Por qué no soy cristiano (27 page)

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Authors: Bertrand Russell

Tags: #Ensayo, Religión

BOOK: Por qué no soy cristiano
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Apéndice
Cómo se evitó que Bertrand Russell enseñase en la Universidad de la Ciudad de Nueva York (CUNY)

Al escribir esta relación me ha sido de gran ayuda el libro «The Bertrand Russell Case» compilado por el profesor Hance M. Kallen, y el difunto John Dewey (The Viking Press, 1941). Estoy particularmente agradecido a los ensayos de Kallen, Dewey, Cohen y Hock.

I

Después que se retiraron los dos profesores titulares de filosofía, Morris Raphael Cohen y Harry Overstreet, los miembros del Departamento de Filosofía de la Universidad de la Ciudad de Nueva York (CUNY) y la administración de la Universidad convinieron en acercarse a un filósofo eminente para que llenase una de las vacantes. El departamento recomendó que se invitase a Bertrand Russell, que en aquel momento estaba enseñando en la Universidad de California. Esta recomendación fue aprobada con entusiasmo por el cuerpo de profesores de la Universidad, el presidente interino, el comité administrativo de la Junta de Educación Superior y, finalmente, por la misma Junta que aprueba los nombramientos. Nadie comparable en fama y distinción había sido antes profesor de la Universidad. Diecinueve de los veintidós miembros de la Junta concurrieron a la reunión en que se discutió el nombramiento y los diecinueve votaron a favor de él. Cuando Bertrand Russell aceptó la invitación, Ordway Tead, el presidente de la Junta, le envió la carta siguiente:

Mi querido profesor RUSSELL:

Como un verdadero privilegio aprovecho esta oportunidad para notificarle su nombramiento como profesor de Filosofía de la Universidad de la Ciudad de Nueva York, durante el periodo comprendido entre el 1º de febrero de 1941 hasta el 30 de junio de 1942, de acuerdo con lo decidido por la Junta de Educación Superior en su reunión de 28 de febrero de 1940.

Sé que su aceptación del nombramiento añadirá lustre al nombre y las realizaciones del Departamento y la Universidad, y que ampliará y profundizará el interés de la Universidad por las bases filosóficas de la vida humana.

Al mismo tiempo el presidente interino Mead dio una declaración a la prensa a los efectos de que la Universidad se consideraba singularmente afortunada por haberse asegurado los servicios de un erudito mundialmente famoso como Lord Russell. La fecha de la comunicación era el 24 de febrero de 1940.

En vista de los acontecimientos ulteriores, es necesario destacar dos hechos: Bertrand Russell iba a encargarse sólo de los tres cursos siguientes:

Filosofía 13: Un estudio de los modernos conceptos de lógica y de su relación con la ciencia, las matemáticas y la filosofía.

Filosofía 24: Un estudio de los problemas de los fundamentos de las matemáticas.

Filosofía 27: Las relaciones de las ciencias puras con las aplicadas, y la influencia recíproca entre la metafísica y las teorías científicas.

Además, en la época en que fue nombrado Bertrand Russell sólo podían concurrir hombres a los cursos diurnos que sobre los temas de las artes liberales se daban en la Universidad de la Ciudad de Nueva, York. Por lo tanto, ninguna joven pura estaba en peligro de que su mente quedase corrompida por las conferencias de Bertrand Russell.

II

Cuando se hizo público el nombramiento de Russell, el obispo Manning, de la Iglesia Episcopal Protestante, escribió una carta a todos los periódicos de Nueva York, en la cual denunciaba el acto de la Junta. «¿Qué puede decirse de las universidades y colegios —escribió—, que presentan a nuestra juventud como maestro responsable de filosofía… a un hombre que es un reconocido propagandista contra la religión y la moralidad, y que defiende específicamente el adulterio…? ¿Puede alguien interesado en el bien de nuestro país prestarse a que tales enseñanzas se difundan con el apoyo de nuestros colegios y universidades?». Volviendo a la ofensiva unos pocos días después, el obispo dijo: «Hay gentes tan confundidas moral y mentalmente que no ven ningún mal en el nombramiento… de alguien que ha publicado escritos diciendo: «fuera de los deseos humanos no hay patrón moral». Hay que advertir de pasada que, si se requiriese que los profesores de filosofía rechazasen el relativismo en sus varias formas, como implicaba el obispo Manning, más de la mitad de ellos tendrían que ser despedidos.

La carta del obispo fue la señal de una campaña de vilipendio e intimidación como no había habido en Estados Unidos desde los días de Jefferson y Thomas Paine. Las revistas eclesiásticas, los periódicos de Hearst y casi todos los políticos católicos se unieron al coro de la difamación. El nombramiento de Russell, decía
The Tablet
, vino como un «insulto brutal a los neoyorquinos viejos y a todos los norteamericanos verdaderos». Pidiendo que se revocase el nombramiento, describía editorialmente a Russell como un «profesor de paganismo», como «el anarquista filosófico y el nihilista moral de Gran Bretaña, cuya defensa del adulterio se hizo tan escandalosa que una de sus ‘amigas’ le dio una paliza». El semanario jesuita,
América
, fue aun más cortés. Se refirió a Russell como a un «reseco, divorciado y decadente abogado de la promiscuidad sexual… que ahora adoctrina a los estudiantes de la Universidad de California… en sus reglas libertarias de vida relajada en materias de sexo, amor promiscuo y matrimonio errante… Este individuo corruptor, que ha traicionado su ‘mente’ y su ‘conciencia’. Este profesor de inmoralidad e irreligión… reducido al ostracismo por los ingleses decentes». Las Cartas al director de dichos periódicos fueron aun más frenéticas. Si la Junta de Educación Superior no rescinde su contrato, decía un corresponsal del
Tablet
, entonces: «¡Las arenas movedizas amenazan! ¡La serpiente está en la hierba! ¡El gusano se afana en la mente! Si Bertrand Russell fuese honrado consigo mismo, declararía, como hizo Rousseau: “No puedo mirar mis libros sin estremecerme; en lugar de instruir, corrompo; en lugar de nutrir, enveneno. Pero la pasión me ciega, y a pesar de todos mis bellos discursos, no soy más que un canalla”». La Carta fue una reproducción de un telegrama enviado al Alcalde La Guardia, en el que continuaba: «Ruego a Usía que proteja a nuestra juventud de la perniciosa influencia del de la pluma envenenada, un remedo del genio, el ministro del demonio entre los hombres».

Entretanto, Charles H. Tuttle, miembro de la Junta y notable lego de la Iglesia Episcopal Protestante, anunció que, en la siguiente reunión de la Junta, que se celebraría el 18 de marzo, trataría de que se reconsiderase el nombramiento. Tuttle explicó que no estaba familiarizado con las ideas de Russell cuando se hizo la designación. Si las hubiera conocido entonces habría votado contra ella. Como sólo faltaban unos pocos días para la reunión, los fanáticos hicieron todo lo posible para asustar a los miembros de la Junta y ensanchar el catálogo de los pecados de Russell. «Nuestro grupo —dijo Winfield Demarest de la Liga de la Juventud Americana—, no favorece la idea de Russell de los dormitorios coeducacionales». Pidiendo una investigación de la Junta de Educación Superior, el periódico de Hearst,
Journal American
(ahora el
Journal American
), mantenía que Russell favorecía la «nacionalización de las mujeres… los hijos fuera del matrimonio… y los niños criados como prendas de un estado sin Dios». Citando fuera de contexto un libro escrito por Russell muchos años antes, le acusaba de exponente del comunismo. A pesar de la conocida oposición de Russell al comunismo soviético, desde entonces los fanáticos se refirieron a él llamándole «pro comunista». De todos los aspectos de la campaña de odio, ninguno de ellos fue más feo quizás que esta deliberada tergiversación.

Se aprobaban a diario mociones pidiendo el despido de Russell y también el de los miembros de la Junta que habían votado su nombramiento por numerosas organizaciones famosas por su interés por la educación, como los Hijos de Xavier, la rama neoyorquina de la Sociedad Central Católica Americana, la Antigua Orden de los Hiberneses, los Caballeros de Colón, el Gremio de Abogados Católicos, la Sociedad del Sagrado nombre de Santa Juana de Arco, la Conferencia de los Ministros Bautistas Metropolitanos, la Conferencia del Oeste Medio de la Sociedad de Mujeres de Nueva Inglaterra, y los Hijos de la Revolución Americana del Empire State. Todo esto aparecía en la prensa unido a profundas oraciones por parte de las luminarias clericales, cuyos ataques se centralizaban cada vez más en dos acusaciones: que Russell era extranjero y, por lo tanto, no podía legalmente enseñar en la Universidad y que sus opiniones, en lo referente al sexo, eran realmente incitaciones al crimen. «¿Por qué no lanzar a la policía sobre la Junta de Educación Superior?», preguntaba el reverendo John Schultz, profesor de Elocuencia Sagrada en el seminario redentorista de Esopus, N.Y. «Los jóvenes de esta ciudad —proseguía el famoso erudito—, son instruidos en que no existe la mentira. Se les enseña que el robo está justificado, e igualmente el saqueo. Se les enseña, como se enseñó a Loeb y Leopold en la Universidad de Chicago, que están justificados los crímenes inhumanamente crueles». No hay que decir que todas estas cosas horribles se hallaban estrechamente unidas con el nombramiento de Bertrand Russell, «el campeón del Amor Libre, de la promiscuidad sexual entre los jóvenes, del odio hacia los padres». Y como si esto no fuera bastante malo, Russell fue unido por otro orador con «charcos de sangre». Hablando en el desayuno de comunión anual de la Sociedad del Santo Nombre del Departamento de Policía de Nueva York, Monseñor Francis W. Walsh recordó a los policías congregados que habían tenido ocasión de aprender todo el significado del llamado «triángulo matrimonial» al hallar una de las esquinas del triángulo en un charco de sangre. «Por lo tanto, me permito decir —continuó—, que os uniréis conmigo al pedir que cualquier profesor culpable de enseñar o escribir ideas que han de multiplicar los escenarios de esta tragedia no será tolerado en esta ciudad, ni recibirá apoyo de sus contribuyentes…»

Mientras el alcalde La Guardia permanecía estudiadamente silencioso, numerosos políticos de Tammany entraron en acción. Su concepto de la libertad académica fue revelado por John F. X. McGohey, primer fiscal de distrito del Estado de Nueva York y presidente de los Hijos de Xavier (ahora juez McGohey), quien protestó de que se usara el dinero de los contribuyentes para «pagar la enseñanza de una filosofía de la vida que niega a Dios, desafía la decencia y contradice completamente el carácter religioso fundamental de nuestro país, nuestro gobierno y nuestro pueblo». El 15 de marzo, tres días antes de que la Junta se reuniera de nuevo, el presidente del Bronx, James J. Lyons, uno de los voceros de los inquisidores, introdujo una moción en el Concejo Municipal pidiendo que la Junta anulase el nombramiento de Russell. La moción fue aprobada por 16 votos contra 5. Hay que recordar, como testimonio permanente de su valor e indiferencia al sentimiento de la masa, que Stanley Isaacs, un republicano, habló vigorosamente en favor de Bertrand Russell y la Junta de Educación Superior. Además de presentar esta resolución, Lyons anunció que en la próxima discusión del presupuesto trataría de «borrar el renglón que suministra la compensación de este peligroso nombramiento». El presidente de distrito Lyons fue, sin embargo, comedido y suave comparado con el presidente de distrito, George V. Harvey, de Queens, quien declaró en una reunión que, si no despedían a Russell, trataría de suprimir la suma de 7.500.000 dólares votada por el Congreso para el sostenimiento de las facultades municipales. Si se salía con la suya, dijo «las universidades serían universidades piadosas, universidades americanas, o se cerrarían». En la misma reunión de protesta hablaron otros eminentes oradores. Diciendo que Russell era un «perro», el concejal Charles E. Keegan advirtió que, «si tuviéramos un adecuado sistema de inmigración, ese vagabundo no podría desembarcar en mil millas». Pero una vez que había desembarcado, Miss Martha Byrnes, archivera del condado de Nueva York, dijo al público lo que había que hacer con el «perro» Russell, gritó, debería ser «emplumado y expulsado del país». Esto es lo que los oradores entendían por «santidad» y «americanismo».

III

Aunque los fanáticos eran muy poderosos en la política local, los defensores de la sabiduría independiente eran poderosos en todas las principales universidades de la nación. En defensa de Russell vinieron numerosos presidentes de universidad, entre ellos Gideonse, de Brooklyn; Hutchins, de Chicago (donde Russell había enseñado el año anterior); Graham, de Carolina del Norte, que más tarde fue Senador; Neilson, de Smith; Alexander, de Antioch; y Sproule, de la Universidad de California, donde Russell «adoctrinaba a los estudiantes en sus reglas libertarias de vida relajada en materia sexual y de amor promiscuo». En defensa de Russell también se unieron los presidentes actuales y pasados de las sociedades eruditas —Nicholson, de la Phi Beta Kappa; Curry, de la Asociación Matemática Americana; Hankins, de la Asociación Sociológica Americana; Beard, de la Asociación Histórica Americana; Ducasse, de la Asociación Filosófica Americana; Himstead, de la Asociación Americana de Profesores de Universidad, y otros muchos. Diecisiete de los eruditos más famosos del país (entre ellos Becker, de Cornell; Lovejoy, de Johns Hopkins, y Cannon, Kemble, Perry y Schlesinger, de Harvard) enviaron una carta a La Guardia protestando contra el «ataque organizado contra el nombramiento del filósofo mundialmente famoso Bertrand Russell…». Si el ataque tenía éxito —continuaba la carta—, «ningún colegio ni universidad americana estaría libre del control inquisitorial de los enemigos del libre examen… El recibir la instrucción de un nombre del calibre intelectual de Bertrand Russell es un raro privilegio para los estudiantes de cualquier parte… Sus críticos deberían hacerle frente en el campo abierto y justo de la discusión intelectual y el análisis científico. No tienen derecho a reducirle al silencio impidiéndole enseñar… El problema es tan fundamental que no puede soslayarse sin poner en peligro toda la estructura de la libertad intelectual, de que depende la vida de la universidad americana». Whitehead, Dewey, Sharpley, Kasner, Einstein, todos los principales filósofos y científicos del país fueron en apoyo del nombramiento de Russell. «Los grandes espíritus —advirtió Einstein—, han hallado siempre violenta oposición de parte de las mediocridades. Éstas no pueden entender que un hombre no se someta irreflexivamente a los prejuicios hereditarios y use honrada y valientemente su inteligencia».

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