Robots e imperio (42 page)

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #ciencia ficción

BOOK: Robots e imperio
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–¿Es eso prudente, señora? Son robots muy avanzados, productos poco corrientes del gran doctor Fastolfe. Estará rodeada de bárbaros que pueden codiciarlos.

–Supongo que serán codiciados, pero le aseguro que no los conseguirán.

–No minimice el peligro, ni sobrestime la protección robótica. Estará en una de sus ciudades, rodeada por decenas de millones de esa gente y los robots no pueden dañar a los seres humanos. En realidad cuanto más perfecto es un robot, más sensible es a los matices de la; tres leyes, y menos dispuesto a tomar cualquier acción que pueda lastimar a un ser humano... ¿No es así, Daneel?

–Sí, doctor Amadiro.

–Imagino que Giskard está también de acuerdo.

–Lo estoy –dijo Giskard.

–¿Se da cuenta, señora? Aquí, en Aurora, en una sociedad libre de violencia, sus robots pueden protegerla contra otros. En la Tierra, locos, decadentes y bárbaros, será imposible que dos robots puedan protegerla y protegerse. No querríamos verla privada de ellos. Ni nosotros, por decirlo de una forma más egoísta, los del Instituto ni el gobierno estamos dispuestos a ver robots avanzados en manos de los bárbaros. ¿No sería preferible llevarse robots de un tipo más corriente, que la gente de la Tierra ignorara? En este caso puede llevarse cuantos quiera.

–Doctor Amadiro –dijo Gladia–, me llevé a estos dos robots a Solaria en una nave y visité un mundo de colonizadores. Nadie hizo el menor gesto para apropiarse de ellos.

–Los colonizadores no utilizan robots y presumen de no quererlos. Pero en la Tierra todavía utilizan robots.

–Si me permite interrumpir, doctor Amadiro –interpuso Daniel–. Tengo entendido que en la Tierra hay una redistribución de robots. Hay muy pocos en las ciudades. Casi todos son utilizados ahora en operaciones agrícolas o mineras. Por lo demás, el automatismo no robótico es la norma.

Amadiro echó una mirada a Daneel y volvió a dirigirse a Gladia:

–Su robot tiene probablemente razón. Supongo que no correrá ningún riesgo llevándose a Daneel; además, casi puede pasar por humano. No obstante, Giskard debería quedarse en su vivienda. Podría despertar instintos adquisitivos en una sociedad adquisitiva, si bien es cierto que están intentando liberarse de los robots.

–No se quedará ninguno, señor. Vendrán conmigo. Solamente yo puedo juzgar qué partes de mis propiedades pueden venir conmigo y cuáles no.

–Naturalmente. –Amadiro sonrió con suma amabilidad. –Nadie se lo discute... ¿Le importa esperar un momento ahí?

Se abrió otra puerta mostrando una estancia cómodamente amueblada. No tenía ventanas, pero estaba iluminada por una luz difusa y se oía una música suave.

Gladia se detuvo bruscamente en el umbral y preguntó tajante:

–¿Por qué?

–Un miembro del Instituto desea verla y hablarle. No le llevará , mucho tiempo, pero es necesario. Una vez que haya terminado, podrá marcharse. Ni siquiera la molestaré con mi presencia, a partir de ahora. Por favor.

Había un dejo acerado en sus últimas palabras. Gladia alargó los brazos hacia Daneel y Giskard, diciéndoles:

–Entramos juntos.

–¿Cree que intento separarla de sus robots? –preguntó Amadiro sonriente–, ¿Cree que ellos me lo permitirían? Ha pasado demasiado tiempo con los colonizadores, querida.

Gladia contempló la puerta cenada y dijo entre dientes:

–Este hombre me disgusta profundamente, y mucho más cuando sonríe y trata de apaciguarme... En todo caso, estoy cansada. Si alguien viene con preguntas sobre Solaria y Baleymundo, verán las respuestas que van a recibir.

Se desperezó y sus articulaciones crujieron ligeramente. Se sentó en un diván que cedió bajo su peso. Se descalzó, levantó los pies sobre el diván, sonrió medio adormilada, respiró profundamente, se echó de lado y con la cabeza hacia la pared, se sumió, al instante, en un profundo sueño.

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–Es una suerte que tuviera sueño natural –dijo Giskard–. Así he podido aumentárselo sin causarle ningún daño. No quisiera que Gladia oyera lo que va a ocurrir.

–¿Qué puede ocurrir, amigo Giskard?

–Lo que va a ocurrir es el resultado, creo yo, de que estoy equivocado y tú, amigo Daneel, estás en lo cierto. Hubiera debido tener más en cuenta tu excelente mente.

–¿Es a ti a quien quieren en Aurora?

–Sí. Y reclamando urgentemente el regreso de Gladia, reclamaban el mío. Ya oíste al doctor Amadiro pedir que no nos llevara. En un principio a los dos, luego a mí solo.

–¿Puede ser que sus palabras no tengan más que un significado superficial, y que realmente juzgue peligroso llevar a la Tierra, y perderlo, a un robot superior?

–Había una gran corriente de ansiedad, amigo Daneel, que considero excesiva en relación con sus palabras.

–¿Puedes decirme si está enterado de tu especial habilidad?

–No puedo decírtelo directamente ya que no leo los pensamientos. No obstante, por dos veces en el curso de la entrevista con los miembros del Consejo reunido hubo una súbita aceleración en el nivel de intensidad emocional del doctor Amadiro. Unas subidas extraordinariamente agudas. No puedo describirlo con palabras pero sería parecido, quizás, a contemplar una escena en blanco y negro y, de pronto, rápida y fugaz, verla manchada de intenso color.

–¿Cuándo ocurrió esto, amigo Giskard?

–La segunda vez fue cuando Gladia mencionó que pensaba ir a la Tierra.

–Pero esto no creó inquietud visible entre los miembros del Consejo. ¿Cómo estaban sus mentes?

–No podría decírtelo. Estaban presentes mediante holovisión y estas imágenes no van acompañadas por sensaciones mentales que pueda detectar.

–Llegamos, pues, a la conclusión de que tanto si el Consejo está preocupado no por el proyectado viaje de Gladia a la Tierra, como si no lo está, el doctor Amadiro, por lo menos, sí lo está.

–No era una simple preocupación. El doctor Amadiro experimentaba una extrema ansiedad; algo previsible, como si, por ejemplo, tuviera un proyecto, como el que sospechamos de la destrucción de la Tierra, y temiera que se descubriera. Y lo que es más, cuando Gladia mencionó su intención, amigo Daneel, el doctor Amadiro me lanzó una mirada de refilón; la única vez que lo hizo en toda la sesión. El destello de intensidad emocional coincidió con aquella mirada. Creo que fue la idea de que yo fuera a la Tierra lo que le angustió. Como si creyera que yo, con mi habilidad especial, fuera un peligro determinado para sus planes.

–También sus actos pueden tomarse, amigo Giskard, como de acuerdo con su temor de que los de la Tierra traten de apropiarse de ti por ser un robot superior y que esto es malo para Aurora.

–La posibilidad de que esto ocurra, amigo Daneel, y el grado de perjuicio que esto cause a la comunidad espacial es demasiado pequeño para justificar su alto grado de ansiedad. ¿Qué daño podría yo causar a Aurora si estuviera en poder de la Tierra siendo el Giskard que figura que soy?

–¿Entonces has llegado a la conclusión de que el doctor Amadiro sabe que no eres el Giskard que pareces ser?

–No estoy seguro. Puede que solamente sospeche. Si lo supiera, ¿no haría cualquier esfuerzo para evitar hacer planes en mi presencia?

–Tal vez su desgracia resida en que Gladia no quiere separarse de nosotros. No puede insistir en que no estés presente, amigo Giskard, sin que descubra lo que sabe de ti... –Daneel hizo una pausa, luego prosiguió: –Amigo Giskard, tienes una gran ventaja al poder pesar el contenido emocional de las gentes. Pero dijiste que la crecida de intensidad emocional del doctor Amadiro, al oír mencionar el viaje a la Tierra, fue la segunda. ¿Cuál fue la primera?

–La primera ocurrió cuando se habló del intensificador nuclear, y esto también es significativo. El concepto de intensificador nuclear es sobradamente conocido en Aurora. No tienen ninguno portátil, ni lo suficientemente ligero y efectivo como para que resulte útil a bordo de una nave, pero no es algo que le sacudiera como una descarga. ¿Por qué tanta ansiedad?

–Posiblemente, porque un intensificador de este tipo tiene que ver con sus planes sobre la Tierra.

Y fue en aquel momento cuando la puerta se abrió, alguien entró, y una voz exclamó:

–Vaya... ¡Giskard!

63

Giskard miró a la recién llegada y dijo con voz tranquila:

–Señora Vasilia.

–¡Así que te acuerdas de mí! –comentó Vasilia sonriendo afectuosa.

–Sí, señora. Es usted una famosa robotista y su rostro aparece en las noticias de hiperhonda de vez en cuando.

–Vamos, Giskard, no me refiero a que me reconozcas. Todo el mundo puede hacerlo. Quiero decir si me recuerdas. En otris tiempos me llamabas señorita Vasilia.

–También lo recuerdo, señora. Pero hace mucho tiempo.

Vasilia cenó la puerta tras sí y se sentó en una de las butacas. Se volvió hacia el otro robot y añadió:

–Y tú eres Daneel, naturalmente.

–Sí, señora –respondió Daneel–. Sirviéndome de la distinción que acaba de hacer, no solamente la recuerdo, porque me encontraba con el inspector Elijah Baley una vez que la interrogó, sino que también la reconozco.

–No debes volver a mencionar ese nombre –cortó Vasilia–, También te reconozco yo, Daneel. A tu manera eres tan famoso como yo. Ambos son famosos por ser las mayores creaciones del malogrado doctor Han Fastolfe.

–De su padre, señora – corrigió Giskard.

–Sabes perfectamente, Giskard, que no doy la menor importancia a esa relación puramente genética. No vuelvas a referirte a él como tal.

–No lo haré, señora.

–¿Y ésta? –indicó, despectiva, a la durmiente del diván–. Puesto que ambos están aquí tengo que suponer, razonablemente, que la bella durmiente es la mujer Solaria.

–Es la señora Gladia y le pertenezco –aclaró Giskard–. ¿Quiere que la despierte, señora?

–No haríamos sino molestarla, Giskard, si tú y yo hablamos de tiempos pasados. Déjala dormir.

–Sí, señora.

–Tal vez la discusión que Giskard y yo sostendremos no tendrá el menor interés para ti, Daneel. ¿Quieres esperar fuera? –dijo Vasilia.

–Temo no poder salir, señora. Mi obligación es guardar a Gladia.

–No creo que necesite que se la guarde de mí. Te fijarás que no he traído a ninguno de mis robots, así que Giskard solo será protección más que suficiente para su señora Solaria.

–No tiene robots en esta habitación, señora, pero he visto a cuatro esperando en el corredor cuando se abrió la puerta. Será mejor que me quede.

–Bien, no quiero interferir en tus órdenes. Puedes quedarte. ¡Giskard!

–Sí, señora.

–¿Recuerdas cuándo fuiste activado por primera vez?

–Sí, señora.

–¿Qué recuerdas?

–Primero luz. Luego sonido. Luego una cristalización a la vista del doctor Fastolfe. Podía entender el galáctico estándar y poseía cierto conocimiento innato integrado en mis circuitos positrónicos cerebrales. Las tres leyes, naturalmente; un amplio vocabulario, con definiciones; obligaciones robóticas; costumbres sociales. Lo demás lo aprendí rápidamente.

–¿Te acuerdas de tu primer propietario?

–Sí, como te he dicho ya, el doctor Fastolfe.

–Vuelve a pensar, Giskard. ¿No fui yo?

Giskard no tardó en contestar:

–Señora, fui asignado para guardarla en mi capacidad de posesión del doctor Han Fastolfe.

–Creo que fue algo más que esto. Me obedeciste solamente a mí durante diez años. Si obedecías a alguien más, incluyendo al doctor Fastolfe, fue sólo incidentalmente, como consecuencia de tus deberes robóticos y sólo en cuanto tenía que ver con tu función de guardarme.

–Es cierto que fui asignado a usted, señora Vasilia, pero el doctor Fastolfe retuvo la propiedad. Una vez que abandonó usted su residencia, volvió a tener completo control de mí, como propietario. Siguió siendo mi propietario incluso cuando, más tarde, me asignó a Gladia. Fue mi solo y único propietario mientras vivió. A su muerte, y por su testamento, se transfirió mi propiedad a Gladia y así hasta ahora.

–Nada de eso. Te he preguntado si recuerdas cuándo fuiste activado por primera vez, y qué recuerdas. Lo que eras cuando fuiste activado por primera vez, no es lo que eres ahora.

–Mis bancos de memoria, señora, están ahora incomparablemente enriquecidos: poseo una enorme experiencia que no tenía entonces.

La voz de Vasilia se hizo más severa:

–Ni te hablo de memoria, ni te hablo de experiencia. Te hablo de capacidad. Aumenté tus circuitos positrónicos. Los ajusté. Los mejoré.

–Sí, señora; lo hizo, con ayuda y aprobación del doctor Fastolfe.

–En cierto momento, Giskard, en una ocasión, introduje por lo menos una mejora más, una extensión, sin la ayuda y aprobación del doctor Fastolfe. ¿Lo recuerdas?

Giskard permaneció en silencio un buen rato, luego dijo:

–Recuerdo una ocasión en que no fui testigo de que le consultara, y supuse que le había consultado en un momento en que yo no estaba presente.

–Si supusiste tal cosa, supusiste mal. De hecho, por conocer que no estaba en nuestro mundo entonces, no pudiste haberlo asumido. Te estás mostrando evasivo, por no emplear una palabra más fuerte.

–No, señora. Pudo haberle consultado por hiperonda. Consideré esta posibilidad.

–Sin embargo, ese añadido fue solamente mío. El resultado fue que te volviste un robot sustancialmente diferente de lo que habías sido antes. El robot que has sido desde que introduje aquel cambio ha sido diseño mío, mi creación, y lo sabes perfectamente.

Giskard guardó silencio.

–Ahora bien, Giskard, ¿con qué derecho era el doctor Fastolfe tu amo cuando fuiste activado? –Esperó, luego le insistió violentamente:

–Contéstame, Giskard. ¡Es una orden!

–Por haberme diseñado y haber supervisado mi construcción, era propiedad suya.

–Y cuando yo, en efecto, te rediseñé y reconstruí de forma muy fundamental, ¿no pasaste a ser propiedad mía?

–No puedo contestar esta pregunta. Sería precisa la intervención y decisión de un tribunal para discutir este caso específico. Tal vez dependería del grado en que fuí rediseñado y reconstruido.

–¿Te das cuenta de hasta qué grado se hizo?

Giskard volvió a guardar silencio.

–Esto es infantil, Giskard –declaró Vasilia–. ¿Tengo que darte un empujón después de cada pregunta? No me provoques. En este caso, al menos, el silencio es una clara indicación afirmativa. Sabes bien cuál fue el cambio y cuan fundamental. Sabes que yo sé que lo fue. Has dormido a la mujer Solaria porque no querías que se enterara por mí de lo que ocurrió. No lo sabe, ¿verdad?

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