Refugio del viento (28 page)

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Authors: George R. R. Martin & Lisa Tuttle

Tags: #Ciencia ficción, Fantasía

BOOK: Refugio del viento
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—Podemos dar un paseo hasta la taberna —sugirió a la joven—, para celebrar nuestras victorias. Quiero alejarme de esta pandilla de perdedores para oír qué dice la gente de nosotros. A lo mejor, incluso podemos cerrar unas cuantas apuestas para mañana.

—No tengo ninguna victoria que celebrar —replicó S'Rella, arisca—. Volé fatal. Garth lo hizo mucho mejor que yo. No me merecía ganar.

—O ganas, o pierdes —señaló Val—. Lo que te merezcas no tiene nada que ver. Vamos.

Intentó tomarla de la mano para ayudarla a levantarse, pero S'Rella se libró de él, furiosa.

—¿Es que ni siquiera te importa lo que le ha pasado a Garth?

—En absoluto. Y tampoco debería importarte a ti. Si mal no recuerdo, lo último que le dijiste fue que le odiabas. Para ti habría sido mucho mejor que se ahogara, así tendrían que darte sus alas. Ahora, intentarán algún truco para quitártelas.

Maris, que estaba escuchando, empezaba a perder el control sobre su genio.

—Ya basta, Val —dijo.

—No te metas en esto, alada —le replicó el joven—. Es un asunto entre nosotros.

S'Rella se puso en pie de un salto.

—¿Por qué tienes que ser siempre tan odioso? No haces más que ser cruel con Maris, que sólo quiere ayudarte. Y lo que has estado diciendo sobre Garth… Garth se portó muy bien conmigo. ¿Y qué hice yo a cambio? Le desafié y casi muere por mi culpa. ¡Y tú no haces más que decir cosas desagradables sobre él! ¡No quiero oír ni una palabra más! ¡No te atrevas!

El rostro de Val se convirtió en una máscara inexpresiva.

—Ya veo —dijo con voz átona—. Como quieras. Si tanto te preocupan los alados, haz una visita a Garth y dile que se quede con las alas. Yo celebraré la victoria por mi cuenta.

Se dio la vuelta y se alejó por la arena a grandes zancadas, hacia el camino que le llevaría hasta la taberna. Maris cogió a S'Rella por la mano.

¿Quieres que visitemos a Garth? —preguntó impulsivamente.

¿Podemos? Maris asintió.

—Riesa y él comparten una casa, a un kilómetro de aquí, colina arriba. Le gusta estar cerca del mar y del refugio. Podemos ir a ver cómo se encuentra.

S'Rella estuvo encantada, y echaron a andar. Maris tenía un cierto miedo de la recepción que les podrían dispensar a su llegada, pero la preocupación por el estado de Garth era tanta que estaba dispuesta a correr el riesgo. No tenía nada que temer. Al abrir la puerta y verlas allí, Riesa se echó a llorar, y Maris tuvo que tomarla entre sus brazos para consolarla.

—Pasad a verle, pasad a verle —decía una y otra vez Riesa a través de las lágrimas—. ¡Se alegrará tanto…!

Garth estaba recostado en la cama, sobre una montaña de almohadas, con las piernas cubiertas por una gruesa manta de lana. Tenía el rostro aterradoramente pálido pero, cuando las vio en el umbral de la puerta, se le animó con una amplia sonrisa.

—¡Ah! —exclamó con su sonora voz de siempre—. ¡Maris! ¡Y el pequeño demonio que se va a quedar con mis alas! —Les hizo un gesto para que entraran—. Venid, sentaos a mi lado. Riesa no hace más que decir tonterías, y además se niega a traerme una jarra de su cerveza.

Maris sonrió.

—Lo que menos necesitas es cerveza —dijo cariñosamente mientras se acercaba a la cama y le daba un beso en la frente.

Pero S'Rella se quedó en la puerta. Al verlo, Garth se puso serio.

—¡Ah, S'Rella! —dijo—, no tengas miedo. No estoy enfadado contigo.

La joven se acercó a donde estaba Maris.

—¿De verdad?

—No —aseguró Garth—. Trae un par de sillas, Riesa. —Su hermana hizo lo que le pedía y, cuando estuvieron sentadas, Garth siguió hablando—. Sí, cuando me desafiaste estaba furioso… Y dolido. No puedo negarlo.

—Lo siento —sollozó S'Rella—. No quería hacerte daño. No te odio… Lo que dije aquella noche en el refugio…

El la hizo callar con un gesto.

—Lo sé. No tienes por qué disculparte. El agua estaba espantosa mente fría, pero quizá me ha espabilado un poco. Y aquí, tumbado, he tenido toda la tarde para pensar. Me he portado como un idiota, y tengo suerte de poder contarlo. Hice mal en mantener mi estado en secreto, y tú hiciste bien en desafiarme cuando te enteraste. —Sacudió la cabeza—. No podía aceptar la idea de convertirme en un atado a la tierra, ¿sabes? Amo volar, los viajes, a mis amigos. Pero se acabó. El chapuzón de hoy sólo me deja dos elecciones, ser un atado a la tierra vivo o un alado ahogado. Hasta hoy, siempre había conseguido controlar el dolor, cumplir las misiones. Pero esta mañana… Los brazos y las piernas me dolían rabiosamente. Bueno, no quiero hablar de eso. Ya es bastante malo que haya sucedido. —Tomó la mano de S'Rella—. Lo que quiero decir, preciosa, es que no puedo competir mañana. Y que, aunque pudiese, no lo haría. Riesa y el mar me han metido un poco de sentido común en la cabeza. Las alas son tuyas.

S'Rella apenas podía creerlo. Le miró con los ojos abiertos de par en par y una sonrisa temblorosa en los labios.

—¿Qué harás tú, Garth? —preguntó Maris. El hombre sonrió.

—Eso depende de los curanderos —respondió—. Al parecer, tengo tres elecciones. Ser un cadáver, ser un tullido o, quizá, encontrar un curandero que sepa lo que hace. En este último caso, podría dedicarme al comercio. Tengo suficiente hierro ahorrado para comprarme un barco, y así podría viajar, ver otras islas… Aunque la idea de ir por mar me asusta de muerte. —Se echó a reír—. Dorrel y tú siempre me acusabais en broma de ser un mercader, ¿te acuerdas, Maris? Sólo porque me gustaba cambalachear un poco de cuando en cuando. Pues vaya comerciante he resultado ser. S'Rella se lleva mis alas sin darme nada a cambio.

Se echó a reír, y Maris se unió a él.

Charlaron más de una hora sobre comerciantes, marineros y alados. Las dos jóvenes se tranquilizaron al oír las bromas de Garth, e intercambiaron chismorreos.

—Corm está horrorizado con tu amigo Val —dijo Garth en determinado momento—. Y no puedo por menos que comprenderlo. Es un buen alado, nunca creyó que perdería las alas, y menos a manos de Un-Ala. ¿Tienes algo que ver con eso, Maris?

La alada sacudió la cabeza.

—En absoluto. Es idea de Val. Nunca lo admitirá, pero creo que quería derrotar a uno de los mejores alados para que olvidásemos lo de Ari. El hecho de que la esposa de Corm esté entre los jueces no hace más que añadir mérito a la hazaña. Y, por supuesto, le da una buena excusa por si pierde. Siempre puede atribuir la derrota a los prejuicios de los alados.

Garth asintió, hizo una broma escabrosa sobre Corm y se volvió hacia su hermana.

—¿Por qué no le enseñas la casa a S'Rella, Riesa? Riesa captó la idea.

—Sí, ven —dijo a la joven.

S'Rella salió con ella de la habitación.

—Es encantadora —comentó Garth cuando se marcharon—. Y me re cuerda mucho a ti, Maris. ¿Te acuerdas de la primera vez que nos vimos?

Maris le sonrió.

—Claro que me acuerdo. Era mi primer vuelo al
Nido de Águilas
. Aquella noche, había una fiesta.

—También estaba Cuervo. Hizo su truquito.

—Nunca lo he olvidado —dijo Maris.

—¿Fuiste tú la que se lo enseñó a Un-Ala?

—No.

Garth se echó a reír.

—Todo el mundo cree que sí. Nos acordamos muy bien de lo impresionada que estabas con Cuervo. Coll llegó incluso a componer una canción sobre él, ¿verdad?

Maris sonrió de nuevo.

—Sí.

Garth iba a añadir algo, pero se lo pensó mejor. Durante un largo momento, la habitación quedó en silencio, y la sonrisa se desvaneció lentamente del rostro del joven.

Intentó evitarlo, pero no pudo: se echó a llorar. Tendió las grandes manos hacia ella, Maris se sentó al borde de la cama, le abrazó y le pasó los dedos por la frente.

—Lo sabía… No quería que S'Rella me viese… Oh, Maris, es tan terrible, tan…

—Oh, Garth —susurró ella besándole suavemente, luchando por contener sus propias lágrimas.

Se sentía impotente. Por un momento, imaginó lo que sería estar en el lugar de Garth. Se estremeció, apartó la idea y le abrazó todavía más fuerte.

—Venid a verme —pidió—. Bueno… Ya sabes… Cuando no vuelas, no puedes ir al
Nido de Águilas
… Ya sabes… Ya es bastante malo perder la libertad, y el viento… No quiero perderos también a vosotros, a mis amigos, sólo porque… Oh, malditas, malditas lágrimas… Ven a verme, Maris, prométemelo, prométemelo.

—Te lo prometo, Garth —dijo intentando hablar con voz animada—. A no ser que engordes tanto que no pueda soportar verte.

El hombre se echó a reír entre las lágrimas.

—¡Oh, no! —exclamó—. Ahora que pensaba que podría engordar tranquilamente, llegas tú y…

Oyeron pisadas fuera de la habitación, y Garth se secó rápidamente las lágrimas con la manta.

—Marchaos —pidió, sonriendo otra vez—. Marchaos, estoy cansado, me habéis dejado agotado. Pero volved mañana, cuando todo haya terminado, para contarme cómo han ido los juegos.

Maris asintió. S'Rella se acercó a ellos y dio a Garth un rápido y tímido beso antes de salir.

Recorrieron el medio kilómetro de vuelta hacia el pueblo lentamente, charlando y disfrutando del viento fresco que soplaba en la noche. Hablaron de Garth, un poco de Val, y S'Rella mencionó las alas —sus alas— con voz maravillada.

—Soy una alada —dijo, feliz—. ¡Es verdad!

Pero no iba a ser tan sencillo.

Sena las estaba esperando en la cabaña que compartían, sentada al borde de la cama, impaciente. Cuando entraron, se levantó.

—¿Dónde habéis estado?

—Fuimos a ver a Garth —respondió Maris—. ¿Sucede algo?

—No lo sé. Los jueces nos han mandado llamar, quieren que vayamos al refugio.

Dirigió a S'Rella una mirada cargada de sentido.

Partieron en seguida. Por el camino, Maris contó a Sena lo que había dicho Garth sobre ceder las alas, pero la anciana maestra no pareció complacida.

—Bueno, ya veremos —replicó—. Yo, en el lugar de S'Rella, no saldría volando todavía.

Aquella noche, los alados no estaban celebrando ninguna fiesta. La sala principal del refugio estaba casi completamente vacía, sólo había media docena de alados occidentales a los que Maris conocía de vista, sentados allí, bebiendo. El ambiente era cualquier cosa menos festivo. Cuando Maris y sus acompañantes entraron, uno de ellos se levantó.

—En la sala trasera —les dijo.

Los cinco jueces estaban reunidos en torno a una mesa redonda, pero se detuvieron en medio de una frase cuando la puerta se abrió. Shalli se levantó.

—Maris, Sena, S'Rella. Pasad —les dijo—. Y cerrad la puerta.

Tomaron asiento alrededor de la mesa. Shalli cruzó las manos delante de ella para seguir hablando.

—Os hemos mandado llamar porque tenemos una discusión, referente a la joven S'Rella, aquí presente. Creemos que tenéis derecho a hacernos saber vuestra opinión. Garth nos ha hecho llegar el mensaje de que no volará mañana…

—Lo sabemos —la interrumpió Maris—. Venimos de su casa.

—Bien —asintió Shalli—. Entonces, quizá comprendas nuestro problema. Tenemos que decidir qué se hace con las alas.

S'Rella se sobresaltó.

—Son mías —dijo—. Me lo ha dicho Garth.

El Señor de Skulny, que tamborileaba con los dedos sobre la mesa, frunció el ceño.

—Las alas no son de Garth, no puede regalarlas a quien quiera —dijo en voz alta—. Mira, chiquilla, voy a hacerte una pregunta. Si te entregamos las alas, ¿prometes instalarte aquí y volar para Skulny?

Maris advirtió con aprobación que S'Rella ni siquiera parpadeaba bajo la intensa mirada del hombre.

—No —respondió, contundente—. No puedo. Skulny es una hermosa isla, estoy segura, pero… Pero no es mi hogar. Volveré al Archipiélago del Sur con las alas. A Veleth, la pequeña isla en la que nací.

El Señor de la Tierra sacudió violentamente la cabeza.

—No, no, no. Si quieres, puedes volver a esa roca del Sur. Pero, si lo haces, será sin las alas —miró a los demás jueces—. Ya veis, le he dado una oportunidad. Insisto.

Sena dio un puñetazo sobre la mesa.

—¿Se puede saber qué pasa aquí? S'Rella tiene más derecho que nadie a esas alas. Desafió a Garth, y Garth fracasó. ¿Cómo podéis hablar de no entregárselas?

Miró a todos los jueces alternativamente, furiosa.

Shalli, que parecía la portavoz, se encogió de hombros en un gesto de disculpa.

—No hemos llegado a un acuerdo —dijo—. La cuestión es, ¿cómo puntuaremos la prueba mañana? Algunos pensamos que, si Garth no vuela, se debe conceder la victoria a S'Rella. Pero el Señor de la Tierra opina que no podemos votar en una competición en la que sólo vuela un alado. Insiste en que debemos tomar una decisión basándonos en las dos pruebas que ya se han realizado. Si lo hacemos así, Garth gana por seis piedras contra cinco, y se queda con las alas.

—¡Pero ha renunciado a ellas! —gritó Maris—. ¡No puede volar, está demasiado enfermo!

—La ley tiene en cuenta esta posibilidad —intervino el Señor de la Tierra—. Si un alado está enfermo, sus alas pasan al Señor de la Tierra y al resto de los alados de la isla para que dispongan de ellas, en caso de que él o ella no tengan herederos. Entregaremos las alas a alguien digno de ellas, a alguien que quiera quedarse en Skulny. He ofrecido la oportunidad a esta chiquilla, y ya habéis oído la respuesta. Tendremos que dárselas a otro.

—Esperábamos que S'Rella aceptara quedarse en Skulny —dijo Shalli—. Eso hubiera zanjado la discusión.

—No —repitió S'Rella, testaruda. Pero parecía deprimida.

—Lo que propones es una trampa —acusó Sena amargamente al Señor de la Tierra.

Estoy de acuerdo —intervino el juez de las Islas Exteriores. Se pasó los dedos por el rebelde pelo rubio—. La única razón de que Garth vaya ganando es que hoy le has votado, incluso después de que cayera al océano. Eso no ha sido demasiado justo, Señor de la Tierra.

He juzgado con justicia —se defendió éste, enfadado.

—Garth quiere que S'Rella se quede con sus alas —dijo Maris—. ¿No cuenta para nada su voluntad?

—No —respondió el Señor de la Tierra—. Las alas no son sólo suyas. Son un préstamo, pertenecen a todo el pueblo de Skulny. —Miró suplicante a sus camaradas jueces—. No es justo entregarlas a esta sureña, dejar a Skulny con sólo dos alas, sin motivo. Escuchadme. Si Garth hubiera estado sano, habría defendido sus alas contra cualquier desafiante, nunca habríamos llegado a esto. Si me hubiera comunicado que estaba enfermo, como exige vuestra propia ley, la ley de los alados, ya habríamos encontrado a alguien que llevara las alas. Si nos vemos en esta situación es porque Garth eligió ocultar su estado.

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