Rama Revelada (33 page)

Read Rama Revelada Online

Authors: Arthur C. Clarke & Gentry Lee

Tags: #Ciencia ficción

BOOK: Rama Revelada
10.98Mb size Format: txt, pdf, ePub

—¿Sabes qué es lo asombroso? —dijo—. Henos aquí, un contingente humano aislado, viviendo en dominios alienígenas en el interior de una gigantesca espacionave que se precipita hacia un destino desconocido… Y, sin embargo, nuestros días están llenos de risas, júbilo, tristeza y decepciones, exactamente igual que como serían si estuviéramos aún allá, en la Tierra.

—Esto puede parecer un panqueque —dijo Max—, y puede sentirse como un panqueque cuando se lo pone en la boca por primera vez, pero en realidad esta maldita cosa no tiene el
sabor
de un panqueque.

—Ponle más dulce —dijo Eponine riendo—, y pasa la bandeja para este lado.

Max le alcanzó los panqueques por encima de la mesa.

—Demonios, francesita —dijo—, estas últimas semanas estuviste comiendo todo lo que te caía bajo los ojos. Si no te conociera bien, pensaría que tú y ese niño nuestro por nacer tienen uno de esos “amortiguadores de ingesta” de los que nos hablaba Nicole.

—Sería útil sin embargo —terció Richard distraídamente—, se podría cargar comida y no tener que detener el trabajo tan sólo porque el estómago lo reclama.

—Este cereal es lo mejor hasta ahora —opinó el pequeño Kepler desde el otro extremo de la mesa—. Apuesto a que hasta a Hércules le gustaría…

—Y hablando de Hércules —interrumpió Max en voz más baja, echando furtivas miradas hacia un extremo y el otro de la mesa—, ¿cuál es el propósito de él, o de
eso
? Esa condenada octoaraña aparece todas las mañanas, dos horas después del alba, y se limita a quedarse por ahí. Si los niños están teniendo clase con Nai, él se sienta en el fondo del aula…

—Él juega con nosotros, tío Max —gritó Galileo—. En realidad, Hércules es muy divertido. Hace todo lo que le pedimos… Ayer me permitió usar la parte de atrás de su cabeza como bolsa para practicar box.

—Según Archie —terció Nicole, entre bocado y bocado—, Hércules es el observador oficial. Las octoarañas tienen curiosidad por todo. Quieren saber todo sobre nosotros, aun los detalles más insignificantes.

—Eso es grandioso —contestó Max—, pero tenemos un leve problema. Cuando tú, Ellie y Richard se van, ninguno de los que quedamos puede entender lo que nos dice. Oh, sí, claro, Nai conoce algunas frases simples, pero nada que sea complicado. Ayer, por ejemplo, mientras todos los demás estaban haciendo su larga siesta, ese maldito Hércules me siguió hasta el cagadero. Ahora bien, no sé cómo es para ustedes, pero a mí me resulta difícil hacer lo que tengo que hacer cuando alguien, incluso Eponine, me puede oír. Con un alienígena que me está mirando fijo a unos metros de distancia, el esfínter se me paraliza por completo.

—¿Por qué no le dijiste que se fuera? —preguntó Patrick, riendo.

—Lo hice —contestó Max—, pero se limitó a quedarse mirándome fijo, con fluido dándole vueltas dentro de la lente, y siguió repitiendo el mismo patrón cromático que era totalmente ininteligible para mí.

—¿Puedes recordar ese patrón? —preguntó Ellie—. A lo mejor te puedo aclarar qué te estaba diciendo.

—Demonios, no, no puedo recordarlo. Además, ahora no tiene la menor importancia, no estoy sentado aquí tratando de cagar.

Los mellizos Watanabe prorrumpieron en aullidos de risa y Eponine miró con desaprobación a su marido. Benjy, que había dicho muy poco durante el desayuno, pidió permiso para retirarse.

—¿Estás bien, querido? —preguntó Nicole.

El niño-hombre asintió con una leve inclinación de cabeza y salió del comedor, yéndose hacia su dormitorio.

—¿Sabe algo? —preguntó Nai en tono quedo.

Nicole lo negó, con rápida sacudida de la cabeza, y se dio la vuelta hacia su nieta.

—¿Terminaste tu desayuno, Nikki?

—Sí, Nonni —contesto a niñita. Ella también pidió permiso para retirarse e, instantes después, se le unieron Kepler y Galileo.

—Creo que Benjy sabe más de lo que cualquiera de nosotros está dispuesto a reconocerle —manifestó Max no bien los chicos se fueron.

—Puede que tengas razón —asintió Nicole en tono suave—. Pero ayer, cuando hablé con él, no vi señal de que… —Se detuvo en mitad de la frase y se volvió hacia Eponine.

—A propósito, ¿cómo te sientes

esta mañana?

—Fantástico —contestó Eponine—. El bebé estuvo muy activo antes del alba. Pateó con fuerza durante casi una hora… Hasta pude observar sus pies moviéndose por mi panza. Traté de hacer que Max sintiera una de sus patadas, pero él fue demasiado tímido.

—¿Y ahora por qué hablas del bebé llamándolo “él”, francesita, cuando sabes muy bien que quiero una niñita que se parezca exactamente a ti…?

—No te creo ni por un instante, Max Puckett —lo interrumpió Eponine— únicamente
dices
que quieres tener una niña, de modo de no decepcionarte. Nada te complacería más que un varón al que pudieras criar para que fuera tu compinche… Además, como ya sabes, es práctica frecuente hablar de
el
bebé, cuando el sexo no es conocido o no está especificado.

—Lo que me lleva a otra pregunta para nuestras
expertas
en octoarañas —dijo Max, después de tomar un sorbo de cuasicafé. Primero le lanzó una mirada a Ellie y, después, a Nicole—. ¿Alguna de ustedes sabe de qué sexo, si es que lo tienen, podrían ser nuestras amigas octoarañas? —Rió—. Por cierto que en su cuerpo desnudo no he visto cosa alguna que me dé un indicio…

Ellie negó sacudiendo la cabeza.

—En realidad, no lo sé, Max. Archie me dijo que Jamie no es su hijo, y que tampoco lo es de Doctor Azul, no, por lo menos, en el sentido biológico más estricto.

—Así que Jamie debe de ser adoptado —dedujo Max—. Pero, ¿es Archie el hombre y Doctor Azul la mujer, o viceversa…? ¿O es que los vecinos de al lado son una pareja de homosexuales que está criando un hilo?

—Quizá las octoarañas no tengan lo que llamamos sexo —intervino Patrick.

—Entonces, ¿de dónde vienen las
nuevas
octoarañas? —preguntó Max—. Sin duda, no es que sencillamente se materializan de la nada.

—Las octoarañas son tan evolucionadas en el aspecto biológico —explicó Richard— que pueden tener un proceso de reproducción que a nosotros nos parezca mágico.

—Varias veces le pregunté a Doctor Azul respecto de su reproducción —intervino Nicole—. Dice que es un tema complicado, en especial desde el momento en que las octoarañas son polimorfas, y que me lo van a explicar después que yo entienda los demás aspectos de su biología.

—Ahora, si yo fuese una octoaraña —dijo Max con una amplia sonrisa—, querría ser uno de esos patanes gordos que Nicole vio ayer. ¿No sería grandioso que la única función que uno tuviera que desempeñar en la vida fuese la de comer y comer, almacenando comida para todos tus hermanos de congregación…? ¡Qué vida! Allá en Arkansas conocí al hijo de un criador de cerdos, que era como un atiborrado, con la única diferencia de que conservaba toda la comida para sí; ni siquiera la compartía con los cerdos… Creo que pesaba casi trescientos kilos cuando murió, a la edad de treinta años.

Eponine terminó su panqueque.

—Los chistes sobre gordos en presencia de una mujer embarazada demuestran falta de sensibilidad —afirmó, fingiendo indignación.

—¡Oh, demonios, Ep! —se defendió Max—, tú sabes que nada de esa basura rige más. Aquí, en Ciudad Esmeralda, somos animales de zoológico y estamos obligados a vivir todos juntos. Los seres humanos únicamente se preocupan por el aspecto que tienen si les preocupa que los comparen con alguien más.

Nai pidió permiso para levantarse de la mesa.

—Tengo que completar algunos preparativos más para las lecciones de hoy de los niños —se excusó—. Nikki va a comenzar con el sonido de las consonantes. Ya pasó con facilidad los ejercicios de repetición del alfabeto.

—De tal madre, tal hija —dijo Max. Después que Patrick salió del comedor, dejando nada más que a las dos parejas y a Ellie a la mesa, Max se inclinó hacia adelante, con una sonrisa maliciosa en el rostro.

—¿Mis ojos me están engañando o el joven Patrick está pasando mucho más tiempo con Nai que el que pasaba cuando recién llegamos?

—Estoy convencida de que tienes razón, Max —convino Ellie—. Observé lo mismo. Él me dijo que se siente útil ayudando a Nai con Benjy y los chicos. Después de todo, tú y Eponine están absorbidos el uno con el otro y con el hijo que está por venir, mi tiempo está completamente ocupado entre Nikki y las octoarañas, mamá y papá siempre están atareados…

—No entiendes lo que quiero decir, jovencita —aclaró Max—, me estoy preguntando si tenemos otra
pareja
formándose en nuestro seno.

—¿Patrick y Nai? —preguntó Richard, como si la idea se le acabara de ocurrir por primera vez.

—Sí, querido —asintió Nicole, y rió—. Richard pertenece a esa categoría de genios que poseen aptitudes de observación muy selectiva. Ningún detalle de uno de sus proyectos, no importa cuán pequeño, se le escapa. No obstante, no alcanza a ver modificaciones evidentes en la conducta de la gente. Recuerdo una vez, en Nuevo Edén, cuando Katie empezó a usar vestidos muy escotados…

Nicole se detuvo. Todavía le era difícil hablar de Katie sin ponerse emotiva.

—Tanto Kepler como Galileo se dieron cuenta de que Patrick anda rondando todo el día —atestiguó Eponine—. Nai dice que Galileo se puso sumamente celoso.

—¿Y qué hace Nai respecto de las atenciones de Patrick? —preguntó Nicole—. ¿Está feliz con ellas?

—Ya conoces a Nai, siempre amable, siempre pensando en los demás. Creo que se preocupa por cómo cualquier posible relación entre Patrick y ella pueda afectar a los mellizos.

Todas las miradas se dirigieron hacia el visitante que apareció en el vano de la puerta.

—Bueno, bueno. Buenos días, Hércules —saludó Max, levantándose de su silla—. ¡Qué agradable sorpresa!… ¿Qué puedo hacer por ti esta mañana?

La octoaraña entró en el comedor, mientras los colores se deslizaban alrededor de su cabeza.

—Dice que vino para ayudar a Richard con su traductor automático —tradujo Ellie—… especialmente con las partes que están fuera del espectro que nos es visible.

2

Nicole estaba soñando. También estaba danzando alrededor de una fogata de campamento, en una arboleda de la Costa de Marfil, al compás de un ritmo africano. Omeh guiaba la danza; vestido con el manto verde que usaba cuando fue a visitar a Nicole a Roma, algunos días antes del lanzamiento de la
Newton
. Todos los amigos humanos de Nicole en la Ciudad Esmeralda, más sus cuatro octoarañas amigas más íntimas, también estaban bailando en el círculo de alrededor de la fogata. Kepler y Galileo peleaban. Ellie y Nikki estaban tomadas de la mano. Hércules, la octoaraña, estaba vestido con un traje típico africano en un púrpura subido. Eponine, con su embarazo muy adelantado, se movía con pesadez. Nicole oyó que la llamaban desde afuera del círculo. ¿Era Katie? El corazón le corrió alocadamente cuando se esforzó por reconocer la voz.

—Nicole —dijo Eponine, sentada al lado de su cama—, estoy teniendo contracciones.

Nicole se sentó y aventó de su cabeza lo que estaba soñando.

—¿Con qué frecuencia? —preguntó automáticamente.

—Son irregulares. Tengo algunas con una diferencia de cinco minutos y, después, nada durante media hora.

Lo más probable es que sean BraxtonHicks
, pensó Nicole,
todavía le faltan cinco semanas para estar en término
.

—Ven, tiéndete en el diván —indicó, poniéndose la bata—, y dime cuándo comienza la siguiente contracción.

Max estaba esperando en la sala de estar, después que Nicole hubo terminado de lavarse las manos.

—¿Está teniendo el bebé? —preguntó.

—Probablemente no —contestó Nicole. Empezó a aplicar una leve presión sobre la parte media de Eponine, tratando de localizar al bebé.

Mientras tanto, Max medía la habitación a zancadas irregulares.

—Sencillamente mataría por tener un cigarrillo en este preciso instante —mascullaba.

Cuando Eponine tuvo otra contracción, Nicole observó que había una ligera presión en el cuello uterino, aún no dilatado. Se sentía preocupada porque no estaba del todo segura de dónde estaba el bebé.

—Lo siento, Ep —declaró después de una segunda contracción, cinco minutos después—. Creo que éste es un falso trabajo de parto, una especie de ejercicio práctico que está sufriendo tu cuerpo, pero podría equivocarme… Nunca antes me las tuve que ver con un embarazo en esta etapa sin contar con alguna clase de equipo de seguimiento que me ayudara…

—Algunas mujeres sí tienen bebés tan pronto, ¿no? —preguntó Eponine.

—Sí, pero es raro. Sólo alrededor del uno por ciento de las madres primíparas da a luz más de cuatro semanas antes de la fecha, y eso se debe, casi siempre, a alguna clase de complicación. O herencia… Por casualidad, ¿sabes si tú o alguno de tus hermanos, de cualquier sexo, fue prematuro?

Eponine negó meneando la cabeza.

—Nunca supe cosa alguna de mi familia natural.

¡Maldición!
, pensó Nicole.
Estoy casi absolutamente segura de que éstas son contracciones BraxtonHicks… Si tan sólo pudiera definirlo con certeza…

Le indicó a Eponine que se vistiera y regresara a su casa.

—Lleva un registro de tus contracciones. Lo que tiene importancia especial es el intervalo entre el comienzo de dos contracciones sucesivas. Si se empiezan a producir en forma regular, cada cuatro minutos, o algo así, sin intervalos de importancia, entonces ven a verme de vuelta.

—¿Podría haber un problema? —le susurró Max a Nicole, mientras Eponine se vestía.

—Poco probable, Max, pero siempre existe la posibilidad.

—¿Qué opinas respecto de solicitar a nuestros amigos, los magos de la biología, algo de ayuda? —preguntó Max—. Por favor, perdóname si te estoy ofendiendo, pero es sólo que…

—Me adelanté a ti, Max. Ya tomé la decisión de consultar con Doctor Azul en la mañana.

Max estaba nervioso desde mucho antes que Doctor Azul empezara a abrir lo que Max denominaba el “frasco de bichos”.

—Un momento, Doc —dijo, poniendo la mano con suavidad sobre el tentáculo que sostenía el frasco—. ¿Te importaría explicarme qué es lo que estás haciendo exactamente, antes de dejar que salgan esos entes?

Eponine estaba acostada en el sofá de la sala de estar de los Puckett. Estaba desnuda, pero cubierta por un par de sábanas octoarácnidas. Nicole le había estado teniendo la mano mientras las tres octoarañas instalaban el laboratorio portátil. Ahora Nicole se acercó a Max, de modo de poder traducirle lo que Doctor Azul estaba diciendo:

Other books

Crow Jane by D. J. Butler
The Oil Jar and Other Stories by Luigi Pirandello
Volcanoes by Hamlett, Nicole
Fallen Angel by Melody John
Tiddly Jinx by Liz Schulte
Lie to Me by Nicole L. Pierce
The Matchmaker by Stella Gibbons