Placeres Prohibidos

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Authors: Laurell K. Hamilton

Tags: #Fantástico, Romántico, Terror

BOOK: Placeres Prohibidos
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Para los vampiros es la Ejecutora, pero cómo los llama ella, mejor no repetirlo.

La nueva legislación reconoce sus derechos a las criaturas sobrenaturales, y nadie las conoce mejor que Anita Blake. Pero si un vampiro u otra criatura de la noche se propasa, la orden de ejecución es sumaria. Anita Blake no se anda con reparos, y es temida y respetada en todos los círculos de no humanos. Cuando una ola de crímenes se ceba en la comunidad vampírica de San Luis, los propios vampiros son quienes recurren a ella para atrapar al responsable. Pero Anita tiene muy claras sus prioridades y nunca aceptaría colaborar… si pudiera evitarlo. Y así, lo que tenía que ser una despedida de soltera sorpresa en un local nocturno regentado por vampiros, el Placeres Prohibidos, se vuelve algo mucho más dramático y peligroso.

Placeres Prohibidos
es la novela con la que Laurell K. Hamilton presentó al personaje de Anita Blake en 1993, y en la actualidad lleva publicado un total de catorce novelas de la serie. En paralelo a la evolución que experimenta su protagonista, el sexo y la violencia adquieren una presencia cada vez más notoria en novelas sucesivas, hecho que ha desatado abundantes polémicas, pero que también le ha granjeado una audiencia entusiasta y la ha catapultado a los primeros puestos de todas las listas de éxitos. Hasta la fecha ha sido traducida a dieciséis idiomas.

Atrévete a explorar el lado oscuro de San Luis con los vampiros más subyugantes.

Laurell K. Hamilton

Placeres Prohibidos

Anita Blake, cazavampiros - 1

ePUB v1.5

Tammy_Baker
05.07.12

Título original:
Guilty Pleasures

Laurell K. Hamilton, 1993

Traducción: Carolina Broner y Natalia Cervera

Ilustración de cubierta: Alejandro Terán

Ediciones Gigamesh

Editor original: Tammy_Baker (v1.0 a v1.5)

ePub base v2.0

PRESENTACIÓN

Érase una vez…

… una chica que cazaba vampiros… No, esa no. Esta no es rubia (aunque sí lleva estaca y crucifijo, además de una pistola y unos cuchillos); ni vive en la Boca del Infierno, aunque pudiera parecerlo; ni va al instituto, sino que es una chica trabajadora que empezó a matar vampiros unos años antes. De su gusto en hombres no vamos a discutir, más que nada porque no nos daría tiempo.

Como íbamos diciendo: Érase una vez una chica que cazaba vampiros… Bueno, no exactamente. Ahí está una, tan tranquila, dedicándose a levantar muertos (que para eso es reanimadora, y para eso le pagan), y un día mata a unos cuantos vampiros y de pronto empiezan a llamarla Ejecutora. Qué melodramático.

Y no es como si la Muerte no anduviese por ahí haciendo su trabajo (trabajo que le encanta, por otra parte) y no lo hiciera bien; al contrario… Pero lo de que una chica joven y en apariencia poca cosa se enfrente a los vampiros, y que no sólo salga con vida sino que se lleve a unos cuantos por delante, debe de ser que da morbo.

Bienvenidos a San Luis. Humanos, vampiros, cambiaformas de todas las especies y colores, zombis, algules y alguna cosita más… Tenemos de todo: el Distrito, el Circo de los Malditos, la Iglesia de la Vida Eterna (literalmente y delante de tus ojos: nada de fe ciega, nada de esperas y nada que no se sepa; si quieres saber qué se siente al estar muerto, pregúntaselo a un feligrés con colmillitos), unos estupendos cementerios llenos de animación, clubes de lo más
in
, morbo y
glamour
. ¿Quién da más?

Pues Laurell K. Hamilton. Nos muestra un mundo donde los nomuertos, sean vampiros, cambiaformas, zombis o cualquier otra cosa, no sólo conviven con los humanos, sino que no se ocultan: el dueño del bar donde tomas el café puede ser un vampiro; tu vecino de la puerta de enfrente se convierte en rata de vez en cuando, y nunca sabes cómo acabará esa herencia que acabas de recibir, porque a saber si alguien levanta de la tumba al tío Jorge y resulta que, en su testamento, donde dice digo quiso decir Diego…

Hamilton nos muestra ese universo a través de una protagonista sin complejos, que ve la realidad tal como es, no se hace ilusiones y siempre va bien armada. Que sabe que el mundo no es justo, ni la vida, fácil, y tiene cicatrices para demostrarlo. Que duerme con pingüinos de peluche por el día y levanta muertos por la noche. Que mata vampiros, pero también se relaciona con ellos. Que sabe que ver la vida en blanco y negro es un lujo que no se puede permitir; aunque le gustaría. Que sabe que no hay garantías.

Hace años que en la red se oye hablar de esta serie. Si ponéis «Anita Blake» en Google y le dais al botoncito de buscar, os saldrán prácticamente tres cuartos de millón de páginas… Y ahora se entiende por qué. Es una lectura ágil y fascinante, llena de ritmo y de detalles, con un sentido del humor negro y crudo y, sobre todo, escrita con desparpajo y sin complejos de ninguna clase.

Pasen y vean: comienza el espectáculo.

M
ARISA
C
UESTA

Gijón, a 18 de mayo de 2006

Para Gary W. Hamilton, mi marido, que se leyó este libro a pesar de no gustarle nada relacionado con el terror.

A Carlos Nassau y Gary Chehowski por darme a conocer el extenso mundo de las armas. A Ricia Mainhardt, mi agente, por creer en mí. A Deborah Millitello por el entusiasmo desbordante, que supera ampliamente sus obligaciones. A M. C. Summer, nuevo amigo y valioso crítico. A Mary-Dale Amison, por su buen ojo para los detalles que se nos escapan a los demás. Y a todos los miembros del grupo Alternate Historians que llegaron demasiado tarde para comentar este libro: Janni Lee Simmer, Marella Sands y Robert K. Sheaf. Gracias por la tarta, Bob. Y a todos los que asistieron a mi lectura de la decimocuarta Archon.

UNO

Willie McCoy ya era un capullo antes de morir, y la muerte no lo había cambiado. Lo tenía sentado delante, con una chaqueta deportiva de cuadros que cantaba como una almeja, y pantalones de poliéster verde fosforito. Su pelo negro, corto y peinado hacia atrás con gomina, enmarcaba una cara delgada y triangular. Siempre me había recordado a los personajes secundarios de las películas de gángsters, esos tipos que venden información, hacen recados y son desechables.

Claro que, como Willie estaba muerto, lo de ser desechable ya no contaba. Pero seguía vendiendo información y haciendo recados. No, morir no lo había cambiado demasiado. De todas formas, por si las moscas, evité mirarlo directamente a los ojos; es lo que se suele hacer cuando se trata con vampiros. Si antes era un saco de mierda estándar, ahora era un saco de mierda que había regresado de entre los muertos, y esa categoría me resultaba nueva.

Estábamos sentados en mi despacho, con el aire acondicionado como sonido de fondo. Las paredes azul celeste que Bert, mi jefe, consideraba relajantes, le daban un aire frío a la habitación.

—¿Te molesta que fume? —Preguntó.

—Sí —dije—. Mucho.

—Joder, ya veo que no me vas a poner las cosas fáciles.

Lo miré a la cara un instante. Seguía teniendo los ojos marrones. Me pilló, y bajé la vista a la mesa.

Willie se rió con un sonido breve y jadeante. Tampoco le había cambiado la risa.

—Eh, te doy miedo. Mola.

—No es miedo; es precaución.

—No te molestes en negarlo; puedo olerlo casi como si me rozara la cara, la mente… Me tienes miedo porque soy un vampiro.

Me encogí de hombros; ¿qué podía decirle? ¿Cómo mentirle a alguien que huele el miedo?

—¿A qué has venido, Willie?

—Uf, me muero por un cigarro. —Le empezó a temblar un lado de la boca.

—No sabía que los vampiros tuvieran tics.

Se llevó la mano casi hasta los labios y me sonrió enseñando los colmillos.

—Hay cosas que no cambian.

Tuve ganas de preguntarle: «¿Y qué cambia? ¿Qué se siente al estar muerto?». Conocía a más vampiros, pero Willie era el primero al que había tratado antes y después de la conversión. Se me hacía raro.

—¿Qué quieres?

—Contratar tus servicios. Y pagarlos, claro.

Lo miré evitando los ojos. La luz le centelleó en el alfiler de corbata; era de oro auténtico. Antes, Willie no tenía cosas así. No le iba nada mal para estar muerto.

—Me dedico a levantar muertos. Eres un vampiro, Willie, ¿para qué quieres un zombi?

—No. —Sacudió la cabeza con dos movimientos rápidos hacia los lados—; nada de vudú. Quiero que investigues unos asesinatos.

—No soy detective privada.

—Ya, pero tenéis una en la agencia.

—Puedes contratar directamente a la señora Sims. No me necesitas de intermediaria.

—Pero ella no sabe de vampiros tanto como tú. —De nuevo aquella inquietante sacudida de cabeza.

—Al grano, Willie. —Suspiré y le eché una ojeada al reloj de la pared—. Tengo que largarme dentro de quince minutos. No me gusta hacer esperar a los clientes cuando están solos en el cementerio; suelen ponerse nerviosos.

Se rió. A pesar de los colmillos, algo en aquella risa burlona me resultó tranquilizador. Aunque bien pensado, los vampiros deberían tener una risa profunda y melodiosa.

—No me extraña. No me extraña nada. —Su semblante se volvió adusto de golpe, como si el dibujante le hubiera borrado la risa.

Sentí el miedo como un puñetazo en la boca del estómago. Los vampiros podían cambiar de expresión como si pulsaran un interruptor. Si Willie era capaz de hacer algo así, ¿qué más trucos escondería en la manga?

—¿Sabes lo de los asesinatos de vampiros en el Distrito?

Lo había planteado como una pregunta, así que respondí.

—Estoy al tanto. —Habían hecho una carnicería con cuatro vampiros en la nueva zona de marcha; aparecieron con el corazón arrancado y la cabeza cortada.

—¿Aún trabajas con la poli?

—Sigo ayudando a la nueva brigada especial.

—Ah, sí, la Santa Compaña —dijo, volviendo a reír—. Con un presupuesto de pena y personal insuficiente, claro.

—Acabas de describir la mayor parte de las brigadas policiales de esta ciudad.

—Ya, pero a los polis les pasa lo mismo que a ti, Anita. ¿Qué coño os importa que haya un vampiro más o menos? Ninguna ley nueva va a cambiar eso.

Sólo habían pasado dos años desde el caso de Addison contra Clark. Aquel juicio nos había cambiado la forma de ver en qué consistía la vida y en qué no consistía la muerte. En los Estados Unidos se había legalizado el vampirismo. El nuestro era uno de los pocos países que reconocían los derechos de los nomuertos. En las fronteras las pasaban canutas tratando de impedir la inmigración de vampiros extranjeros en… Bueno, en bandadas.

Los tribunales estaban debatiendo toda clase de minucias. ¿Los herederos tenían que devolver las herencias? ¿Se podía considerar viudo al cónyuge de un nomuerto? ¿Era asesinato matar a un vampiro? Si hasta había un movimiento a favor del sufragio vampírico… Ah, los tiempos cambian.

Contemplé al vampiro que tenía delante y me encogí de hombros. ¿De verdad me daba igual que hubiera un vampiro menos? Quizá.

—Si crees que pienso así, ¿por qué recurres a mí?

—Porque eres la mejor, y necesitamos al mejor.

Hasta entonces no había hablado en plural.

—¿Para quién trabajas?

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