—Como quieras, pero pensé que podrías querer usar los cosméticos antes que llegue la visita.
—¡Una visita! —exclamó Nicole, con alarma y agitación—. Voy a tener una visita… ¿Quién es? —Extendió el brazo para tomar el espejo y los cosméticos.
—Creo que dejaré que sea una sorpresa. Estará aquí dentro de unos minutos.
Nicole se aplicó lápiz labial y polvo facial, se cepilló el cabello y se arregló y depiló las cejas. Cuando terminó, lanzó una mirada de desaprobación al espejo.
—Eso es prácticamente todo lo que puedo hacer —dijo, tanto para sí como para El Águila.
Pocos minutos después, éste abrió la puerta que había en el otro lado de la sala y salió. Cuando regresó, había una octoaraña con él.
Desde el extremo opuesto de la habitación, Nicole vio el color azul cobalto salpicar fuera de sus límites.
—Hola, Nicole. ¿Cómo te sientes? —saludó la octoaraña.
—¡Doctora Azul!
—gritó Nicole, presa de la excitación. Doctora Azul sostuvo el dispositivo de examen delante de Nicole.
—Me quedaré aquí, contigo, hasta que estés lista para que se te transfiera —informó—. El Águila tiene otras obligaciones en el momento presente.
Bandas de colores pasaron velozmente a través de la diminuta pantalla.
—No entiendo —dijo Nicole, mirando el dispositivo desde arriba—. Cuando El Águila usó ese aparato, toda la lectura estaba dada en garabatos y otros símbolos raros.
—Ese es el idioma tecnológico de ellos para fines especiales —explicó Doctora Azul—. Es increíblemente eficaz, mucho mejor que nuestros colores… Pero, claro está, no puedo leerlo en absoluto… Este dispositivo es, en realidad, polilingüe. Hasta existe una modalidad para inglés.
—Entonces, ¿en qué hablas cuando te comunicas con El Águila y yo no ando cerca? —preguntó Nicole.
—Los dos utilizamos colores. Le corren por la frente, de izquierda a derecha.
—Estás bromeando —dijo Nicole, tratando de representarse El Águila con colores en la frente.
—En absoluto. El Águila es asombroso. Parlotea y chilla con los avianos, maúlla y silba con los mirmigatos…
Nicole nunca había visto la palabra “mirmigato” en el idioma cromático. Cuando preguntó respecto de la palabra, Doctora Azul explicó que seis de los extraños seres ahora estaban viviendo en el Grand Hotel, y que otros cuatro estaban a punto de eclosionar de melones maná en germinación.
—Aunque todas las octoarañas y todos los humanos durmieron durante el largo viaje —añadió—, a los melones maná se les permitió evolucionar hasta convertirse en mirmigatos y, después, material sésil. Ya se encuentran en su siguiente generación.
Doctora Azul volvió a poner el dispositivo en la mesa.
—Entonces, ¿cuál es el veredicto para hoy, doctora? —preguntó Nicole.
—Estás recuperando las fuerzas, pero estás viva únicamente gracias a todas las sondas complementarias que se te insertaron. En algún momento deberías considerar la posibilidad de…
—… reemplazar el corazón… Lo sé. Podrá parecer peculiar, pero la idea no me atrae demasiado… No sé exactamente por qué me opongo… Quizá todavía no he visto qué más falta vivir… Sé que si Richard estuviera vivo aún…
Dejó de hablar. Durante un instante imaginó que estaba de vuelta en la sala de observación, mirando las imágenes en cámara lenta de los últimos segundos de la vida de Richard. No había pensado en ese momento desde que despertó.
—¿Te importa si te pregunto algo muy personal? —le dijo a Doctora Azul.
—En absoluto —repuso la octoaraña.
—Observamos juntas la muerte de Richard y Archie, y yo estaba tan afligida que no podía funcionar… Archie fue asesinado al mismo tiempo, y él fue tu compañero de toda la vida. Así y todo, permaneciste sentada junto a mí y me brindaste consuelo… ¿No tuviste alguna sensación de pérdida o tristeza ante la muerte de Archie?
Doctora Azul no respondió de inmediato.
—Nosotras, las octoarañas, somos educadas desde el nacimiento para controlar lo que ustedes, los seres humanos, llaman “emociones”. Los alternativos, claro está, son muy susceptibles a los sentimientos, pero aquellos de nosotros que…
—Con todo respeto —la interrumpió Nicole con suavidad, tocando a su colega octoaraña—, no te estaba formulando una pregunta clínica de una médica a otra. Era una pregunta de una amiga a otra.
Un breve estallido de carmesí, después otro de azul, sin relación el uno con el otro, fluyeron lentamente alrededor de la cabeza de Doctora Azul.
—Sí, experimenté una sensación de pérdida —dijo—, pero sabía que iba a ocurrir. Ya hubiera sido entonces o más tarde, cuando Archie se unió al esfuerzo de la guerra, su exterminación fue algo seguro… y, además, en ese momento mi deber era ayudarte.
La puerta que daba a la sala se abrió y entró El Águila. El alienígena llevaba una caja grande llena de comida, ropa y equipo heterogéneo. Le informó a Nicole que le había traído el traje espacial y que, en un futuro muy próximo, ella se iba a aventurar fuera del ambiente controlado en el que estaba.
—Doctora Azul dice que puedes hablar en color —bromeó Nicole—. Quiero que me lo demuestres.
—¿Qué quieres que diga? —contestó El Águila, con ordenadas bandas cromáticas estrechas que empezaron en el lado izquierdo de la frente y se desarrollaron hacia la derecha.
—Es suficiente —dijo Nicole, lanzando una carcajada—. Eres verdaderamente asombroso.
Nicole se paró en el piso de la gigantesca fábrica y contempló la pirámide que se erguía delante de ella. Hacia su derecha, a menos de un kilómetro de distancia, un grupo de biots para fines especiales, entre los que había dos topadoras inmensas, estaba construyendo una alta montaña.
—¿Por qué están haciendo eso? —preguntó Nicole a través del diminuto micrófono que había dentro del casco.
—Es parte del ciclo siguiente —contestó El Águila—. Hemos establecido que estas construcciones en especial incrementan la probabilidad de obtener del experimento lo que queremos.
—¿Así que ya saben algo sobre los nuevos viajeros espaciales?
—No conozco la respuesta a eso —dijo El Águila—. No tengo mandato relacionado con el futuro de Rama.
Pero antes dijiste —insistió Nicole, no satisfecha— que no se introducían cambios a menos que fueran necesarios…
—No puedo ayudarte. Ven, entra en el todocamino. Doctora Azul quiere ver de cerca la montaña.
La octoaraña parecía rara en su traje espacial. De hecho, Nicole había lanzado una carcajada cuando la vio por primera vez con la tela blanca muy ceñida que le cubría el cuerpo negro como el carbón y los ocho tentáculos. También llevaba un casco transparente en la cabeza, a través del cual resultaba fácil leer los colores.
—Quedé atónita —le dijo Nicole a Doctora Azul, que estaba sentada a su lado, mientras el todoterreno abierto se desplazaba por el suelo llano hacia la montaña— la primera vez que salimos… No, ésa no es una palabra suficientemente fuerte… Tanto tú como El Águila me habían dicho que estábamos en la fábrica, y que a Rama se la estaba preparando para otro viaje, pero nunca esperé todo esto.
—La pirámide fue construida alrededor de ti —interpuso El Águila, desde el asiento del conductor que estaba delante de ellas—, mientras dormías. Sin perturbar tu ambiente. Si no hubiéramos podido hacer eso, habría sido necesario despertarte mucho antes.
—¿Todo este asunto no te deja simplemente asombrada? —Nicole seguía mirando de frente a Doctora Azul.—. ¿No te preguntas qué clase de seres concibió este grandioso proyecto en primer lugar? ¿Y también creó inteligencia artificial como El Águila? Es casi imposible imaginar…
—No es tan difícil para nosotros —declaró la octoaraña—. Recuerda que hemos sabido sobre seres superiores desde el principio. Sólo existimos como forma de vida inteligente gracias a que los Precursores alteraron nuestros genes. En nuestra historia nunca tuvimos un período en el que creyéramos que estábamos en la cumbre de la evolución.
—Y nosotros, nunca más —aseguró Nicole en tono meditativo—. La historia humana, en lo que sea que vaya a resultar, ahora fue profunda e irrevocablemente alterada.
—Quizá no —terció El Águila desde el asiento de adelante—. Nuestra base de datos señala que algunas especies no resultan suficientemente impresionadas por el contacto con nosotros. Nuestros experimentos se diseñan para dar lugar a esa posibilidad. Nuestro contacto tiene lugar durante un intervalo finito, y con sólo un porcentaje pequeño de la población; no hay interacción continua, a menos que la especie que se está estudiando adopte una actitud que manifiestamente produzca esa interacción… Dudo de que la vida en la Tierra, en este preciso momento, sea muy diferente de lo que habría sido si ninguna espacionave Rama hubiera visitado jamás el Sistema Solar.
Nicole se inclinó hacia adelante en su asiento.
—¿Lo sabes con absoluta certeza —preguntó—, o sólo estás conjeturando?
La respuesta de El Águila fue vaga.
—Es indudable que la historia de ustedes cambió por la aparición de Rama. Muchos acontecimientos de importancia no habrían tenido lugar de no haber existido un contacto. Pero dentro de cien años más o, a lo mejor, quinientos… qué diferente será entonces la Tierra, con respecto a lo que habría sido…
—Pero el punto de vista de los seres humanos
tiene
que haber cambiado —arguyó Nicole—. Seguramente el saber que en el universo existe, o, por lo menos, existió en alguna época anterior, una inteligencia lo suficientemente avanzada como para fabricar una espacionave robótica interestelar del tamaño de una ciudad muy grande, no se puede desdeñar como mera información carente de importancia… Produce una perspectiva diferente para todas las experiencias humanas. La religión, la filosofía, hasta los fundamentos de la biología, deben reverse ante la presencia…
—Me agrada ver —interrumpió El Águila— que, al menos, una pequeña parte de tu optimismo e idealismo sobrevivió todos estos años… Recuerda, sin embargo, que, en Nuevo Edén, los seres humanos
sabían
que estaban viviendo en el interior de un dominio especialmente construido para ellos por extraterrestres. Y tanto tú como otros les dijeron que se los estaba observando continuamente. Aun así, cuando se les hizo patente que los alienígenas, quienesquiera que fuesen, no tenían intención de interferir en las actividades cotidianas de los seres humanos, la existencia de esos seres evolucionados perdió su importancia.
El todocamino llegó a la base de la montaña.
—Quise venir hasta acá —declaró Doctora Azul— por pura curiosidad… Como ya sabes, no teníamos montañas en nuestro dominio de Rama, y no hay muchas en la región de mi planeta natal en la que vivía yo cuando era joven… pensé que sería lindo pararse en la cima…
—He requisado una de las topadoras grandes —anunció El Águila—. Nuestro viaje hasta la cumbre sólo tardará diez minutos… En algunos sitios puede ser que se asusten por lo empinado del ascenso, pero es completamente seguro, siempre y cuando no se quiten los cinturones de seguridad.
Nicole no era tan vieja como para no disfrutar del espectacular ascenso. La topadora, grande como un edificio de oficinas, no contaba con asientos cómodos para pasajeros, y algunos de los barquinazos eran bastante violentos, pero los panoramas que se abrían ante ellos a medida que ascendían valían las molestias, sin lugar a dudas.
La montaña tenía más de un kilómetro de altura, y cerca de diez alrededor de su aproximadamente redondo perímetro. Nicole pudo ver claramente la pirámide en la que había estado cuando la topadora estaba a nada más que un cuarto de su trayecto hacia arriba de la montaña. Más allá, y en todas direcciones, el horizonte aparecía salpicado por proyectos aislados de construcciones de propósito desconocido.
Así que ahora todo comienza de nuevo
, pensó Nicole.
Esta Rama reconstruida pronto habrá de ingresar en otro conjunto de sistemas estelares. ¿Y qué va a encontrar? ¿Quiénes son los viajeros del espacio que caminarán después por este suelo? ¿O que treparán esta montaña?
La topadora se detuvo en una meseta plana, muy cerca de la cumbre, y sus tres pasajeros desembarcaron. El panorama dejaba sin aliento. Mientras recorría el paisaje con la vista, Nicole rememoró lo maravillada que se sintió en aquel primer viaje hacia el interior de Rama, cuando descendió en telesilla y el vasto mundo alienígena se extendía delante de ella.
Gracias
, pensó, dirigiéndose mentalmente a El Águila,
por mantenerme viva. Tenías razón. Esta sola experiencia, y los recuerdos que aviva, son razón más que suficiente para continuar
.
Se dio vuelta para mirar de frente el resto de la montaña. Vio algo pequeño que volaba entrando y saliendo de unas formaciones que tenían el aspecto de arbustos, de color rojo, que estaban a no más de veinte metros. Fue hacia allá y capturó con la mano uno de los objetos voladores. Tenía el tamaño y la forma de una mariposa; las alas estaban ornamentadas con un motivo jaspeado sin simetría ni algún otro principio de diseño que pudiera discernir. Dejó ir una y atrapó otra. El motivo, en la segunda mariposa ramana, era por completo diferente, pero seguía siendo rico, tanto en color como en ornamentación.
El Águila y Doctora Azul se le acercaron. Les mostró lo que sostenía en la mano.
—Biots voladores —dijo El Águila, sin hacer más comentarios.
Nicole se maravilló otra vez ante el diminuto ser.
Algo asombroso ocurre todos los días
, recordó que decía Richard,
y entonces eso siempre nos hace recordar qué alegría es estar vivo
.
Nicole apenas había terminado de bañarse, cuando los dos biots entraron en la habitación. Uno era un cangrejo y el otro se parecía a un gigantesco camioncito de juguete; el cangrejo empleaba una combinación de sus poderosas pinzas y formidable panoplia de artilugios auxiliares, para cortar el receptáculo de dormir de Nicole y reducirlo a trozos más manejables. Los trozos se apilaban después en la plataforma del camión. En su trayecto de salida de la sala, menos de un minuto después, el cangrejo levantó la bañera y todos los asientos que quedaban y los amontonó encima de lo que ya había en la plataforma del camión. Acto seguido, puso la mesa sobre su propio lomo y desapareció de la sala vacía, siguiendo al biot camión.
Nicole se alisó el vestido.
—Nunca olvidaré la primera vez que vi un biot cangrejo —comentó a sus dos compañeros—. Fue en la enorme pantalla del centro de control de la
Newton
, hace muchísimos años. Todos estábamos aterrorizados.