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Authors: Isaac Asimov

Tags: #ciencia ficción

Robots e imperio (24 page)

BOOK: Robots e imperio
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–Ignoraba que la Tierra fuera tan admirable, que se hiciera deseable crear una imitación –comentó Gladia.

D.G. se volvió a mirarla, airado.

–No vuelva a hablar así, señora, mientras esté con los colonos..., ni siquiera conmigo. El planeta Tierra no es para tomarlo en broma.

–Perdone, D.G., no quería ofenderle.

–No lo sabía. Pero ahora sí lo sabe. Vamos, hay que salir. La portezuela lateral se deslizó silenciosamente y D.G. se volvió y salió. Alargó la mano para ayudar a Gladia y le dijo:

–Va a dirigir la palabra al Congreso Planetario, 
y
 cada funcionario que pueda introducirse como sea, lo hará.

Gladia, que ya había tendido su mano para tomar la de D.G., y que ya también había empezado a sentir el viento helado, se echó de pronto atrás.

–¿Tengo que hablarles? No se me había dicho nada.

D.G. la miró asombrado.

–Yo imaginé que lo daría por sentado.

–Pues, no. Y no puedo dirigirme a ellos. No lo he hecho nunca.

–Debe hacerlo. No es tan terrible. Es sólo cuestión de pronunciar unas pocas palabras después de los discursos largos y aburridos de bienvenida.

–Pero, ¿qué puedo decirles?

–Nada complicado, se lo aseguro. Sólo paz y amor y bla, bla, bla... Dedíqueles medio minuto. Si quiere, puedo garabatearle algo.

Y Gladia salió del coche seguida de sus robots. Su mente era un torbellino.

Tercera parte MUNDOBALEY

IX. EL DISCURSO
33

Una vez dentro del edificio se quitaron los sobretodos y los entregaron a los servidores. Daneel y Giskard también se despojaron de los suyos y los sirvientes echaron curiosas miradas a este último, acercándosele con cautela.

Gladia se reajustó los filtros nasales nerviosamente. Jamás se había encontrado en presencia de grandes concentraciones de humanos de vida breve,.., vida breve, en parte, porque sabía (o siempre se lo habían dicho) que llevaban en sus cuerpos infecciones crónicas 
y
 hordas de parásitos.

–¿Volveré a tener mi sobretodo? –preguntó en un murmullo.

–Es suyo y de nadie más. Los mantendrán vigilados y esterilizados por radiación.

Gladia miró cautelosa a su alrededor. Tenía la sensación de que incluso el contacto óptico podía ser peligroso.

–¿Quiénes son éstos? –preguntó indicando a varias personas que vestían ropas de vivos colores y que aparecían armadas.

– Guardias de seguridad, señora –respondió D.G.

–¿Incluso aquí? ¿En un edificio del gobierno?

–Absolutamente. Y cuando estemos en la tribuna, habrá una cortina de energía que nos separará del público.

–¿No confian en su propio cuerpo legislativo?

–No del todo. Éste es un mundo todavía muy primitivo y tenemos que seguir nuestro sistema. Todavía no se han podido limar ciertas aristas y no disponemos de robots para vigilarnos. Tenemos además unos partidos de minorías belicistas; tenemos nuestros halcones de guerra.

–¿Qué son los halcones de guerra?

La mayoría de los asistentes se habían despojado de sus sobretodos y se estaban sirviendo bebidas. Había un zumbido de conversaciones en el aire y muchos miraban fijamente a Gladia, pero ninguno se acercó a hablarle. Para Gladia era obvio que se la evitaba, que se había formado un vacío alrededor. D.G. observó su mirada a un lado y a otro y la interpretó correctamente:

–Se les ha dicho –le explicó– que usted les agradecería que no se le acercaran demasiado. Creo que comprenden su temor a la infección.

–Espero que no lo encuentren insultante.

–Puede que sí, pero junto a usted hay algo que es claramente un robot y la mayoría de los baleymundistas no desean este tipo de infección. Especialmente los halcones de guerra.

–No me ha dicho lo que son.

–Lo haré si nos queda tiempo. Usted y yo y los demás que estamos en la tribuna tendremos que ponernos en marcha dentro de poco... Muchos colonizadores ni quieren ni pueden competir con éxito en la carrera expansionista. También sabemos que llevará tiempo. No lo veremos. Probablemente nuestros hijos tampoco. ¡Quién sabe!, a lo mejor puede tardar mil años. Los halcones de guerra no quieren esperar. Lo quieren conseguir ahora.

–¿Quieren la guerra?

–No dicen eso, precisamente. Y no se llaman a sí mismos halcones de guerra. Así es como les llama la gente sensata. Ellos se denominan supremacistas terrenos. Después de todo, es difícil discutir con gente que anuncia que está a favor de que el planeta Tierra sea el supremo. Todos estamos a favor, pero la mayoría de nosotros no espera necesariamente que ocurra mañana y no se siente decepcionada si no ocurre. .

–¿Y estos halcones de guerra podrían atacarme físicamente?

D.G. le indicó que avanzara:

–Creo que debemos ponernos en movimiento, señora. Nos lo están indicando... No, no creo realmente que vaya a ser atacada, pero siempre es mejor tener cuidado.

Gladia se detuvo y D.G. le indicó que volviera a la fila.

–No, sin Daneel y Giskard, D.G. Sigo sin querer ir a ninguna parte sin ellos. Ni siquiera a la tribuna. No, después de lo que acaba de decirme sobre los halcones.

–Me está pidiendo mucho, señora.

–Por el contrario, D.G. Yo no pido nada. Lléveme a casa ahora mismo... con mis robots.

Gladia miró, tensa, mientras D.G. se acercaba a un pequeño grupo de altos funcionarios Hizo una media inclinación, con los brazos caídos ligeramente oblicuos. Gladia sospechó que debía de ser un gesto de respeto en Baleymundo.

No pudo oír lo que estaba diciendo D.G,, pero por su mente cruzó involuntariamente una fantasía dolorosa. Si hacían cualquier intento por separarla de sus robots, contra su voluntad, Daneel y Giskard intervendrían seguramente y harían cualquier cosa para evitarlo. Se moverían con excesiva rapidez y precisión para no lastimar a nadie..., pero los guardias de seguridad emplearían sus armas al momento.

Tendría que evitarlo a toda costa, simular que se separaba de Daniel y Giskard voluntariamente y pedirles que esperaran detrás. ¿Cómo podría hacerlo? Nunca había estado totalmente sin robots en su vida. ¿Cómo podría sentirse a salvo sin ellos? Sin embargo, ¿qué otro medio se le ofrecía para solucionar el dilema?

D.G. volvió a su lado:

–Su categoría de heroína, señora, es buena cosa para negociar. Y también yo soy un individuo persuasivo, naturalmente. Sus robots pueden ir con usted. Se sentarán detrás de usted en la tribuna, pero ningún reflector les iluminará. Y, en nombre de mi antepasado, señora, no llame la atención sobre ellos. No los mire siquiera.

Gladia suspiró aliviada.

–Es usted muy bueno, D.G. –dijo temblorosa–. Gracias.

Ocupó su puesto cerca de la cabecera de la fila, con D.G. a su izquierda, Daneel y Giskard detrás, y a continuación una larga fila de funcionarios de ambos sexos.

Una mujer, con un bastón en la mano que parecía un símbolo de su cargo, habiendo vigilado cuidadosamente la fila, hizo un gesto afirmativo, se colocó a la cabeza y se pusieron en marcha. Todos la siguieron.

Gladia se dio cuenta de una música, una marcha con un ritmo simple y reiterado, y se preguntó si se suponía que había que desfilar de un modo algo marcial. ("La costumbres varían infinita e irracionalmente de mundo a mundo", se dijo.)

Mirando por el rabillo del ojo, vio que D.G. se movía con indiferencia, casi arrastraba los pies. Apretó los labios, no le parecía bien, y se puso a andar rítmicamente, con la cabeza erguida y la espalda tiesa. Faltándole directrices, andaría como le pareciera mejor.

Llegaron a un escenario y, al hacerlo, unas butacas salieron del suelo silenciosamente. La fila se deshizo, pero D.G. la tomó de la manga ligeramente, y ella le siguió. Los dos robots fueron tras ella.

Se quedó frente al asiento que le indicó D.G. La música se hizo más fuerte, pero la luz brillaba menos que antes. Y luego, después de una espera que le pareció interminable, sintió un tirón imperceptible hacia abajo. Se sentó y los demás la imitaron.

Percibió el brillo apagado del campo magnético y más allá millares de personas. Cada asiento de un amplio anfiteatro estaba ocupado. Todos iban vestidos en tonos apagados, marrones y negros, ambos sexos igual (casi no podían distinguirse). Los guardias de seguridad, apostados en los pasillos, destacaban por sus uniformes carmín y verdes. Indudablemente se les reconocía al instante. ("Aunque –pensó Gladia–, también resultan blancos perfectos.")

Se volvió a D.G. y le dijo en voz baja:

–Tienen ustedes un enorme cuerpo legislativo.

D.G. se encogió de hombros.

–Creo que todo el que pertenece al aparato gubernamental está aquí, con cónyuge e invitados. Es un tributo a su popularidad, señora.

Ella miró al público de derecha a izquierda y hacia atrás y al completar el arco trató de vislumbrar a Daneel o a Giskard, aunque fuera de refilón, sólo para asegurarse de que estaban allí. Y de pronto, rebelándose, pensó que no ocurriría nada si echaba una rápida mirada, y volvió la cabeza. Allí estaban. También captó la mirada de D.G. que levantaba los ojos, exasperado.

Se sobresaltó cuando un foco iluminó a una de las personas de la tribuna, mientras el resto del local se sumía en penumbra.

La figura iluminada se puso en pie y empezó a hablar. Su voz no era demasiado fuerte, pero Gladia pudo notar una ligera reverberación que rebotaba de las paredes del fondo. Pensó que la voz penetraba hasta el último rincón de la gran sala. ¿Era esto debido a un sistema amplificador por un aparato tan disimulado que no lo podía ver, o tenía la sala una forma acústica especialmente inteligente? Lo ignoraba, pero ello animó a su desconcertada curiosidad a continuar observando, porque la aliviaba, de momento, de la necesidad de tener que escuchar lo que se estaba diciendo.

En un momento dado oyó la palabra "quakenbush" procedente de un lugar indeterminado del público. Eso es lo que creyó entender y supuso que sería una grosería. El sonido se apagó casi en seguida y Gladia admiró la profundidad del silencio que siguió.

Si el salón era tan perfectamente acústico que cualquier rumor podía oírse, el público debía guardar absoluto silencio o el ruido y la confusión serían intolerables. Una vez establecida la costumbre de silencio y el ruido del público como tabú, era impensable cualquier cosa que no fuera silencio... Excepto cuando el impulso de murmurar "quakenbush" se hacía irresistible, supuso.

Gladia se dio cuenta de que su mente se enturbiaba y sus ojos se cerraban. Se enderezó con una pequeña sacudida. La gente del planeta trataba de honrarla y si se quedaba dormida en el transcurso del acto, podía resultar un insulto intolerable. Se esforzó por mantenerse despierta obligándose a escuchar, pero esto le producía todavía más sueño.

Para evitarlo se mordió el interior de las mejillas y respiró profundamente.

Los altos funcionarios hablaron, uno tras otro, con una casi bendita brevedad, y de pronto despertó sobresaltada (¿se había quedado realmente dormida, pese a sus esfuerzos, con miles de ojos puestos en ella?) cuando el foco iluminó su izquierda, y D.G. se levantó para hablar, de pie ante su butaca.

Parecía completamente relajado, con los pulgares metidos en su cinturón.

–Hombres y mujeres de Baleymundo –empezó–, funcionarios, legisladores, honorables jefes y compañeros todos del planeta, habéis oído algo de lo que ocurrió en Solaria. Sabéis que el éxito fue absoluto. Sabéis también que la señora Gladia de Aurora contribuyó a este éxito. Ha llegado la hora de contaros algunos de los detalles, a vosotros, y a los demás habitantes del planeta que están viéndonos por hipervisión.

Procedió a describir los acontecimientos ligeramente modificados, y Gladia se sintió divertida ante la naturaleza de esas modificaciones.

Contó someramente su derrota a manos del robot humanoide. Giskard no fue mencionado en ningún momento: el papel de Daneel, minimizado; el de Gladia ampliamente exagerado. E] incidente se transformó en un duelo entre dos mujeres..., Gladia y Landaree..., y fueron el valor y el sentido de autoridad de Gladia los que vencieron" Para terminar, D.G. anunció:

–Y ahora, la señora Gladia, Solaria por nacimiento y aurorana por ciudadanía, pero baleymundista por sus actos... (grandes aplausos, los más fuertes que Gladia había jamás oído, porque los primeros oradores habían sido recibidos con cierta tibieza).

D.G. alzó las manos en petición de silencio y se hizo al instante.

Le oyó terminar...

–... les hablará ahora.

Gladia se encontró iluminada por el reflector y se volvió a D.G.; presa de súbito pánico. Oyó aplausos, D.G. también la aplaudía. Protegido por el ruido, se volvió a ella y le dijo en voz baja:

–Los ama a todos, desea la paz y como no es una legisladora no está acostumbrada a los largos discursos de pequeño contenido. Dígales esto y siéntese.

Lo miró sin comprenderle, demasiado nerviosa para enterarse de lo que él le había dicho. Se puso de pie y se encontró frente a infinitas hileras de gente.

34

Gladia se sintió pequeña (y no por primera vez en su vida) al mirar al escenario. Los hombres que estaban allí eran todos mucho más altos que ella, y lo mismo las otras tres mujeres. Sintió que, aunque estaban todos sentados y ella de pie, seguían dominándola. En cuanto al público, que esperaba ahora en silencio, un silencio que parecía amenazador, estaba compuesto seguramente por gente más alta que ella.

Respiró profundamente y dijo:

–Amigos... –pero le salió un hilo de voz, casi un silbido jadeante. Se aclaró la garganta (con lo que le pareció un carraspeo atronador) y volvió a empezar.

–Amigos... –Pero le salió un hilo de voz, casi un silbido jadeante.

Y volvió a empezar: ¡Amigos! Esta vez el tono tenía una cierta normalidad–. Todos vosotros sois descendientes de los hombres de la Tierra, todos y cada uno de vosotros. Yo también, desciendo de ellos. No hay ningún ser humano en ninguno de los mundos habitados, ya sean espaciales, colonizados o de la propia Tierra, que no sean de la Tierra por nacimiento, o por descendencia. Todas las demás diferencias se desvanecen frente a este hecho tan importante.

Sus ojos parpadearon hacia la izquierda en busca de D.G. y se encontró con que sonreía ligeramente y que uno de sus párpados temblaba como si estuviera haciéndole un guiño. Prosiguió:

–Esto debería servirnos de guía en cada acto y en cada pensamiento. Os doy las gracias a todos por considerarme como otro ser humano y por aceptarme entre vosotros sin tener en cuenta ninguna otra clasificación en la que pudierais sentir la tentación de incluirme. Por esto y con la esperanza de que algún día, muy pronto, cuando los dieciséis mil millones de seres humanos vivan en paz y armonía, se consideren así y nada más que así... y nada menos que así... pienso en todos vosotros no solamente como amigos, sino como verdaderos parientes.

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