–Está bien, si es necesario sencillamente escoltaremos la nave colonizadora, a la mujer y a Giskard, en su viaje de vuelta a Aurora.
–¿Cómo se propone hacerlo?
–Es fácil. Puede hacerse. Los de Aurora no somos idiotas aunque tu opinión establece claramente que sólo tú eres la única persona racional del planeta. La nave va a Solaria a investigar la destrucción de otras dos naves anteriores, y confío en que no creerás que dependeremos de sus buenos oficios o incluso de los de la mujer Solaria. Mandamos a una de nuestras naves de guerra a Solaria y no creemos que tenga problemas. Si todavía quedan solarios en el planeta, muy bien, destruirán las primitivas naves colonizadoras, pero no podrán tocar una nave de guerra aurorana. Si la nave de los colonos, gracias a la magia de Giskard...
–Nada de magia. Influencia mental.
–Si la nave colonizadora, por la razón que sea, despegara de la superficie de Solaria, nuestra nave la interceptaría y, con toda corrección, reclamaría la devolución de la mujer solariana y de sus robots. Si esto fracasara, insistirán para que su nave acompañe a la nuestra hasta Aurora. No habrá la menor hostilidad. Nuestra nave se limitará a escoltar a una aurorana a su mundo nativo. Una vez que la mujer solariana y sus dos robots desembarquen en Aurora, la nave colonizadora podrá seguir camino a su propio destino.
Vasilia asintió con cierta duda:
–Parece un buen plan, Kelden, pero ¿sabe lo que sospecho que va a ocurrir?
–¿Qué,Vasilia?
–En mi opinión, la nave despegará de la superficie de Solaria, pero la nuestra no. Lo que haya en Solaria, Giskard puede manejarlo, pero me temo que nadie más.
–Si esto ocurre –declaró Amadiro con una sonrisa torva– creeré que, después de todo, puede que haya algo de verdad en tu fantasía, pero no ocurrirá.
A la mañana siguiente, el principal robot personal de Vasilia, delicadamente diseñado para parecer una mujer, se acercó a la cama de Vasilia.
Ésta se movió y sin abrir los ojos preguntó:
–Qué hay, Nadila? (no tenía necesidad de abrir los ojos. En muchas décadas nadie se había acercado, nunca, a la cama de Vasilia).
Nadila contestó con dulzura:
–Señora, su presencia es deseada en el Instituto por el doctor Amadiro.
–¿Qué hora es? –preguntó abriendo los ojos.
–Son las 5:17, señora.
–¿Aún no ha amanecido? –preguntó Vasilia indignada.
–No, señora.
–¿Cuándo quiere que vaya?
–Ahora, señora.
–¿Por qué?
–Sus robots no nos han informado, señora, pero dicen que es importante.
Vasilia apartó las sábanas.
–Primero desayunaré, Nadila, y antes me ducharé. Informa a los robots de Amadiro que se acomoden en las hornacinas de visitantes y que esperen. Si insisten en que hay prisa, recuérdales que están en mi casa.
Vasilia, fastidiada, no se apresuró demasiado. Aquella mañana su arreglo personal fue más minucioso y su desayuno mucho más lento. (En general, no perdía mucho tiempo, ni en una cosa ni en otra. Las noticias, que estaba contemplando, no indicaban nada que pudiera justificar la llamada de Amadiro.)
Para cuando el coche (en el que iban ella y cuatro robots: dos suyos y los dos de Amadiro) la dejó en el Instituto, el sol empezaba a asomar por el horizonte. Amadiro la miró y dijo:
–Ya era hora de que llegaras,
Las paredes de su despacho todavía irradiaban luz, aunque ya no era necesaria.
–Lo siento –se excusó Vasilia–. Comprendo que la salida del sol es una hora muy tardía para empezar a trabajar.
–Déjate de juegos, Vasilia, por favor. Pronto tendré que estar en la sala del Consejo. El Presidente se ha levantado antes que yo... Vasilia, te pido humildemente perdón, por haber dudado de tí.
–Así que la nave colonizadora ha despegado sana y salva.
–Si y nuestra nave ha sido destruida como tú vaticinaste... El hecho no se conoce todavía, pero la noticia se sabrá, evidentemente.
Vasilia abrió los ojos. Había vaticinado este resultado pero más como una declaración de confianza, aunque éste no era el momento de decirlo.
Lo que dijo, en cambio, fue:
–Entonces, ¿acepta que Giskard posee poderes extraordinarios?
Amadiro confesó con prudencia;
–No creo que el asunto quede matemáticamente demostrado, pero estoy dispuesto a aceptarlo en espera de más información. Lo que quiero saber es qué vamos a hacer a continuación. El Consejo no sabe nada de Giskard y no me propongo decírselo.
–Me alegro de que sus ideas sean tan ciaras hasta este extremo, Kelden.
–Pero tú eres la que comprende a Giskard y la que mejor puede decidir lo que hay que hacer, ¿Qué les digo a los del Consejo y cómo explico lo ocurrido sin descubrir la verdad?
–Depende. Ahora que la nave colonizadora ha abandonado Solaria, ¿a dónde se dirige? Después de todo, si regresa a Aurora, no hay otra cosa que hacer que preparar su llegada.
–No vuelve a Aurora –dijo enfáticamente Amadiro–. Parece que en esto también tenías razón. Giskard, suponiendo que dirija la maniobra, parece dispuesto a alejarse. Hemos interceptado los mensajes de la nave a su mundo. En clave, naturalmente, pero no hay una sola clave colonizadora que no hayamos descifrado...
–Sospecho que también ellos han descifrado las nuestras. Me pregunto por qué todo el mundo no decide mandarlos normalmente y así nos ahorraríamos trabajo.
Amadiro se encogió de hombros.
–¿Qué más da? El caso es que la nave regresa a su propio planeta.
–¿Con la mujer Solaria y los robots?
–Naturalmente.
–¿Está seguro? ¿No los habrán dejado en Solaria?
–Estamos completamente seguros. –Y Amadiro mostró cierta impaciencia. –Por lo visto, la mujer Solaria fue la responsable de que pudieran despegar.
–¿Ella? ¿Cómo?
–Aún no lo sabemos.
–Tuvo que ser Giskard –insistió Vasilia–. Hizo que pareciera que fue la mujer.
–¿Y qué hacemos ahora?
–Debemos recuperar a Giskard.
–Sí, pero no veo cómo puedo convencer al Consejo que se arriesgue a una crisis interestelar por la devolución de un robot.
–Porque no será así. Usted reclame la devolución de la mujer solariana, esto es algo que tiene derecho a exigir. ¿Y cree por un momento que volvería sin sus robots? ¿O que Giskard le permitiría regresar sin él? ¿O que el mundo colonizado quiera retener a los robots si la mujer regresa? Reclámela a ella. Con firmeza. Es una ciudadana aurorana, prestada para una misión a Solaria, misión que se ha cumplido y que por tanto debe ser devuelta. Preséntelo de forma beligerante, como si fuera una amenaza de guerra.
–No podemos arriesgarnos a una guerra, Vasilia.
–No nos arriesgamos. Giskard no puede actuar de modo que conduzca directamente a la guerra. Si los líderes colonos se resisten, y a su vez se muestran beligerantes, Giskard hará lo necesario y modificará la actitud de los jefes colonizadores para que autoricen el regreso pacífico de la mujer a Aurora. Y él, naturalmente, tendrá que volver con ella.
–Y una vez que haya regresado –observó Amadiro, abatido–, nos alterará supongo, y nos olvidaremos de su poder y no le tendremos en cuenta y él podrá seguir con sus planes.
Vasilia echó la cabeza hacia atrás y se rió.
–Nada de eso. Yo conozco bien a Giskard y sé cómo manejarlo. Tráigamelo y convenza al Consejo de que no acate el testamento de Fastolfe... Puede hacerse y usted lo hará... y que me asignen a Giskard. Entonces, sólo trabajará para nosotros; Aurora gobernará la Galaxia; usted pasará las últimas décadas de su vida como Presidente del Consejo y yo le sucederé como director del Instituto de Robótica.
–¿Estás segura de que todo ocurrirá así?
–Absolutamente segura. Limítese a enviar el mensaje y que sea enérgico. Yo le garantizo lo demás: la victoria para los espaciales y para nosotros, la derrota para la Tierra y los colonizadores.
Cuarta parte AURORA
Gladia contempló el globo de Aurora en la pantalla. Su envoltura de nubes parecía atrapada al vuelo a lo largo de la gruesa medialuna que brillaba a la luz de su sol.
–No puede ser que estemos tan cerca –dijo.
–En absoluto –respondió D.G.–. Lo estamos viendo a través de una lente muy buena. Está aún a varios días de distancia, contando con la aproximación en espiral. Si logramos conseguir un vuelo antigravídico, con el que sueñan los físicos, pero que parecen incapaces de lograr, el vuelo espacial se volverá sencillo y rápido. Tal como está ahora, nuestros "saltos" solamente nos llevan a una buena distancia de la masa planetaria.
–Es curioso.
–¿Qué cosa, señora?
–Cuando íbamos hacia Solaria, me dije: "Voy a casa", pero cuando llegué a tierra me encontré con que no estaba nada en casa. Ahora vamos hacia Aurora, y me dije: "Ahora, me voy a casa", pero este mundo que veo allá abajo, tampoco es mi hogar.
–¿Dónde está el hogar, pues, señora?
–Estoy empezando a preguntármelo... Pero, ¿por qué persiste en llamarme "señora"?
D.G. pareció sorprendido.
–¿Prefiere "Lady Gladia", que le llame Lady Gladia?
–Esto también suena burlón. ¿Es esto lo que siente por mí?
–¿Un respeto burlón? Claro que no. Pero, ¿cómo si no debe un colono dirigirse a una espacial? Intento ser correcto y conformarme a sus costumbres, hacer lo que la haga sentirse cómoda.
–Esto no me hace sentirme cómoda. Llámeme solamente Gladia. Ya se lo sugerí antes. Después de todo, yo bien le llamo D.G.
–Y me parece estupendo, aunque delante de mis hombres y mis oficiales preferiría que me llamara "capitán"; y yo la llamaré "señora". Hay que mantener la disciplina.
–Sí, claro –murmuró Gladia, distraída, mirando otra vez a Aurora–. Yo no tengo hogar.
Se volvió de pronto a D.G. y le preguntó:
–¿Habla en serio cuando me dice que me llevará a la Tierra, D.G.?
–Medio en serio –contestó D.G., sonriente–. A lo mejor no quiere ir..., Gladia.
–Creo que quiero ir, a menos que pierda el valor.
–No existe infección, y esto es lo que temen los espaciales, ¿verdad?
–En exceso, tal vez. Después de todo yo conocí a su antepasado y no me contagié. Estuve en su nave y he sobrevivido. Fíjese, ahora está junto a mí. Incluso he estado en su mundo, rodeada de millares de personas.
Creo que he conseguido un cierto grado de inmunidad.
–Debo decirle, Gladia, que la Tierra es mil veces más poblada que Baleymundo.
–No me importa –dijo Gladia con cierto calor en la voz–. He cambiado de modo de pensar en muchas cosas. Le dije que después de veintitrés décadas no queda nada por qué vivir, y resulta ser que sí queda. Lo que me ocurrió en Baleymundo, mi discurso, la reacción de la gente, fue algo enteramente nuevo, algo que nunca había imaginado. Fue como volver a nacer, empezar de nuevo en la primera década. Ahora me parece que, incluso si la Tierra me mata, habrá valido la pena, porque moriría joven y defendiéndome de la muerte, en lugar de vieja, harta y suspirando por ella.
–¡Bien! –exclamó D.G. alzando los brazos en un gesto pseudo-heroico–. Suena como una serie histórica de hiperonda. ¿No las miró alguna vez en Aurora?
–Claro. Son muy populares.
–¿Está imitando una, Gladia, o cree realmente en lo que ha dicho?
Gladia se rió:
–Me figuro que sueno a idiota, D.G., pero lo divertido es que lo digo en serio... si no me falla el valor.
–En este caso, de acuerdo. Iremos a la Tierra. Creo que la considerarán digna de una guerra, especialmente si informa detalladamente sobre los acontecimientos en Solaria, como quieren que haga, y me da su palabra de honor de mujer espacial, si es algo que se hace allí... de que regresará.
–Es que no quiero regresar.
–Pero querrá algún día... Y ahora, Gladia, hablar con usted es siempre un placer, pero siento la tentación de pasar demasiado tiempo haciéndolo y estoy seguro de que me necesitan en la sala de control. Si no es así, y pueden prescindir de mí..., así y todo preferiría que no se enteraran.
–¿Fue cosa tuya, amigo Giskard?
–¿A qué te refieres, amigo Daneel?
–Gladia está ansiosa por ir a la Tierra e, incluso, por no regresar. Este es un deseo tan contrario a lo que una espacial como ella puede desear que, sospecho que has hecho algo a su mente para hacerla pensar así.
–No la he tocado –dijo Giskard–. Ya es suficientemente difícil tocar a cualquier ser humano dentro de los límites de las tres leyes. Hacer algo en la mente de una persona de cuya seguridad uno es directamente responsable, es todavía más difícil.
–Entonces, ¿por qué quiere ir a la Tierra?
–Sus experiencias en Baleymundo han modificado considerablemente su punto de vista. Tiene una misión..., la de mantener la paz en la Galaxia ..., y arde en deseos de conseguirlo.
–En este caso, amigo Giskard, ¿no sería mejor hacer lo que puedas para persuadir al capitán, a tu modo, de que vaya directamente a la Tierra?
–Esto crearía dificultades. Las autoridades auroranas insisten tanto en que Gladia sea devuelta a Aurora que será mejor hacerlo..., aunque sea temporalmente.
–Pero puede ser peligroso hacerlo –dijo Daneel.
–¿Es que sigues creyendo, amigo Daneel, que es a mí a quien quieren retener porque se han enterado de mis habilidades?
–No veo otra razón por su insistencia en el regreso de Gladia.
–Pensar como un hombre tiene sus peligros, veo. Es posible suponer dificultades que no pueden existir. Incluso, si alguien en Aurora estuviera al corriente de la existencia de mi habilidad, es con dicha habilidad con la que podría alejar la sospecha. No hay nada que temer, amigo Daneel.
Y Daneel aceptó de mala gana:
–Como tú digas, amigo Giskard.
Gladia miró pensativa a su alrededor, despidiendo a sus robots con un distraído movimiento de la mano. Se miró la mano al hacerlo, casi como si la estuviera viendo por primera vez. Era la misma mano con la que había estrechado las de cada uno de los tripulantes de la nave, antes de entrar en el pequeño ténder que los llevaría a ella y aD.G. a Aurora. Cuando les prometió regresar, la vitorearon.
y Niss le gritó:
–No nos iremos sin usted.
Le había gustado muchísimo que la vitorearan. Sus robots la servían continuamente, leal y pacientemente, pero nunca la vitoreaban. D.G., que la estaba observando con curiosidad, le dijo: