Refugio del viento (29 page)

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Authors: George R. R. Martin & Lisa Tuttle

Tags: #Ciencia ficción, Fantasía

BOOK: Refugio del viento
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¿Vais a castigar a toda la población de mi isla sólo porque un alado guardó un secreto?

Maris tuvo que admitir que el razonamiento tenía su parte de justicia. Los jueces también parecían estar de acuerdo.

—Lo que dices es verdad —dijo el juez del Sur—. Me gustaría que mi Archipiélago tuviera un nuevo par de alas, pero tu reclamación es cierta.

—S'Rella también tiene derechos —insistió Sena—. Tenéis que ser justos con ella.

—Si entregáis las alas al Señor de la Tierra —intervino también Maris—, estaréis negándole su derecho a desafiar. Sólo le llevan una piedra de ventaja. Tiene buenas oportunidades.

Entonces tomó la palabra S'Rella.

—No me he ganado las alas —dijo, insegura—. Estoy avergonzada de lo mal que he volado hoy. Pero, si tuviera otra oportunidad, podría ganarlas limpiamente. Sé que podría. Garth quiere que lo haga.

Shalli suspiró.

—S'Rella, cariño, no es tan fácil. No podemos empezar otra vez toda la competición sólo por ti.

—Debe quedarse con las alas —gruñó el juez de las Islas Exteriores—. Yo pongo desde ahora el guijarro de mañana por ella. ¿Alguien quiere hacer lo mismo?

Miró a su alrededor.

—¡Aquí no hay piedras que depositar! —le espetó el Señor de la Tierra—. Y no se puede celebrar una competición con un solo alado.

Se cruzó de brazos, dispuesto a no ceder.

—Me temo que debo votar con el Señor de Skulny —dijo el juez del Sur—, no puedo exponerme a favorecer injustamente a una compatriota.

Aquello sólo dejaba a Shalli y a la juez oriental. Las dos mujeres titubeaban.

—¿No hay ninguna manera de que podamos ser justos con todos? —preguntó Shalli.

Maris miró a S'Rella y le rozó el brazo.

¿De verdad quieres competir otra vez, intentar ganarte las alas?

Sí —respondió S'Rella—. Quiero merecerlas. No me importa lo que diga Val.

Maris asintió y se volvió hacia los jueces.

—En ese caso, os propongo otra cosa. Señor de Skulny, tienes otros dos alados. ¿Confías en ellos?

—Sí —replicó él con voz de sospecha—. ¿Qué pasa?

—Sólo una cosa. Propongo que siga la competición. La puntuación queda como hasta ahora, S'Rella pierde por un guijarro. Pero, como Garth no puede volar, nombra un sustituto, a otro de tus alados, para que lleve las alas en su lugar. Si tu alado gana, Skulny se queda con las alas y puedes entregárselas a quien elijas. Si gana S'Rella, nadie podrá discutirle su derecho a llevárselas al Sur. ¿Qué decides?

El Señor de la Tierra lo meditó un instante.

—De acuerdo —dijo—, es una solución aceptable. Jirel volará en lugar de Garth. Si esta chiquilla es capaz de derrotarla, se habrá ganado las alas, aunque no me hará demasiado feliz perderlas.

Shalli pareció inmensamente aliviada.

—Una sugerencia excelente —comentó con una sonrisa—. Sabía que podíamos fiarnos del sentido común de Maris.

—Entonces, ¿estamos de acuerdo? —preguntó rápidamente la oriental.

Todos los jueces asintieron excepto el de las Islas Exteriores, que sacudió la cabeza de nuevo.

—La chica debería quedarse con las alas —murmuró—. El alado se cayó al océano.

Pero no discutió con demasiada energía.

Fuera del refugio, en el aire frío de la noche, empezaba a caer una fina lluvia. Pero, de todos modos. Sena las obligó a detenerse. Parecía preocupada.

—S'Rella —empezó a decir, apoyándose en el bastón—, ¿estás segura de que es esto lo que quieres? Tengo entendido que Jirel es una buena alada. Y quizá, si hubiéramos discutido más, habríamos puesto a los jueces de nuestra parte.

—No —aseguró firmemente S'Rella—. No, quiero que sea así.

Sena la contempló largo rato con el ojo sano, y al fin asintió.

—Bien —dijo, satisfecha—. Entonces, marchaos a casa. Mañana hay que volar.

En el tercer día de competición, Maris se despertó antes del amanecer, confundida por la oscuridad, el frío, y consciente de que algo iba mal. Alguien estaba llamando a la puerta.

—Maris —la llamó S'Rella desde la cama contigua—, ¿me levanto para abrir?

Maris no alcanzó a verla. Faltaba mucho para la salida del sol, y no tenían ninguna de las velas encendida.

—No —le susurró—. Calla.

Tenía miedo. Los golpes siguieron, sin interrupción, y Maris recordó los pájaros muertos que les habían dejado. Se preguntó quién podría estar al otro lado de la puerta a aquellas horas de la noche, intentando con tanta insistencia que abrieran. Saltó de la cama, cruzó la habitación y, en la oscuridad, consiguió encontrar el cuchillo con el que había descolgado los pájaros de la puerta. No era nada, un pequeño cuchillo metálico de mesa, pero le daba confianza. Sólo entonces se dirigió hacia la puerta.

¿Quién está ahí? —exigió saber—. ¿Quiénes? Los golpes se detuvieron.

Raggin —respondió una voz profunda que no conocía.

¿Raggin? No conozco a ningún Raggin. ¿Qué quieres?

—Soy del Hacha de Hierro —le contestaron desde fuera—. ¿Conoces a Val, el que se hospeda conmigo?

El miedo desapareció, y Maris abrió rápidamente la puerta. El hombre que aguardaba fuera, a la luz de las estrellas, era harapiento y desaliñado. Tenía la nariz ganchuda y la barba sucia, pero de repente le reconoció: el camarero de la taberna de Val.

—¿Sucede algo?

—Estaba cerrando, y tu amigo no había llegado todavía. Creía que había encontrado a alguna preciosidad con la que dormir, pero entonces le vi fuera, en el suelo. Le han herido, está muy mal.

¿A Val? —exclamó S'Rella. Corrió hacia la puerta—. ¿Dónde está? ¿Se encuentra bien?

Le llevé a su habitación —explicó Raggin —. No fue fácil subirle por la escalera. Pero me acordé de que conocía a gente de por aquí, y vine a buscaros. ¿Queréis venir conmigo? No sé qué hacer con él.

—Ahora mismo —respondió rápidamente Maris—. Vístete, S'Rella. Se apresuró a recoger sus ropas y a ponérselas. Pronto estuvieron caminando a buen paso por el camino del mar. Maris llevaba una lámpara de aceite en la mano. El camino pasaba junto a los riscos y, en la oscuridad, un paso en falso podía resultar fatal.

La taberna estaba cerrada y a oscuras, con la puerta atrancada desde dentro con una pesada tabla de madera. Raggin las dejó a la entrada para pasar por lo que llamó el «camino secreto». Les abrió desde dentro.

—Hay que tener cuidado —explicó—, mucha gente mala viene por aquí. Tengo algunos clientes que no os gustarían demasiado, aladas.

Apenas le escuchaban. S'Rella echó a correr escalera arriba, hacia la habitación que a veces había compartido con Val, mientras Maris la seguía de cerca. Cuando la alcanzó, la joven estaba encendiendo una vela junto a la cama de Val.

La escasa luz vacilante llenó la pequeña habitación, y la figura que yacía bajo las mantas se removió con un gemido animal. S'Rella dejó la vela y apartó las mantas.

Los ojos de Val la encontraron, y pareció reconocerla: tendió el brazo izquierdo hacia ella desesperadamente. Pero, cuando intentó hablar, los únicos sonidos que pudo producir fueron unos sollozos entrecortados por el dolor.

Maris se sintió desmayar. Le habían golpeado salvajemente en la cabeza y en los hombros, el rostro del joven era una masa irreconocible de heridas y hematomas. Un corte, a lo largo de la mejilla, le seguía sangrando, y tenía sangre seca sobre la camisa y la mandíbula. Cuando abrió la boca para intentar hablar, pudieron ver que también tenía la boca ensangrentada.

—¡Val! —gritó S'Rella, sollozando.

Le tocó la frente. El joven se estremeció ante el roce y trató de decir algo.

Maris se acercó más. Val agarraba fuertemente a S'Rella con la mano izquierda, atrayéndola hacia él. Pero el brazo derecho le colgaba a lo largo del cuerpo. Y algo iba mal: en la sábana, bajo la extremidad, había sangre. El ángulo que trazaba el brazo era imposible, y la chaqueta estaba desgarrada, ensangrentada. Se arrodilló a la derecha de la cama y rozó suavemente el brazo. Val se estremeció tan fuertemente que S'Rella saltó hacia atrás, aterrorizada. Sólo entonces vio Maris el extremo del hueso, que sobresalía bajo la piel y la ropa.

Raggin las observaba desde la puerta.

—Tiene el brazo roto, no se lo toques —dijo, cooperativo—. Si lo haces, gritará. Tendríais que haber oído el escándalo que armó mientras le subía aquí. Creo que también tiene la pierna rota, pero no estoy seguro.

Val estaba quieto, pero respiraba en jadeos entrecortados por el dolor.

—¿Por qué no has llamado a un curandero? —preguntó bruscamente a Raggin—. ¿Por qué no le has dado nada para el dolor?

Raggin dio un paso hacia atrás, sorprendido, como si aquellas ideas ni siquiera se le hubieran pasado por la cabeza.

—Fui a buscaros, ¿no? ¿Quién va a pagar al curandero? Él no, seguro. No tiene ni para empezar. He revisado sus cosas.

Maris apretó los puños e intentó contener la furia.

—Ve ahora mismo a buscar un curandero —ordenó—. No me importa si tienes que correr quince kilómetros, hazlo muy de prisa. Si no lo haces, te juro que hablaré con el Señor de la Tierra para que cierre este tugurio.

—Alados —gruñó el camarero—. Siempre imponiéndoos, ¿eh? De acuerdo, iré, pero ¿quién pagará al curandero? Eso es lo que quiero saber, y él también querrá saberlo.

—¡Maldita sea! —gritó Maris—. ¡Yo le pagaré, maldita sea, yo le pagaré! ¡Es un alado! ¡Si no le curan bien los huesos, si no recibe cuidados, nunca volverá a volar! ¡Date prisa!

Raggin le dirigió una última mirada recelosa, y se dirigió hacia la escalera. Maris volvió junto al lecho de Val. El joven emitía sonidos entrecortados e intentaba moverse, pero cada gesto le arrancaba un gemido de dolor.

—¿No podemos hacer nada por él? —preguntó S'Rella a Maris. —Sí —replicó la alada—. Después de todo, esto es una taberna. Ve abajo y trae unas cuantas botellas. Eso le calmará un poco el dolor hasta que llegue el curandero.

S'Rella asintió y se dirigió hacia la puerta.

—¿Qué traigo? —preguntó—. ¿Vino?

—No, necesitamos algo más fuerte. Busca un poco de coñac. O ese licor de Poweet, ¿cómo se llama? Está hecho de cereales y patatas…

S'Rella asintió y se marchó. Volvió en seguida con tres botellas de licor de la isla y un frasco sin identificar que despedía un profundo aroma.

—Es fuerte —comentó Maris.

Lo probó ella misma, y luego dijo a S'Rella que levantara la cabeza de Val mientras le vertía el líquido en la boca. El joven parecía muy dispuesto a cooperar, y sorbió ansioso la bebida mientras las dos jóvenes se turnaban para administrársela.

Cuando por fin volvió Raggin con el curandero, una hora más tarde. Val ya había perdido el conocimiento.

—Aquí tienes a tu curandero —dijo el camarero. Miró las botellas vacías en el suelo y añadió—: También pagarás eso, alada.

Cuando el curandero le hubo entablillado a Val el brazo y la pierna —Raggin estaba en lo cierto, también la tenía rota, aunque no de manera tan grave como el brazo—, le dio un calmante, le curó las magulladuras de la cara y entregó a Maris una botella llena de un líquido verdoso.

—Esto es mejor que el coñac —dijo—. Le quitará el dolor y le hará dormir.

Se marchó, dejando a Maris y a S'Rella a solas con Val.

—Han sido los alados, ¿verdad? —le preguntó llorosa cuando se sentaron juntas, en la pequeña habitación, a la luz de la vela.

Un brazo y una pierna rotos, el otro lado intacto —dijo Maris, furiosa—. Sí, creo que ha sido un alado. No creo que ninguno lo hiciera personalmente, pero se ha hecho por encargo de un alado. —Con un repentino impulso, Maris se dirigió hacia el montón de ropas ensangrentadas que le habían quitado a Val, y rebuscó entre ellas—. Mmm… Lo que pensaba. El cuchillo ha desaparecido. Quizá se lo quitaron, o quizá lo tenía en la mano y se le cayó.

Quien quiera que fuera, ojalá le haya hecho daño —dijo S'Rella—. ¿Crees que fue Corm? Como mañana le iba a quitar las alas.

—Hoy —objetó Maris, mirando por la ventana. Las primeras luces del amanecer ya resultaban visibles en el cielo oriental—. Pero no, no fue Corm. Corm estaría encantado de destruir a Val si pudiera, pero lo haría legalmente, no así. Es demasiado orgulloso como para recurrir a una paliza.

—Entonces, ¿quién?

Maris sacudió la cabeza.

—No lo sé, S'Rella. Una persona enferma, de eso no hay duda. Quizá un amigo de Corm, o un amigo de Ari. Tal vez haya sido Arak, o alguno de sus amigos. Val tenía muchos enemigos.

—Quería que viniese con él —dijo S'Rella. Se sentía culpable—. Pero yo elegí ir a ver a Garth. Si le hubiera acompañado, como me pidió, quizá esto no habría sucedido.

—Si le hubieras acompañado —le interrumpió Maris—, lo más probable es que ahora mismo estuvieras igual que él. S'Rella, querida, recuerda esos pájaros que nos dejaron clavados en la puerta. Querían decirnos algo. Tú también eres un-ala. —Volvió la vista hacia las luces del alba—. Como yo. Quizá ya sea hora de que lo admita. Soy medio alada, nunca seré más. —Sonrió a S'Rella—. Pero supongo que lo que importa es qué mitad.

S'Rella parecía asombrada, pero Maris siguió hablando.

—Basta de charla. Aún quedan unas horas antes de que empiece la competición, quiero que intentes dormir un poco. Hoy tienes que ganarte las alas, ¿recuerdas?

—No puedo —protestó S'Rella—. Hoy no.

—Especialmente, hoy —replicó Maris—. Quien quiera que haya hecho esto a Val, estará encantado de saber que también te ha arrebatado las alas a ti. ¿Es eso lo que quieres?

—No —dijo S'Rella.

—Entonces, duerme.

Más tarde, mientras S'Rella dormía, Maris volvió a mirar por la ventana. El sol ya se alzaba sobre el horizonte, con su redondo rostro rojo destacándose contra las oscuras nubes. Iba a ser un buen día ventoso. Un buen día para volar.

La competición ya se estaba desarrollando cuando llegaron Maris y S'Rella. Se habían retrasado en la taberna, cuando Raggin exigió que le pagaran inmediatamente la factura de Val, y les costó un buen rato convencerle de que se le pagaría todo. Maris le hizo prometer que atendería a todas las necesidades de Val, y que no permitiría que nadie más subiera a la habitación.

Sena estaba en su puesto habitual, junto a los jueces, observando cómo los primeros competidores volaban a través de los arcos. Maris envió a S'Rella a reunirse con los demás Alas de Madera, y subió por el risco a toda velocidad. Sena se sintió aliviada al verla.

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