Estaba flaco, descarnado. Tenía los ojos entornados y a Daneel le pareció que estaba mirando un cadáver. Jamás había visto a un ser humano muerto y cuando se dio cuenta de ello, se estremeció y pareció como si sus piernas no pudieran sostenerlo.
El anciano abrió los ojos y Daneel recobró el equilibrio aunque continuó experimentando una desusada debilidad.
Los ojos ie miraron y una débil sonrisa curvó los labios pálidos y resecos.
–Daneel, mi viejo amigo Daneel –percibió débilmente el recordado tono de voz de Elijah Baley en aquel murmullo. Un brazo salió con dificultad de debajo de la sábana y Daneel pareció reconocer, pese a todo, a Elijah.
–Colega Elijah –murmuró con dulzura.
–Gracias..., gracias por venir.
–Para mí era importante venir, colega Elijah.
–Tuve miedo de que no te lo permitieran. Ellos..., los otros..., incluso mi hijo..., sólo ven en tí a un robot.
–
Soy
un robot.
–No para mí, Daneel. No habrás cambiado–, ¿verdad? No te veo muy bien, pero me parece que eres exactamente ei mismo que yo recuerdo. ¿Cuánto te vi por última vez? ¿Hace veintinueve años?
–Sí, y en todo este tiempo, colega Elijah, no he cambiado, así que ya ves, sigo siendo un robot.
–Pero yo sí he cambiado, y mucho. No hubiera debido permitir que me vieras así, pero me sentía demasiado débil para resistirme al deseo de volver a verte. –Parecía como si la voz se hubiera fortalecido, como si al ver a Daneel hubiera recobrado más fuerza.
–Aunque hayas cambiado, colega Elijah, me complace verte.
–¿Y Gladia, cómo está?
–Está bien. Vino conmigo.
–No está..., –Una expresión de alarmada angustia le hizo mirar a su alrededor y afectó su voz.
–No ha bajado a este mundo, pero sigue en órbita. Se le comunicó que no deseabas verla... y comprendió.
–No es verdad. Deseo verla, .pero he podido resistir la tentación. No ha cambiado, ¿verdad?
–Sigue igual a como la viste la última vez.
–Bien... Pero no podía dejar que me viera así. No podía permitir que éste fuera el último recuerdo que tuviera de mí. Contigo es diferente.
–Es porque soy un robot, colega Elijah.
–Deja de insistir –murmuró impaciente el moribundo–. Ni significarías más para mí, Daneel, si fueras un hombre.
Por un momento permaneció silencioso en su cuna, luego dijo:
–En todos estos años, nunca la he hipervisado, ni le he escrito. No podía, no debía interferir en su vida... ¿Sigue Gladia casada con Grenuonis?
–Sí, señor.
–¿Y es feliz?
–No puedo juzgarlo, Pero no se comporta de un modo que pudiera interpretarse como que fuera desgraciada.
–¿Hijos?
–Los dos autorizados.
– ¿No se ha enfadado nunca por no comunicarme con ella?
–En mi opinión, comprendió tus motivos.
–¿Alguna vez habla de mí?
–Casi nunca, pero según Giskard, piensa en ti con frecuencia.
–¿Cómo está Giskard?
–Funciona perfectamente..., de la forma que tú ya conoces.
–Entonces, pues..., ¿conoces tú también sus habilidades?
–Me las ha confiado, colega Elijah.
De nuevo guardó silencio Baley, después se movió y dijo:
–Daneel, he querido que vinieras por un deseo egoísta de verte, de ver por mí mismo que no has cambiado, de que todavía queda un aliento de aquellos grandes días de mi vida, que me recuerdas y que seguirás recordándome... Pero también quiero decirte algo.
No tardaré en morir, Daneel, y sabía que la noticia te llegaría. Incluso si no estuvieras aquí, incluso si siguieras en Aurora, la noticia habría llegado a ti. Mi muerte será una noticia de carácter galáctico. –Su pecho se alzó en una risa débily silenciosa. –¿Quién podía haberlo pensado?
Gladia también se habría enterado, claro, pero Gladia sabe que debo morir y acepta el hecho, por triste que le resulte. Lo que temí era el efecto que esto te causaría, puesto que eres, tú insistes en ello y yo lo niego, un robot. En recuerdo de los viejos tiempos podrías sentirte en la obligación de no dejarme morir y el hecho de que no puedas hacerlo podía, quizá, tener un efecto deletéreo sobre ti. Déjame que lo discuta contigo–.
La voz de Baley iba debilitándose. Aunque Daneel se encontraba sentado, inmóvil, su rostro estaba en la insólita situación de reflejar tristeza.
Tenía una expresión fija de preocupación y angustia. Los ojos de Baley estaban cerrados y no podía darse cuenta de ello.
–Mi muerte, Daneel –prosiguió– no es importante. Ninguna muerte individual es importante entre los humanos. Todo el que muere deja tras él su trabajo y eso no muere del todo. Jamás muere enteramente mientras exista la humanidad... ¿Comprendes lo que estoy diciendo?
–Sí, colega Elijah.
–El trabajo de cada individuo es una contribución a la totalidad y de este modo se vuelve parte inmortal de ella. La totalidad de las vidas humanas, pasadas, presentes y futuras, forma un tapiz que existe desde hace miles de millares de años y que se ha ido haciendo cada vez más hermoso y más complicado en todo este tiempo. Incluso los espaciales son un brote de este tapiz y ellos también añaden a la complicación y belleza del dibujo. Una vida individual es como una hebra del tapiz , y ¿qué es una hebra comparada con toda la pieza?
Daneel, manten tu mente firmemente fija en el tapiz y no dejes que una sola hebra suelta te afecte. Hay muchas más hebras, cada una de ellas, valiosísima; cada una contribuyendo...
Baley dejó de hablar, pero Daneel esperó, paciente. Luego abrió los ojos, miró a Daneel y frunció ligeramente el entrecejo.
–¿Todavía estás aquí? Ha llegado la hora de que te vayas. Ya te he dicho lo que quería decirte.
–No quiero irme, colega Elijah.
–Debes irte. No puedo retener la vida por más tiempo. Estoy cansado... Desesperadamente cansado. Quiero morir. Ya es hora.
–¿No me dejas que espere, mientras estás vivo?
–No quiero. Si muero mientras me contemplas, puede afectarte gravemente, pese a todo lo que te he dicho. Vete ahora. Es una... orden. Te permitiré que seas un robot, si así lo deseas, pero debes obedecer mis órdenes. Por más que hagas, no puedes salvar mi vida, así que no hay nada que preceda a la segunda ley. ¡Vete!
El dedo de Baley le apuntó débilmente y dijo:
–Adiós, amigo Daneel.
Daneel se volvió despacio, siguiendo las órdenes de Baley con inusitada dificultad.
–Adiós, colega... –Se detuvo y le dijo con voz enronquecida:
–Adiós, amigo Elijah.
Bentley se enfrentó a Daneel en la habitación contigua:
–¿Está vivo aún?
–Lo estaba cuando salí.
Bentley entró y salió casi al instante.
–Ya no lo está. Te vio... y luego se abandonó.
Daneel tuvo que apoyarse en la pared. Tardó mucho antes de poder mantenerse erguido.
Bentley, con los ojos apartados de él, esperó y luego juntos regresaron a la pequeña nave, subiendo a la órbita donde esperaba Gladia. Ella también preguntó si Elijah Baley vivía aún, y cuando con dulzura le dijeron que ya no, dio media vuelta, y se metió en su camarote para llorar.
Daneel siguió el hilo de su pensamiento como si el vívido recuerdo de la muerte de Baley, con todos sus detalles, no lo hubiera interrumpido momentáneamente.
–Y, sin embargo, puedo entender algo más de lo que el colega Elijah me decía, y lo comprendo ahora a la luz del discurso de Gladia.
–¿De qué modo?
–Todavía no estoy seguro. Me resulta muy difícil pensar en la dirección que intento seguir.
–Esperaré todo lo que sea necesario –dijo Giskard.
Genovus Pandaral era alto y no muy viejo, a pesar de su espesa melena blanca que, junto con sus vaporosas patillas, le daba. una apariencia digna y distinguida. Su aspecto de líder le había ayudado a un rápido ascenso; pero, como él sabía muy bien, su aspecto era infinitamente superior a su valía.
Tan pronto como fue elegido para formar parte del Directorio superó con rapidez el júbilo inicial. Su cargo era superior a sus merecimientos. Cada año, a medida que ascendía automáticamente un peldaño, lo veía con mayor claridad. Ahora era Director Decano.
¡Nada menos que Director Decano!
En épocas pasadas, la tarea de gobernar había sido fácil. En la época de Nephi Morler, hacía ocho décadas, el propio Morler, siempre había sido presentado a los escolares como el mayor Director de todos los tiempos, no fue gran cosa, ¿Qué era entonces Baleymundo? Un mundo pequeño, una sarta de granjas, un puñado de ciudades agrupadas a lo largo de líneas naturales de comunicación. La población total no pasaba de cinco millones y las exportaciones más importantes eran lana virgen y algo de titanio.
Los espaciales los ignoraban por completo bajo la influencia benigna de Han Fastolfe de Aurora, y la vida era sencilla. La gente podía siempre viajar de vuelta a la Tierra..., si deseaba respirar cultura o palpar tecnología, y siempre había una corriente incesante de gente del planeta Tierra que llegaba como inmigrante. La enorme población de la Tierra era inagotable.
¿Por qué Morler no pudo ser un gran director? Porque no tuvo nada que hacer.
En el futuro, iba también a resultar sencillo gobernar. A medida que los espaciales se fueran degenerando (a los escolares se les decía que se ahogarían en las contradicciones de su sociedad, aunque Pandaral se preguntaba, a veces, si esto era realmente cierto) y los colonizadores crecieran en numero y fuerza, no tardaría en llegar el momento en que la vida volvería a ser segura. Los colonizadores vivirían en paz y desarrollarían al máximo su propia tecnología.
A medida que se llenara Baleymundo, asumiría las proporciones y los modos de otra Tierra, como los demás mundos, mientras irían surgiendo otros nuevos cada vez más abundantes hasta formar el futuro Imperio Galáctico. Y por supuesto, Baleymundo, como el más antiguo y más populoso de los mundos colonizados, siempre tendría un primer puesto en ese imperio bajo la égida bondadosa y perpetua de la Madre Tierra.
Pero no fue en el pasado cuando Pandaral fue Director Decano.
Tampoco en el futuro. Era ahora.
Han Fastolfe había muerto, pero ahora el que vivía era Kelden Amadiro. Hacía veinte décadas que Amadiro había estado en contra de que se autorizara a la Tierra a que enviara colonos, y seguía aún en vida para crearles problemas. Los espaciales eran demasiado fuertes para no tenerlos en cuenta; los colonizadores no eran lo bastante fuertes como para avanzar confiados. De un modo u otro los colonizadores deberían mantener a raya a los espaciales hasta que la balanza estuviera suficientemente equilibrada. La tarea de mantener a los espaciales tranquilos y a los colonizadores decididos y sensatos, pesaba cada vez más sobre los hombros de Pandaral que sobre los de ningún otro. Era una tarea que ni le gustaba ni la deseaba.
Era una mañana fría y gris que amenazaba con otra nevada, aunque eso no era ninguna sorpresa, y se fue solo al hotel. No quería séquito.
Los guardias de seguridad se cuadraron al verle pasar y él les saludó, cansado. Habló con el capitán de la guardia cuando éste se le acercó:
–¿Problemas, capitán?
–Ninguno, Director. Todo está tranquilo.
Pandaral inclinó la cabeza y preguntó:
–¿En qué habitación han instalado a Baley? ¡Ah! Y la mujer espacial y sus robots, ¿están bien guardados? Muy bien.
Siguió adelante. En general, D.G. se había portado bien. Solaria, abandonado, podía ser utilizado por los mercaderes como un infinito depósito de robots y como fuente de grandes beneficios, "aunque los beneficios no deben considerarse como equivalentes naturales de seguridad mundial", se dijo Pandaral con prevención. Pero Solaria, cosido de trampas, era mejor dejarlo. No valía una guerra. D.G. había obrado bien despegando inmediatamente.
Y llevándose el intensificador consigo. Hasta aquel momento tales artefactos eran tan pesados que solamente podían ser utilizados en grandes y costosas instalaciones dedicadas a destruir naves invasoras, e incluso éstas jamás habían ido más allá de la preparación del descenso.
Demasiado costoso. Era absolutamente necesario poseer versiones más pequeñas y más baratas, así que D.G. estaba en lo cierto al pensar que llevar un intensificador de Solaria a su mundo era mucho más importante que todos los robots de aquel mundo, reunidos. Aquel intensificador ayudaría enormemente a los científicos de Baleymundo.
Sin embargo, si uno de los mundos espaciales poseía un intensificador portátil, ¿por qué no los demás? ¿Por qué no Aurora? Si ese tipo de armas se hacía lo bastante pequeño como para colocarlo en las naves de guerra, una flota espacial podía eliminar sin el menor problema cualquier número de naves de los colonizadores. ¿Hasta qué punto de desarrollo habían llegado? ¿Y a qué velocidad podía Baleymundo progresar con la ayuda del intensificador que D.G. había traído?
Llamó a la puerta de la habitación de D.G. y a continuación entró sin esperar casi la invitación a hacerlo. Había ciertas ventajas que eran inherentes al nombramiento de Director Decano.
D.G. miró desde el cuarto de baño y dijo por entre la toalla con la que se estaba secando el pelo:
–Me hubiera gustado recibir a Vuestra Excelencia de una forma más digna, pero me ha sorprendido en desventaja: me encuentro en la posición poco digna de acabar de salir de la ducha.
–Cállate ya –dijo Pandaral.
En general disfrutaba con la irreprensible frivolidad de D.G. pero no en aquel momento. En cierto modo nunca había acabado de entender a D.G. Era un Baley, un descendiente directo del gran Elijah y del fundador, Bentley. Esto situaba a D.G. como un sucesor natural para el cargo de Director, especialmente porque poseía el tipo de afabilidad que atraía al público. No obstante, eligió ser un mercader, lo cual acarreaba una vida difícil y peligrosa. Podía enriquecerle, pero era más probable que le matara o, lo que era mucho peor, que le envejeciera prematuramente.
Además, la vida de D.G. como mercader le tenía mucho tiempo apartado de Baleymundo, por espacio de varios meses seguidos, y Pandaral prefería sus consejos a los de la mayoría de sus jefes de departamento. Uno no podía decir cuándo D.G. hablaba en serio, excepto por eso, merecia la pena escucharle. Pandaral dijo, abrumado:
–No creo que e! discurso de esa mujer haya sido lo mejor que podía ocurrirnos.