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Authors: Jean Genet

Tags: #Drama, #Erótico

Querelle de Brest (42 page)

BOOK: Querelle de Brest
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—No es verdad.

—¿Cómo que no es verdad? ¿Qué te estoy diciendo? Pregunta, si no.

Madame Lysiane estaba aterrada. Le parecía evidente, si Querelle se había acostado con Nono, que hubiese amado a Robert al punto de tener un hijo suyo. Cada vez más estaba fuera de juego.

Lo más bello y lo más monstruoso se hacía al margen de ella. Ella dijo:

—Cuentos. Sé que hay hombres y mujeres que hacen eso. Pero por parte de Nono no es verdad. Son cuentos que circulan.

Querelle rompió a reír.

—Como quieras. Si lo crees o no, ya sabes, me da igual.

Ella se levantó un poco, como con pudor porque sentía que en eso residía su vergonzosa femineidad, en el pelo que caía sobre su rostro y la mirada de desesperada insolencia con que dijo a Querelle:

—Así que eres un putillo.

La palabra putillo lo hirió. Pero rió porque sabía que se dice «una» putilla.

—¿Te da risa?

—¿A mí? ¿Y qué quieres que haga? Nono también es uno entonces.

—¿Y Robert?

—¿Qué pasa con Robert? Él no me importa. Yo hago lo que me sale de los cojones.

Sin atreverse a insultarlo directamente, ella dijo:

—Eso me da asco.

Retomó sus borrosas quejas mezcladas con saliva y pelos. Querelle la acarició para consolarla, luego, irritado, hizo ademán de partir. Madame Lysiane se aferró a él, que se escapaba con el cuerpo liso y resbaloso trepando a la cama mientras el de su señora bajaba de la cama empujado por él. Gimiendo despeinada, acabó por tener entre las manos sólo el delicado talón del marinero que trataba de abandonar la cama con los brazos desnudos, extendidos hacia el papel de la pared como para pegarse a él, aferrar con los dedos los ramos de flores azules y rosadas, los canastos frágiles, la escalera. Cuando terminó de abandonar las sábanas con su verga blanda y su pelo deshecho, Madame Lysiane ya no tuvo frente a ella dos adversarios cualquiera que pudiesen ser vencidos con hábiles coqueteos, sino un enemigo que la aplastaba de golpe con fuerzas no muy grandes pero multiplicadas hasta el infinito ya que entre esos dos rostros existía una comprensión ya no de amistad o utilidad sino de otra naturaleza, indestructible por el hecho de estar escindida, forjada en el cielo sublime donde los parecidos se enlazan y más profundamente todavía en el cielo de los cielos donde ella misma había desposado la Belleza. Al pie de la cama, Madame Lysiane tuvo la certeza del abandono.

—¡Ya ves! ¡Ya lo ves!

No podía repetir más que esas pobres palabras, mezcladas con sus lágrimas y sus mocos.

—Eres tú a quien no entiendo. Con vosotros nunca se sabe. Mejor dicho, tú me ahuyentas con tus lágrimas. Soy un marino. Mi mujer es el mar; mi señora es mi capitán.

—¡Me das asco!

Madame Lysiane sintió cruelmente, apasionadamente, que era gracias a Querelle que había salido, como Mario y Norbert, de la soledad en que su partida los había dejado. Él había aparecido entre ellos con la súbita prontitud y la elegancia de un comodín. Desdibujaba las figuras pero les daba un sentido. En cuanto a Querelle, al dejar la habitación de su patrona, conoció un extraño sentimiento: la abandonó con lástima. Mientras se vestía, lentamente, con un poco de tristeza, su mirada se posaba sobre la foto del patrón, colgada del muro. Uno tras otro pasaron ante él los rostros de sus amigos: Nono, Robert, Mario, Gil. Experimentó una suerte de melancolía, un temor apenas consciente de que ellos envejeciesen sin él y, vagamente, llevado al límite del asco por los suspiros, por los gestos demasiado distinguidos en el espejo del armario de Madame Lysiane, que se vestía detrás de él, deseó incluirlos en su crimen para fijarlos en él, para que no pudiesen amar nunca más o de ningún modo que no fuese a través de él. Cuando se acercó a ella, Madame Lysiane estaba vacía de reproches. Sobre su rostro, los cabellos que los ganchos apenas retenían estaban pegados por las lágrimas, el rojo de los labios se desparramaba un poco. Querelle la estrechó contra sí, ya rígida en su armadura de sábana azul marino, y la besó en las mejillas.

Facsímil de la portada de la edición original de 1947 de
Querelle de Brest
, publicada en París, sin nombre de editor, por Paul Morihien. Se incluye, asimismo, en la última página de este cuadernillo, la nota justificativa de tirada de aquella mítica edición.

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