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Authors: Jane Austen

Tags: #Clásico,Romántico

Persuasion (24 page)

BOOK: Persuasion
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Más hermosas meditaciones de amor y constancia eternos era difícil que hubieran recorrido jamás las calles de Bath, y Ana se fue cavilando desde Camden Place hasta Westgate. Esto era suficiente para esparcir purificación y perfume en todo el camino.

Estaba segura de que tendría un recibimiento agradable. Su amiga pareció esa mañana particularmente agradecida de su visita; no parecía haberla esperado, aunque ella había prometido ir.

De inmediato pidió a Ana que le hiciera una descripción del concierto; y los recuerdos que Ana tenía del mismo eran muy gratos y encendieron sus mejillas; la divirtió contarlos. Todo lo que pudo decir lo relató de muy buenas ganas. Pero lo que podía decir era poco para quien había estado allí y también poco para satisfacer una curiosidad como la de Mrs. Smith, quien ya se había enterado, por medio del mozo y de la planchadora, del éxito de la velada, y de más cosas de las que ella podía contar. La dama preguntaba por detalles sobre la concurrencia. Mrs. Smith conocía de nombre a todo el mundo de alguna fama o notoriedad en Bath.

—Las pequeñas Durands estaban allí, me imagino —dijo—, con sus bocas abiertas para escuchar la música. Parecerían gorriones esperando ser alimentados. Jamás faltan a un concierto.

—Así es. Yo no las vi, pero oí decir a Mr. Elliot que estaban en el salón.

—¿Los Ibbotsons estaban también? ¿Y las dos nuevas bellezas con el oficial irlandés que hablaba con una de ellas?

—No me fijé… no creo que estuvieran allí.

—¿Y la vieja Lady Maclean? Es inútil preguntar por ella. Nunca falta, ya lo sé. Y usted debe haberla visto. Estaría muy cerca de ustedes, porque como fueron ustedes con Lady Dalrymple, deben haber ocupado los sitios de honor alrededor de la orquesta.

—No, esto me lo había temido. Hubiera sido muy desagradable para mí en todos los aspectos. Pero felizmente, Lady Dalrymple prefiere situarse un poco más lejos. Por otra parte, estuvimos maravillosamente bien ubicados en lo que a oír se refiere. No digo lo mismo en cuanto a ver, porque en verdad pude ver bastante poco.

—Oh, vio usted lo suficiente para divertirse. Entiendo bien. Hay cierta alegría en ser conocida aun en medio de un grupo, y usted pudo disfrutar de esa alegría. Eran ustedes un grupo grande y no necesitaban más.

—Pero debí mirar un poco más alrededor —dijo Ana, al mismo tiempo que reparaba en que no era en realidad que hubiese dejado de mirar, sino que buscaba sólo a uno.

—No, no, su tiempo estuvo mejor ocupado que eso. No necesita decirme que se ha divertido. Esto se nota en seguida. Veo perfectamente cómo han pasado las horas… cómo tenía usted algo grato que oír. En los intervalos, naturalmente, la conversación.

Ana sonrió un poco y preguntó:

—¿Puede usted ver esto en mis ojos?

—Sí, puedo. Veo por su aspecto que anoche estaba usted en compañía de la persona a quien juzga más amable del mundo, la persona que le interesa más que todo el mundo reunido.

Ana se sonrojó y no pudo decir nada.

—Y siendo éste el caso —continuó Mrs. Smith después de una corta pausa—, usted podrá juzgar cuánto aprecio su bondad al venir a verme esta mañana. Es muy gentil de su parte venir a estar conmigo cuando posiblemente deben ir a visitarla personas más de su agrado.

Ana no oyó nada de esto. Estaba aún confundida y azorada por la penetración de su amiga, y no podía imaginar cómo había llegado a enterarse de lo del capitán Wentworth. Hubo otro silencio…

—Por favor —dijo Mrs. Smith—. ¿Sabe Mr. Elliot de su amistad conmigo? ¿Sabe que estoy en Bath?

Mr. Elliot —dijo Ana, sorprendida. Un momento de reflexión le señaló el error en que incurría. Lo comprendió al instante, y recobrándose al sentirse segura añadió más compuesta—: ¿Conoce usted a mister Elliot?

—Le he conocido mucho —replicó Mrs. Smith gravemente—. Pero esto ya parece haber desaparecido. Hace mucho tiempo que nos conocimos.

—No lo sabía. Jamás me lo había dicho usted. De haberlo sabido hubiera tenido el placer de conversar con él acerca de usted.

—A decir verdad —dijo Mrs. Smith con su acostumbrado buen humor—, éste es un placer que deseo que usted tenga. Deseo que hable de mí con Mr. Elliot. Deseo que se interese en hacerlo. El puede ser de gran utilidad para mí. Y naturalmente, mi querida miss Elliot, si usted se interesa está de más decir que él hará por mí lo que pueda.

—Tendré sumo placer… Creo que no puede usted dudar de mi deseo de ser útil —replicó Ana—, pero creo que supone que tengo demasiado ascendiente sobre mister Elliot, más razones para influir sobre él de las que realmente hay. No dudo de que de una manera u otra esta versión ha llegado hasta usted. Pero debe considerarme solamente como una parienta de Mr. Elliot. Si en esta forma cree que hay algo que una prima pueda pedir a un primo, le ruego que no vacile en contar con mis servicios.

Mrs. Smith le lanzó una mirada penetrante y, sonriendo, añadió:

—Me doy cuenta de que he ido muy de prisa. Le ruego me disculpe. Debí esperar que usted me lo comunicara. Pero ahora, mi querida miss Elliot, como a una vieja amiga, dígame cuándo podremos hablar del asunto. ¿La próxima semana? Seguramente la semana próxima todo estará arreglado y podré dedicarme a pensar en la felicidad que espera a miss Elliot.

—No —respondió Ana—, ni la semana que viene, ni la que vendrá después, ni la siguiente. Le aseguro que nada de lo que imagina se arreglará en el futuro. No me casaré con Mr. Elliot. Me agradaría saber por qué se ha hecho usted semejante idea.

Mrs. Smith la miró fijamente, sonrió y sacudiendo la cabeza añadió:

—¡Vamos, no la comprendo a usted! ¡Cómo me hubiera gustado conocer su punto de vista! Pero espero que no será tan cruel cuando llegue el momento. Hasta que este instante llegue, sabe usted que las mujeres no tenemos en realidad a nadie. Entre nosotras, todo hombre es rehusado… hasta que se declara. Pero ¿por qué había de ser usted cruel? Déjeme abogar por mi… no puedo llamarlo amigo ahora…, por mi antiguo amigo. ¿Dónde podrá encontrar usted un matrimonio más ventajoso? ¿Dónde encontrará un hombre más caballero o más gentil? Deje que le recomiende a mister Elliot. Estoy convencida de que no oirá usted más que elogios de él de parte del coronel Wallis, y, ¿quién puede conocerle mejor que el coronel Wallis?

—Mi querida Mrs. Smith, la esposa de Mr. Elliot murió hace poco más de medio año. No debiera nadie imaginar que él anda cortejando aún a alguien más.

—¡Oh, sí! ¡Este es el único inconveniente…! —dijo Mrs. Smith con vehemencia—. Mr. Elliot está a salvo y no me preocuparé más por él. No se olvide de mí cuando se haya casado, es todo cuanto le pido. Hágale saber que soy amiga suya y entonces pensará que es muy poca la molestia que yo le ocasione, lo que indudablemente ocurriría ahora con tanto negocio y compromisos como él tiene, tantas cosas e invitaciones de las que se ve libre como puede. El noventa y nueve por ciento de los hombres haría lo mismo. Naturalmente él no puede saber cuánta importancia pueden tener ciertas cosas para mí. Bien, mi querida miss Elliot, quiero y espero que sea muy feliz. Mr. Elliot es hombre que comprenderá lo que usted vale. Su paz no se verá turbada como se vio la mía. Estará usted a resguardo de todo y podrá confiar en su carácter. No será un hombre que se deje llevar por otros hacia su ruina.

—Sí —dijo Ana—, creo muy bien todo lo que usted dice de mi primo. Parece tener un temperamento sereno y decidido, poco abierto a impresiones peligrosas. Tengo gran respeto por él. No tengo motivo para hacer otra cosa, de acuerdo con lo que en él he podido observar. Pero lo conozco muy poco, y no es hombre, al menos así me parece, que pueda conocerse así como así. ¿No le convence a usted mi manera de hablar de que él no significa nada especial para mí? Mi discurso es bastante tranquilo. Y le doy mi palabra de honor de que él no es nada para mí. En caso que se me declare (y tengo bien pocos motivos para pensar que lo hará) no lo aceptaré. Le aseguro que no lo aceptaré. Le aseguro que Mr. Elliot no ha tenido nada que ver en el placer que usted ha creído que experimenté anoche. No, no es Mr. Elliot quien…

Se detuvo, ruborizándose profundamente y comprendiendo que había dicho demasiado. Pero este demasiado fue en el acto entendido. Mrs. Smith no hubiera entendido el fracaso de Mr. Elliot de no imaginar que había otra persona. Cuando comprendió esto, sin dilación admitió el fracaso de su protegido, y no dijo nada más. Pero Ana, deseosa de pasar por alto el incidente, estaba impaciente por saber de dónde había sacado Mrs. Smith la idea de que ella debía casarse con mister Elliot o de quién la había oído.

—¿Quiere usted decirme cómo se le ocurrió pensar tal cosa?

Al principio dijo Mrs. Smith— fue al saber cuánto tiempo pasaban ustedes juntos, y me parecía que era, además, lo más deseable para cualquiera de ustedes dos. Y puede dar por sentado que todos sus conocidos piensan lo mismo que yo pensaba. Pero nadie me habló de ello hasta hace dos días.

¿En realidad se ha hablado de ello?

—¿Observó a la mujer que le abrió la puerta cuando vino usted ayer?

—No. ¿No era Mrs. Speed, como de costumbre, o bien la doncella? No vi a nadie en particular.

—Era mi amiga Mrs. Rooke, la enfermera Rooke, quien, naturalmente, tenía gran curiosidad por verla a usted, y estuvo encantada de abrirle la puerta. Regresó de Malborough el domingo, y fue ella quien me dijo que usted se casaría con Mr. Elliot. Ella se lo ha oído decir a la misma señora Wallis, quien debe estar bien informada. Estuvo aquí el lunes durante una hora, y me contó toda la historia.

¡Toda la historia! —dijo Ana—. No puede haber hecho una larga historia de un asunto tan pequeño y mal fundado.

Mrs. Smith no respondió.

—Pero —prosiguió Ana— aunque no sea cierto que tenga algo que ver con Mr. Elliot, haré cuanto pueda por usted. ¿Debo decirle que se encuentra en Bath? ¿Desea usted que le dé algún mensaje?

—No, gracias. No. En el calor del momento y bajo una circunstancia equivocada yo puedo tal vez haber pedido su interés en estos asuntos. Pero ahora ya no. Le ruego que no se moleste por esto.

—Creo que ha dicho que conoce a Mr. Elliot desde hace largos años, ¿no?

—Así es.

—No antes de que él se casara, imagino.

—No estaba casado cuando lo conocí.

—Y… ¿eran ustedes muy amigos?

—Intimos.

—¡De veras! Dígame, entonces, qué clase de persona era él. Tengo gran curiosidad por saber cómo era mister Elliot en su juventud. ¿Se parecía a lo que es hoy?

—Hace tres años que no veo a Mr. Elliot —dijo mistress Smith con su natural cordialidad—. Le ruego me perdone las cortas respuestas que le he dado, pero he dudado sobre lo que tenía que hacer. He dudado si debía decirle algo a usted. Hay muchas cosas que deben ser tenidas en cuenta. Es odioso ser demasiado oficioso, causar malas impresiones, causar mal. Pero la amistad de los parientes merece ser conservada, aun cuando no haya nada bajo la superficie. Pero de cualquier manera, estoy resuelta, y creo que hago bien. Creo que debe usted conocer el verdadero carácter de Mr. Elliot. Aunque por el momento no parece usted tener la menor intención de aceptarlo, nadie puede decir lo que puede ocurrir. Quizás alguna vez sienta de otra manera con respecto a él. Oiga, pues, la verdad, ahora que ningún prejuicio turba su mente. Mister Elliot es un hombre que no tiene ni corazón ni conciencia; un ser egoísta, de sangre fría, que no piensa más que en sí mismo y que, por su propio interés, no vacilaría en cometer cualquier crueldad, cualquier traición, cualquier cosa que no se vuelva más tarde contra él. No tiene sentimientos por los demás. A aquellos de los cuales ha sido él el principal motivo de ruina puede dejarlos y abandonarlos sin el menor problema de conciencia. Está más allá de todo sentimiento de justicia o compasión. Oh, su corazón es negro. ¡Negro y vacío!

La sorpresa de Ana y sus exclamaciones de sorpresa la hicieron detenerse, y con aire más tranquilo prosiguió:

—Mis expresiones la sorprenden. Creerá usted que soy una mujer enfurecida e injuriada, pero trataré de hablar más tranquila: no lo calumniaré. Le diré solamente lo que yo sé de él. Los hechos hablarán por sí solos. El era el íntimo amigo de mi difunto esposo, en quien confiaba, y a quien quería y creía tan bueno como él. Encontré yo al casarme que eran íntimos amigos, y yo también simpaticé muchísimo con Mr. Elliot, y tenía el mejor concepto de él. A los diecinueve años, sabe usted que uno no piensa muy en serio. Pero Mr. Elliot me parecía tan bueno como cualquier otro, y más agradable que muchos, y siempre estábamos juntos. Estábamos en la ciudad y vivíamos en gran estilo. El era entonces inferior a nosotros; él era el pobre; tenía habitaciones en el Temple, y esto era lo más que podía hacer para mantener su apariencia de caballero. Venía a parar en nuestra casa siempre que lo deseaba; era siempre allí; era para nosotros como un hermano. Mi pobre Carlos, que tenía el corazón más bondadoso y más generoso del mundo, hubiera compartido con él hasta el último céntimo; me consta que sus bolsillos estaban siempre abiertos para su amigo; estoy segurísima de que en varias ocasiones le prestó ayuda.

—Este debe ser el período de la vida de Mr. Elliot —dijo Ana— que ha excitado siempre mi curiosidad. Debe haber sido en este tiempo cuando se hizo desconocido de mi padre y mi hermana. Yo no lo conocía entonces, solamente oía hablar de él; pero algo hubo en su conducta en aquella época, en lo que concernía a mi padre y a mi hermana, y poco después al casarse, con lo que nunca he podido reconciliarme hasta ahora. Parecía como si se tratara de un hombre distinto.

—Ya lo sé, ya lo sé —exclamó Mrs. Smith—. El fue presentado a Sir Walter y a su hermana antes de que yo lo conociera, pero le oí hablar mucho de ellos. Sé que fue invitado y solicitado, y sé también que jamás acudió a una invitación. Puedo darle a usted, quizá, detalles que ni sospecha. Por ejemplo, respecto a su matrimonio, estoy enterada de todas las circunstancias. Conozco todos los pros y los contras. Yo era la amiga a quien él confiaba sus esperanzas y planes, y aunque no conocí a su esposa con anterioridad (su situación inferior en sociedad hacía esto imposible), la conocí mucho después, en los dos últimos años de su vida, y así, puedo responder a cualquier pregunta que desee hacerme.

—No —dijo Ana—, no tengo ninguna pregunta particular que hacerle acerca de ella. He sabido siempre que no eran un matrimonio feliz. Pero me gustaría saber por qué razón, por aquella época, él evitaba la relación con mi padre. Mi padre tenía hacia él la mejor buena voluntad. ¿Por qué lo rehuía Mn Elliot?

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