Rama Revelada (77 page)

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Authors: Arthur C. Clarke & Gentry Lee

Tags: #Ciencia ficción

BOOK: Rama Revelada
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—Te gusta no muy cali-liente, ¿no? —gritó Benjy.

—Así es —respondió Nicole.

Benjy regresó y volvió a levantarla unos segundos después.

—Pu-se dos to-toallas en el su-suelo, así no va a es-tar ni muy duro ni muy frí-o pa-ra ti.

—Gracias, hijo.

Benjy le hablaba mientras Nicole estaba sentada sobre las toallas, en el piso de la ducha, y dejaba que la refrescante agua se le derramara sobre el cuerpo. Su hijo le alcanzó jabón y champú cuando ella se lo pidió. Una vez que terminó, Benjy ayudó a su madre a secarse y vestirse. Después la transportó de vuelta a la silla de ruedas.

—Inclínate hacia aquí, por favor —pidió Nicole, mientras se acomodaba en la silla. Lo besó en la mejilla y le apretó la mano—. Gracias por todo, Benjy —expresó, incapaz de contener las lágrimas que se le estaban formando en los ojos—. Has sido una ayuda maravillosa.

Benjy estaba de pie al lado de su madre, radiante.

—Te qui-quiero mucho, ma-má —declaró—. Me hace fe-liz a-yudarte.

—Y yo te quiero también, hijo —dijo Nicole, volviendo a apretarle la mano—. Ahora, ¿vas a tomar el desayuno conmigo?

—E-se era mi plan —asintió Benjy, sonriendo aún.

Antes que terminaran de comer, El Águila se acercó hasta donde estaban sentados Nicole y Benjy en el refectorio.

—Doctora Azul y yo estaremos aguardándote en tu habitación, queremos hacerte un examen físico completo.

Un complejo equipo médico ya estaba montado en el departamento cuando Nicole y Benjy regresaron. Doctora Azul inyectó microsondas adicionales en el pecho de Nicole y después, más tarde, le envió otro juego de sondas al interior de la zona renal. Durante todo el examen, de media hora, El Águila y Doctora Azul conversaron en el idioma cromático nativo de la octoaraña. Benjy asistió a su madre, cuando a ella se le pedía que se parara o caminara. Estaba absolutamente fascinado por la capacidad del alienígena para hablar en colores.

—¿Cómo ap-apren-diste a hacer eso? —preguntó en un momento dado del examen.

—Técnicamente hablando —respondió El Águila—, no aprendí cosa alguna. Mis diseñadores agregaron dos subsistemas especializados a mi estructura, uno que me permitiría interpretar los colores octoarácnidos, y el otro para generar los patrones cromáticos en mi frente.

—¿No tu-tuviste que ir a la es-escu-cuela o na-da? —insistió Benjy.

—No —dijo simplemente El Águila.

—¿Po-podrían tus di-seña-dores hacer eso por

? —preguntó Benjy varios segundos después, cuando El Águila y Doctora Azul habían reanudado su conversación sobre el estado de Nicole.

El Águila se dio la vuelta y lo miró.

—A-apren-do muy des-pa-cio —añadió Benjy—. Se-sería ma-ravillo… so si algue-guien tan só-lo pu-de-diera poner to-do en mi ca-beza.

—Todavía no sabemos muy bien cómo hacer eso —respondió El Águila.

Cuando terminó el examen, El Águila le pidió a Benjy que empacara todas las cosas de Nicole.

—¿Adónde vamos? —preguntó ésta.

—Vamos a dar una vuelta en el transbordador. Quiero discutir contigo, con cierto detalle, tu estado físico, y llevarte donde se pueda atenderte con rapidez cualquier emergencia.

—Pensé que el líquido azul y todas esas sondas dentro de mí eran suficientes…

—Hablaremos sobre eso más tarde —la interrumpió El Águila. Tomó de Benjy el bolso de Nicole y agregó—: Gracias por toda tu ayuda.

—Permíteme asegurarme de que entendí esta media hora de charla —dijo Nicole en el micrófono de su casco, mientras el transbordador se acercaba al punto que quedaba a mitad de camino entre la estrella de mar y El Nodo—. Mi corazón no va a durar más que diez días a lo sumo, a pesar de toda tu magia médica; mis riñones actualmente están padeciendo una deficiencia terminal, y mi hígado está exhibiendo signos de seria degradación. ¿Es ése un resumen pasable?

—Lo es en verdad —corroboró El Águila.

Nicole forzó una sonrisa.

—¿Hay alguna buena noticia?

—Tu mente todavía sigue funcionando de manera admirable y la magulladura de tu cadera sanará con el tiempo, siempre y cuando las otras dolencias no te maten primero.

—¿Y lo que estás sugiriendo es que me interne hoy en el equivalente de ustedes de un hospital, allá en El Nodo, y haga que a mis corazón, riñones e hígado se los reemplace por máquinas de avanzada que Pueden llevar a cabo las mismas funciones?

—Puede haber algunos otros órganos que también exijan reemplazo. Mientras estemos practicando cirugía mayor. Tu páncreas estuvo exhibiendo deficiencias intermitentes de funcionamiento y todo tu sistema sexual no admite especulaciones… Cabría pensar en una histerectomía total.

Nicole meneó la cabeza.

—¿En qué momento todo esto pierde lógica? No importa lo que se haga ahora, sólo es cuestión de tiempo para que falle algún otro órgano. ¿Qué vendría después? ¿Mis pulmones? ¿O quizá, mis ojos…? ¿Hasta me harías un trasplante de cerebro si yo no pudiera pensar más?

—Podríamos —repuso El Águila.

Nicole quedó en silencio durante casi un minuto.

—Puede que no tenga demasiado sentido para ti, porque ciertamente no es lo que yo llamaría “lógico”… pero no me siento muy cómoda con la idea de convertirme en un ser híbrido.

—¿Qué quieres decir? —preguntó El Águila.

—¿En qué momento dejo de ser Nicole des Jardins Wakefield? Si mi corazón, mi cerebro, mis ojos y mis oídos se reemplazan por máquinas, ¿todavía soy Nicole… o soy alguien, o algo más?

—La pregunta no hace a la cuestión —replicó El Águila—. Eres médica, Nicole. Toma en cuenta el caso de un esquizofrénico, que debe tomar medicamentos en forma regular para alterar las funciones del cerebro. ¿Esa persona sigue siendo la que era? Es la misma cuestión filosófica, pero nada más que con un grado diferente de modificación.

—Comprendo tu argumento, pero eso no altera mis sentimientos… Lo siento. Si es que tengo opción, y tú me has llevado a creer que la tengo, entonces rehúso… por lo menos por hoy, aunque sea.

El Águila la contempló durante varios segundos. Después ingresó un conjunto diferente de parámetros en el sistema de control del transbordador. El vehículo alteró su curso.

—¿Así que volvemos a la estrella de mar? —preguntó Nicole.

—No de inmediato. Primero quiero mostrarte algo más. —El alienígena metió la mano dentro de la bolsa que llevaba alrededor de la cintura y sacó un tubito que contenía un líquido azul y un dispositivo desconocido.

—Por favor, dame tu brazo. No quiero que mueras antes que haya terminado esta tarde.

Mientras se aproximaban al módulo de habitación de El Nodo, Nicole se quejó a El Águila por la manera “menos que franca” en que se había manejado la división de los residentes de la estrella de mar en dos grupos.

—Como siempre —señaló—, no se te puede acusar de haber dicho una mentira. Sí, tan sólo, de haber retenido información de naturaleza crítica.

—A veces —respondió El Águila— no existe una buena forma para que podamos completar una tarea. En esos casos optamos por el curso de acción menos insatisfactorio… ¿Qué esperabas qué hiciéramos? Se habría desencadenado un caos… Además, no creo que nos concedas suficiente reconocimiento. Rescatamos de
Rama
miles de seres, la mayoría de los cuales probablemente habría muerto sin nuestra intervención, en un conflicto entre especies… Recuerda que a todos, entre ellos aquellos asignados a
El Portaaviones
, se les permitirá completar su vida.

Nicole permanecía en silencio. Estaba tratando de imaginar cómo sería la vida a bordo de
El Portaaviones
sin que hubiese reproducción.

Su mente trasladó el argumento hasta un probable futuro lejano, cuando únicamente quedaran unos pocos individuos.

—No querría ser el último ser humano que quedara con vida en
El Portaaviones
—dijo.

—Hace unos tres millones de años, en esta parte de la galaxia hubo una especie que floreció como viajera espacial durante casi un millón de años. Fueron brillantes ingenieros y construyeron algunos de los edificios más asombrosos que jamás se hayan visto. Su esfera de influencia se extendió con rapidez, hasta que dominaron una región que abarcaba más de veinte sistemas estelares. Esta especie era culta, compasiva y sabia… pero cometió un solo error fatal.

—¿Cuál?

—Su equivalente del genoma de ustedes contenía una cantidad de información, un orden de magnitud mayor que el de tu especie. Había sido el resultado de cuatro mil millones de años de evolución natural, y era extremadamente complicado. Sus experimentos iniciales con ingeniería genética, tanto con otras especies como con ellos mismos, tuvieron un éxito absoluto.
Creyeron
entender lo que estaban haciendo. Sin embargo, sin saberlo, lenta pero seguramente, la robustez de los genes que se trasmitían de una generación a la siguiente se fue deteriorando… Cuando, por fin, entendieron lo que se habían hecho a sí mismos, fue demasiado tarde. No habían conservado especímenes de los primeros tiempos, antes de que hubieran comenzado a modificar sus propios genes. No pudieron retroceder. Nada había que pudieran hacer.

—Imagínate —prosiguió El Águila— ser, no ya la última de tu grupo en una espacionave aislada como
El Portaaviones
, sino una de los sobrevivientes terminales de una especie rica en historia, en arte y en conocimientos… Nuestra enciclopedia contiene muchos de tales relatos, cada uno de los cuales comprende por lo menos una lección práctica.

El trasbordador pasó a través de una portilla abierta en el costado del módulo esférico y avanzó hasta detenerse suavemente contra una pared. Andamios automáticos de acceso se desplegaron de cada lado, para evitar que el vehículo se fuera a la deriva. Había una rampa que llevaba desde el costado para pasajeros del trasbordador hasta una pasarela que, a su vez, conducía hacia la parte central del complejo de transporte.

Nicole rió.

—Estaba tan absorbida por tu conversación, que ni siquiera miré este módulo desde afuera.

—No habrías visto mucho que fuera nuevo para ti —contestó El Águila.

Entonces se volvió hacia Nicole e hizo algo en extremo insólito. Extendió las manos y tomó las de Nicole.

—Dentro de menos de una hora —anunció— vas a experimentar algo que te dejará pasmada, y que también va a provocarte emociones. En principio habíamos planeado que esta excursión fuera una completa sorpresa pero, en tu debilitada condición física, no podemos arriesgarnos con la posibilidad de que tus sistemas puedan sentirse abrumados por el acceso emocional… En consecuencia, hemos decidido decirte primero qué estamos a punto de hacer.

Nicole sentía aumentar la frecuencia de los latidos.
¿De qué está hablando?
, pensó.
¿Qué puede ser tan insólito?

—… abordaremos un pequeño coche que viajará varios kilómetros hacia el interior de este módulo. En el final de este breve viaje te reunirás con tu hija Simone y con Michael O'Toole.


¡¿Qué?!
—gritó Nicole, arrancando sus manos de entre las de El Águila y poniéndolas sobre el costado del casco—. ¿Oí correctamente? ¿Dijiste que iba a ver a Simone y Michael?

—Sí. Nicole, por favor trata de relajarte…

—¡Mi Dios! —exclamó ella, haciendo caso omiso del consejo del alienígena—. No lo puedo creer. Sencillamente no lo puedo creer… Espero que esta no sea alguna especie de artimaña cruel…

—Te aseguro que no lo es…

—¿Pero cómo Michael puede estar vivo aún? Como mínimo debe de tener ciento veinte años…

—Lo hemos ayudado con nuestra magia médica, como la llamas tú.

—¡Oh, Simone,
Si-mone
! —gritó Nicole—. ¿Puede ser? ¿Puede ser verdad?

Las lágrimas se habían demorado debido a su estado de conmoción. Ahora se le derramaban a mares de los ojos. A pesar del dolor de la cadera y del engorroso casco espacial, casi saltó al otro lado del asiento para darle un fuerte abrazo a El Águila.

—¡Gracias, oh gracias! —dijo—. ¡No puedo decirte lo mucho que esto significa para mí!

El Águila estabilizó la silla de ruedas de Nicole en la escalera mecánica, mientras descendían hacia el centro del complejo principal de transporte. Nicole miró brevemente en derredor. La estación era idéntica a la que recordaba de El Nodo, cerca de Sirio. Tenía cerca de veinte metros de altura y estaba dispuesta en círculo. Media docena de aceras rodantes rodeaban la parte central, cada una de las cuales corría hacia el interior de un túnel abovedado diferente, que conducía hacia afuera del complejo. Por encima de los túneles, hacia la derecha, había dos estructuras con muchos niveles.

—¿Los trenes intermódulos parten de ahí arriba? —preguntó, recordando un viaje con Katie y Simone cuando ambas eran pequeñas.

El Águila asintió con una leve inclinación de cabeza. Empujó la silla de ruedas hasta hacerla subir a una de las aceras rodantes, y salieron del centro de la estación. Viajaron varios centenares de metros por un túnel, antes de que la acera rodante se detuviera.

—Nuestro coche debe de estar justo a la derecha, en el primer corredor —dijo.

El pequeño coche, que se abría desde arriba, tenía dos asientos; El Águila levantó a Nicole y la depositó en el del acompañante y, después, plegó la silla hasta obtener una configuración comprimida no mayor que un maletín, a la que guardó en un sector con bolsillo, en el interior del vehículo. Muy poco después, el coche avanzaba a través del dédalo de pasadizos color crema claro, desprovistos de ventanillas. Nicole permanecía extraordinariamente silenciosa. Estaba tratando de autoconvencerse de que, en verdad, iba a ver a la hija que había dejado en otro sistema estelar hacia ya años.

El trayecto por el módulo de habitación parecía ser interminable. En un momento dado se detuvieron, y El Águila le dijo que podía quitarse el casco.

—¿Estamos cerca? —preguntó ella.

—Aún no, pero ya estamos en su zona atmosférica.

Dos veces se toparon con alienígenas fascinantes a bordo de vehículos que se desplazaban en la dirección opuesta, pero Nicole estaba demasiado excitada como para prestarle atención a algo, salvo aquello que le estaba pasando por la cabeza. Apenas si escuchaba siquiera a El Águila.

«Cálmate», le dijo una de sus voces interiores. «No seas absurda», contestó otra voz, «estoy a punto de ver a una hija a la que no he visto desde hace cuarenta años, no hay forma de que me pueda mantener en calma».

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