—Aquí estamos viviendo en la peor clase de Estado policial, Nicole. Mucho peor que bajo Nakamura. Después que te acomodes, tendré muchas cosas para decirte.
Tanto Max Puckett como su adorable esposa, Eponine, habían envejecido, como todos los demás, pero resultaba evidente que el amor que se profesaban, y que le profesaban a su hijo Marius, los mantenía unidos. Eponine se había encogido de hombros cuando Nicole le preguntó si las condiciones de apiñamiento en las que vivían le molestaban.
—A decir verdad, no —fue su respuesta—. Recuerda que, cuando niña, viví en un orfanato de Limoges… Además, ya encuentro suficiente deleite en estar viva y en tenerlos a Max y Marius. Durante años nunca creí que llegaría a vivir lo suficiente como para que algún cabello se me pusiera blanco.
En cuanto a Max, conservaba su temperamento terco e indomable. Su cabello estaba mayormente canoso, y su andar había perdido algo de elasticidad pero, por su mirada, Nicole pudo darse cuenta de que disfrutaba de su vida.
—Está ese tipo al que veo con regularidad en el salón para fumar —le había dicho durante la velada—, y que es gran admirador tuyo… Por alguna razón se salvó de la peste, aunque su esposa no lo logró… Lo importante —en ese momento Max había sonreído— es que se me ocurrió hacerles gancho a ustedes dos, no bien tuvieras algo de tiempo libre… Es algo más joven que tú, pero dudo de que eso constituya un problema…
Nicole le preguntó acerca de los problemas existentes entre los seres humanos y las octoarañas.
—Ya sabes —le contestó Max— que la guerra puede haber tenido lugar hace quince o dieciséis años, pero ninguno de los humanos tiene recuerdos que influyan para aliviarles el odio. Todos perdieron a alguien, un amigo o un pariente o un vecino, en esa horrible peste. Y no pueden olvidar con facilidad que fueron las octoarañas quienes la ocasionaron.
—Como reacción ante la agresión de los ejércitos humanos —rebatió Nicole.
—Pero la mayoría de los humanos no lo ve de ese modo. Quizá creen la propaganda de Nakamura y no la historia “oficial” de la guerra, que les fue contada por tu amigo El Águila no bien se nos mudó aquí… La verdad es que la mayoría de los seres humanos odia y teme a las octoarañas. Nada más que el veinte por ciento de la gente hizo algún intento por alternar socialmente, a pesar de los denodados esfuerzos de Ellie, o por aprender algo sobre las
octos
. La mayor parte de los humanos permanece en nuestro rayo… Por desgracia, las habitaciones atestadas no ayudan a aliviar el problema.
Nicole se dio vuelta hacia un costado. Su hija Ellie dormía con la cara vuelta hacia ella. Sus ojos se movían rápidamente debajo de los párpados.
Está soñando
, pensó Nicole.
Espero que no con Robert…
Volvió a pensar en la reunión con la familia y los amigos.
Conjeturo que El Águila sabía lo que estaba haciendo al mantenerme con vida. Aun si no tiene algo específico para que yo haga… Mientras yo no me convierta en una inválida o en una carga, puedo ser de utilidad aquí
.
—Esta será nuestra primera experiencia de envergadura en el Grand Hotel —le aseguró Max a Nicole—. Cada vez que voy al refectorio durante las horas de atención al público, me viene a la memoria el Día de la Munificencia en la Ciudad Esmeralda… Esos horripilantes seres que vinieron junto con las octoarañas pueden ser fascinantes, pero me siento malditamente más cómodo cuando no andan cerca.
—¿No podemos esperar hasta que sea nuestro período, papi? —pidió Marius—. Las iguanas asustan a Nikki. Se quedan mirándonos como papando moscas, con esos ojos amarillos, y hacen ruidos como cloqueos tan repulsivos mientras comen…
—Hijo —señaló Max—, tú y Nikki pueden aguardar con los demás hasta el momento en que nos toque nuestro período segregado de almuerzo, si así lo prefieren. Nicole quiere comer con
todos
los residentes. Es una cuestión de principios para ella… Tu madre y yo vamos a acompañarla para asegurarnos de que aprenda las costumbres en el refectorio.
—No te preocupes por mí —dijo Nicole—. Estoy segura de que Ellie o Patrick…
—Tonterías —la interrumpió Max—. Eponine y yo estaremos encantados de acompañarte… Además, Patrick fue con Nai a ver a Galileo, Ellie se encuentra en la sala de esparcimiento, y Benjy está leyendo con Kepler y María.
—Aprecio tu comprensión, Max —dijo Nicole—. Me es importante pronunciar la clase adecuada de relación, especialmente al principio… El Águila y Doctora Azul no me dieron muchos detalles del problema…
—No necesitas dar explicaciones —contestó Max—. De hecho, anoche, después que te dormiste, le dijo a la francesita que estaba seguro de que querrías alternar. —Rió—. No lo olvides, te conocemos muy bien.
Cuando Eponine se les unió, salieron al vestíbulo. En su mayor parte estaba vacío. Pocas personas entraban en el corredor que tenían a la izquierda, lejos del centro de la estrella de mar, y un hombre y una mujer permanecían juntos, parados en la entrada al rayo.
El trío aguardó dos o tres minutos a que llegara el tren. Cuando se estaban acercando a la parada final, Max se inclinó hacia Nicole.
—Esas dos personas que están paradas en la entrada del rayo —señaló— no están matando el tiempo simplemente. Ambos son importantes activistas en el Consejo… Son muy testarudos en sus opiniones, y muy insistentes.
Nicole tomó el brazo que Max le ofreció cuando se apearon.
—¿Qué quieren? —susurró, mientras la pareja empezaba a caminar hacia ellos.
—No lo sé —masculló Max con rapidez—, pero vamos a enterarnos muy pronto.
—Buen día, Max… Hola, Eponine —saludó el hombre. Era corpulento y andaría alrededor de los cuarenta años. Miró a Nicole y la cara se le iluminó con una amplia sonrisa de político—. Usted debe de ser Nicole Wakefield —dijo, tendiendo la mano para estrechar la de Nicole—… Todos hemos oído hablar mucho de usted… Bienvenida… Bienvenida… Soy Stephen Kowalski.
—Y yo soy Renée du Pont —dijo la mujer, adelantándose y también tendiéndole la mano.
Después de intercambiar algunas cortesías, el señor Kowalski le preguntó a Max qué estaban haciendo.
—Estamos llevando a la señora Wakefield a almorzar —contestó Max simplemente.
—Todavía es la hora en común —dijo el hombre, mostrando otra amplia sonrisa. Comprobó con su reloj—. ¿Por qué no aguardan cuarenta y cinco minutos más, y Renée y yo nos uniremos a ustedes…? Estamos en el Consejo, saben, y nos gustaría mucho conversar con la señora Wakefield sobre nuestras actividades… Indudablemente, el Consejo querrá oír de usted en un futuro muy próximo.
—Gracias por la oferta, Stephen —contestó Max—, pero todos tenemos hambre. Queremos comer ahora.
El entrecejo del señor Kowalski formó una profunda V.
—Yo no lo haría si fuera usted, Max —advirtió—. En estos momentos hay mucha tensión… Después de ese incidente de ayer en la piscina, el Consejo votó, por unanimidad, boicotear todas las actividades colectivas de los dos días siguientes. Emily estaba especialmente irritada por el hecho de que Cubo Grande hubiera puesto a Garland en libertad condicional y no hubiera tomado medida disciplinaria alguna contra la octoaraña transgresora… Esta es la cuarta vez consecutiva que los “cabezas de cubo” dictaminan contra nosotros.
—Vamos, Stephen —rebatió Max—. Oí el relato anoche, durante la cena. Garland todavía estaba en la piscina quince minutos después que hubiera expirado nuestro horario especial… Él agarró a la octoaraña primero.
—Fue una provocación deliberada —intervino Renée du Pont—. En la piscina sólo había tres octoarañas… No había motivos para que una de ellas estuviera en el carril en el que Garland estaba nadando largos.
—Además —dijo Stephen—, tal como discutimos anoche en el Consejo, los detalles de este incidente en particular no son de importancia primordial para nosotros. Es esencial que tanto a los “cabezas de cubo” como a las octoarañas les mandemos un mensaje para que sepan que estamos unidos como especie… El Consejo se va a reunir otra vez esta noche, en sesión especial, para elaborar una lista de agravios…
Max se estaba enojando.
—Le agradezco que nos mantenga informados, Stephen —dijo bruscamente—, y ahora, si se hacen a un lado, nos gustaría ir a almorzar.
—Están cometiendo un error —insistió el señor Kowalski—. Van a ser los únicos seres humanos en el refectorio… Naturalmente, vamos a informar sobre esta conversación en la reunión de esta noche del Consejo.
—Háganlo —contestó Max.
Él, Eponine y Nicole salieron hacia el corredor principal, que formaba un anillo en tomo del núcleo central de la estrella de mar.
—¿Qué es el Consejo? —preguntó Nicole.
—Un grupo, autonombrado, me permito añadir, que pretende representar a todos los seres humanos —contestó Max—. Al principio no eran más que una molestia pero, en estos últimos meses, realmente empezaron a contar con algo de poder… Hasta reclutaron a la pobre Nai en sus filas, al ofrecerse a ayudarla para resolver el problema de Galileo.
El tren grande se detuvo a unos veinte metros hacia la derecha de ellos, y bajó un par de iguanas. Dos de los robots de cubos, que habían estado parados discretamente en el costado, salieron al corredor, interponiéndose entre los seres humanos y los extraños animales de dientes temibles. Cuando las iguanas pasaron alrededor de ellos, de regreso a lo largo de la pared, Nicole recordó el ataque a Nikki durante la ceremonia del Día de la Munificencia.
—¿Por qué están aquí? —le preguntó a Max—. Yo habría creído que eran demasiado destructoras…
—Tanto Cubo Grande como El Águila les explicaron a grupos completos de humanos, en dos ocasiones distintas, que las iguanas son esenciales para la producción de la planta de barrican, sin la cual la sociedad
octo
quedaría patas para arriba… No pude entender todos los detalles de la explicación biológica, pero sí recuerdo que los huevos frescos de iguana eran un eslabón vital en el proceso… El Águila insistió repetidamente en que aquí, en el Grand Hotel, únicamente se conservaba la cantidad mínima necesaria de iguanas.
El grupo de humanos estaba cerca de la entrada del refectorio.
—¿Las iguanas ocasionaron muchos problemas? —preguntó Nicole.
—Verdaderamente, no. Pueden ser peligrosas, eso lo sabes, pero si se elimina toda la hojarasca que armó el Consejo, se llega a la conclusión de que hubo nada más que unos pocos casos en los que lanzaron un ataque sin provocación… La mayor parte de los altercados fueron iniciados por los seres humanos… Nuestro niño Galileo mató dos de ellas una noche, en el refectorio, durante una de sus violentas explosiones de cólera.
Max advirtió la intensa reacción de Nicole ante ese último comentario.
—No quiero contar chismes de barrio —aclaró, meneando la cabeza—, pero este asunto de Galileo verdaderamente desgarró nuestra pequeña familia… Le prometí a Eponine que primero te dejaría hablar sobre eso con Nai.
Los robots de cubos más pequeños estaban fabricados según el mismo diseño general que Cubo Grande. Una docena de ellos servía comida en el refectorio, y otros seis u ocho permanecían parados alrededor de la zona en la que se comía. Cuando Nicole y sus amigos entraron, cuatrocientas o quinientas octoarañas, entre ellas dos gigantescos atiborrados y aproximadamente ochenta morfos enanos que comían en el piso, en uno de los rincones, estaban en el refectorio. Muchas de ellas se dieron vuelta para mirar, cuando Max, Eponine y Nicole pasaron del otro lado de la línea. Una docena de iguanas, sentadas no muy lejos de la línea de servicio, dejó de comer y los observó con cautela.
Nicole estaba sorprendida por la gran variedad de cosas que había para comer. Optó por pescado y papas, así como por las frutas, y la miel con sabor a naranja para el pan.
—¿De dónde proviene toda esta comida fresca? —le preguntó a Max, mientras se sentaban a una larga mesa vacía.
Max señaló hacia arriba.
—Hay un segundo nivel en esta estrella de mar. Toda la comida para los viajeros se produce ahí arriba… Comemos muy bien, aunque el Consejo se haya quejado por la falta de carne.
Nicole tomó un par de bocados.
—Creo que debo decirte —advirtió Max en voz baja, inclinándose por sobre la mesa— que dos octoarañas enfilan hacia ti.
Nicole se dio la vuelta. Dos octoarañas estaban aproximándose. Con el rabillo del ojo también vio a Cubo Grande, que se apresuraba para llegar a la mesa de los seres humanos.
—Hola, Nicole —saludó en colores la primera octoaraña—. Fui uno de los asistentes de Doctora Azul en el hospital de Ciudad Esmeralda… Quise darte la bienvenida y agradecerte otra vez por habernos ayudado…
Nicole buscó en vano una marca distintiva en la octoaraña.
—Lo siento —dijo en tono amigable—. No puedo ubicarte con exactitud…
—Me llamabas Lechecita —dijo la octoaraña— porque, en aquel momento, me estaba recuperando de una operación de la lente y tenía un exceso de fluido blanco…
—Ah, sí —sonrió Nicole—. Te recuerdo ahora, Lechecita… Un día, durante el almuerzo, ¿no sostuvimos una larga discusión sobre la vejez? Por lo que puedo recordar, te resultaba difícil creer que nosotros, los seres humanos, permanecíamos vivos, fuésemos útiles o no lo fuésemos, hasta que moríamos por causas naturales.
—Así es —contestó Lechecita—. Bueno, no quiero perturbar tu cena, pero mi amigo tenía muchos deseos de conocerte.
—Y de agradecerte también —añadió su compañero— por haber sido tan imparcial respecto de todo… Doctora Azul dice que has sido un ejemplo para todos nosotros…
Otras octoarañas empezaron a levantarse de donde estaban sentadas en el refectorio y a ponerse en fila detrás de las otras dos congéneres. Los colores de “gracias” eran visibles en la mayoría de las cabezas. Nicole estaba profundamente conmovida. Por sugerencia de Max, se puso de pie y habló a la fila de octoarañas.
—Gracias a todos por su cálida bienvenida. La aprecio sinceramente… Espero tener la oportunidad de hablar con cada una de ustedes mientras vivamos aquí juntos.
Sus ojos miraron hacia la derecha de la fila de
octos
y vio a su hija Ellie con Nikki.
—Vine lo más pronto que pude —dijo Ellie, acercándose y besando a su madre en la mejilla—. Debía haberlo sabido… —agregó con una leve sonrisa. Le dio un fuerte abrazo—. Te adoro, mamá —declaró—, y no sabes lo mucho que te extrañé.