrado lo que pretendía, no puede seguir adelante. No, no es el momento. Acerca sus labios a los de la chica y la besa. A continuación la tapa con las sábanas para que no coja frío. Debe sacarla de allí antes de que sus padres regresen. Pero él solo no podrá. ¿A quién puede pedir ayuda? Solo hay una persona cercana a la que recurrir. Coge el teléfono y la llama.

—¿Qué quieres a estas horas? —responde una voz al otro lado de la línea.

—Davi, tienes que ayudarme.

—¿A ti? ¡Ni de broma!

—Vamos, prima. Me tienes que echar una mano.

—Alan, llevas dos años torturándome, ¿por qué voy a ayudarte ahora?

—Por cincuenta euros.

—Mmmm... Cien.

—Vale, cien.

—Genial. Cuéntame.

Alan resopla y le explica a Davinia lo que tiene que hacer: ayudarle a llevar a una chica que ha bebido demasiado a su habitación sin que nadie se dé cuenta. Se ahorra detalles como los polvitos en el champán o la virginidad de su amiga.

Y juntos llevan a cabo la tarea. Primero la visten con la ropa que llevaba puesta en la cena, luego la conducen hasta su habitación vigilando que nadie los vea y una vez allí la cambian de ropa y la acuestan. Todo sale perfecto.

—¿Te la has tirado? —pregunta Davinia cuando salen de la habitación de Paula.

—No es asunto tuyo.

—Es muy triste acostarse con borrachas. Pues sí que estás desesperado...

—No me he acostado con ella.

—Ya.

—Es la verdad.

—¿Te gusta esa chica?

—No. Es una más. Pero estaba demasiado borracha para que hiciera algo.

—No te creo. Esa chica te gusta. Si no te la hubieses... —insiste Davinia.

Los dos entran en el ascensor. Ella va al segundo y él al primero. Pulsan ambos botones.

—Piensa lo que quieras, prima —comenta Alan, con su habitual sonrisa. Saca dos billetes de cincuenta euros de un bolsillo del pantalón y se los entrega—. Gracias por los servicios prestados.

La chica atrapa los cien euros y se los guarda en sus vaqueros. No le vendrán mal, aunque si llega a saber el trabajito encomendado le hubiera reclamado algo más.

—Gracias. Y cuando quieras sexo, elige mejor.

—Es una pena que tus amigas estén tan lejos.

—Gilipollas.

Segundo piso. Davinia sale del ascensor y le eleva el dedo corazón de su mano derecha a su primo, mientras las puertas se cierran.

—Yo también te quiero —susurra.

El ascensor continúa bajando hasta llegar un piso más abajo. Allí tiene su habitación. Le gusta vivir por temporadas en el hotel. Y más con chicas como Paula alojadas en él. Sonríe al pensar en ella.

¿Le gusta?

Capítulo 27

Una mañana de finales de junio, en un lugar apartado de la ciudad.

El día sabe a verano. El sol se refleja en la enorme piscina del jardín. La primera en lanzarse es Diana, de cabeza. Una estampa perfecta. De algo sirvieron siete años de natación. La chica parece que va recuperando las fuerzas y un buen baño tal vez le ayude un poco más. Se sumerge bajo el agua y aparece otra vez en la superficie gritando:

—¡Está buenísima! ¡Vamos!

La siguiente es Miriam, que la imita, aunque su salto no es tan perfecto. Se impulsa con los pies contra el fondo de la piscina y nada hacia Diana, que la recibe con una ahogadilla. Las dos bromean forcejeando unos segundos. Luego se vuelven a sumergir bajo el agua y bucean hasta el lado más profundo.

Paula es más precavida y prefiere bajar por la escalera. Se moja la cabeza primero y a continuación las muñecas. Su pelo rubio brilla como nunca. Alan la observa atento. Le encanta mirarla.

—Te gusta, ¿eh?

La voz es de Cris, que se ha sentado en una tumbona al lado del chico.

—¿Tú crees? —dice con una sonrisa, esa que nunca le abandona.

—Sí. Y te gusta mucho, ¿verdad?

—Es una chica muy guapa.

Los dos contemplan cómo Paula se desliza sobre el agua e introduce la cabeza para mojarse el pelo.

—No solo es guapa. Tiene algo que la hace especial. Es de esas personas que nacen con una estrella —continúa comentando Cristina.

—Puede ser.

—De ti no se termina de fiar. Piensa que escondes algo.

—Todos piensan eso. Pero yo no puedo hacer nada para evitarlo. Es mi forma de ser.

Mario también se mete en la piscina y nada hasta Paula. Rápidamente, Diana acude hasta ellos y besa a su novio.

—Si te gusta y quieres que ella te dé una oportunidad, deberás dejar esa pose —continúa comentado Cris—. A veces tenemos que adaptarnos un poco a la otra persona. No es que cambies, sino que busques otros caminos.

El chico la mira y sonríe.

—¿Y tú? ¿Te estás adaptando a esa persona? —pregunta, sorprendiéndola.

—¿Yo? No tengo a nadie a quien adaptarme.

—Entonces busca tu camino.

—Mi camino está lleno de piedras.

Los cuatro chicos que están dentro de la piscina se reúnen en el centro de esta y juguetean con una pelota de plástico que Armando les ha lanzado desde el borde. Cris mira al novio de Miriam. Se ha quitado la camiseta dejando al descubierto un torso ancho y un abdomen bastante trabajado. Suspira resignada.

—Nos vamos —señala Alan, mientras se pone de pie.

—¿Qué?

—Sube a tu cuarto y ponte una camiseta y un pantalón.

—¿Para qué?

—Para acompañarme.

—¿Adónde?

—Vamos por cervezas a la gasolinera. Necesito ayuda.

—¿Cuántas quieres comprar?

—Para todo el fin de semana.

Miriam sale de la piscina y corre descalza hacia su chico. Lo agarra de ambas manos e intenta que caiga al agua. Pero este se defiende y finalmente es ella la que termina cayendo.

—Bueno. Espera, voy contigo.

Cristina se levanta de la tumbona y entra de nuevo en la casa. No le apetece ver más escenitas como esa. Camina pensativa. ¿Encontrará ella alguna vez a alguien como Armando? Nunca ha tenido suerte en el amor. Quizá por su timidez, o por su falta de seguridad. Siempre ha sido el complemento, la chica del segundo plano, en la que los tíos no se fijan. Y los que sí lo hacen, solo buscan lo que buscan. Como aquel con quien tuvo su primera vez. Un error que pagó cuando este la dejó a la semana siguiente. Tampoco ella estaba enamorada, aunque sí ilusionada.

Entra en la habitación y se viste con un
short
vaquero y una camiseta de tirantes. Se mira una vez más en el espejo en el que antes tonteó con Paula y con Miriam. No parece la misma de hace unos meses. Ha cambiado mucho físicamente. Quizá aún no sea demasiado tarde para encontrar a su príncipe azul. Claro que no, solo tiene dieciséis años... El único problema es que el chico que le gusta es inalcanzable.

Baja otra vez hasta el jardín. Los que estaban dentro de la piscina continúan allí. Hacen carreras de un lado al otro. Armando está sentando junto a Alan, pero se ha puesto la camiseta.

—¿Ya? ¿Nos vamos? —pregunta Alan. Pero no solo él se levanta. También lo hace Armando.

—¿Tú también vienes?

—Sí —contesta el chico sonriente.

La alegría invade a Cris por dentro. Es una sensación parecida a cuando vas en coche y subes una pendiente de la carretera.

—¡Ahora venimos! —grita Alan a los cuatro de la piscina.

Paula se acerca nadando hasta ellos.

—¿Adónde vais?

—A la gasolinera. Por cervezas.

—Vale.

—¿Quieres venir? Puedes ir en bikini y mojada —le dice, guiñándole el ojo.

—No, gracias. Estoy muy bien aquí.

Y se aleja de ellos nadando otra vez hasta donde están los otros tres a los que cuenta que Cris, Alan y Armando se marchan por bebida. Miriam grita, pidiéndole a su novio que no tarde mucho y que le echará de menos. Pero enseguida termina bajo el agua impulsada por Diana.

Los tres caminan hacia el garaje. Cristina está nerviosa. Intenta decir algo ingenioso pero se traba con las palabras. Armando se ríe de todas formas al oírla. Alan también sonríe. El ya se ha dado cuenta de cuál es el camino con piedras del que aquella chica le ha hablado antes. Le cae simpática. Quizá pueda echarle una mano.

—¿En cuál de los cuatro queréis que vayamos? —pregunta cuando entran en el garaje.

Armando está deseando montar en el Ferrari, pero no cabrían los tres. Así que señala el Aston Martin descapotable. Alan da el visto bueno y se sube al vehículo. Cris monta en la parte de atrás y le hace un gesto al chico para que él vaya en el asiento del copiloto. Este acepta y también sube.

—Debe ser increíble disponer de estos coches cuando quieras —dice Armando, impresionado por estar dentro de aquel descapotable.

—No está mal —le responde Alan y arranca.

El motor ruge con fuerza y el coche comienza a andar. Salen del garaje muy despacito y después recorren el camino hasta la carretera principal. Cris se ha puesto detrás del asiento de copiloto y disimuladamente intenta observar a Armando por el retrovisor lateral. Es feliz. Al menos en esos minutos. Se conforma con poco, lo sabe. Y sabe también que solo están yendo por unas cervezas a una gasolinera. Pero está con él. Y eso de momento es lo máximo que puede pedir. Aunque muy pronto las cosas tomarán un giro inesperado.

En esos instantes, esa mañana de finales de junio.

—¡Espera, espera! —grita Miriam.

Y sale de la piscina rapidamente. Diana la estaba amenazando con darle un pelotazo con el balón de plástico. La mayor de las Sugus corre hasta la mesita donde han dejado los móviles. Coge el suyo y busca en la lista de canciones que tiene descargadas en el teléfono. Ahí está. Pulsa el botoncito y comienza a sonar el When love takes over de David Guetta y Kelly Rowland. Sube el volumen al máximo y empieza a bailarlo en el borde de la piscina. Diana y Paula también salen y se colocan a su lado. Y entonces las tres al mismo tiempo bailan coordinadas al ritmo de la melodía. Mario se tapa los ojos con las manos, pero sonríe. Su hermana, su novia y su antiguo amor haciendo el ridículo al mismo tiempo. ¡Qué más puede pedir!

—¡Vamos, Mario! ¡Baila con nosotras! —exclama Paula.

Sin embargo, el chico se niega. ¿El bailando? No lo verán sus ojos. Pero la Sugus de piña no está conforme con la respuesta de su amigo. Se mete de nuevo en la piscina e intenta convencerlo. Primero con palabras, luego agarrándole de los brazos y haciéndole cosquillas. El chico pelea por no ser vencido y le hace una ahogadilla. Pero cuando menos se lo espera, Paula aparece por detrás y se monta encima de su espalda para tratar de hundirle. Ahora es Mario el que está bajo el agua. Por poco tiempo. De un brinco emerge desde el fondo y sube a la chica sobre sus hombros. Esta grita, para que la suelte y él, obediente, la lanza con fuerza hacia arriba impulsando los pies de Paula con sus manos. Un gran «plash» se oye en el centro de la piscina. Paula aparece de nuevo escupiendo el agua que ha tragado y maldiciendo a su amigo. En cambio, cuando se acerca a él, simplemente le da un golpecito en un brazo. Ríen y terminan abrazados.

Pero no todos se han divertido tanto. Diana ha observado la escena desde fuera. Suena
El fin de semana
, de Robin. Pero ella hace rato que ha dejado de bailar.

—Ahora vengo —le dice a Miriam muy seria. Y se mete en el interior de la casa.

¿A qué juega Mario? No sabe si está más enfadada que triste o lo contrario. ¿Y ella?¿Es que Paula tiene que tener a su disposición a todos los tíos del mundo? Tues ese tío tiene novia. ¿Que lo ha pasado mal? Bueno, también tiene gran parte de culpa por no conformarse solo con uno y estar siempre metida en líos. Puede hacer lo que le dé la gana, pero que deje tranquilo a Mario.

Diana camina sin saber muy bien adónde va. Aquella casa es inmensa. ¿Dónde está el cuarto de baño? Menudo laberinto. Tampoco sè ve a nadie a quien preguntar. ¿Dónde está el servicio? Sin quererlo, acaba en la cocina. Es enorme. Hay puertas y armarios por todas partes. Le encanta cómo está decorada, con azulejos blancos y negros. Además, huele muy bien, como a bizcocho recién hecho. Seguro que disponen de una cocinera que les hace la comida a diario. A la chica le entra hambre. Parece que el olor proviene de una tartera que está junto al horno. Se acerca, vigilando que nadie la descubra. Le quita la tapa y debajo contempla con golosa devoción un majestuoso pastel de chocolate.

—Madre mía... —susurra. La boca se le hace agua.

Pero no quiere caer en la tentación, se mira la tripa desnuda y vuelve a poner la tapadera. Sin embargo, su estómago no está de acuerdo con la decisión tomada y ruge. Diana cierra los ojos y piensa que aquello que va a hacer no está bien. Ansiosa, comienza a abrir cajoncitos hasta que encuentra el de los cubiertos. Coge una cuchara y pide perdón. A continuación quita otra vez la tapadera de la tartera y se lanza a por el pastel de chocolate. Primero, un trocito pequeño.

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