Robots e imperio (43 page)

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #ciencia ficción

BOOK: Robots e imperio
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–No lo sabe, señora –respondió Giskard.

–¿Y no quieres que lo sepa?

–En efecto, señora.

–¿Lo sabe Daneel?

–Lo sabe, señora.

–Me lo supuse por su interés en quedarse. Ahora, escúchame bien, Giskard. Supon que un tribunal descubre que, antes de que te rediseñara, eras un robot ordinario y que, después de rediseñarte eres un robot capaz de percibir el funcionamiento de la mente humana y de ajustarla a tu gusto. ¿Crees que podrían dejar de considerarlo un cambio lo bastante grande para que los derechos de propietario pasaran a mis manos?

–Señora Vasilia –dijo Giskard–, sería imposible que esto pasara ante un tribunal de justicia. Dadas las circunstancias, se me declararía, con toda seguridad, propiedad del Estado por razones más que obvias. Incluso podría darse la orden de desactivarme.

–Tonterías. ¿Me tomas por una niña? Con tu habilidad podrías evitar que el tribunal llegara a esta decisión. Pero no se trata de eso, no estoy sugiriendo que lo lleves ante los tribunales. Te pregunto tu propia opinión. ¿No dirías que soy tu legítima propietaria, y que lo he sido desde que era joven?

–Gladia se considera mi propietaria y hasta que la ley dicte lo contrario, debe ser considerada como tal.

–Pero tú sabes que tanto ella como la ley están equivocadas. Si te preocupan los sentimientos de tu mujer Solaria, sería fácil ajustar su mente para que no le importara que no fueras propiedad suya. Incluso puedes hacer que se sienta aliviada de que la libre de tí. Voy a ordenarte que lo hagas así tan pronto como te decidas a admitir lo que ya sabes... que soy tu propietaria. ¿Desde cuándo está Daneel enterado de tu naturaleza?

–Desde hace décadas.

–Puedes hacer que lo olvide. Hace algún tiempo que el doctor Amadiro también lo sabe y hay que hacérselo olvidar. Solamente tú y yo lo sabremos.

Daneel intervino, de pronto:

–Señora, puesto que Giskard no se considera propiedad de usted, puede hacer fácilmente que usted se olvide y así estará perfectamente satisfecha con las cosas tal como están.

Vasilia dirigió una fría mirada a Daneel.

–¿Crees que puede? Lo que ocurre es que él no es quién para decidir a quién debe considerar como su dueño. Sé que Giskard sabe que yo soy su dueña, así que su obediencia, según las tres leyes, me pertenece por entero. Si hace que alguien olvide, y puede hacerlo, sin causarle daño físico, será necesario que elija a cualquiera menos a mí. No puedo hacerme olvidar ni modificar mi mente de ningún modo. Te agradezco, Daneel, que me hayas dado la oportunidad de poner esto bien en claro.

–Pero las emociones de Gladia están tan puestas en él –insistió Daniel–que para forzarla a olvidar, Giskard podría lastimarla.

–Giskard es el que debe decidirlo... Giskard, eres mío. Sabes que eres mío y te ordeno que impongas el olvido a este robot imitación de hombre que está junto a mí y a la mujer que equivocadamente te trató como su propiedad. Hazlo mientras duerme y no se la lastimará en nada.

–Amigo Giskard, la señora Gladia es tu propietaria legal. Si induces el olvido en la señora Vasilia, no le harás ningún daño.

–Sí lo hará –dijo Vasilia al instante–. La mujer Solaria no sufrirá, porque sólo necesita olvidar que está bajo la impresión de que es propietaria de Giskard. Yo, por el contrario, sé que Giskard posee poderes mentales. Arrancarme esto sería mucho más complejo. Giskard conoce bien mi intensa determinación de conservar este conocimiento, así que no podría evitar causarme daños en el proceso de arrancármelo.

–Amigo Giskard...

Vasilia interrumpió con una voz dura como el diamante:

–Te ordeno, robot Daneel Olivaw, que te calles. No soy tu dueña, pero tu dueña duerme y no puede revocar la orden, así que mí orden debe ser obedecida.

Daneel guardó silencio, pero sus labios temblaron como si tratara de hablar, pese a la orden impuesta.

Vasilia le observó con una sonrisa divertida en los labios:

–Como ves, Daneel, no puedes hablar.

Y Daneel dijo en un murmullo enronquecido:

–Sí, puedo, señora, pero lo encuentro difícil; puedo, porque descubro que algo tiene preferencia sobre su orden, algo solamente gobernado por la segunda ley.

Los ojos de Vasilia se desorbitaron y exclamó:

–Silencio, he dicho. Nada tiene preferencia sobre mi orden, excepto la primera ley, y ya he demostrado que Giskard causará el mínimo daño... Bueno, no causará ningún daño... si vuelve a mí. A mí no me dañará, es a quien menos daño puede hacer, si toma otra decisión.

Volvió a señalar a Daneel con el dedo y en un siseo, ordenó:

–¡Silencio!

Daneel tuvo que hacer un enorme esfuerzo por no emitir ningún sonido. La pequeña bomba interior que manipulaba la corriente de aire que producía el sonido, hacía un ruido apagado como un pequeño zumbido, mientras trabajaba. No obstante, aunque su murmullo fue más ronco, podía oírse aún. Dijo:

–Señora Vasilia, hay algo que trasciende incluso la primera ley.

Giskard habló entonces, con voz igualmente baja, pero clara:

–Amigo Daneel, no debes decir eso. Nada trasciende la primera ley.

Vasilia, todavía ceñuda, mostró cierto interés:

–¿De veras? Daneel, te advierto que si intentas seguir adelante en esa extraña discusión, terminarás destruyéndote. Jamás he visto ni oído a un robot haciendo lo que estás haciendo tú y sería fascinante contemplar tu autodestrucción. Sigue hablando.

Recibida la orden, la voz de Daneel volvió inmediatamente al tono normal:

–Gracias, Vasilia... Hace años, me senté junto al lecho de muerte de un hombre de la Tierra, al que me ha pedido que no nombre. ¿Puedo ahora hablar de él?, ¿sabe a quién me refiero?

–Hablas del policía aquel, Baley –dijo Vasilia con voz opaca.

–Sí, señora. En su lecho de muerte me dijo: "El trabajo de un individuo contribuye al de todos y así se vuelve una parte inmortal de la totalidad. La totalidad de las vidas humana pasadas, presentes y futuras,... forma un tapiz que existe desde hace decenas de millares de años y cada vez se hace más complicado y, en general, más hermoso cada día. Incluso los espaciales forman parte del tapiz, y ellos, también añaden complicación y belleza al dibujo. Una vida individual es como una hebra en el tapiz, ¿y qué es una hebra comparada con toda la pieza? Daneel, manten fijamente tu mente en el tapiz y no permitas que una sola hebra suelta te afecte."

– ¡Sentimentalismo nauseabundo! –murmuró Vasilia.

–Creo que el colega Elijah trataba de protegerme contra su muerte cercana –prosiguió Daneel–. Era su propia vida la que comparaba a una hebra del tapiz; era su propia vida "la hebra suelta" que no debía afectarme. En aquella crisis sus palabras me protegieron.

–Sin duda –dijo Vasilia–. Pero llega al punto de trascender la primera ley. Que es lo que ahora va a destruirte.

–Durante décadas he meditado sobre lo que me dijo el inspector Elijah Baley, y es más que probable que lo hubiera entendido en el acto si las tres leyes no se hubieran interpuesto. Me ha ayudado en la investigación mi amigo Giskard, que desde hace tiempo ha pensado que las tres leyes son incompletas. También he sido ayudado en algunos puntos por Gladia, por algo que dijo en un reciente discurso, en un mundo colonizador, Y lo que es más, señora Vasilia, esta crisis actual ha servido para agudizar mi forma de pensar. Ahora estoy seguro de la manera en que las tres leyes son incompletas.

–Un robot, que también es robotista –comentó despectiva, Vasilia. ¿En qué son incompletas las tres leyes, robot?

–El tapiz de la vida es más importante que una sola hebra. Apliquen esto no sólo al colega Elijah Baley, sino generalícenlo y podemos llegar a la conclusión de que la humanidad, como un todo, es más importante que un solo ser humano.

–Te trabas al decirlo, robot. No lo crees.

–Hay una ley que es superior a la primera ley. "Un robot no puede lastimar a la humanidad o, por falta de acción, permitir que la humanidad sufra daños." La considero ahora la ley Cero de la Robótica, La primera ley debería decir: "Un robot no debe dañar a un ser humano, o permitir, por inacción, que el ser humano sufra algún daño, a menos que tal acción viole la ley Cero de la Robótica.

–¿Y sigues en pie, robot? –rezongó Vasilia.

–Y sigo en pie, señora.

–Entonces voy a explicarte algo, robot, y veremos si puedes sobrevivir a la explicación... Las tres leyes de la Robótica se refieren a seres humanos y robots individuales. Puedes indicarme un individuo o un robot individual. Pero, ¿qué es tu "humanidad" sino una abstracción? ¿Puedes mostrarme la humanidad? Puedes dañar, o no dañar, a un ser humano específico y comprender el daño o la falta del daño que ha ocurrido. ¿Puedes ver un daño hecho a la humanidad? ¿Puedes comprenderlo? ¿Puedes señalármelo?

Daneel guardó silencio. Vasilia sonrió satisfecha:

–Contesta, robot. ¿Puedes ver un daño a la humanidad y señalármelo?

–No, señora, no puedo. Sin embargo, creo que este daño puede existir, y como puedo ver todavía sigo en pie.

–Entonces pregunta a Giskard si él obedecerá, o si puede obedecer a tu ley Cero de la Robótica.

Daneel volvió la cabeza hacia Giskard y le dijo:

–¿Amigo Giskard?

–No puedo aceptar la ley Cero, amigo Daneel –respondió Giskard lentamente–. Sabes que he leído mucho sobre la historia humana. En ella he descubierto grandes crímenes cometidos por seres humanos y la excusa era siempre que estaban justificados por las necesidades de la tribu, del Estado o, incluso, de la humanidad una abstracción por lo que se la utiliza libremente para justificar cualquier cosa y, por tanto, tu ley Cero es inconveniente.

–Tú sabes, amigo Giskard –insistió Daneel–, que ahora existe un peligro para la humanidad y que seguramente dará su fruto cuando pases a ser propiedad de Vasilia. Esto por lo menos no es una abstracción.

–El peligro a que te refieres no es algo conocido, solamente supuesto. No podemos cimentar nuestras acciones desafiando las tres leyes, por esa suposición.

Daneel calló y luego añadió en voz baja:

–Tienes la esperanza de que tus estudios de la historia humana te ayuden a desarrollar las leyes que rigen el comportamiento humano, de que aprenderás a predecir y guiar la historia humana... o, por lo menos, iniciar algo para que algún día alguien aprenda a predecir o a guiar. Incluso has calificado esta técnica de “psicohistoria”. Con ello, ¿no estás manejando el tapiz humano? ¿No estás tratando de trabajar con la humanidad como con un todo generalizado, más que como una colección de seres humanos individuales?

–En efecto, amigo Daneel, pero hasta ahora no es más que una esperanza y no puedo basar mis actos sobre una mera esperanza, ni puedo modificar las tres leyes por la misma razón.

A esto Daneel no respondió; pero Vasilia replicó:

–Bien, robot, todos tus esfuerzos no han llegado a nada y, no obstante, sigues en pie. Eres curiosamente testarudo. Un robot como tú, que se atreve a denunciar las tres leyes y sigue funcionando, es un claro peligro para todos y cada uno de los seres humanos. Por esta razón creo que debes ser desactivado al instante. El caso es demasiado peligroso para esperar la lenta majestad de la ley, especialmente después de todo, por ser un robot y no el ser humano al que tratas de parecerte.

–De seguro, señora –objetó Daneel–; no está bien que tome semejante decisión por si sola.

–Pues la he tomado y si hay repercusiones legales a partir de ahora, me ocuparé de ellas.

–Privará así a Gladia de un segundo robot..., uno al que no tiene usted derecho.

–Entre ella y Fastolfe me han privado de mi robot, Giskard, por más de veinte décadas. No creo que eso les preocupara ni por un momento. Ahora, por tanto, no me preocupará privarla a ella. Tiene docenas de robots y hay muchos aquí, en el Instituto, que la acompañarán, que la guardarán hasta que pueda volver a los suyos.

–Amigo Giskard, si pudieras despertar a Gladia, tal vez ella pueda persuadir a la señora Vasilia...

Vasilia miró a Giskard, frunció el entrecejo y ordenó:

–No, Giskard. Deja dormir a la mujer.

Giskard, que se había movido al oír las palabras de Daneel, se quedó quieto.

Vasilia chasqueó el pulgar y el índice de la mano derecha por tres veces seguidas y al momento se abrió rápidamente la puerta y entraron cuatro robots.

–Tenías razón Daneel. Hay cuatro robots. Te desarmarán; te ordeno que no te resistas. A partir de ahora, Giskard y yo nos ocuparemos de todo lo demás.

Los robots miraron a Daneel, y por unos segundos no se movieron. Vasilia ordenó, impaciente:

–Os he dicho que es un robot; no tengáis en cuenta sus apariencia humana. Daneel, diles que eres un robot.

–Soy un robot, y no me resistiré.

Vasilia se hizo a un lado y los cuatro robots avanzaron. Los brazos de Daneel permanecieron inmóviles. Se volvió para mirar a la durmiente Gladia una última vez y luego se enfrentó con los robots.

Vasilia sonrió y murmuró:

–Esto va a ser interesante.

Los robots se detuvieron. Vasilia insistió:

–¡Terminen!

No se movieron. Vasilia se volvió para mirar, estupefacta, a Giskard. No terminó el movimiento. Sus músculos cedieron y cayó al suelo. Giskard la levantó y la sentó con la espalda apoyada en la pared. Dijo con voz apagada:

–Necesito un momento; luego nos iremos.

Pasó el momento. Los ojos de Vasilia permanecieron vidriosos, perdidos. Sus robots seguían inmóviles. Daneel se acercó a Gladia de una zancada. Giskard levantó la cabeza y dijo a los robots de Vasilia:

–Guarden bien a vuestra señora. No dejen entrar a nadie hasta que despierte. Despertará plácidamente.

Mientras él hablaba, Gladia despertó y Daneel la ayudó a levantarse.

–¿Quién es esta mujer? ¿De quién son estos robots? ¿Cómo...?

Giskard dijo con voz firme, pero con cierto agotamiento:

–Después se lo explicaré, Gladia. Ahora debemos damos prisa.

Y se fueron.

Quinta Parte
LA TIERRA

Quinta parte LA TIERRA

XV. EL MUNDO SAGRADO
64

Amadiro se mordió el labio inferior, sus ojos miraron a Mandamus, que parecía perdido en sus pensamientos, y dijo, a la defensiva:

–Ella insistió. Me dijo que solamente ella podía manejar a ese Giskard, que solamente ella podía ejercer una influencia suficientemente fuerte sobre el robot y evitar así que utilizara sus poderes mentales.

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