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Authors: Isaac Asimov

Tags: #ciencia ficción

Robots e imperio (29 page)

BOOK: Robots e imperio
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D.G., ya casi vestido, se encogió de hombros y respondió:

–¿Quién podría haberlo previsto?

–Tú podías. Debiste haberte enterado de su procedencia si te decidiste a traerla.

–Ya lo creo que estudié su procedencia. Director. Pasó más de tres décadas en Solaria. Fue en Solaria donde se formó, y allí vivió enteramente rodeada de robots. Veía a los seres humanos solamente en imágenes holográficas, excepto a su marido..., y éste no la visitaba con frecuencia. Tuvo mucha dificultad para adaptarse cuando llegó a Aurora, e incluso allí vivió entre robots. En ningún momento de sus veintitrés décadas se hubiera enfrentado con más de veinte personas reunidas, y mucho menos con cuatro mil. Di por seguro que no podría pronunciar más de unas pocas palabras si lo conseguía. No hubo forma de saber que podía soliviantar a las masas.

–Pudiste pararla una vez que descubriste que lo estaba haciendo. Estabas sentado a su lado.

–¿Deseaba usted un tumulto? La gente estaba disfrutando con ella. Usted estaba allí. Lo vio también. Si la hubiera obligado a sentarse habrían asaltado la tribuna. Después de todo, Director, usted tampoco trató de hacerla callar.

Pandaral se aclaró la garganta.

–La verdad es que lo pensé, pero todas las veces que miré hacia atrás, tropecé con la mirada de su robot, el que parece un robot.

–Giskard. Bueno, ¿y qué? No podía hacerle ningún daño.

–Ya lo sé. Pero de todos modos me ponía nervioso, y en cierto modo me lo impidió.

–Bueno, no se preocupe, Director –le tranquilizó D.G. Ya estaba completamente vestido y le acercó la bandeja del desayuno. –El café está todavía caliente. Sírvase bollos y mermelada si le apetece. Todo pasará. No creo que el público rebose de amor por los espaciales y estropee nuestra política. Incluso podría servir a algún propósito. Si los espaciales se enterasen, el partido de Fastolfe podría verse reforzado. Fastolfe está muerto, pero no su partido, por lo menos, no del todo, y necesitamos animar su política de moderación.

–En lo que yo estoy pensando –objetó Pandaral– es en que dentro de cinco meses tenemos el Congreso de Colonizadores. Voy a tener que tragarme todo tipo de referencias sarcásticas sobre la pacificación de Baleymundo y sobre el amor a los espaciales por parte de los baleymundistas. Te digo –añadió, abatido– que cuanto más pequeño es el mundo, más agresivo resulta.

–Entonces, dígaselo así –aconsejó D.G.– Muéstrese muy estatal en público, pero cuando les tenga a solas, míreles a los ojos no oficialmente. Explíqueles que en Baleymundo hay libertad de expresión y que nos proponemos que siga así. Dígales que Baleymundo tiene muy a pecho los intereses de la Tierra, pero si cualquiera de los mundos desea demostrar su mayor devoción al planeta Tierra declarando la guerra a los espaciales, Baleymundo lo contemplará interesado, pero nada más. Esto les hará callar.

–¡Oh, no! –exclamó Pandaral, alarmado–. Un comentario de este tipo se filtraría, y crearía un clima imposible.

–Tiene razón, y es una lástima. Pero piénselo así y no deje que esos pequeños fanfarrones le atosiguen.

–Supongo que lo superaremos –suspiró Pandaral–, pero lo de anoche desbarató al máximo nuestros planes. Eso es lo que lamento.

–¿Hasta qué máximo?

–Cuando dejaste Aurora en dirección a Solaria, dos naves de guerra fueron también a Solaria. ¿Lo sabías?

–No, pero era algo que esperaba que ocurriera –dijo D.G. con indiferencia–. Por esa razón me tomé la molestia de pasar por una ruta de evasión.

–Una de las naves auroranas aterrizó en Solaria, a miles de kilómetros de distancia de ustedes, así que no daba la impresión de que los estuviera siguiendo, y la otra permaneció en órbita.

–Sensato. Es lo mismo que yo habría hecho de haber tenido una segunda nave a mi disposición.

–La nave aurorana que aterrizó fue destruida a las pocas horas. La que quedó en órbita informó de ello y la mandaron regresar. Una estación monitora de los mercaderes captó el informe y nos lo transmitió.

–¿Estaba en clave?

–Por supuesto, pero era una de las que habíamos descifrado.

D.G. asintió, pensativo y, luego comentó:

–Muy interesante. Deduzco que no tendrían a nadie que hablara solario.

–Es evidente. A menos que alguien pueda averiguar a dónde han ido a parar los solarios, esa mujer que trajiste es la única disponible en la Galaxia.

–Y dejaron que me la llevara... ¡Malo para los auroranos!

–En todo caso, yo iba a anunciar anoche la destrucción de la nave de Aurora. Así, sencillamente, sin alardear, pero habría excitado a cada colono de la Galaxia. Quiero decir que nosotros escapamos con vida y los auroranos no.

–Disponíamos de una Solaria –le recordó D.G.–. Los auroranos, no.

–Es lo mismo. Te hubiera favorecido a tí y a la mujer también, pero todo se ha venido abajo. Después de lo que hizo esa mujer, cualquier otra cosa habría parecido una fruslería, incluso las noticias de la destrucción de una nave de guerra aurorana. Eso por no mencionar que todo el mundo acaba de aplaudir lo del parentesco y el amor, y esto hubiera ido en contra. Bueno, por lo menos por espacio de media hora. No se podía aplaudir la muerte de un par de centenares de parientes auroranos.

–Naturalmente. Así que hemos perdido una enorme baza psicológica.

D.G. estaba ceñudo, cuando añadió:

–Olvídelo, Director. Siempre puede dirigirse la propaganda en otro sentido y en un momento más apropiado. Lo importante es lo que significa. Una nave aurorana volada. Eso quiere decir que no contaban con la utilización de un intensificador nuclear. A la otra nave se le ordenó retroceder y esto significa que no estaba equipada para defenderse...

Tal vez ni siquiera tienen con qué defenderse. De todo ello deduzco que ese intensificador portátil, o en todo caso semiportátil, es una creación específicamente solaria no desarrollada por los auroranos. Para nosotros es una gran noticia si es cierta. De momento no nos preocupemos de los puntos débiles de la propaganda sino concentrémonos en sacar la máxima información que podamos de ese intensificador. Queremos estar por delante de los espaciales en este aspecto, si es posible.

Pandaral mordisqueó un bollo y replicó:

–Puede que tengas razón. Pero en tal caso, ¿cómo vamos a colocar la otra noticia?

–¿Qué otra noticia? Director, ¿va usted a proporcionarme la información que necesito para entendernos o se propone dejarla en el aire para que tenga que saltar y cazarla al vuelo?

–No te enfades, D.G. Es inútil hablar contigo si no puede hacerlo sin ceremonias. Tú sabes lo que es una reunión del Directorio. ¿Te apetece mi cargo? Puedes quedarte con él si quieres.

–No, gracias, no lo quiero. Lo que sí quiero es la noticia.

–Hemos recibido 
un
 mensaje de Aurora. Un auténtico mensaje. Esta vez se han dignado comunicarse directamente con nosotros en lugar de hacerlo a través de la Tierra.

–Entonces, podemos considerarlo un mensaje importante..., para ellos. ¿Qué quieren?

–Quieren que les devolvamos a la mujer solaria.

–Está claro, pues, que saben que nuestra nave escapó de Solaria y ha llegado a Baleymundo. Ellos también tienen sus estaciones monitoras y escuchan nuestras comunicaciones como nosotros las suyas.

–Absolutamente –asintió Pandaral, irritado–. Descifran nuestras claves tan de prisa como nosotros las suyas. Mi opinión es que deberíamos llegar a un acuerdo para que ambos enviemos los mensajes sin cifrar. Ninguno de los dos perdería nada.

–¿Dijeron por qué querían a la mujer?

–Claro que no. Los espaciales no dan explicaciones, sólo dan órdenes.

–¿Han descubierto exactamente qué fue lo que la mujer consiguió en Solaria? Dado que es la única persona que habla auténtico solario, ¿no será que la necesitan para que limpie el planeta de capataces?

–No sé cómo habrán podido descubrirlo, D.G. Anoche nosotros anunciamos solamente su intervención. El mensaje de Aurora se recibió mucho antes. Pero no importa el porqué la quieren. La pregunta es: ¿Qué hacemos? Si no la devolvemos, nos veremos envueltos en una crisis con Aurora y no lo quiero. Si la devolvemos, los baleymundistas lo encontrarán mal y el viejo Bistervan se apuntará un tanto tachándonos de serviles ante los espaciales.

Se miraron preocupados, luego D.G. dijo arrastrando las palabras:

–Tendremos que devolverla. Después de todo, es una espacial, una ciudadana de Aurora. No podemos retenerla contra la voluntad de Aurora o pondremos en peligro a cada mercader que se aventure a ir por negocios al territorio espacial. Pero la traeré de vuelta, Director, y cúlpeme a mí de ello. Dígales que las condiciones de que me la llevara a Solaria fueron que la devolvería a Aurora, lo que es verdad, aunque no se hizo por escrito, y que como soy un hombre de palabra, sabré cumplir el acuerdo... Tal vez resulte en beneficio nuestro.

–¿De qué forma?

–Tengo que estudiarlo. Pero si hay que hacerlo, Director, mi nave tendrá que ser reparada con fondos planetarios. Mis hombres necesitarán una prima suculenta...Vamos, Director, tenga en cuenta que no disfrutarán de su permiso.

39

Considerando que no se había propuesto volver a su nave hasta por lo menos pasados tres meses, D.G. estaba de excelente humor. Y considerando que Gládia tenía un alojamiento mayor y más lujoso que el anterior, se mostraba claramente deprimida.

–¿Qué es todo esto?–preguntó.

–¿Cómo, mirando el dentado a un caballo regalado? –preguntó D.G. a su vez.

–Yo sólo pregunto. ¿Por qué?

–En primer lugar, señora, es usted una heroína de clase A. Cuando se reparó la nave, este aposento fue remozado para usted.

–¿Remozado?

–Es una expresión. Embellecido, si lo prefiere.

–Este espacio tuvo que ser creado para alguien. ¿A quién he perjudicado?

–En realidad era el cuarto de estar de la tripulación, pero ellos insistieron, ¿sabe? Es su favorita. El caso es que Niss... ¿Se acuerda de Niss?

–Ya lo creo.

–Quiere que se quede con él en lugar de Daneel. Dice que Daneel no disfruta con su puesto y que no deja de pedir perdón a sus víctimas, En cambio él destruirá a cualquiera que le cause la menor molestia, disfrutará haciéndolo, y nunca pedirá perdón por ello.

Gladia sonrió;

–Dígale que tendré en cuenta su ofrecimiento y que será un placer estrecharle la mano, si podemos arreglarlo. No tuve oportunidad de hacerlo antes de aterrizar en Baleymundo.

–Confío en que lleve sus guantes cuando le estreche la mano.

–Claro, pero me pregunto si es realmente necesario. No he estornudado siquiera desde que salí de Aurora. Las inyecciones que me pusieron han reforzado maravillosamente mi sistema inmunológico. –Volvió a mirar alrededor. –Incluso han puesto hornacinas para Daneel y Giskard. Muy amable por su parte, D.G.

–Señora, nos esforzamos por complacerla y estamos encantados de que esté satisfecha.

–Aunque le parezca raro –Gladia parecía realmente desconcertada por lo que iba a decir–, no estoy realmente satisfecha, no estoy segura de que quiera abandonar este mundo.

–¿No? Frío, nieve, lúgubre, primitivo, multitudes gritando incesantemente por todas partes. ¿Qué puede atraerla aquí?

Gladia enrojeció:

–No son las multitudes vociferantes.

–Haré como si la creyera, señora.

–No, no. Es algo completamente distinto. Yo..., yo jamás había hecho nada. Me he divertido de forma trivial, me he interesado por colorear campos magnéticos y me he dedicado al exodiseño de robots. He hecho el amor y he sido esposa y madre... En ninguna de esas cosas he conseguido individualizarme. Si hubiera desaparecido de pronto del mundo o si jamás hubiera nacido, nadie ni nada se habría sentido afectado, excepto, quizá, uno o dos amigos íntimos. Ahora es distinto.

–¿Sí? –En la voz de D.G. se percibía un dejo de ironía.

–¡Sí! Puedo influir en la gente. Puedo elegir una causa y hacerla propia. He elegido una causa. Quiero evitar la guerra. Quiero que el universo esté poblado por espaciales y colonizadores por igual. Quiero que cada grupo conserve sus peculiaridades y acepte libremente las de los demás. Quiero trabajar en ello con tanto empeño que cuando ya no esté, la historia haya cambiado porque yo lo quise y la gente diga: "De no ser por ella las cosas no serían tan satisfactorias como son."

Se volvió a D.G. con el rostro resplandeciente:

–¿Sabe la diferencia que hay después de dos siglos y un tercio de no ser nadie y tener la oportunidad de ser alguien?, ¿de descubrir que una vida que había creído vacía resulta contener algo maravilloso? ¿de ser feliz mucho después de haber abandonado la esperanza de serlo?

–Para tener todo eso, señora, no es preciso estar en Baleymundo.

D.G. estaba en cierto modo un poco impresionado.

–En Aurora no voy a tenerlo. Solamente soy una solaria emigrada en Aurora, una espacial en un mundo de colonizadores, algo fuera de lo corriente.

–Sin embargo, en diferentes ocasiones, y con mucha insistencia, ha declarado que quería regresar a Aurora.

–Hace algún tiempo, sí, pero ahora no, D.G. De veras que ya no quiero.

–Eso nos honra a nosotros, pero Aurora la reclama. Nos lo han participado.

Gladia se mostró claramente asombrada:

–¿Que me reclaman?

–Un mensaje oficial del Presidente del Consejo de Aurora lo ha dicho así. Estaríamos encantados de conservarla con nosotros, pero los Directores han decidido que retenerla no vale una crisis interestelar. Yo no estoy de acuerdo con ellos, pero ellos mandan.

–¿Y por qué iban a quererme? –preguntó Gladia, sorprendida–. He vivido en Aurora más de veinte décadas y en ningún momento demostraron quererme... ¡Espere! ¿Supone que me consideran como el único medio de parar a los capataces de Solaria?

–Yo he tenido la misma idea, señora.

–Pues no lo haré. Contuve a aquella capataza por un pelo y tal vez nunca más pueda repetir lo que hice entonces. Sé que no podré. Además, ¿para qué necesitan tomar tierra en el planeta? Pueden destruir las capatazas a distancia, ahora que saben lo que son.

–En realidad –añadió D.G.–, el mensaje reclamando su regreso fue enviado antes de que se enteraran de su conflicto con la capataza. Deben quererla para algo más.

–¡Oh! –Parecía estupefacta. Luego, indignada de nuevo, dijo:

–No me importa el motivo. No quiero regresar. Aquí es donde tengo mi trabajo, y me propongo continuarlo.

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