El enorme
Portaaviones
estaba apostado a sólo varios centenares de metros. Era una imponente creación de ingeniería, mucho más grande, inclusive, que lo que había parecido cuando estuvo cerca de El Nodo. La espacionave estaba colocada de costado, de modo que desde el ventanal únicamente se podía ver una parte. La sección de arriba de
El Portaaviones
era un largo plano horizontal, interrumpido nada más que por pequeños y diseminados complejos de equipos y por las cúpulas transparentes, o burbujas, como se las había llamado en principio, situadas según un orden a todo lo largo y lo ancho del plano. Algunas de las cúpulas eran bastante grandes. Una, directamente enfrente del ventanal, se elevaba más de doscientos metros por encima del plano horizontal. Otras cúpulas eran muy pequeñas. Partes de once de las burbujas transparentes se podían ver desde el ventanal de observación. Durante el acercamiento de
El Portaaviones
esa tarde más temprano, cuando se pudo ver toda la espacionave, se había contado un total de setenta y ocho cúpulas.
La parte inferior de
El Portaaviones
tenía una superficie externa de color gris metálico. Se extendía por debajo del plano durante cerca de un kilómetro, con una suave pendiente en los flancos y una carena redondeada. Desde cierta distancia, la parte inferior parecía insignificante, en comparación con la vasta y plana superficie que tenía, cuando menos, cuarenta kilómetros de largo y quince de ancho. Sin embargo, bien de cerca se veía con claridad que esa opaca estructura contenía un enorme volumen.
Mientras Nicole observaba fascinada, una pequeña depresión en el costado del gris exterior, justo por debajo de la superficie, se expandió y aumentó de tamaño hasta convertirse en un tubo redondo que se desplazaba hacia afuera de
El Portaaviones
. El tubo se acercó a la estrella de mar y después, al cabo de unas correcciones micrométricas menores, se fijó en la esclusa principal de aire.
Nicole sonrió para sus adentros.
Nada más que otro día increíble de mi sorprendente existencia
. Cambió de posición en la silla y sintió una leve incomodidad en la cadera.
Ojalá hubiera algo que yo pudiera hacer por Nai
, se dijo,
pero hacer que todos se sacrifiquen por Galileo no es la solución correcta
.
Sintió que la tocaban en el brazo y se volvió hacia el costado. Era Doctora Azul.
—¿Cómo te sientes? —preguntó en colores la octoaraña.
—Mejor ahora, pero pasé algunos momentos malos hoy, a la tarde temprano.
Doctora Azul exploró a Nicole con el dispositivo de examen.
—Hubo por lo menos dos irregularidades importantes —le informó Nicole—. A ambas las recuerdo con toda claridad.
La octoaraña estudió los colores que destellaban en el pequeño monitor.
—¿Por qué no me llamaste? —preguntó.
—Pensé hacerlo, pero estaban pasando tantas cosas… Y supuse que estarías ocupada con los tuyos…
Doctora Azul le entregó una pequeña ampolla que contenía un líquido azul claro.
—Bebe esto —indicó—. Durante las próximas doce horas limitará tus reacciones cardíacas ante tensiones emocionales.
—¿Y seguiremos estando juntas, tú y yo —preguntó Nicole—, después que parta
El Portaaviones
…? No estudié con mucho cuidado tu parte de la lista.
—Sí —contestó Doctora Azul—. Al ochenta y cinco por ciento de nuestra especie se lo transfiere a El Nodo. Más de la mitad de las octoarañas que se muda a
El Portaaviones
son alternativas.
—Así que, amiga mía —dijo Nicole, después de beber el líquido—, ¿qué sacas en limpio de todo este asunto de la transferencia?
—Lo único que se nos ocurre —reflexionó Doctora Azul— es que todo este experimento llegó a un importante punto de bifurcación, y que a los dos grupos se los va a hacer intervenir en actividades absolutamente diferentes.
Nicole rió.
—Eso no es muy específico —opinó.
—No, no lo es —admitió la octoaraña.
Había ochenta y dos seres humanos y nueve octoarañas presentes en el refectorio cuando El Águila convocó la reunión para las reconsideraciones, cinco minutos después de que el último residente de la estrella de mar originariamente destinado para ser transferido a
El Portaaviones
hubiera partido por la esclusa de aire. Únicamente a aquellos que habían solicitado de manera oficial la reconsideración se les permitió asistir a la reunión. Muchos otros miembros de todas las especies todavía se demoraban en la cubierta de observación y en los sectores de uso en común, hablando sobre el desfile de partida o esperando para enterarse del resultado de la reunión con El Águila, o ambas cosas.
Nicole estaba nuevamente en su puesto en el ventanal de observación. Sentada en la silla de ruedas, contemplaba
El Portaaviones
y reflexionaba sobre las escenas que había presenciado durante la hora anterior. La mayoría de los seres humanos que partían estaba de ánimo festivo, a las claras encantados de no tener que vivir más entre alienígenas. Se produjeron algunas despedidas tristes en la puerta que daba a la esclusa de aire, pero, en realidad, fueron sorprendentemente escasas.
A Galileo se le permitió pasar diez minutos con su familia y amigos en el sector de uso común. Patrick y Nai le habían asegurado al joven, que demostraba muy pocas emociones de cualquier clase, que ellos y su hermano Kepler, que todavía estaba empacando, se iban a unir con él en
El Portaaviones
antes que terminara la velada.
Galileo fue uno de los últimos seres humanos que abandonaban la estrella de mar. Lo siguió el pequeño contingente de avianos y mirmigatos. El material de la red neural y los melones maná restantes fueron empacados en grandes embalajes reforzados y los transportaba un contingente de robots de cubo.
Probablemente nunca volveré a ver a alguno de la especie de ustedes
, pensaba Nicole cuando el aviano que cerraba la marcha se dio vuelta y lanzó un chillido de despedida a los circunstantes.
—Cada uno de ustedes —El Águila empezó la reunión en el refectorio— ha solicitado que se reconsidere su asignación y que se les permita cambiar su futuro hogar de El Nodo a
El Portaaviones
… En este momento deseo explicar dos diferencias más que hay entre los ambientes de vivienda de
El Portaaviones
y El Nodo. Si, después de sopesar esta nueva información, todavía desean que se les modifique el destino asignado, entonces les daremos cabida…
—Tal como les dije esta tarde, en
El Portaaviones
no habrá mezcla entre las especies. No sólo a cada especie se la va a aislar en su propio hábitat sino que
tampoco
habrá interferencia de índole alguna por parte de
cualquier otra
inteligencia, incluida aquella que yo represento, en los asuntos de cada especie. No ahora, sino
nunca
. Cada especie de
El Portaaviones
estará librada a sí misma. En contraste, se va a supervisar la vida del mundo interespecies de El Nodo, no de modo tan intenso como aquí, en la estrella de mar, pero supervisar de todas maneras. Estamos convencidos de que la atención y la vigilancia son esenciales cuando especies diferentes están viviendo juntas…
—El segundo factor adicional puede ser el más importante de todos. No habrá reproducción en
El Portaaviones
. A todos los individuos, de
todas
las especies, que habiten en ese vehículo se los esterilizará para siempre. Todo elemento necesario para llevar una vida larga y feliz se proveerá a quienes vivan en
El Portaaviones
, pero a nadie se le permitirá reproducirse. En cambio, en El Nodo no se impondrán restricciones para la reproducción…
—Por favor, permítanme terminar —dijo El Águila, cuando varios miembros del público trataron de interrumpir con preguntas—, cada uno de ustedes tiene dos horas más para decidirse… Si todavía desean que se los transfiera a
El Portaaviones
, limítense a traer los bolsos que ya prepararon y pídanle a Cubo Grande que abra la esclusa de aire…
A Nicole no la sorprendió que Kepler ya no quisiera pasarse a
El Portaaviones
. Estaba claro que al joven le había resultado difícil decidirse, y que solicitó la reconsideración únicamente por lealtad a su madre. Desde entonces había pasado la mayor parte de la tarde con María, a la que evidentemente adoraba.
Kepler puso en la lista a todos los componentes de la ampliada familia, en caso de que hubiera una discusión con su madre, pero no se generó disputa alguna. Nai estuvo de acuerdo en que a Kepler no se lo debía privar del placer de ser padre; hasta sugirió, con toda magnanimidad, que Patrick podría querer reevaluar su propia decisión, pero su marido fue rápido para señalar que ella ya había pasado la edad de tener hijos y que, además, él ya había sido padre, en muchos sentidos, de Galileo y Kepler.
A Nicole, Patrick, Nai y Kepler se los dejó a solas en uno de los departamentos, para que se dijeran el último adiós. Fue un día de lágrimas y emociones exaltadas. Los cuatro estaban agotados, desde el punto de vista emocional. Dos madres les dijeron adiós para siempre a dos hijos. Hubo una tocante simetría en los comentarios finales. Nai le pidió a Nicole que guiara a Kepler con su sabiduría; Nicole, a su vez, le pidió a Nai que le siguiera brindando a Patrick su amor incondicional y desinteresado.
Después, Patrick levantó los dos pesados bolsos y se los echó al hombro. Mientras Nai y él salían por la puerta, Kepler se mantuvo de pie al lado de la silla de ruedas, sosteniéndole a Nicole la enflaquecida mano. Fue sólo después que la puerta se cerró, que el río de lágrimas fluyó de los ojos de ésta.
Adiós, Patrick
, pensó, con el corazón transido.
Adiós, Geneviève, Simone y Katie. Adiós, Richard
.
Los sueños llegaron uno después del otro, a veces sin la menor interrupción. Henry se reía de ella por ser negra; después, un arrogante colega de la facultad de medicina le impedía cometer un error serio durante una amigdalectomía de rutina. Más tarde, Nicole caminaba por una playa de arena, con nubes oscuras que se cernían en lo alto; desde lejos, una figura silenciosa, envuelta en una capa, le hacía señales para que se acercara. «Ésa es la Muerte», se dijo Nicole en el sueño. Pero era una broma cruel. Cuando llegó hasta la figura y le tocó la mano extendida, Max Puckett se quitó la capa y rió.
Se estaba arrastrando sobre las rodillas desnudas, en el interior de una cañería oscura, subterránea, de cemento. Las rodillas habían empezado a sangrarle.
Estoy por aquí
, dijo la voz de Katie.
¿Dónde estás?
, preguntó Nicole, frustrada.
Es-estoy de-trás de ti, ma-má
, dijo Benjy.
El agua empezó a llenar la cañería.
No puedo encontrarlos. No puedo ayudarlos
.
Estaba nadando, con dificultad. Había una fuerte corriente en la cañería; la arrastraba, la llevaba hacia afuera, se convertía en un arroyuelo en el bosque. La ropa se le enredó en un arbusto que colgaba sobre el arroyuelo. Nicole se puso de pie y se restregó para quitarse el agua. Empezó a caminar por un sendero.
Era de noche. Podía oír algunos pájaros y ver la Luna por sobre ella, a través de huecos ocasionales entre los enhiestos árboles. El sendero se extendía en zigzag. Llegó a un cruce.
¿Por dónde debo seguir?
, se preguntó en el sueño.
Ven conmigo
, dijo Geneviève, surgiendo del bosque y tomándola de la mano.
¿Qué estás haciendo aquí?
, preguntó Nicole. Geneviève rió.
Yo podría hacerte la misma pregunta
.
Una Katie joven estaba yendo hacia ellas por el sendero.
Hola, madre
, dijo, extendiendo la mano para asir la otra de Nicole.
¿Te importa si camino contigo? En absoluto
, respondió Nicole.
El bosque se volvió más espeso en torno de ellas. Nicole oyó pisadas detrás y se dio la vuelta mientras seguía caminando. Patrick y Simone le devolvieron las sonrisas.
Ya casi estamos allí
, dijo Simone.
¿Adónde estamos yendo?
, preguntó Nicole.
Usted debe saberlo, señora Wakefield
, contestó María
. Usted nos dijo que viniéramos
. La muchacha ahora caminaba al lado de Patrick y Simone.
Nicole y los cinco jóvenes penetraron en un pequeño claro. En el medio ardía una fogata. Omeh ingresó desde el otro lado del fuego y los saludó. Después que formaron un nuevo círculo en torno de la fogata, el chamán lanzó la cabeza hacia atrás y empezó a salmodiar en senoufo. Mientras Nicole miraba, del rostro de Omeh empezó a desprenderse la carne, revelando la aterradora calavera. Todavía continuaba la salmodia.
No, no
, dijo Nicole.
No, no
.
—Ma-má —se oyó a Benjy—. Des-desp-pierta ma-má… Tienes una pes-sa-dilla.
Nicole se frotó los ojos. Pudo ver una luz en el otro lado de la habitación.
—¿Qué hora es, Benjy?
—Tar-de, ma-má —respondió él, sonriendo—. Ke-pler fue a desayu… nar con los de-más… Que-querí-amos dejar-te dormir.
—Gracias, Benjy —dijo Nicole, moviéndose levemente en la estera. Sintió el dolor en la cadera. Recorrió la habitación con la mirada y recordó que Patrick y Nai se habían ido.
Para siempre
, pensó brevemente, luchando para impedir que volviera la congoja.
—¿Qué-rrías darte una du-cha? —preguntó Benjy—. Pu-puedo ayu-darte a de-desves-tir y lle-varte a la ca-bina.
Nicole alzó la mirada hacia su hijo, que ya mostraba signos de calvicie.
Estaba equivocada al preocuparme por ti
, pensó,
te arreglarías muy bien sin mí
.
—¡Pero gracias, Benjy —contestó—, eso sería muy bueno!
—Trat-taré de ser de-delicado —declaró Benjy, desabotonando la bata de su madre—, pero, por fa-vor, dime si te las-ti-mo.
Cuando Nicole estuvo completamente desnuda, Benjy la alzó en sus brazos y empezó a caminar hacia la ducha. Se detuvo después de haber dado dos pasos.
—¿Qué pasa, Benjy? —preguntó Nicole.
Benjy sonrió avergonzado.
—No pen-sé el plan mu-y bien, ma-má —confesó—. Pri-mero debí a-jus-tar el agua.
Se dio la vuelta, volvió a depositar a Nicole sobre la estera y cruzó la habitación en dirección de la ducha. Ella oyó el agua corriendo.