Read Refugio del viento Online
Authors: George R. R. Martin & Lisa Tuttle
Tags: #Ciencia ficción, Fantasía
Temblando, Maris cerró la puerta de golpe.
De repente, una terrible sospecha se apoderó de ella. Abrió la puerta rápidamente y echó a correr tras él. Al verla acercarse, Arak también echó a correr, pero pronto le alcanzó y le derribó sobre la arena. Varios alados les contemplaban atónitos, pero ninguno hizo el menor movimiento para intervenir.
Arak se le volvía bajo ella.
—¡Estás loca! —gritó—. ¡Suéltame!
—¿Dónde ejecutaron al padre de Val? —exigió saber Maris. Arak se puso torpemente en pie.
—¿En Lomarron o en Arren Sur?
—En Arren, por supuesto. No tenía sentido embarcarle de vuelta a Lomarron —dijo, alejándose un paso de ella—. Nuestra cuerda es tan buena como cualquier otra.
—Pero el crimen se cometió en Lomarron, así que era el Señor de Lomarron el que tenía que ordenar la ejecución —replicó Maris—. ¿Cómo le llegó la orden a tu Señor de la Tierra? Tú la llevaste, ¿verdad? ¡Tú llevaste el mensaje de ida y vuelta!
Arak la miró y echó a correr de nuevo. Esta vez, Maris no le siguió.
La expresión del rostro del alado era toda la confirmación que necesitaba.
El viento procedente del mar era cortante y frío aquella noche, pero Maris caminaba lentamente, sin demasiadas ganas de abandonar la soledad del camino para tener una conversación con Val. Quería hablar con el joven —sentía que tenía que hacerlo—, pero no estaba segura sobre qué iba a decirle. Por primera vez, tenía la sensación de comprenderle. Y aquella simpatía le molestaba.
Estaba furiosa con Arak. Le había respondido de manera emocional y, según pensaba ahora, irracional. Aunque Val estuviera en su derecho de sentir aquella ira, era impropia de ella. No se puede culpar a un alado por el mensaje que lleva. Eso es algo de sentido común, tanto como las leyendas. Maris nunca había llevado mensajes que implicaran la muerte de nadie, pero una vez voló con cierta información, gracias a la cual una mujer acabó en la cárcel, acusada de robo. ¿Guardaría aquella mujer tanto rencor hacia Maris como hacia el Señor de la Tierra que la sentenció?
Maris se metió las manos en los bolsillos y encogió los hombros bajo el mordisco del viento, tiritando mientras intentaba apartar aquel problema de su mente. Arak era una persona desagradable, era muy posible que le hubiera complacido la idea de ser el instrumento de la venganza contra un asesino, y sin duda se había aprovechado de la situación. Val y su madre eran mano de obra barata, por mucho que hablara de su propia generosidad.
Mientras se acercaba a la taberna en la que se hospedaba Val, Maris seguía discutiendo consigo misma. Arak era un alado, y los alados no pueden negarse a transportar ningún mensaje, sin importar lo desagradable o injusto que parezca. No podía permitir que el desagrado que le inspiraba el hombre le hiciera culpable por la ejecución (merecida o no) del padre de Val. Y eso era algo que Val, si alguna vez llegaba a ser algo más que Un-Ala, tendría que entender también.
La taberna era un local destartalado, el interior estaba oscuro y frío, y olía ligeramente a moho. El fuego era demasiado pequeño para calentar por completo la sala principal, y las velas que ardían sobre la mesa dejaban escapar demasiado humo. Val estaba charlando con tres corpulentas mujeres morenas que llevaban el uniforme marrón y verde de los guardianes, pero se acercó a Maris cuando la alada le llamó. Llevaba un vaso de vino en la mano.
Sostuvo el vaso mientras ella hablaba. El rostro del joven era inexpresivo, y en ningún momento la interrumpió. Cuando Maris terminó de hablar, apenas quedaba un rastro de aquella antipática sonrisa.
—Calidez y generosidad —dijo—. Arak tenía las dos cosas en abundancia.
No añadió nada más.
Fue un silencio largo y desagradable.
—¿No tienes nada más que decir? —preguntó por fin Maris.
La expresión de Val cambió ligeramente, las líneas de alrededor de la boca se tensaron, los ojos se estrecharon. Parecía más duro que nunca.
—¿Qué esperas que diga, alada? ¿Quieres que te abrace, que llore sobre tu hombro, que componga una canción sobre lo comprensiva que eres? ¿Qué quieres?
La ira que se reflejaba en la voz del joven sobresaltó a Maris.
—No… No sé qué esperaba —dijo—. Pero quería que supieras que comprendo todo lo que has sufrido, que estoy de tu parte.
—No quiero que estés de mi parte —replicó Val—. No te necesito a ti, ni necesito tu compasión. Y si crees que te estoy agradecido por haber hurgado en mi pasado, te equivocas. Lo que pasó entre Arak y yo es asunto nuestro, no tuyo. No necesitamos de tus juicios.
Apuró el vaso de vino y chasqueó los dedos. El encargado del bar se acercó a la mesa y puso otra botella entre ellos.
—Querías vengarte de Arak, y me parece bien —insistió Maris, testaruda—. Pero ahora lo que quieres es vengarte de todos los alados. Debiste desafiar a Arak, no a Ari.
Val se llenó de nuevo el vaso y probó el vino.
—Esa romántica idea presenta varios problemas —dijo, ya más tranquilo—. Para empezar, Arak no tenía alas el año que Hogar del Aire me avaló. Su hijo había llegado a la edad, Arak estaba retirado. Hace un par de años, su hijo enfermó de no sé qué fiebre del Sur y murió, y Arak volvió a tomar las alas.
—Ya entiendo —asintió Maris—. Y no desafiaste a su hijo porque era tu amigo.
La carcajada de Val tenía un tinte de crueldad.
—No. Su hijo era un estúpido que cada día se parecía más a su padre. No derramé ni una lágrima cuando lo arrojaron al mar. Sí, en el pasado jugamos juntos, cuando era demasiado joven para darse cuenta de su superioridad. Nos azotaron juntos en muchas ocasiones, pero eso no nos unió. —Se inclinó hacia adelante—. No le desafié porque era bueno, la misma razón por la que no habría desafiado a Arak. Pienses lo que pienses, no me interesa la venganza. Me interesan las alas y lo que representan. Tu Ari era la alada más débil que vi, sabía que podría quedarme con sus alas. En cambio, si me enfrentaba contra Arak o contra su hijo, era posible que perdiera. Así de fácil.
Tomó otro sorbo de vino mientras Maris le miraba, cansada. No sabía qué esperaba al acudir a la taberna, pero no era aquello. Y supo que no conseguiría nada, que no podría conseguir nada. Había sido una estupidez intentarlo. Val Un-Ala era como era, y no cambiaría porque Maris comprendiera las crueles fuerzas que le habían moldeado. Estaba allí sentado, mirándola con el mismo desprecio frío de siempre. Maris supo que nunca podrían ser amigos, nunca, pasara lo que pasase.
Lo intentó de nuevo.
—No juzgues a todos los alados por Arak. —Mientras hablaba, se preguntó por qué no había dicho «nos», por qué no se incluía entre los alados—. Arak no es un ejemplo típico.
—Arak y yo nos comprendemos el uno al otro perfectamente —le replicó Val—. Sé muy bien lo que es, gracias. Sé que es más cruel que la mayoría de las personas, alados o atados a la tierra, menos inteligente y más propenso a la ira. Pero eso no cambia mi opinión sobre el resto de los alados. Tanto si quieres admitirlo como si no, la mayoría de tus amigos piensan como él. Lo que pasa es que Arak tiene menos reticencias en cuanto a admitirlo, y es un poco más rudo al expresarlo.
Maris se levantó.
—No tenemos nada más que decirnos. Os espero a S'Rella y a ti mañana por la mañana, para practicar —dijo al tiempo que se alejaba del joven.
Sena y el resto de los Alas de Madera llegaron varias horas antes de lo previsto, el día anterior al principio de la competición. Bajaron del barco en el puerto más cercano y caminaron doce millas por el camino que discurría paralelo al mar.
Maris estaba volando y tardó varias horas en enterarse de que habían llegado. Cuando se reunió con ellos, Sena le preguntó inmediatamente por las alas de la academia, y envió a Leya y a Sher a buscarlas.
—Tenemos que aprovechar cada hora de buen viento que nos queda —explicó—. Llevamos demasiado tiempo atrapados en ese barco.
Cuando los estudiantes se marcharon, Sena pidió a Maris que se sentara a su lado, y la miró con preocupación.
Dime qué pasa.
¿A qué te refieres?
Sena agitó la cabeza, impaciente.
—Me he dado cuenta en seguida —dijo—. En los años anteriores, los alados se han mostrado fríos con nosotros, pero siempre con educación. Este año la hostilidad se palpa en el aire, como un mal olor. ¿Se trata de Val?
Brevemente, Maris contó a la anciana lo que había sucedido. Sena frunció el entrecejo.
—Bueno, mala suerte, pero sobreviviremos. La adversidad les endurecerá. Lo necesitan.
—¿Tú crees? Esta adversidad no es la misma que les proporcionará el viento, el clima y los malos aterrizajes. Es otra cosa. ¿Necesitan que les endurezcan el corazón, además del cuerpo?
Sena le puso una mano en el hombro.
—Quizá sí. Pareces triste, Maris, y comprendo tu disgusto. Yo también fui una alada, y me gustaría tener mejor opinión de mis viejos amigos. Pero tanto los alados como los Alas de Madera, sobreviviremos.
Aquella noche los alados disfrutaron de una ruidosa fiesta en el refugio, tan escandalosa que, incluso desde el pueblo, Maris y los demás pudieron oírla. Pero Sena no dejó que sus discípulos asistieran. Dijo que aquella noche, después de una última reunión en su cabaña, necesitaban descansar.
Empezó por informarles de las reglas. La competición duraría tres días, aunque los asuntos serios, los desafíos formales, estarían restringidos a las mañanas.
—Mañana nombraréis a vuestro oponente y correréis contra él o ella —explicó Sena—. Los jueces valorarán la velocidad y la resistencia. Pasado mañana se puntuará la elegancia y, el tercer día, la precisión: volaréis a través de los arcos para demostrar vuestra capacidad de control.
Las tardes y noches se ocuparían con competiciones menos serias, juegos, desafíos personales, concursos de canciones, fiestas y cosas así.
—Dejad eso para los alados que no intervienen en los auténticos desafíos —advirtió Sena—. No hagáis tonterías. Sólo conseguiríais cansaros y malgastar energías. Mirad si queréis, pero no toméis parte.
Cuando terminó de explicar las reglas. Sena se dedicó a responder preguntas hasta que le hicieron una a la que no supo qué contestar. La formuló Kerr, que había perdido peso en los tres días que pasó en el barco, y tenía un aspecto sorprendentemente atlético.
—¿Cómo sabremos a quién debemos desafiar, Sena?
La maestra miró a Maris.
—No es la primera vez que se nos presenta este problema —les dijo—. Cuando llegan a la edad de desafiar, los hijos de los alados saben todo lo que necesitan saber, pero a nosotros no nos llegan los cotilleos, no sabemos quién es fuerte y quién es débil entre los alados. Mis datos están pasados desde hace diez años. ¿Quieres aconsejarle tú, Maris?
La alada asintió:
—Bueno, evidentemente, queréis desafiar a alguien a quien podáis derrotar. Yo sugiero que elijáis a los occidentales o a los orientales. Los alados que vienen de más lejos suelen ser los mejores. Cuando la competición se celebra en el Archipiélago del Sur, los alados sureños más débiles están disponibles, pero sólo los mejores del Archipiélago Occidental hacen el viaje.
«También os recomiendo que evitéis a los alados de Gran Shotan. Tienen una organización casi militar y entrenan intensivamente todos los dias».
—El año pasado desafié a una mujer de Gran Shotan —intervino Damen, sombrío—. No parecía una rival muy peligrosa, pero en el momento de la verdad me derrotó sin tener que esforzarse.
—Lo más probable es que estuviera fingiendo torpeza para provocar algún desafío —explicó Maris—. Sé de alados que hacen cosas así.
—Pero eso deja mucha gente a la que desafiar —señaló Kerr, insatisfecho—. Yo no conozco a ningún alado. ¿Por qué no nos dices unos cuantos nombres de personas a las que podamos derrotar?
Val se echó a reír. Estaba en la puerta, con S'Rella a un lado, muy cerca.
—Tú no podrías derrotar a nadie —le dijo—. Excepto a Sena, aquí presente. Desafíala a ella.
—¡Te venceré a ti. Un-Ala! —saltó Kerr. Sena le mandó callar y miró a Val.
—Silencio. No estoy dispuesta a consentir más insultos como ése, Val. —Se volvió hacia Maris—. Kerr tiene razón. ¿Puedes decirnos los nombres de unos cuantos alados a los que consideres vulnerables?
—Ya sabes, Maris —intervino de nuevo Val—. Como Ari.
Estaba sonriendo.
Hasta hacía poco, la mera sugerencia hubiera horrorizado a Maris. La habría considerado una traición de la peor especie. Ahora ya no estaba tan segura. Los malos alados se ponían en peligro a ellos mismos y a las alas, y sus nombres no eran ningún secreto, estaban en boca de todos los que conocían los rumores del
Nido de Águilas
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—Supongo… supongo que puedo sugerir algunos nombres —dijo, titubeando—. Jon del Culhall, por ejemplo. Se dice que está perdiendo vista, y nunca ha volado demasiado bien. Otra podría ser Bari de Poweet. Ha engordado más de quince kilos desde el año pasado, y eso siempre es síntoma de que el cuerpo y la voluntad de un alado empiezan a fallar. —Mencionó a una media docena más de alados, los que tenían reputación de ser torpes, descuidados o las dos cosas, demasiado jóvenes o viejos. Luego, impulsivamente, añadió otro nombre más—. Y un oriental al que conocí ayer, quizá valga la pena desafiarle. Arak de Arren Sur.
Val meneó la cabeza.
—Arak es pequeño, pero no débil —dijo tranquilamente—. Vuela mejor que ninguno de los presentes excepto quizá yo.
—¿Ah, sí? —Como siempre, Damen se cegó ante la baladronada implícita—. Ya veremos. Yo me fiaré del criterio de Maris.
Charlaron unos minutos más, y los Alas de Madera discutieron los nombres sugeridos por Maris. Por fin, Sena les ordenó que se retiraran a descansar.
Delante de la cabaña que había compartido con Maris, S'Rella dio las buenas noches a Val.
—Ve sin mí —le dijo—, me quedaré aquí esta noche.
El joven pareció ligeramente molesto.
—¿Sí? Como quieras.
—¿S'Rella? —dijo Maris cuando Val hubo desaparecido—. Eres bienvenida, por supuesto, pero ¿porqué…?
S'Rella se volvió hacia ella con el rostro serio.
—No mencionaste a Garth —dijo.
Maris se sobresaltó. Había pensado en Garth, por supuesto. Estaba enfermo, bebía demasiado, había ganado peso… Quizá fuera mejor para él perder las alas. Pero sabía que su amigo no lo aceptaría, y le conocía desde hacía demasiado tiempo: no consiguió obligarse a mencionar su nombre ante los Alas de Madera.