Read Razones para la rebeldía Online
Authors: Guillermo Toledo
El gueto de Varsovia de ayer es el gueto de Gaza de hoy. Lo que sucedió con el Mavi Marmara el año pasado, el barco con ayuda humanitaria que se dirigía a Gaza y que fue abordado por el Ejército israelí, que asesinó a nueve personas, resultó ser en realidad una experiencia idéntica a lo que les sucedía a los judíos que se escapaban del holocausto. Se embarcaban en barcos para llegar a Palestina y los ingleses, cuando estaban a punto de llegar, los ametrallaban y los mataban, algo que es exactamente lo mismo que está haciendo ahora Israel con los barcos de la comunidad internacional que pretenden llegar a Gaza. Porque toda esa gente de diversas nacionalidades que, de manera solidaria, pretende ayudar a Gaza, el Marmara y la Flotilla de la Libertad, constituye la verdadera comunidad internacional, no lo que dicen los medios de comunicación, que califican de comunidad internacional a la OTAN y al Consejo de Seguridad.
Quiero contar también el porqué de mi participación en la Flotilla que salió el pasado mes de junio con destino a Gaza, con el objetivo de romper el bloqueo israelí y llevar ayuda humanitaria. Hace tiempo que decidí que hay que ser rojo, que ser rojo significa, ni más ni menos, ser humanista, luchar y pelear por mejores condiciones para la vida de los seres humanos, y eso no se hace en el salón de tu casa o desde el bar, diciéndoles a tus interlocutores que eres el más rojo del mundo. Hay que hacer algo, lo que sea. Si eres cantante, compones las letras de Los chicos del maíz; si eres periodista, escribes libros de denuncia. Pero mi obligación es dar un paso más allá, a los palestinos los están matando, es una limpieza étnica. Por supuesto, no le pido a nadie que haga lo mismo, pero no estoy a gusto simplemente quedándome en mi ideología. Esto ocurre con mucha frecuencia, la gente se queda en su pensamiento, con sus libros de Marx y Lenin, pero a la hora de exponerse físicamente y trabajar mano a mano con el pueblo que sufre, eso les cuesta mucho. ¿Cuántas veces estás con una gente de izquierda en un bar, llega un africano vendiendo collares y lo tiran a gritos? Ese salto para abandonar sus posiciones burguesas les cuesta mucho, se quedan solo en un plano ideológico. En particular, tengo la necesidad de dar ese paso, y así reivindico el término «compasión», un término que se lo ha adueñado la Iglesia católica, pero que significa «ser consciente del sufrimiento del otro», aunque nunca me puedo poner del todo en el lugar del palestino, del colombiano o del saharaui. Firmar un manifiesto está chupado. Pero la obligación, al menos para mí, es ir allí. Está bien firmar un manifiesto e ir a una manifestación, pero eso a Israel le da igual. Sin embargo, la Flotilla les inquieta y les obliga a reaccionar. Una de las cosas que debemos hacer, la gente de izquierda, es obligar al poder a reaccionar contra nuestros actos. Salir 25.000 personas a protestar en una manifestación no solo no les molesta, sino que les da a ellos el estatus de demócratas: «Hemos dejado a esta gente salir y han dicho lo que tenían que decir», dicen. Pero si entras y protestas en el Congreso de los Diputados, no es que soluciones nada, pero les obligas a reaccionar, a destaparse como son, falsos demócratas. Así es como José Bono se retrató.
Esta flotilla pone en evidencia el bloqueo que sufren miles de personas, la crueldad de ese bloqueo, porque no dejan que nadie lleve cemento, medicinas o material escolar a Gaza. Eso muestra su ideología racista y xenófoba. Por eso voy. Y, por otro lado, porque en ese barco va la gente que a mí me gusta, con los que me siento bien, con los que voy a aprender, con los que me quiero rodear, la gente que está dispuesta a mover el culo y a salir de su casa para intentar cambiar el mundo. Tengo otros amigos, por supuesto, pero ese nivel de conciencia universal y humanidad para luchar por un mundo mejor solo se puede lograr pasando a la acción.
Y también desde el punto de vista egoísta, para crecer como persona. Uno no crece yendo a estrenos de cine, ni haciendo una entrevista vestido de Armani para El País Semanal, ni recibiendo premios. El premio más grande que me han dado en toda mi vida es el que me dio el Sindicato de Obreros del Campo, un reconocimiento precioso, ese reconocimiento es el que quiero, no el de la Academia de Cine, ni el de El País.
Cuba es un referente para la izquierda mundial, incluso en las recientes rebeliones árabes se enarbolaban banderas del Che Guevara o de Fidel Castro. Y eso sucede por muchas razones. En primer lugar, por la aureola romántica de la lucha guerrillera contra la dictadura de Batista. Pero también ocurre por el mérito y el valor que tiene haber resistido a las presiones y agresiones de Estados Unidos, que está a tan pocas millas de la isla, y por todos los logros sociales de la Revolución cubana. En ningún lugar del mundo se puede hablar de justicia social si no se garantizan primero derechos humanos fundamentales, como la alimentación, la salud, la educación o la vivienda. Y en Cuba van sobrados de educación y salud, y las otras necesidades, aunque de forma precaria, las atienden. Ni siquiera otros sistemas socialistas que se intentaron poner en marcha, como la Segunda República española, el Chile de Allende o Venezuela con Chávez, alcanzaron un nivel similar de logros. Siempre pienso que, cuando consigues esos mínimos, que son unos máximos si lo comparas con la situación general de los habitantes del planeta, es cuando un pueblo puede empezar a avanzar en la democracia. Porque si no tienes para comer, te mojas cuando llueve, no sabes leer ni escribir y te mueres por una gripe, ni te puedes desarrollar como ser humano ni existe la democracia. Por ello, a partir de esas necesidades más o menos cubiertas, el pueblo cubano, culturalmente, es uno de los más desarrollados del mundo.
De alguna manera, pensemos que posiciones como la crítica de la guerra de Irak o la defensa del pueblo saharaui, no manchan socialmente. No manchan porque estas causas no ponen encima de la mesa ningún ejemplo o modelo político a seguir, cosa que, por el contrario, sí sucede con Cuba. Allí se aprecia la realidad palpable de que un sistema socialista es posible. Y, en mi opinión, se trata de un sistema inevitable, si queremos que la humanidad sobreviva. Todos los que se llenan la boca hablando de derechos humanos, de libertad, de justicia y desarrollo, que por cierto ya sabemos que emplean esas palabras de forma vacía, cuando les hablas de Cuba y te remites a realidades y no a utopías, se ponen muy nerviosos. En el programa de televisión «59 segundos» de TVE, en el que participé en un debate sobre Cuba, el cubano Enrique Ubieta afirmaba que el enfrentamiento no era del mundo frente a Cuba, sino de Estados Unidos y España contra Cuba. Porque en realidad estos son los países más beligerantes. De hecho, en cualquier país latinoamericano se asombran por la obsesión persecutoria que tienen nuestros gobiernos contra la Revolución. En México, en Argentina, en otros países de la región hay gente que defiende a Cuba constantemente y no se ve linchada ni recibiendo los palos que se reciben en España por hacerlo. Porque en España se ha conseguido, tras años de mentiras, manipulaciones y odio, que el pueblo tenga la percepción de que Fidel Castro es un dictador sanguinario y punto, da igual lo que haya conseguido o no haya conseguido la Revolución cubana. Cuando conoces mínimamente la realidad cubana y la difundes dentro de tus posibilidades, eres atacado con saña. Si tú criticas la guerra de Irak, tienes a tu favor a la mitad de la clase política y al 90 % de los ciudadanos, pero cuando hablas de Cuba tienes a todos los medios de comunicación en contra tuya, y la resistencia se convierte en heroica.
La virulenta reacción a mis comentarios sobre la in-deseada y desdichada muerte del cubano Orlando Zapata tras su huelga de hambre me sorprendió mucho, como señalaba líneas arriba. Al fin y al cabo, tras expresar mis condolencias por la muerte de un ser humano, me limité a recordar que los motivos por los que estaba en prisión no eran motivos políticos, sino que estaba en prisión por haber cometido delitos comunes. Me pareció impresionante que esa persona llevara su lucha hasta las últimas consecuencias, muriendo en una huelga de hambre, pero me parecía que, en honor a la verdad, debía aclarar que no se trataba de un mártir de la defensa de los derechos humanos, porque las razones de su encarcelamiento no eran políticas, sino que llevaba quince años entrando y saliendo de la cárcel por delitos comunes, entre ellos, abrirle la cabeza a un vecino con un machete. Solo estaba rectificando una información falsa de los medios de comunicación, que decían que Zapata era un preso político. El señor Zapata tenía todos mis respetos, otra cuestión era si le estaban alentando, si le estaban utilizando como herramienta para atacar a la Revolución cubana. Del mismo modo, otro huelguista de hambre, Guillermo Fariñas, que ni siquiera está en la cárcel, aunque lo estuvo, pero por darle una paliza a un anciano y a una compañera de trabajo. También debo reconocer que una de las cosas que dije es que la mayoría de los presos de las cárceles cubanas que se denominan disidentes son terroristas, pero no es del todo así, hay algunos incluso con delitos de sangre, pero, seamos justos, no todos lo son. Recibir dinero de un país extranjero para desestabilizar a Cuba no es necesariamente terrorismo. Pero esa rectificación o aclaración a los medios y a la derecha no les importó, pero a mí sí, porque me importan mis palabras y me importa lo que digo, y quiero ser justo en mis declaraciones. A su vez dije, antes que cualquier otra cosa, que lamentaba su muerte como la de cualquier ser humano, y más en sus circunstancias de preso y estando en huelga de hambre, y dije también que todo Estado es responsable de la vida de un ciudadano que está preso. Pero eso los medios de comunicación lo silenciaron...
Ante ese linchamiento mediático que sufrí, lo que percibí en la calle de forma mayoritaria, en un 99% diría, fue agradecimiento y apoyo. Los primeros dos días tras estos sucesos recibí muchos mensajes de preocupación de mis amigos. Luego me di cuenta del significado que para la izquierda tuvo romper el tabú de la defensa de Cuba y sentí un alivio, que me hizo llorar, cuando leí el artículo «Imponer silencio a gritos», firmado por Santiago Alba, Belén Gopegui, Pascual Serrano y Carlos Fernández Liria en Rebelion.org, donde decían que, aunque algunos intentaban hacerme ver que estaba solo, ese texto servía de ejemplo para constatar que no lo estaba. Ahí me di cuenta de que debía reaccionar y mantenerme fiel y valiente con mis ideas.
También me di cuenta de lo importante que es, para la gente de izquierdas, cuando alguien o algo aprovecha esa mínima grieta para lanzar nuestro mensaje y lograr romper el cerco y el bloqueo mediático que nos imponen los medios. Porque hay que recordar que, cuando dije lo que dije, que por otra parte fue portada de telediarios, pocos días antes se había descubierto en Colombia la mayor fosa común de toda Latinoamérica, con 2.000 cadáveres descuartizados por el Ejército colombiano. Y eso no solamente no fue portada, sino que muchos periódicos ni lo mencionaron. Lo de Cuba es profundamente injusto porque, en el caso de Colombia por ejemplo, el gobierno español le ha besado los pies al señor Uribe por una cuestión económica, porque ese presidente colombiano le abrió las puertas a las empresas españolas, tanto a las compañías de medios de comunicación como a las petroleras, etc. Y Uribe es un criminal, por no decir un genocida, por la cantidad de miles de muertos que ha habido bajo su mandato, campesinos, sindicalistas, defensores de derechos humanos, periodistas... No es que con la entrada de estas empresas el gobierno español esté ayudando al desarrollo humano de los ciudadanos de España, está ayudando al enriquecimiento de las empresas multinacionales españolas... y eso se premia.
De hecho, cuando Uribe se fue del poder, las autoridades españolas lo condecoraron. Más que doble moral hablaría de desvergüenza absoluta y de alineación del gobierno español con los máximos criminales del planeta, ya sea con el sionismo, ya sea con Mohamed VI, ya sea con Alvaro Uribe, ya sea con Obama. Mientras tanto, pretenden criminalizar al sistema cubano, que es el más justo que conozco.
Entre los personajes que embistieron contra mi persona quisiera diferenciar entre los ataques de la ultrade-recha, de la que no se podía esperar otra cosa, y los ataques de los «bienpensantes», esos que son aceptados como «intelectuales demócratas». Me río de la democracia de Rosa Montero cuando apoya de manera inquebrantable el sionismo del Ejército de Israel, o cuando apoyó el bombardeo contra civiles en Belgrado, con Javier Solana al frente, acciones militares que deberían haber acabado ante el Tribunal de La Haya. Y me llama a mí «gentuza castrista» por decir la verdad sobre el estatus penitenciario de un señor y defender la libertad y los derechos humanos como creo que debo defenderlos. Esta gente utiliza sus puestos de poder en los medios de comunicación para decir lo que les da la gana contra quien no les gusta. Tras la muerte de Zapata se formó en España un engendro que se llamaba Plataforma de Españoles por la Democracia en Cuba, que tenía como doscientos firmantes. En primera fila, por supuesto, Vargas Llosa y Rosa Montero, que fueron los instigadores. Tras ellos todos los «bienpensantes demócratas»: escritores, artistas y actores entre los que estaban Ana Belén, Víctor Manuel, Juan Echanove, Imanol Arias, Pilar Bardem... Decenas de escritores, artistas y actores.
Por eso, cuando me invitaron a participar en el programa «59 segundos» de TVE, que iba a tratar sobre Cuba y del que hablábamos hace un momento, entre otras exigencias pedí que fuera también algún artista, intelectual o escritor del «otro lado». Un actor como yo no pintaba nada con los políticos, era lógico contar también con otra persona de mi gremio o aledaños, que defendiera la otra postura. Los de TVE me preguntaban que entonces a quién llamaban, y les dije que era sencillo: tenían a los firmantes de ese manifiesto, que empezaran a llamar comenzando por el primero. Ni uno de esos, que tanto valor le echan para llamar «gentuza» desde sus poltronas y columnas de prensa a los que defendemos la Revolución cubana, tuvo el valor de enfrentarse dialécticamente de tú a tú, y con el mismo tiempo y las mismas condiciones, con la gente que defiende la Revolución cubana. No tuvieron el valor porque son unos cobardes. Desde el salón de su casa firman manifiestos y columnitas sin dar el más mínimo derecho a réplica a la persona a la que están llamando gentuza. Creo que aquello fue muy significativo cuando, además, algunos de aquellos firmantes, como Elvira Lindo por ejemplo, han estado comiendo conmigo en casa de mis padres, en mi casa no porque no tienen las puertas abiertas. Son sencillamente una panda de cobardes.