Rambo. Acorralado (9 page)

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Authors: David Morrell

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BOOK: Rambo. Acorralado
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El arroyo daba vueltas y más vueltas y él seguía bordeándolo. Sabía que dentro de poco tendría perros en pos suya, pero no se tomó el trabajo de vadearlo para hacerles perder el rastro. Eso solamente serviría para demorarle, y como se vería obligado necesariamente a salir del agua en algún momento, el hombre a cargo de los perros los dividiría entre las dos orillas hasta que encontraran nuevamente el rastro y él no habría hecho más que perder tiempo.

Oscureció más pronto de lo que esperaba. Trepó por la ladera aprovechando la última luz grisácea, y luego el bosque y los matorrales quedaron envueltos en sombras. Lo único que podía distinguirse todavía eran los perfiles de los árboles más grandes y de los peñascos, pero luego todo quedó a oscuras. Se oía el ruido del agua que corría entre las piedras y el canto de los grillos, de las aves nocturnas y los animales que estaban acostumbrados a la oscuridad, y entonces comenzó a gritar. Evidentemente, los que buscaba no darían señales de vida si él se limitaba a seguir el curso del arroyo y llamar a gritos. Tenía que hacer que sus gritos fueran interesantes. Tenía que hacerles sentir curiosidad por saber quién demonios era el que gritaba. Gritó en vietnamita y en el poco francés que aprendió durante sus años de estudios secundarios.

Imitó una tonada sureña, una del oeste, una tonada de negro. Profirió a gritos una serie de las peores obscenidades que se podían decir.

El arroyo caía en un pequeño hueco a un costado de la ladear. No había nadie allí. El arroyo trepaba y caía en otro hueco, volvía a trepar y caía nuevamente y seguía sin ver a nadie, pero no cesaba de gritar. Si no se encontraba pronto con alguien, estaría ya tan arriba de la montaña que quizás llegaría hasta el manantial donde nacía el arroyo y no tendría con qué guiarse. Y fue lo que sucedió. Su sudor comenzó a enfriarse con el aire de la noche, llegó hasta donde el arroyo se convertía en un pequeño pantano y donde había una vertiente a la que no veía pero a la que sentía gotear.

Suficiente respecto a eso. Gritó otra vez más, escuchó el eco de sus palabras obscenas desparramarse por la colina oscura, esperó un poco y luego prosiguió su ascensión. Suponía que si continuaba trepando y bajando en línea recta, encontraría en algún momento otro arroyo y podría seguir su curso. Se habría alejado diez metros del manantial cuando convergieron hacia él los haces de luz de dos linternas, desde la derecha y la izquierda respectivamente, y se detuvo entonces, quedándose totalmente inmóvil.

Bajo cualquier otra circunstancia, habría pegado un salto para esquivar la luz de las linternas, internándose en la oscuridad. Corría el peligro de perder la vida al merodear en esa forma por las montañas durante la noche, metiendo la cabeza donde no le importaba; cuántos hombres habían recibido un balazo por hacer lo que él hacía, y habían sido arrojados luego a una tumba vacía, a la espera de que los animales nocturnos los desenterraran.

Las linternas lo iluminaban directamente, una apuntando a su cara y la otra a su cuerpo desnudo. Seguía allí inmóvil, con la cabeza erguida, mirando tranquilamente hacia adelante, a un punto ubicado entre los dos haces de luz como si viviera en ese lugar e hiciera eso todas las noches.

Insectos revoloteaban en el haz de luz. Un pájaro salió volando de un árbol.

—Sí, mejor será que dejes caer el revólver y la navaja —dijo a su derecha un hombre viejo con voz cascada.

Rambo respiró aliviado: no iban a matarlo, al menos por el momento; había conseguido despertar su curiosidad. Pero había sido arriesgado, no obstante, conservar el revólver y la navaja. Esta gente podría haberse sentido amenazada y haberlo matado de un tiro. Pero tampoco podía andar por este bosque durante la noche sin tener nada con qué defenderse.

—Sí, señor —dijo Rambo suavemente y dejó caer al suelo el revólver y la navaja—. No se preocupe. El revólver no está cargado.

—Por supuesto que no.

Si el hombre viejo estaba a su derecha, el que estaba a su izquierda debía ser joven, pensó Rambo. Padre e hijo quizás.

O tío y sobrino. Así era como funcionaban estos equipos, siempre en familia, un hombre viejo para dar las órdenes y uno o dos jóvenes para hacer el trabajo.

Rambo se daba cuenta de que estos dos lo examinaban de arriba abajo ocultos tras las linternas. El hombre viejo permanecía callado y Rambo no debía hablar hasta que le preguntaran algo. Era un intruso y lo mejor que podía hacer era mantener la boca cerrada.

—Y bien, todas esas porquerías e insultos que proferías a voz en cuello —dijo el viejo—. ¿Estaban dirigidos a nosotros o quiénes son los que llamabas hijos de puta?

—Padre, pregúntele por qué demonios se pasea en pelotas por el bosque —dijo el de la izquierda.

Por el sonido de su voz parecía ser mucho más joven de lo que Rambo esperaba.

—Cállate la boca —le ordenó el viejo al chico—. Te dije que no pronunciaras sonido alguno.

Rambo oyó que amartillaban un arma en el lugar donde estaba el viejo.

—Espere un momento —dijo rápidamente—. Estoy solo. Necesito ayuda. No dispare hasta que termine de hablar.

El viejo no respondió.

—Lo digo en serio. No he venido a armar lío. No importa que sepa que no son dos hombres, que uno de ustedes es solamente un chico. No trataré de herir a ninguno por ese único detalle.

Era una suposición arriesgada. Por supuesto que el viejo podía haber satisfecho ya su curiosidad y decidir pegarle un tiro. Pero Rambo suponía que estando desnudo y cubierto de sangre el viejo debía considerarle un tipo peligroso y que no pensaba correr ningún riesgo ahora que Rambo sabía que eran solamente un hombre y un chico.

—Estoy huyendo de la policía. Me quitaron la ropa. Maté a uno de ellos. Gritaba para ver si encontraba a alguien que quisiera ayudarme.

—Necesitas ayuda indudablemente —dijo el viejo—. Pero el asunto es, ¿quién te ayudará?

—Me perseguirán con perros. Encontrarán la destilería si no les detenemos.

Ahora venía la parte más peliaguda. Si pensaban matarle, lo harían en ese momento
.

—¿Destilería? —dijo el viejo—. ¿Quién te dijo que hay una destilería aquí? ¿Crees que tengo una destilería?

—Estamos totalmente a oscuras en un barranco cerca de un manantial. ¿Qué otra cosa podría estar haciendo usted aquí? Debe tenerla bien oculta. A pesar de saber que está aquí no veo el fuego de su caldera.

—¿Crees que si supiera que hay una destilería por los alrededores estaría perdiendo el tiempo contigo en vez de correr allí? Soy un cazador de mapaches, caramba.

—¿Sin perros? No tenemos tiempo para seguir discutiendo esto. Tenemos que tomar medidas antes de que aparezcan mañana los perros auténticos.

El viejo juraba por lo bajo.

—Está metido en un lío, no hay duda —dijo Rambo—. Siento haberlo hecho, pero no tenía más remedio. Necesito comida, ropa y un rifle, y no lo sacaré a usted de esto hasta que me los dé.

—Tenemos que liquidarlo, padre —dijo el muchacho a su izquierda—. Va a hacernos una mala jugada.

El viejo no contestó y Rambo guardó silencio también. Tenía que darle al viejo tiempo para pensar. Si trataba de apresurarlos, el hombre podría sentirse acorralado y dispararle.

Rambo oyó que el muchacho a su izquierda amartillaba un arma.

—Baja esa escopeta, Matthew —dijo el viejo.

—Pero va a hacernos alguna jugarreta. ¿No se da cuenta? ¿No se da cuenta de que probablemente es un funcionario del gobierno?

—Te enroscaré la escopeta en las orejas si no la bajas como te dije —el viejo soltó una risita—. Funcionario de la policía. Tonterías. Mírale, ¿dónde demonios crees que puede haber metido la chapa?

—Será mejor que le hagas caso a tu padre —dijo Rambo—. Él ha comprendido el asunto. Si me matas, la policía me encontrará mañana por la mañana y querrán saber quién lo hizo. Y entonces harán que los perros sigan tu rastro. Poco importará dónde me entierres o como trates de esconder el olor; ellos…

—Cal viva —dijo el chico agudamente.

—Por supuesto que la cal viva cubrirá mi olor. Pero tú estarás impregnado de él y harán que los perros sigan ese rastro.

Hizo una pausa mirando hacia cada linterna, dándoles tiempo para pensar.

—Lo malo es que si no me dan comida, ropa y un rifle no me moveré de aquí hasta encontrar la destilería, y mañana por la mañana la policía seguirá mi rastro y llegará aquí. Igual da que desmantelen el asunto y lo escondan. Yo los acompañaré hasta donde hayan escondido las distintas partes.

—Esperaremos hasta el amanecer para desmantelarla —dijo el viejo—. Tú no puedes correr el riesgo de quedarte aquí hasta entonces.

—No podré llegar muy lejos descalzo. No. Puedo asegurárselo. En el estado en que me encuentro tienen muchas posibilidades de liquidarme, y podría arrastrarles a ustedes dos conmigo.

El hombre comenzó a blasfemar nuevamente al cabo de un momento.

—Pero si me ayudan y me dan lo que necesito, me iré inmediatamente de aquí y la policía no se acercará a la destilería.

Rambo no podía explicarlo de forma más simple. Y le parecía una idea bastante convincente. Tendrían que ayudarle si querían proteger su instalación. Indudablemente, podrían enojarse por la forma en que estaba forzándoles la mano y tratar de matarle. O tal vez fuera una familia medio tarada y no tendrían la inteligencia suficiente como para apreciar su lógica.

Había refrescado y Rambo no podía dejar de tiritar. El ruido de los grillos parecía más estridente ahora que todos estaban silenciosos. El viejo habló finalmente.

—Matthew. Me parece mejor que corras hasta la casa y le traigas lo que pide. Su voz no reflejaba satisfacción alguna.

—Trae además una lata con queroseno —dijo Rambo—. Ya que están dispuestos a ayudarme, quiero asegurarme que no se perjudicarán por hacerlo. Empaparé la ropa con queroseno y la dejare secar antes de ponérmela. Eso no evitará que los perros sigan mi rastro, pero les impedirá percibir el olor de ustedes dos en la ropa y por consiguiente, rastrearlo para poder descubrir quién me ayudó.

La luz de la linterna del muchacho permanecía fija iluminando a Rambo.

—Haré lo que diga mi padre, no lo que me diga usted.

—Haz lo que dice —dijo el viejo—. Tampoco me cae bien a mí, pero parece saber en qué clase de lío nos ha metido.

El haz de luz de la linterna permaneció fijo en Rambo durante un momento, como si el muchacho estuviera dudando entre ir o salvar tal vez las apariencias.

El haz de luz se desvió entonces de Rambo, iluminando los arbustos, se apagó de repente y Rambo oyó el ruido de las pisadas mientras el chico avanzaba por la espesura. Habría ido y vuelto desde la casa hasta el arroyo tantas veces, que podría recorrer el trayecto con los ojos cerrados y por ende sin necesidad de luz alguna.

—Gracias —le dijo Rambo al viejo que seguía iluminándole la cara. La luz se apagó entonces—. Gracias por eso también —agregó Rambo. El reflejo de la luz permaneció durante un momento en sus ojos y luego se desvaneció progresivamente.

—Estoy ahorrando pilas, eso es todo.

Rambo lo oyó acercarse por la maleza.

—Será mejor que no se me acerque mucho —le dijo al viejo—. No conviene mezclar su rastro con el mío.

—No pensaba hacerlo. Quería sentarme sobre un tronco que hay aquí.

El viejo encendió una cerilla y la acercó a la cazoleta de una pipa. La cerilla no duró encendida mucho tiempo, pero mientras el viejo daba una chupada y la llama subía y bajaba, vio una cabeza con el pelo enmarañado, una cara hosca, la parte de arriba de una camisa de cuadros colorados y unos tirantes sobre los hombros.

—¿Tienes un poco de la bebida que fabricas? —preguntó Rambo.

—Quizás.

—Hace frío así desnudo. No tendría ningún inconveniente en tomar un trago.

El viejo esperó, encendió luego la linterna, y le alcanzó un porrón, iluminándolo para que Rambo pudiera agarrarlo. Este no imaginó que sería tan pesado, casi tanto como una bola para jugar a los bolos, y lo pilló tan desprevenido que casi se le cae de las manos. El viejo rió. El corcho mojado chirrió levemente mientras Rambo lo hacía girar y a pesar del peso del porrón, bebió sujetándolo con una sola mano, sabiendo que en esa forma merecería la aprobación del viejo, metiendo un dedo en la manija y apoyando el porrón en el hueco de su codo.

A juzgar por el sabor, su graduación alcohólica debía ser de doscientos grados, bien fuerte; se deslizaba como fuego por su lengua y garganta, centímetro a centímetro hasta llegar al estómago.

Casi se atragantó. Cuando bajó el porrón, sus ojos lagrimeaban.

—¿Un poco fuerte? —le pregunto el viejo.

—Un poco —respondió Rambo recuperando la voz con dificultad—. ¿Qué es?

—Alcohol de maíz. Pero es bastante fuerte, ¿verdad?

—Sí, bastante fuerte —repitió Rambo, que seguía teniendo dificultad para hablar. El viejo rió.

—En efecto, es realmente bastante fuerte.

Rambo levantó el porrón y bebió otra vez, hizo unas arcadas al tragar la bebida ardiente y espesa y el viejo lanzó una pequeña risotada.

III

Los primeros trinos de los pájaros madrugadores despertaron a Teasle, que estaba tendido en el suelo en la oscuridad contemplando las últimas estrellas que brillaban por encima de las copas de los árboles, envuelto en una manta que había sacado del coche, acurrucado junto al fuego.

Habían transcurrido muchos años desde la última vez que durmió en un bosque. Fue en mil novecientos cincuenta, más de veinte años atrás. Pero fue algo muy distinto dormir en esas congeladas trincheras individuales en Corea, a finales de los años cincuenta. Muy distinto, Santo Dios. La última vez que durmió en un campamento real fue durante la primavera en que recibió la tarjeta con la orden de reclutamiento y decidió enrolarse como infante de Marina, y él y Orval, se dirigieron a las montañas el primer fin de semana suficientemente templado.

Ahora estaba entumecido por haber dormido sobre el suelo áspero, sentía la ropa húmeda por el rocío que había traspasado la manta y estaba congelado a pesar de estar cerca del fuego. Pero hacía años que no se sentía con tantas energías, excitado por estar nuevamente en acción, ansioso por perseguir al muchacho. No obstante, no valía la pena despertar a los demás hasta que Shingleton volviera trayendo los suministros y el resto de los hombres; era el único que estaba despierto y le gustaba estar así solo, tan diferente a las noches que había pasado solo desde que se fue Anna. Se envolvió más aún con la manta.

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